bambú

La caña de bambú

JAUME BOADA I RAFÍ, O.P.

Del libro «Fijos los ojos en Jesús. La parábola del agua»
Narcea S.A. de ediciones. Madrid 2002, 2ª edición. Págs. 166-169

Había un precioso jardín que, nada más verlo, hacía soñar. Estaba allí, junto a la casa del Señor. La puerta, siempre abierta, era invitación silenciosa para todo aquel que deseara encontrar un momento de paz y de sosiego. El mismo Señor acudía todas las tardes a pasear por su jardín.

Siempre se fijaba, era inevitable, en un cañaveral en el que destacaba una preciosa caña de bambú plantada, con sus hermanas, en el centro de un rico conjunto de flores y plantas. Ella y sus compañeras ofrecían, en grupo, un espectáculo peculiar: daban sombra, eran la imagen de la fortaleza y de la grandiosidad de la creación. Ciertamente, entre todas las cañas hermanas, ella la hermosa caña, llamaba la atención por su esbeltez, altura y elegancia. Toda la gente pensaba que era la preferida del Señor. Le encantaba verla así: más alta, robusta y bella que las demás plantas. Era la más fuerte y recia ante los vientos invernales, e imperturbable ante los calores del verano. Pronto se dio cuenta de que, ella, la más destacada caña de bambú, era «especial» para el Señor.

Un día se acercó el Señor al jardín y, como siempre, fue a contemplar el hermoso conjunto que formaban las cañas hermanas. Con mucho amor, serenidad y firmeza le dijo a la más esbelta:

– Mi querida caña de bambú, te necesito

Ella no entendía que el Señor se hubiera dignado a dirigirse personalmente a ella. Tampoco comprendía por qué el Señor le había concedido el privilegio de decirle: «Te necesito». Veía claramente que el Señor le hablaba con un amor especial. Por ello no le costó nada responder:

– Estoy en tu jardín, Señor, soy toda tuya…, cuenta conmigo para lo que quieras.

El Señor escuchaba atentamente la respuesta disponible de la vigorosa caña de bambú. No esperaba otra cosa de su planta predilecta. Pero no quería precipitarse en su propuesta, no quería herirla, ni lastimarla. Deseaba proponerle su proyecto de amor, de tal manera, que ella lo pudiera aceptar con la misma ternura que él ponía en sus palabras. Lentamente, como si comunicara un misterio prosiguió:

– Es que, mi querida caña de bambú, para contar contigo tengo que arrancarte.

– ¿Arrancarme? ¿Hablas en serio? ¿Por qué me hiciste entonces la planta más bella de tu jardín? ¿Por qué me hiciste crecer junto a unas cañas hermanas?. Por favor, Señor, cualquier cosa menos esto .

El Señor, poniendo más ternura aún en sus palabras, con la serenidad que sólo viene del amor, no retiró la propuesta:

– Mi querida caña de bambú, si no te arranco no me servirás.

Quedaron un largo rato los dos en silencio. Parecía que no sabían qué decir. Hasta el viento detuvo su ímpetu respetando el misterio. Los pajarillos del jardín olvidaron su vuelo y su canto. Lentamente…, muy lentamente…, la caña de bambú inclinó sus preciosas ramas y hojas, y dijo con voz muy queda:

– Señor, si no puedes servirte de mí sin arrancarme, arráncame.

– Mi querida caña de bambú -añadió el Señor-, aún no te lo he dicho todo. Es necesario que te corte las hojas y las ramas.

– Señor, no me hagas eso. ¿Qué haré yo entonces en el jardín? Seré un ser ridículo.

Y otra vez le dijo el Señor:

– Si no te corto las hojas y las ramas no me servirás.

Entonces el sol, estremecido, se ocultó. Los pájaros huyeron del jardín pues temían el desenlace. Temblando…, temblando…, la caña de bambú decidida y abandonada sólo pudo decir estas palabras:

– Pues…, córtamelas.

Continuó el Señor:

– Mi querida caña de bambú, todavía me queda algo que me cuesta mucho pedirte: tendré que partirte en dos y extraerte toda la savia. Sin eso no me servirás.

La caña de bambú ya no pudo articular palabra. Silenciosa y amorosamente abandonada, se echó en tierra, ofreciéndose totalmente a su Señor.

Así el Señor del jardín arrancó la caña de bambú, le cortó las hojas y las ramas, la partió en dos y le extrajo la savia.

Después la llevó junto a una fuente de agua fresca y cristalina, muy cercana a sus campos. Las plantas de aquellas tierras del Señor hacía tiempo se morían de sed, estando tan cerca del agua. Un pequeño roquedal impedía que el agua llegara a los campos. Con mucho cariño el Señor ató una punta de la caña de bambú a la fuente, y la otra la colocó en el campo. El agua que manaba de la fuente comenzó, poco a poco, a desplazarse hacia las tierras cercanas, también propiedad del Señor, a través de la caña de bambú.

El campo comenzó a humedecerse y reverdecer. Cuando llegó la primavera el Señor sembró arroz. Fueron pasando los días hasta que la semilla creció, y llegó el tiempo de la cosecha.

Y fue tan abundante que, con ella el Señor pudo alimentar a su pueblo.

Cuando la caña de bambú era alta y esbelta, la más bella de sus hermanas, vivía y crecía sólo para sí misma…, hasta se autocomplacía en su elegancia y esbeltez.

Ahora, humilde y echada en el duro suelo del roquedal, se había convertido en prolongación de la fuente de vida que el Señor utilizaba para alimentar su casa y hacer fecundo su Reino.
¿Qué quieres que haga por ti?…

Y tú, ¿qué estás dispuesto a hacer por mí?


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Señor Jesús, concédeme el don espiritual de comprender bien quién eres para mí. La iluminación interior que necesito para ver cómo actúas en mí. Necesito comprender que estás en mí. Sólo Tú me puedes transformar. Me dejo en tus manos, sí, para que me modeles a imagen de tu amor.

Señor te abro la puerta de mi alma y de mi vida para que puedas «hacer de mí» una obra de tu amor. Que yo pueda experimentar que tu amor es fuerte como la muerte y como la vida.

Haz que sea capaz de ver, de mirar, de escuchar, de atender y oír tu voz y tu Palabra. Deseo sentir tu corazón junto al mío, tu mirada en mis ojos, tu presencia en mi vida…, siempre en mi vida.

Te suplico que hagas por mí y en mí lo que te plazca. Sólo quiero responder a tu amor.

Y tú, dice el Señor, ¿qué estás dispuesto a hacer por mi?

Señor, Dios mío, todo…, quiero vivir en ti, estoy dispuesto a dejarme en tus manos amorosas. Sólo deseo ser en ti y vivir siempre en tu amor. Nada más. Sólo deseo amar y dejarme amar por ti. Abandonarme en tu amor.

Estoy dispuesto a ser cada vez más pobre de alma, y más pobre en la vida. Para ello te suplico que tú me hagas pobre, y me concedas la humildad de María que, desde el silencio oculto de Nazareth, donde pronuncia su «fiat», y a lo largo de toda su vida, acepta tu voluntad amorosamente, sencillamente, generosamente, gozosamente…, con una alegría que no tiene fin.

Estoy dispuesto a compartir el misterio de entrega de Cristo; a sumergirme en Él, esconderme en Él, perderme en Él, fundirme en Él, desaparecer en Él… para después poder ser su testigo entre mis hermanos. Y llevar su paz a los que me necesiten y a los hermanos que constituyen mi entorno fraterno o familiar, de quienes deseo sentirme humilde servidor.

Quiero estar disponible para vivir entre mis hermanos de modo que el perdón sea el centro de todo, junto con la paciencia, la pobreza, la presencia, la oración. Quiero vivir mi entrega de una manera cada vez más sencilla, y a la vez más clara, cada vez más callada, y al mismo tiempo más elocuente, más real, más viva, más concreta, más palpablemente significativa. Y sin pretensiones…

Quiero pasar siempre desapercibido, que sólo tú seas el protagonista de todo en mí, sólo tu Palabra la que resuene en mis labios, sólo tu amor el que vibre en mi corazón, sólo tus gestos de ternura los que nazcan de mis manos.

Deseo ser disponible y ser digno de llevar contigo la cruz y hacer míos los sufrimientos de la Iglesia. Quiero vivir en la actitud interior de quien desea ser una ofrenda de amor a tu gloria y para la salvación de todos, especialmente de los excluidos de la sociedad. Quiero estar plenamente disponible a la obra y a la acción del Espíritu Santo en mí. Que Él me selle con el sello de fuego del amor, que Él me purifique y me sane, que Él fortalezca lo que hay en mí de pobreza y de debilidad.

Estoy dispuesto a unirme al abandono y a la entrega incondicional de Cristo en las manos del Padre, viviendo siempre no sólo con el deseo de ofrecer lo que tengo y lo que soy, sino de hacer la donación total de mi propia vida con Él, por Él, en Él y como Él.

Quiero estar en condiciones de realizar el proyecto de Amor que Él tiene para mí y en mi vida. Quiero que Él encuentre en mí un lugar para su descanso, y que pueda convertir mi alma y mi vida en un ámbito de intimidad donde se ora sin interrupción. Estoy dispuesto a ser consciente de que el Padre vive y mora en mí, que el Señor Jesús, el Hijo, está en mí…, y poder percibir la fuerza de la acción del Espíritu en mi alma y en mi vida. Ser templo de la Trinidad, morada de Dios donde todos, especialmente los más pobres y sencillos, los más débiles y pequeños (los enfermos, y los excluidos, los marginados y los olvidados de la sociedad) se puedan sentir acogidos como en su casa.

Estoy dispuesto a ser tu testigo y a comunicar tu luz y tu paz, tu alegría y tu gozo, tu esperanza y la gracia de tu amor. Estoy dispuesto a vivir siempre en tu voluntad. A querer solo lo que Tú quieres; a no querer lo que Tú no quieres y a quererlo todo tal y como Tú lo quieres.

Y… finalmente, estoy dispuesto a reconocer mi pobreza y mi incapacidad de conseguir nada de todo esto, si Tú, Señor, no me concedes el don de tu gracia.

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