Access Consciousness

«Access Consciousness», inquietante técnica de manipulación mental y estafa económica de la New Age

¿Qué es eso de la Access Consciousness, que también llaman Access Bars?

 

Cada vez se difunde más en los países iberoamericanos una nueva técnica de crecimiento personal llamada Access Consciousness, a través de los conocidos como “cursos de barras”. Lo que parece una simple terapia que mejora la propia vida esconde una propuesta mágica de la Nueva Era con raíces en la Cienciología y con el fin de descubrir la divinidad del hombre al margen de Dios, tal y como explicó Luis Santamaría en la web Portaluz.

Recientemente, el diario argentino La Nación publicó un reportaje sobre algo llamado “Access Consciousness” o también “Access Bars”. Tratándose de un tema desconocido para la mayor parte de la población, queda claro que el propósito del artículo es propagandístico, ya que no sólo atrae el título a los lectores –“¿Cómo es la terapia ‘superadora’ del mindfulness?”–, sino que se habla del invento como “la disciplina más novedosa dentro del amplísimo abanico de las terapias alternativas relacionadas con el bienestar”.

¿Terapia para incautos?

Estamos hablando de una pseudoterapia que podemos incluir en el conglomerado de la Nueva Era (New Age). Como explica el reportaje de La Nación, “básicamente se trata de presionar 32 puntos en la cabeza para permitir que la energía fluya por todo el cuerpo”. Encontramos, pues, un término fundamental en el esoterismo contemporáneo: “energía”. Lo mismo que en otras muchas propuestas pseudoterapéuticas, que mezclan hábilmente cuestiones físicas, mentales y espirituales.

Porque, como afirma sin tapujos en el artículo una coach y facilitadora de Access Bars, “todos tenemos pensamientos y emociones que nos condicionan y si no se liberan no te permiten avanzar”.

Las sesiones consisten, entonces, en ejercer presión sobre esos puntos de la cabeza para equilibrarlos y liberarlos, de forma que se crean “barras energéticas que permiten hacer fluir la energía”. Un discurso que recuerda mucho a otras técnicas de la Nueva Era como el alineado de chakras, la presión sobre puntos energéticos en la acupuntura o la sanación propia del reiki.

Un problema añadido, y que confunde mucho más a la gente, es que algunas personas que practican Access Bars son profesionales –del campo de la salud mental, sobre todo–, y los que se acercan a ellos se fían de su capacitación académica y técnica.

Por ejemplo, en el reportaje argentino una psicóloga asegura que al presionar las zonas apropiadas de la cabeza “te das cuenta que estás en el punto porque al posar la yema ahí la energía fluye”. Un discurso convincente para muchos incautos.

Además de las sesiones “prácticas” –por ejemplo, el reportaje de La Nación indica como apropiadas un mínimo de ocho sesiones de 60 a 90 minutos de duración cada una, con el importante desembolso económico que significa–, hay cursos teóricos de Access Consciousness, clases intensivas y hasta un entrenamiento avanzado para los que deseen profundizar y dedicarse a ello. Como siempre, con un ascenso a través de grados: Barras, Fundamentos, Nivel 1, Nivel 2, Nivel 3 y ESB (Síntesis Energética del Ser). Todo esto, en más de 40 países.

Pretenden “resetear la mente”

Los practicantes de Access Bars no sólo intentan validarla como terapia alternativa o complementaria a los tratamientos médicos convencionales –algo que, por sí mismo, ya constituye un riesgo importante para la salud personal–, sino que dan un paso más al considerar la influencia de su técnica sobre el mundo interior del individuo que se somete a ella. La facilitadora entrevistada por La Nación asegura que “el access bars descondiciona la mente y ayuda a crear una realidad distinta”. Más aún, señala que: “Al activarse la barra, es como si se reseteara la mente”.

Por lo tanto, encontramos un recurso muy atractivo para las personas que tengan un perfil claro de líder sectario, de manera que pueden influir de forma muy sutil sobre sus adeptos a través de una técnica que tiene el objetivo de cambiar la realidad de la persona haciéndole ver que no es ella misma, que debe liberarse de patrones y creencias limitantes.

Con la excusa de la liberación, acaba separándose a la víctima de su familia y su forma de vivir para inculcarle una nueva cosmovisión, sin que haya sido consciente de este cambio y sin que haya dado un consentimiento libre y expreso.

Esto no es una posibilidad teórica, sino una realidad. Diversos ex adeptos han contado lo que han vivido en los cursos de Access Consciousness.

En 2017, Jane contaba a RT: “La gente cree que es libre, pero mentalmente no lo es”, ya que “no es como cualquier otra ‘secta’, sino control mental, mucho control mental, muy ‘Haz como te digo aunque no te lo diga’”. De forma que al final “estás atrapado y tienes miedo de decir cualquier cosa que se vea como un juicio de Access”.

¿Cuál es el origen?

En todos estos temas es fundamental saber quién está detrás, quién inventó la técnica y desde qué presupuestos teóricos y prácticos. En este caso, Access Bars fue creada por Gary M. Douglas, a quien La Nación define como “un gurú norteamericano de la transformación personal”. Esto es como no haber dicho nada, ya que son miles los personajes que se mueven en este campo en todo el mundo, y en muchas ocasiones no son nada recomendables.

La publicidad de los cursos de Access Consciousness presenta un relato bonito de cómo Douglas “hace más de veinte años llegó a un punto en su vida donde trataba de darle sentido y hacía lo que se suponía que le traería felicidad. Sabía que había más en la vida de lo que veía, entonces comenzó a hacerle preguntas al universo”. Así fue como descubrió su método en torno a la “energía”.

Sin embargo, las biografías oficiales del gurú no explican la clave principal: Gary Douglas fue miembro de la Iglesia de Cienciología (Scientology), el Movimiento del Potencial Humano por excelencia. De ella tomó varios elementos doctrinales, que mezcló posteriormente con lo que “aprendió” en sus experiencias de “canalización”, cuando a través de su cuerpo se habrían manifestado, según su propio testimonio, Rasputin y otros personajes, extraterrestres incluidos.

Por eso no debe extrañar que en las enseñanzas más internas de este grupo se llegue a explicar que los que practican Access Consciousness no son realmente seres humanos, sino “humanoides” que escogieron desde otra realidad tanto el momento de su concepción como quiénes serían sus padres humanos, y vuelven una y otra vez a la Tierra hasta que llegan a la plena comprensión de “la grandeza de la encarnación”.

¿Y cuál es su fin?

Hemos visto antes cómo la finalidad de esta técnica es cambiar la propia vida, con una supuesta liberación de todo lo que a la persona no le deja ser ella misma. Sin embargo, los planteamientos de Access Consciousness son más radicales en lo que ofrecen a sus potenciales clientes, ya que la liberación a lograr no se trata de una idea difusa, sino de una meta concreta. En efecto: “El trayecto a SER el Ser Infinito que en verdad eres”, como se puede leer en un folleto informativo de Dain Heer, uno de sus referentes mundiales.

En uno de sus libros (Siendo Tú, Cambiando el Mundo), Heer se dirige así al lector: “Todo lo que tú pensaste que eras tú, no es suficiente. Tú eres mucho más grandioso que cualquier cosa que tú pudieras pensar. Tú eres una energía de Ser que nunca antes se ha visto. Ahora es el tiempo de Serlo, de encarnarlo e incorporarlo, recibir las posibilidades que van más allá de esta realidad”.

Con un discurso que ensalza el empoderamiento y la autorrealización –tan de moda hoy en el ámbito de la autoayuda y la psicología positiva–, se está deslizando un método del potencial humano: toda persona tiene capacidades infinitas sin explotar, y esta técnica en concreto es capaz de desplegar esas potencialidades, llegando a una divinización del hombre.

Aplicando Access Bars, según la publicidad de sus cursos, descubres “que tú sabes, que tú eres el creador de tu vida y tu vivir”, y del conocimiento puedes pasar a la capacidad de transformar la realidad: “En esta clase, él (Dain Heer) te da acceso a herramientas reales, pragmáticas y dinámicas, a la consciencia energética para crear la vida que tú en verdad quieres tener y el mundo en el que en verdad tú quieres vivir”.

Un anzuelo muy apetecible… pero irreal. El ser humano no es creador de la realidad, ni puede transformar mágicamente las cosas que le rodean. Porque de eso estamos hablando: de una técnica que promete acabar por arte de magia con todo lo negativo que esté viviendo una persona, solucionando sus problemas y abriéndolo a una nueva realidad deseada. Pero la realidad no es así y no funciona con magia.

La trampa de la auto divinización

La terapia Access Consciousness se aprovecha del anhelo de todo hombre de un mundo mejor y del deseo de bienestar personal… pero también de la búsqueda de trascendencia. Atención a esto que puede leerse en su publicidad: “¿Estás siempre preguntando por más, y buscando ese ‘algo’ que todos sabemos es posible?”. Lo que podría identificarse con la búsqueda de Dios. Pero el paso siguiente no es el de encontrarse con Él, sino el de identificarse con lo divino: “¿Y si ese ‘algo’ eres tú? ¿Y si Tú, Siendo Tú, es todo lo que se necesita para cambiarlo todo: Tu vida, la de todos a tu alrededor, y al mundo?”.

Una vez más, nos encontramos ante un Movimiento del Potencial Humano que no sólo puede victimizar a quienes caigan en sus redes haciéndolos clientes de una estafa económica, sino que los puede convertir en esclavos de un grupo o de un líder sin escrúpulos –algo cada vez más frecuente en la galaxia New Age– y, desde el punto de vista espiritual, alejarlos del encuentro con Dios y del compromiso con los demás, dejándolos más vulnerables a un pensamiento esotérico y mágico en el que es más fácil la acción devastadora del demonio.

(Publicado originariamente en ReL el 30 de agosto de 2020, a partir del artículo de Portaluz ).

estadísticas

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En este último día del año 2019, en el que damos gracias a Dios por todos los bienes con que nos ha bendecido, por todas las gracias que ha derramado en nosotros, queremos compartir con ustedes algunas estadísticas.
Las estadísticas, si bien son números, ellas nos dicen algo importante: la gran necesidad de ayuda que tiene la gente, y la gracia que Dios nos ha dado de poder en algo ayudar a predicar la verdad del Evangelio que ilumina y ayuda a responder nuestras necesidades.
Agradecemos a todos los miembros de equipo de trabajo de «El teólogo responde» por su colaboración.

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pecados ancestrales

¿Existen los pecados ancestrales? ¿Es católica la oración de sanación del árbol genealógico?

Pregunta:

¿Existen los pecados ancestrales? ¿Es católica la oración de sanación del árbol genealógico?

Respuesta:

En algunos sectores de la Iglesia Católica, sobre todo en grupos de tipo carismático, se ha difundido mucho la práctica de la oración, el rosario o las misas de “sanación del árbol genealógico” o “sanación intergeneracional”, que suscita grandes adhesiones, por un lado, y duras críticas por otro. Lo cuenta Luis Santamaría, integrante de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), en el portal Aleteia.

La Asociación Internacional de Exorcistas ha trabajado este tema en su congreso celebrado en Roma en septiembre de 2018, de la mano del sacerdote mexicano Rogelio Alcántara, a quien se le pidió un estudio exhaustivo sobre el asunto. Alcántara es doctor en Teología y director de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la Arquidiócesis de México. Resumimos aquí su intervención.

Unos males supuestamente heredados

El autor resume así la idea que está en la base de la sanación intergeneracional: “los males que padecen actualmente las personas (males psíquicos, morales, sociales, espirituales y corporales) tienen una causa en sus antepasados. La persona actual sería como el último eslabón de una cadena, por donde van pasando los males que llegan a ella”. ¿De dónde vendrían estos males? De un triple origen: las malas inclinaciones de los antepasados, sus pecados, y las maldiciones lanzadas sobre sus descendientes. Lo que llevaría a la persona a tener “inclinaciones y tendencias a determinados males” o “ataduras ancestrales” muy fuertes.

La solución propuesta al creyente por algunos sacerdotes y grupos dedicados al ministerio de sanación y liberación sería “sanar su árbol genealógico con prácticas religiosas y oraciones específicas que puedan cortar esa nefasta ‘herencia’ que se ha recibido de los antepasados”, logrando la liberación propia y el perdón de los ancestros. Para ello se realizan unos ritos que implican asumir “nuevos conceptos como: transferencia, influencia, maldición intergeneracional, herencia ancestral, pegajosidad, sanación del árbol genealógico, etc.”.

¿De dónde viene esta teoría?

Después de ofrecer citas significativas de varios autores que sostienen esta idea, el padre Alcántara afirma que no podemos encontrar ningún autor católico que haya enseñado la doctrina del “pecado ancestral” antes de la segunda mitad del siglo XX, por lo que “es una ‘doctrina novedosa’, inventada, que representa un grave peligro para los que quieren aceptar la revelación divina tal como nos la presenta la Iglesia Católica”.

Esta teoría, según el sacerdote mexicano, “apareció por primera vez entre los protestantes por inspiración pagana. Un misionero protestante, Kenneth McAll, es quien dio el impulso a la práctica de ‘sanar’ el árbol genealógico hasta convertirlo en un movimiento”. Además, estas ideas tampoco tienen ningún fundamento filosófico ni científico. De hecho, el padre Alcántara apunta que “el supuesto fundamento filosófico del llamado daño ancestral es muy semejante a lo que popularmente se conoce como el ‘karma’, idea procedente de la religión hinduista”.

Por supuesto, la doctrina del pecado ancestral tampoco tiene fundamento teológico alguno, aunque sus defensores “tratan de justificar su aplicación del ‘karma’ a la teología cristiana basándose en las ciencias psicológicas, especialmente en Carl Jung”. O incluso llegan a citar la doctrina católica del pecado original, sin fundamento.

Pero… ¿no aparece en la Biblia?

La idea de pecados de los antepasados que influyen en la vida de las personas aparece en varios pasajes del Antiguo Testamento, que Rogelio Alcántara detalla y analiza para demostrar que la correcta interpretación de esos textos implica leerlos en su contexto, entendiéndolos “en un progreso pedagógico de la revelación, que llega a su plenitud en Cristo, quien nos enseña el auténtico concepto, por ejemplo, de castigo y misericordia divina”.

Precisamente es la misericordia de Dios el tema que se subraya en los textos bíblicos, la respuesta divina al pecado del ser humano. Por otro lado, hay textos en el Antiguo Testamento en los que se pone de manifiesto “que cada quien cargará con su culpa y las consecuencias de su pecado”, es decir, que “se subraya la dimensión personal del pecado”.

De manera que en el Antiguo Testamento “hay ya una nítida aclaración de la relación entre las consecuencias del pecado y la culpabilidad personal”. Algo que queda confirmado por las palabras de Jesús en los evangelios, como cuando responde a los que le preguntaban si un ciego lo era por sus propios pecados o por los de sus padres. Por eso, el sacerdote afirma que “a partir del análisis de los textos de la Sagrada Escritura podemos concluir que la ‘doctrina’ del llamado ‘pecado ancestral’ y la llamada ‘oración de sanación del árbol genealógico’ no tiene fundamento en la Revelación sobrenatural”.

Distinción entre influencias, pecados y maldiciones

El paso siguiente en la reflexión es aclarar los términos que se usan y distinguirlos. En primer lugar define la influencia intergeneracional como “todo elemento que altera o determina la forma de pensar o de actuar de alguien de una futura generación”. La influencia de una generación a otra existe, es algo natural, se da por cuestiones ambientales o de convivencia (como la educación humana o religiosa, el buen o mal ejemplo, etc.).

En segundo lugar aclara categóricamente con fundamento en la revelación que los llamados pecados intergeneracionales o ancestrales –entendidos como pecados que se transmiten de una generación a otra– no existen, porque el pecado es un acto libre, cuyas consecuencias por trasgredir la ley divina: culpa y pena son personales y por tanto intransferibles. El padre Alcántara reitera que “si por pecados ancestrales se entienden los pecados de los antepasados que se transfieren a la actual generación, éstos no existen, pues el único pecado que puede transmitirse por vía de la generación es el pecado original”.

Y añade que “si por pecados ancestrales se entiende simplemente los pecados que cometieron nuestros antepasados y que no se trasmiten a las actuales generaciones, podría aceptarse la expresión. Sin embargo, por prestarse a confusión y por correr el riesgo de que se interprete en el primer sentido, es mejor evitar el vocablo”. Los pecados de un antepasado no pueden predisponer al pecado al descendiente, sólo “podrían influir naturalmente (ambientalmente) a modo de ejemplo en las personas cercanas al pecador, pero no pueden predisponer a nadie al pecado”. Los pecados se repiten en las familias, sobre todo, por el mal ejemplo.

¿Tienen efecto las maldiciones?

En este punto, el teólogo mexicano vuelve a la cuestión de “las maldiciones que se hacen como petición al demonio” para que una persona quede privada de algún bien. Después de analizar los distintos tipos, aborda su efectividad: “quien maldice puede simplemente desear el mal del otro, pero el puro deseo humano no tiene poder para causar daño alguno. La maldición podría tener efecto cuando quien la lleva a cabo pide el mal para otro” –ya se lo pida a Dios o al demonio–.

Dado que Dios no responde a una petición que busque el mal de otra persona, los únicos que podrían acceder a cumplir las maldiciones son los demonios. ¿Y cómo es posible? Alcántara responde: “por un misterio –incomprensible muchas veces para nosotros– Dios permite actuar a su enemigo causando daños a sus creaturas humanas, de orden físico, psicológico o espiritual para su conversión y salvación”. Avanzando… ¿cuál es el alcance de una maldición o de la brujería en el tiempo? Según el autor, un hombre puede maldecir a sus descendientes, pero sólo a los vivos, pues no tiene bajo su potestad a los que no han sido concebidos.

¿Qué peligros hay?

Para terminar, el sacerdote mexicano afirma que “las llamadas misas (u oraciones) para sanar el árbol genealógico no son parte de la doctrina y liturgia católica… ni en la Revelación, ni en los Santos Padres, ni en la historia de la teología católica hay un solo ejemplo de que ésta sea o haya sido enseñanza católica”.

Basándose en un documento de los obispos franceses, explica que “la llamada oración de sanación del árbol genealógico lleva a la persona a buscar las razones de su sufrimiento fuera de sí misma. Lo cual a su vez impide que haya un verdadero proceso de ayuda psicológica que podría sanar al individuo. Por lo tanto, las ‘misas’ que se celebran con esta intención representan más un peligro psicológico para los fieles que una ayuda”.

Y, por último, subraya que “estas misas desvían la caridad que deberíamos tener hacia nuestros seres queridos difuntos. En efecto, en lugar de ofrecer misas por ellos, pedimos misas para nosotros, en cuanto que queremos que sus pecados dejen de afectarnos en esta vida”.


FUENTE: Aleteia y Infories (Nº 630, 7 de dic. 2018)

alma

¿Por qué se habla del “valor” del alma?

Pregunta:

Me invitaron a visitar una página de Internet donde había un juego (que no parecía muy “juego” que digamos, porque me dio un poco de temor) en el que había que llenar los datos de uno y entonces salía “cuánto vale” mi alma y cuántas personas hay más puras que yo en el mundo. Lo tomé un poco en broma, pero en un foro al que entré después todos los muchachos y chicas habían entrado allí y habían hecho “cotizar” su alma y medio lo tomaban en serio. Mi pregunta es ésta: ¿se puede poner valor o precio al alma?

 

Respuesta:

Estimado amigo:

A esta pregunta debo responde con un “sí” y un “no”. “No” en el sentido que le quieren dar las personas que han armado ese pretendido “juego”; ¡cuidado!, el único que calcula el precio de un alma en dinero o en cosas peores es el diablo. Él comercia con los hombres, vendiéndolos al pecado, o comprándolos por pecado.

Pero, desde otro ángulo, hay que decir que “sí”: toda alma tiene un valor, y un precio. Y esto lo reconoce el mismo demonio. Si leemos el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto veremos que en la tercera tentación el diablo ofrece al Señor todos los reinos del mundo a cambio de una postración (Mt 4,8-10): Entonces le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: “Todo esto te daré si postrándote me adoras”. El demonio piensa que ofrece un buen precio por el alma de Cristo. Pero el Señor le responde haciéndole entender que el alma vale infinitamente más que todo el mundo: Jesús entonces le respondió: “Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto”.

Tal vez este juego tonto en que los jóvenes buscan “tasar” su alma no sea más que una reacción (equivocada indudablemente) al ateísmo, al materialismo y el descreimiento de los valores espirituales propios de nuestra época, que conllevan el olvido del alma, o el desinterés por ella, la burla de los que creen en el alma, e incluso la necedad de aceptar la realidad del alma inmortal pero ¡arriesgarse a condenarla eternamente!

El olvido de la primacía del alma es una tara que está reprendida en los mismos Evangelios. Jesús proponiendo la parábola del rico que nunca pensaba en su alma le hace escuchar a su personaje aquellas duras palabras: Dios le dijo: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma (Lc 12,20).

Tenemos un alma espiritual e inmortal. Incluso los paganos llegaron a intuirlo y algunos a afirmarlo. La fe nos lo confirma. E incluso sin usar de la fe, nos lo dice la inteligencia. El mismo afán de eternidad que sentimos en nuestro interior, en la apertura a la verdad y a la belleza, en el sentido del bien moral, en la experiencia de nuestra libertad y en la voz de nuestra conciencia, que nos hace aspirar al infinito y a la dicha, percibimos, signos de nuestra alma espiritual. La “semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia” su alma, no puede tener origen más que en Dios[1].

Si hablamos de precio, debemos decir que el alma hecha por Dios “para” Dios vale más que el universo entero. Si las cosas se valúan por lo que cuestan, recordemos que mientras el universo costó a Dios una sola palabra (pues como dice el Salmo 148: Habló Dios y todo fue creado), en cambio el alma del hombre costó el precio de la Sangre y de la Vida del Hijo de Dios, quien murió por nuestra alma en la Cruz.

            El valor de un alma, incluso la del último de los miserables, lo vemos reflejado si oponemos dos cuadros evangélicos asombrosos. El primero es la tercera tentación de Cristo, que mencionábamos más arriba; el segundo es la última cena. En la primera escena el diablo ofrece el mundo, del cual es príncipe en cierto sentido, a cambio de una sola postración de Jesús (Si cadens adoraveris me). En la segunda escena, cuando, como dice San Lucas, el diablo ya se había apoderado del corazón de Judas (Lc 23,3), Jesucristo mismo se pone de rodillas, humillándose, para lavarle los pies. Él, que despreció el mundo entero que le ofrecía el diablo, ¡se postra por ganar el alma de un traidor!

Ni siquiera comprenden con exactitud el valor de su alma quienes la cuidan sólo por miedo de verse condenados eternamente. No alcanzan a ver el valor en sí; tan solo temen una consecuencia. Se cuenta que en una ocasión Dios mostró a Santa María Magdalena de Pazzis un alma; y cuenta su biógrafo que quedó ocho días fuera de sí, arrebatada del asombro y admiración que le había producido aquella vista. Debemos valorar justamente nuestra alma. Entre tantos motivos, al menos: (a) por su origen divino, por su inmortalidad, por la encarnación del Hijo de Dios que para salvarla se hizo hombre, por haberle sido asignado un ángel custodio para guardarla, por las inspiraciones divinas, etc.; dicho de otro modo: por la estimación que le tiene el mismo Dios. (b) También por el aprecio que le tiene el demonio que por ganarla para sí hace tantos malabarismos; cuando alguien hace tantas cosas para comprar algo y está dispuesto a tantos sacrificios por conseguirlo, ¡al menos nos tendría que venir la sospecha de que se trata de algo valioso! (c) Y por la estimación que le tienen los santos quienes no dudan en sacrificarse enteramente antes que ensuciarla con la más pequeña arruga, por la constancia de los mártires que prefirieron perder la vida antes que perder el alma, por los trabajos de los misioneros que por salvar almas dejaron todo.

            Por tanto, pensemos en nuestra alma; pensemos en los pobres locos que la venden por una moneda. Pensemos también con cuánta ligereza la arriesgamos. Y sobre todo deberíamos meditar aquellas palabras del Señor: ¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo pierde su alma? (Lc 9:25). Y lo que añade en otro lugar: ¿Qué podrá dar el hombre a cambio de su alma? (Mt 16,26). Es decir, una vez perdida el alma (o sea, ya condenada en el infierno), ya no se puede volver a comprar.

            Recordemos siempre las palabras con que Don Bosco despedía a los jóvenes que por su mala conducta debía expulsar del Oratorio; con duras penas y lágrimas les decía como último recuerdo: “No tienes nada más que una alma: si la salvas, has salvado todo: si la pierdes, has perdido todo para siempre”[2].

Bibliografía: A. Bea, Anima, en: Enciclopedia Cattolica, I, Ciudad del Vaticano 1948, 1307 ss.; J. Campos, “Anima” y “animus” en el N. T.: su desarrollo semántico, “Salmanticensis”, 4 (1957), pp. 585-601; A. Fernández, La inmortalidad del alma en el A. T., “Razón y Fe” (1913), 316-333; A. Willwoll, Alma y espíritu, Madrid 1953; E. Rohde, Psique. Idea del alma y la inmortalidad entre los griegos, México 1948; B. Echeverría, El problema del alma humana en la Edad Media, Buenos Aires 1941; C. Fabro, L’anima, Edivi, Segni 2005.

[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 32.

[2] San Juan Bosco, Memorias biográficas, IV, 437.

sacerdote

¿Es necesario creer en los sacerdotes?

Pregunta:

Estimado Padre:

         Me parece que mi problema es el de muchos católicos: me cuesta creer en los sacerdotes. He tenido muchas malas experiencias conociendo sacerdotes muy poco dignos de su misión: poco preocupados de los fieles, o inquietos sólo por sus propios intereses, o simplemente «mundanos». Esto me ha producido el efecto de que no pueda mirarlos sin desconfianza. ¿Qué puedo hacer?

Respuesta:

Estimado:

         En las Memorias de Don Bosco se relata que él acostumbraba a decir a sus salesianos: «El sacerdote siempre es sacerdote y debe manifestarse así en todas sus palabras. Ser sacerdote quiere decir tener continuamente la obligación de mirar por los intereses de Dios y la salvación de las almas. Un sacerdote no ha de permitir nunca que quien se acerque a él se aleje, sin haber oído una palabra que manifieste el deseo de la salvación eterna de su alma»[1].

         Pero el mismo Don Bosco, cuando oía hablar de defecciones o de escándalos públicos de personas importantes o sacerdotes, también decía a sus discípulos: «No debéis sorprenderos de nada; donde hay hombres, hay miserias»[2].

         Me parece que en estas dos referencias se contiene el justo equilibrio para juzgar al sacerdote y para regular nuestra relación con el mismo.

         El sacerdote está llamado, por su vocación, a una gran santidad; pero sigue siendo un hombre, y en cuanto tal, frágil y rodeado de flaqueza. Entre los apóstoles del mismo Cristo, uno lo traicionó (Judas), otro lo negó (Pedro), y los demás lo abandonaron durante su Pasión. Pero esto no los hizo menos sacerdotes; y a ellos dio poder de consagrar su Cuerpo y su Sangre (Haced esto en memoria mía: Lc 22,19), y de perdonar los pecados en su nombre (cf. Jn 20,23).

         Debemos orar por nuestros sacerdotes, para que sean santos y para que sean fiel reflejo del Sumo y Eterno Sacerdote, que es Jesucristo. Pero debemos mirar al sacerdote como a un «sacramento» de Cristo; es decir, que mientras vemos a un hombre, con defectos y miserias, la fe nos debe hacer «descubrir» al mismo Cristo. Por eso preguntaba San Agustín: «¿Es Pedro el que bautiza? ¿Es Judas el que bautiza? Es Cristo quien bautiza». Es Cristo quien consagra para nosotros en el altar, y es Cristo quien nos perdona los pecados. La eficacia viene de Cristo; no del ministro. Las palabras de Cristo (Haced esto en memoria mía; A quienes perdonéis los pecados..) conservan siempre toda su lozanía y eficacia, a pesar de que el ministro que las pronuncia sea un pecador empedernido. Por eso Inocencio III condenó a quienes afirmaban que el sacerdote que administra los sacramentos en pecado mortal obraba inválidamente[3]; y lo mismo repitió el Concilio de Trento[4].

         A todo esto se suma algo que tal vez no sea el caso que Usted me plantea, pero que se da con cierta frecuencia, y es el hecho de que gran parte de los que dicen: yo no creo en los sacerdotes, o: yo no creo en los curas…, ocultan con esta acusación algún problema personal de fondo. Más que no creer su problema es que no quieren creer. Y no quieren porque no viven limpiamente su noviazgo, o su matrimonio, o sus negocios. Y el problema que tienen es que creer en los sacerdotes significa creer en el sacerdocio: en la necesidad del sacerdote como mediador entre Dios y los hombres; en la necesidad de recurrir a él para que nos perdone los pecados, en la necesidad de asistir a la Misa dominical, en la necesidad de cumplir los mandamientos. Creer en el sacerdocio implica aceptar todas estas cosas como una obligación personal, independientemente de si esos sacerdotes que celebran Misa y perdonan los pecados son o no son ellos mismos santos.

         Cuando los diez leprosos se acercaron a Jesús para pedirle curación, el Señor les dijo: Id y presentaros a los sacerdotes, como prescribía la ley (Lc 17,14), aunque sabía que aquellos sacerdotes dejaban mucho que desear, como lo demostró la oposición que los mismos hicieron a Cristo.

         Jesucristo nos pedirá cuenta a cada uno de nosotros, por lo que nosotros hayamos hecho, según los mandamientos que nos dio a cada uno de nosotros. No nos juzgará por los pecados de nuestros sacerdotes o la santidad de los mismos.

         Nos queda siempre la obligación de rezar por nuestros pastores, para que tengan un corazón como el del Divino Pastor.

P. Miguel A Fuentes, IVE

 

Bibliografía para profundizar:

            Buela, Carlos, Sacerdotes para siempre, Ed. del Verbo Encarnado, San Rafael 2000.

            Nicolau, Miguel, Ministros de Cristo. Sacerdocio y Sacramento del Orden, BAC, Madrid.

            Chevrier, Antonio, El sacerdote según el Evangelio, Desclée de Brouwer, Pamplona 1963.

[1] Memorias Biográficas, vol 3, p. 68 (edición española).

[2] Memorias Biográficas, vol 7, p. 158 (edición española).

[3] Cf. Denzinger-Hünermann, n. 793.

[4] Cf. ibid., n. 1612.