Pregunta:
Estimado: Lo saluda M. M., redactora de la revista C., una publicación orientada a la formación de los padres de familia. Les escribo porque en esta oportunidad estamos realizando un informe sobre el Proyecto del Genoma Humano y nos gustaría contar con la versión oficial de la Iglesia respecto a estas investigaciones y sus implicancias futuras. En espera de su pronta respuesta, Atentamente.
Respuesta:
Estimada:
El Proyecto Genoma Humano comenzó sus estudios en 1990 y participaron más de 15 países de distintos continentes y consiste en intentar descifrar el código genético del ser humano que se encuentra inscrito en el ADN, de tal manera que sea posible establecer una suerte de ‘mapa perfecto’ para saber con exactitud qué cromosomas específicamente influyen sobre qué características humanas o predisposiciones de salud. De esta forma, podría identificarse, por ejemplo, qué personas sufrirán del corazón o generarán una diabetes, lo mismo que podría prevenirse el cáncer, o incluso determinarse algunas características humanas, como el color del cabello y de los ojos, el tamaño, etc.
El genoma es el conjunto del material genético característico de nuestro especie, situado en el interior de las células. Su decodificación permitirá llenar importantes lagunas en la elaboración de terapias para las principales enfermedades que nos aquejan.
Aquí está precisamente el gran interés económico de los investigadores privados. Las compañías pretenden patentar los datos genéticos de potencial terapéutico, de modo que los científicos y laboratorios interesados en estudiarlos deban pagar por ello.
Sobre los últimos descubrimientos ha dicho el genetista Angelo Serra: ‘En la práctica tenemos el borrador del 90% del genoma humano. Sabremos por lo tanto cómo se siguen, una tras otra, los tres mil millones de letras (A, T, C, G) que constituyen el alfabeto del código de la información genética. Se ha tratado de ‘secuenciar’ una mole de datos comparable a una biblioteca de tres mil volúmenes, de miles de páginas cada uno, y con miles de letras por página. Ahora están concentradas muchas energías en la segunda parte de programa: cartografiar los cerca de 150.000 genes, esto es, localizarlos en los cromosomas donde están alineados. Pero era absolutamente necesario comprobar antes cómo están dispuestas las letras, para después investigar dónde se colocan los mensajes específicos que constituyen los genes, y cuál es su estructura. El mapa requerirá tiempo: en julio de 1999 solo se conocía la posición exacta de 8.000 genes’ (Angelo Serra, ZENIT, 3 mayo de 2000).
‘La ingeniería genética es una demostración evidente de las capacidades de la inteligencia de las que Dios ha querido hacer partícipe al hombre. La Iglesia católica nunca ha demonizado la investigación que apunta a descubrir y emplear los genes (o sea las informaciones codificadas que gobiernan todo el desarrollo y el funcionamiento del organismo) por fines buenos, como el de vencer las enfermedades. El ‘sí’ a la ingeniería genética tiene sin embargo una condición precisa: la ciencia y la tecnología, una vez descubiertos los secretos de la naturaleza, deben usarlos para el bien del hombre. El pensamiento católico no minusvalora ninguna de las ventajas y de los riesgos que la ingeniería genética comporta’ (Angelo Serra, ZENIT, 3 mayo de 2000).
Según monseñor Sgreccia, vicepresidente de la Academia Pontificia para la Vida, y director del Instituto de Bioética la Universidad del Sagrado Corazón de Roma, el anuncio del gran avance que se ha dado en la codificación del mapa genético humano constituye un paso comparable ‘al descubrimiento de un continente o al de los vuelos espaciales. Ahora hay que desear que el primer objetivo de la utilización de estos descubrimientos sea el la prevención de las causas que determinan las enfermedades hereditarias, y después, garantizar un mejor conocimiento de los mecanismos que determinan la formación de tumores. Obviamente también se da el riesgo -y por tanto es necesario hacer un llamamiento a la responsabilidad- de que las conquistas realizadas sean utilizadas para promover el eugenismo, es decir, para determinar la selección de individuos sanos y enfermos, o para establecer una especie de valor de la existencia humana en virtud de las características genéticas’.
Se trataría de una especie de dictadura sumamente peligrosa que, además contaría con toda la información de nuestra constitución genética. ‘Saber es poder y, por tanto, conocer nuestras características quiere decir, en cierto sentido, apoderarse de cada uno de nosotros -confirma monseñor Sgreccia-. Hay que desear que, además de la Declaración universal sobre el genoma humano de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), se promulguen leyes que establezcan las fronteras dentro de las cuales debe utilizarse un descubrimiento de este tipo’.
Tras el anuncio del avance en la codificación del genoma, alguien ha dicho que ya no queda nada más por decir sobre el hombre y sobre su presencia en el mundo. ‘Todo lo contrario -responde Sgreccia-. La ciencia biológica describe, no explica la última causa del origen de la vida, del origen de la realidad y sobre todo de esta maravillosa estructura, que sólo puede ser el fruto de una causalidad inteligente. Así como en el salmo decimos: ‘Los cielos narran la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos’, también en este caso, y con más razón, podemos ver la grandeza de Dios en el orden y la belleza de esta estructura que desciframos en nuestras células. Se trata de explicar qué es la persona y si la materia puede explicar la inteligencia y el espíritu o, si por el contrario, es el espíritu humano quien rige la vida del individuo. La antropología, la filosofía de la ciencia, la metafísica se ven más estimuladas que nunca por este descubrimiento’ (Zenit, 28 de junio de 2000).
El Papa Juan Pablo II ha dado los siguientes parámetros morales: ‘Algunos progresos científicos, como los relacionados con el genoma humano, honran la razón del hombre, llamado a ser señor de la Creación, y honran al Creador, fuente de toda vida…
Por lo que concierne a las intervenciones en la secuencia del genoma humano, conviene recordar algunas normas morales fundamentales. Toda intervención en el genoma debe realizarse con un respeto absoluto del carácter específico de la especie humana, de la vocación trascendental de todo ser humano y de su dignidad incomparable. El genoma constituye la identidad biológica de cada persona. Más aún, expresa una parte de la condición humana de la persona, a quien Dios amó por sí misma, gracias a la misión confiada a sus padres.
El hecho de poder establecer el mapa genético no debe llevar a reducir la persona a su patrimonio génico y a las alteraciones que pueden estar inscritas en él. En su misterio, el hombre sobrepasa el conjunto de sus características biológicas. Es una unidad fundamental, en la que el aspecto biológico no se puede separar de la dimensión espiritual, familiar y social, sin correr el riesgo grave de suprimir lo que constituye la naturaleza misma de la persona y de convertirla en un simple objeto de análisis. La persona humana, por su naturaleza y su singularidad, es la norma de toda investigación científica…
A este propósito nos alegra que numerosos investigadores se nieguen a admitir que los descubrimientos hechos sobre el genoma se consideren como patentes que puedan registrarse. Puesto que el cuerpo humano no es un objeto del que se pueda disponer, los resultados de las investigaciones han de difundirse en el conjunto de la comunidad científica, y no pueden ser propiedad de un pequeño grupo.
La reflexión ética debe ocuparse también de la utilización de los datos médicos que atañen a las personas, especialmente los que contiene el genoma, que la sociedad puede usar en perjuicio de las personas, por ejemplo eliminando los embriones que presentan anomalías cromosómicas o marginando las personas afectadas por determinadas enfermedades genéticas. No se puede violar los secretos biológicos de la persona, ni investigarlos sin su consentimiento explícito, ni tampoco divulgarlos para usos que no sean estrictamente de orden médico y no tengan una finalidad terapéutica para la persona en cuestión. Independientemente de las diferencias biológicas, culturales, sociales o religiosas que distinguen a los hombres, cada uno tiene efectivamente el derecho natural a ser lo que es y a ser el único responsable de su patrimonio genético’ (Juan Pablo II, A los miembros de la Academia pontificia de ciencias, L’OR., 4/11/94, p. 20, nnº 3-4).
P. Miguel A. Fuentes, IVE