Pregunta:
Hola, quiero preguntar desde qué momento la Iglesia tiene la costumbre de mantener la presencia eucarística en el sagrario.
Respuesta:
Para responder a su consulta, me baso fundamentalmente en RIGHETTI, M., Storia Liturgica, I, Ed. Ancora, Milano, 2 da. edizione anastatica, 2005.
El canon 13 del I Concilio de Nicea (325), con el cual se establecía que los penitentes próximos a morir no debían, según una antigua y canónica disciplina, ser privados del viático eucarístico, nos permite concluir que el uso de conservar la Eucaristía en las iglesias debía remontarse a una edad bastante remota, sino apostólica. Esto se deduce de cuanto dice San Justino (I Apología, 67), que después de la celebración de la misa dominical, los diáconos estaban encargados de llevar el Pan consagrado a los ausentes, y de análogos testimonios de la época.
Los mismos fieles gozaban de la facultad de tener la Eucaristía en sus casas. Existen testimonios de Tertuliano y San Cipriano para África, y de San Hipólito para Roma, el cual advierte a un fiel de estar bien en guardia ut non infidelis gustet eucharistia, aut ne sorix aut animal aliud, aut ne quid cadat et pereat de ea. (Traditio Apostolica, c. 37, ed. Botte, 1964, 84). Tertuliano, advertía entre los inconvenientes del matrimonio de un fiel con un pagano, la dificultad para el cónyuge cristiano de comulgar en casa. (De uxore).
Sabemos, pues, que las especies eucarísticas se conservaban, pero, ¿dónde? Las primeras noticias son de las llamadas Constitutiones Apostolicas, las cuales amonestan a los diáconos a llevar el sobrante de las especies consagradas (ambas especies) durante la Misa, a un local a propósito, llamado Pastoforio (de “pastos” = tálamo, es decir, el tálamo o lecho nupcial preparado para el Esposo Jesucristo, como explica San Jerónimo), que en Oriente se ubicaba al costado sur del altar. En Occidente se denominó secretarium osacrarium, y tenían sus llaves los diáconos, a los que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, competía la administración de la Eucaristía. En dichos locales, la Eucaristía, envuelta en un cofrecito o pequeña arca, o también en un blanco lino, estaba dentro de un armario (conditorium) y este fue el primer tabernáculo o sagrario, y por el local en donde se ubicaba dio origen al nombre de la «sacristía». De este modo lo reservaban también los fieles en sus casas.
Después del año 1000, se distinguen varios sistemas de custodia del Santísimo Sacramento:
a) La sacristia, a la que nos hemos referido.
b) El propitiatorium o cofrecito sobre la parte posterior del altar, y que contenía la píxide eucarística (precursor de los modernos sagrarios) cerrado con llave y bien seguro, que se impuso sobre todo en Milán, en tiempos de San Carlos Borromeo (s. XVI).
c) La paloma eucarística, que ya se usaba en los Bautisterios para guardar el Santo Crisma, pasó a utilizarse para la reserva del Santísimo. La paloma, apoyada en un plato mayor, colgaba de unas cadenillas sobre el altar. (Está en uso, aún hoy, en la catedral de Amiens).
d) El tabernáculo mural, es el más difundido, a partir del S. XIII, sobre todo en Italia y Alemania, por ser el más práctico y seguro. Se colocaba al lado del altar (cornu Evangeliio lado norte). Muchos de estos tabernáculos se han usado posteriormente para custodiar los óleos santos.
e) Las edícolas del Sacramento, o construcciones altas cercanas al altar, iluminadas, en las que se reservaba el Santísimo en un vaso transparente, resguardado por una reja metálica, y que respondía al deseo de los fieles de contemplar la Hostia, por lo que llegaron a ser una especie de exposición permanente del Santísimo Sacramento para la adoración de los fieles.
f) El tabernáculo altar, última fase antes del Concilio Vaticano II. A instancias del Obispo de Verona, Matteo Giberti (+1543) comenzó a colocarse el tabernáculo directamente sobre el altar.
Actualmente, se dispone que el Sagrario o tabernáculo se coloque en una parte de la iglesia que sea digna, insigne, bien visible, decorosamente adornada y apta para la oración (Cf. OGMR, 314). Dicho lugar, podría ser el presbiterio, aunque, en razón del signo, es más conveniente que no esté colocado sobre el mismo altar mayor, o bien, en una capilla apta para la adoración y oración privada de los fieles, siempre unida estructuralmente a la iglesia y bien visible (Cf. OGMR, 315).
Resumiendo, podríamos decir que siempre se tuvo la costumbre de reservar el Santísimo Sacramento, durante el primer milenio, más por motivo de distribuir la comunión a los enfermos. Durante el segundo milenio, en cambio, se desarrolló más la idea del tabernáculo como tienda sagrada, como lugar de la presencia permanente de Cristo en la Hostia consagrada, y por tanto, a la comunión de los enfermos, se agregó el motivo de la adoración.
«Que nadie diga ahora: la Eucaristía está para comerla y no para adorarla. No es, en absoluto, un «pan corriente», como destacan, una y otra vez, las tradiciones más antiguas. Comerla es-lo acabamos de decir- un proceso espiritual que abarca toda la realidad humana. «Comerlo» significa adorarle. «Comerlo» significa dejar que entre en mí de modo que mi yo sea transformado y se abra al gran nosotros, de manera que lleguemos a ser «uno sólo» con Él (Gal 3, 17). De esta forma, la adoración no se opone a la comunión, ni se sitúa paralelamente a ella: la comunión alcanza su profundidad sólo si es sostenida y comprendida por la adoración» (J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia. Una introducción, Ed. Cristiandad, Madrid 32001, 112).
P. Jon M. de Arza, IVE
Muy bueno el artículo.Interesante y esclarecedor. Muchas gracias