Pregunta:
En mi diócesis, en el último tiempo, se ha tomado la modalidad de que en las procesiones, los estandartes vayan juntos al principio de la procesión. Yo me cuestiono un poco, porque según mi devoción, creo que sería más conveniente que cada estandarte fuera con su asociación, pues es representación de cada una. Pero en fin, la cosa es que me gustaría, si es posible, me cuenten un poco de la Importancia de llevar Estandartes y Banderas en las Procesiones. Muchas gracias.
Respuesta:
No podemos dejar de ver la íntima relación que existe entre la cruz y los estandartes y banderas de las procesiones. De hecho, el estandarte de Cristo es la Cruz. Muchos cuadros y obras de arte representan al Señor que surge victorioso del sepulcro, con la bandera o trofeo de la Cruz en la mano. Precedido de la Cruz vendrá con poder y gloria, acompañado de los ángeles del Cielo (cf. Mt 24, 30-31).
El mismo emperador Constantino enarboló la cruz en su estandarte cuando derrotó a Majencio en el Puente Milvio en el año 312, habiendo visto en lo alto la inscripción que aseguraba su victoria: «in hoc signo vinces». Y el hermoso himno Vexilla Regis (Venancio Fortunato, 568), que se canta aún hoy el día de la Exaltación de la Cruz, lo confirma:
«Las banderas reales se adelantan
y la cruz misteriosa en ellas brilla:
la cruz en que la vida sufrió muerte
y en que, sufriendo muerte, nos dio vida».
“Vexilla” es el plural de vexillum-i, sustantivo neutro, diminutivo de velum, que se traduce como estandarte, o bandera de color rojo que se colocaba en la tienda del general para dar la señal de batalla.
«En occidente, la Cruz como enseña litúrgica, entra primero en el fastuoso ceremonial de las procesiones estacionales (letanías). En Roma, cada región, cada instituto tenía la propia; también el Papa era precedido de la suya» (M. RIGHETTI, Storia Liturgica, I, 535). Esta cruz procesional, sacada del asta, era luego colocada como cruz del altar.
La liturgia estacional alcanzó su apogeo con San Gregorio Magno (principios del s. VII). Cuando el Papa, desde su habitual residencia del Laterano, se dirigía directamente a la basílica estacional donde se tendría la Misa (es decir, que no había letanías o procesión de todos desde una determinada statio o punto de reunión hacia dicha basílica) era solemnemente acompañado por su Corte. Al punto de arribo, llegaban previamente el Clero Romano (obispos suburbicarios y sacerdotes de las iglesias titulares) que ya se ubicaba en el ábside en espera del Pontífice, como así también los clérigos (subdiáconos y niños de la Schola Cantorum), los defensores o acólitos, y numerosos monjes de los monasterios romanos. «El pueblo que llenaba las naves no iba a la Misa de manera desordenada, sino reagrupada en siete filas distintas, cuantas son las regiones en que se subdivide la Urbe; precedida cada una de los propios estandartes y de la propia cruz estacional…» (M. RIGHETTI, Idem, III, 160).
Divididos en tribus marchaban también los israelitas. Los israelitas hicieron todo tal como Yahveh había mandado a Moisés: así acampaban bajo sus banderas y así emprendían la marcha, cada uno entre los demás de su clan y con su familia (Num 2, 34). Se supone, pues, que en las procesiones se marcha por grupos encabezados por los respectivos estandartes. Esto pareciera lo más conveniente, porque se marcha de manera más organizada y vistosa, pero nada obsta a que todos sigan al único estandarte de la Cruz.
P. Jon M. de Arza, IVE