Pregunta:
La consulta que me ha sido hecha es un poco más desafiante que el título de este artículo; dice simplemente ‘¿Es pecado ver televisión?’. Es evidente que se debe responder con un ‘depende…’. Una conocida fábula de Esopo terminaba con la moraleja de que la lengua puede ser lo mejor y lo peor. De hecho, podemos servirnos de ella para rezar a Dios o para maldecir al prójimo. Algo análogo podemos decir de la televisión: puede ser algo bueno, algo óptimo o algo muy malo, porque es simplemente un instrumento, y los instrumentos dependen de quienes los usen. No voy a analizar las pautas morales por las que deben regirse quienes hacen televisión, sino quienes ven televisión. Y debo apurarme a decir que tocamos con esto un problema realmente grave, ante el cual la enorme mayoría de los hombres y mujeres parecen sordos y ciegos, o, si no lo son, al menos dan la impresión de haber bajado los brazos en una lucha en la que están comprometidos (y en peligro) valores muy fundamentales.
Respuesta:
Si no se puede decir en forma de principio que el ver televisión sea pecado, podemos entonces preguntarnos: ¿lo es en algún caso? ¡Ciertamente! ¡Y en muchos! ¿Cuándo? Por ejemplo:
1º Cuando se ven cosas que son en sí mismas malas. El pecado toma su especie del objeto moral que se consiente o en el que se deleita. Consintiendo plenamente en ver ciertas imágenes o aceptando plenamente ciertas afirmaciones puede pecarse (al menos internamente) de impureza, de adulterio, de violencia, de calumnia, de difamación, etc. No debemos olvidar que las miradas, los pensamientos y los deseos pecaminosos, consentidos plenamente, son pecado, y pueden ser pecado mortal, y lo son en muchos casos.
2º Algo semejante se diga de aquellas cosas que no son totalmente malas, pero que se miran con malas intenciones. No hace falta que algo sea totalmente malo, pues la imaginación puede ser mucho más desordenada que la misma realidad.
3º Cuando se ven cosas estúpidas (si es algo habitual) se puede pecar por necedad. En el orden alimenticio asimilamos en nuestro organismo lo que comemos; en el orden espiritual y cultural, se puede decir que nosotros nos asimilamos a lo que recibimos. ‘Amas el cielo: eres cielo; amas el barro: eres barro’; esto es de San Agustín. En cuanto a nuestro tema: ¿nos gusta y recibimos en nuestra inteligencia, imágenes, noticias, razonamientos, slogans frívolos, mundanos, insustanciales, etc.?; pues bien: nos hacemos tales y pecamos de frivolidad, mundanidad, superficialidad, fatuidad. La televisión puede fagocitarnos dentro de su espíritu huero.
4º Cuando se pierde demasiado tiempo frente al televisor se peca por pereza, por perdida de tiempo; y nos hacemos responsables de las consecuencias que esto trae para nosotros o para aquellos sobre quienes no ejercemos el control debido, pues la exposición a la televisión durante un tiempo excesivo trastorna la mente y la imaginación, atrofia la vida afectiva (crea personas insociables, solitarios y aislados, violentos o deformes sexuales, etc).
5º Cuando se delega en la televisión las funciones de ‘educador’ de los hijos; o, peor aún, de ‘padre/madre’ de los hijos, haciendo de la televisión una ‘niñera electrónica’, se peca por negligencia grave en los deberes de estado (pienso en los padres, madres, educadores, etc.). Las consecuencias son a veces funestas. Hay que recordar lo que han dicho importantes analistas del fenómeno, como, por ejemplo, Giovanni Sartori, autor deHomo videns: ‘quienes hacen la televisión son analfabetos'[1]; y en otra oportunidad: ‘La televisión produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y toda nuestra capacidad de entender'[2]. El famoso cineasta Costantin Costa Gavras, ha dicho, por su parte que la televisión se caracteriza por la vulgaridad. ‘El peor pecado de la televisión: la vulgaridad… Terminamos pareciéndonos a los que miramos. Cuanta más vulgaridad haya en la tele, más vulgares seremos todos'[3].
6º Cuando se descuidan obligaciones más importantes, como compromisos, trabajos, estudio, etc.: se peca alterando el orden de las cosas y contra los deberes de estado u obligaciones profesionales.
7º Cuando se le pide a la televisión que llene el vacío interior que sólo Dios y los valores espirituales pueden colmar, se puede pecar en cierta medida de idolatría; al menos de cierta ‘idolatría’ subrepticia o solapada. No creo que nadie le rece a la televisión o la endiose; pero tampoco puede negarse que en muchos casos se busca en ella valores que están relacionados directamente con Dios: la felicidad, el sentido de la vida, etc. También hay que reconocer que la televisión ha reemplazado para muchos cosas tan elementales para el ser humano como la oración, la lectura, la meditación de las grandes verdades, el estudio, el juego, la conversación, la amistad, la vida de familia (o al menos no deja espacio para estas cosas).
8º Cuando se ve sin criterio y discernimiento se peca haciéndose responsable de los errores que se asimilan. Es bastante notable el porcentaje de información televisiva que adolece de seriedad, ponderación, prudencia y, por el contrario, desborda sensacionalismo; y en muchos casos se caracteriza por una irresponsable falsedad, exageración y adulteración. Cierto tipo de periodismo hoy muy difundido puede caer fácilmente en la calumnia, en la difamación y en la violación de la intimidad familiar del prójimo, con todas las consecuencias sociales destructivas que esto conlleva. Quien acepta sin espíritu ‘altamente’ crítico los ‘trascendidos’ periodísticos, puede hacerse cómplice de ello, o caer en el chismoserío, la vana curiosidad, y la verborrea.
Afirmaciones tan graves como éstas exigen, ciertamente, que las fundamentemos de alguna manera. Digamos que la televisión medida (medida en su objeto, fines, circunstancias -como el tiempo, lugar, compañía….) puede cumplir notables funciones: educativas, informativas, recreativas, evangelizadoras. Esto no puede negarse y ojalá así se emplease. Pero lamentablemente muchas veces no sólo no las cumple sino que se ha convertido en una seria amenaza.
Permítaseme dar aquí una serie de datos tal vez desordenados, pero que cimientan los juicios morales que he hecho más arriba.
Un estudio de comienzos de la década del ’80 en nuestro país, ya concluía que, mientras los niños con buenos vínculos familiares buscan ante todo en la televisión entretenimiento e información, los niños con carencias familiares y grupales utilizan la televisión como mecanismo compensador de estas carencias. Esta compensación se da mediante una proyección o transferencia por la que los niños se identifican con personajes que responden a las características de su problemática personal, y a los que toman como modelos o arquetipos[4].
Vayamos a los resultados de estudios y encuestas más actuales:
-El tiempo de exposición de los chicos argentinos es, en promedio, 4 horas y 20 minutos de televisión por día. De este modo, a los 16 años un adolescente ha dedicado: 46.620 horas a dormir, 22.464 horas a ver televisión y 13.440 al colegio; estudios internacionales han determinado que al terminar los estudios secundarios, un estudiante ha pasado, como mínimo unas 11.000 horas en el colegio, frente a unas 15.000 horas delante de un televisor y unas 10.500 horas oyendo música[5].
-En estas 22.464 horas que ha visto el adolescente a los 16 años, ha sido espectador de 150.508 acciones violentas, 17.520 homicidios y 250.000 anuncios de televisión[6]. Otra fuente nos informa que, en Argentina, teniendo en cuenta sólo 4 horas promedio de televisión que vea por día, un chico pasa aproximadamente 1.460 horas al año (es decir, 60 días enteros). En cuanto al contenido: aparecen 25 escenas de violencia por hora dentro de la franja infantil[7].
-Para algunos estudiosos a la televisión actual se le pueden conceder, ciertamente,aspectos favorables (contribuye a ampliar la visión del mundo; es un medio de difusión de la cultura; es el más influyente medio de comunicación; es un excelente medio para la educación no formal; puede servir para la educación política del ciudadano), pero tambiénaspectos desfavorables (tiende a disminuir el rendimiento escolar; disminuye el tiempo dedicado a la lectura; resta importancia y tiempo al diálogo familiar; estimula la pereza mental y el aburrimiento; infunde falsos valores; fomenta el consumismo; se opone a la vida al aire libre[8]).
-Casi 500.000 niños entre 6 y 12 años mira televisión en Buenos Aires después de las 22 horas, fuera del horario de protección al menor; de estos unos 250.000 permanecen hasta la medianoche[9]. Gran parte de los programas que consumen tienen contenido sexual y pornográfico.
-Una encuesta hecha por socióloga Tatiana Merlo en Capital Federal sobre 420 padres, 60 productores de televisión y 184 chicos de 15 colegios de diferente nivel ha dado por resultado que[10]:
a) En la opinión de los chicos: la familia televisiva modelo son ‘Los Simpsons’; el personaje extranjero con que más se identifican es Go-Ku, la estrella de ‘Dragon Ball Z’ (el 75% de los chicos), y entre los personajes argentinos, dos personajes de la serie ‘Chiquititas’.
b) En la opinión de los padres sobre quiénes tienen más influencia en la conducta de sus hijos, el 46% de los padres encuestados respondió que son los mismo padres; para el 32% es la televisión; para el 6% son los ídolos musicales; y sólo para el 3% son los maestros.
c) Y en cuanto al motivo por el cual ven televisión los niños el 50% respondió que ven para entretenerse o por adicción; el 12% dijo que para tener de qué conversar; el 11% opinó que el motivo es que los padres los alientan; el 6% dijo que lo hacía para no pensar; y sólo el 5% respondió que ven para aprender.
-En EE.UU: al menos dos de cada tres programas de televisión de máxima audiencia contienen violencia. El 67% de las cadenas presenta programas con violencia, en comparación con el 77% de las emisoras independientes, y el 64% del servicio básico de televisión por cable. El servicio completo de televisión por cable suele tener una programación casi exclusivamente violenta, con porcentajes de hasta un 98%[11]. Karen McLaughlin, Directora del Centro Nacional para la Prevención de Crímenes del Odio, que depende de los departamentos de Justicia y de Educación de los Estados Unidos, asesora del presidente norteamericano en la prevención de crímenes escolares, ha sostenido (en su visita a nuestro país) que la televisión potencia la agresividad, en general y en particular la de los niños y adolescentes. Explica ella que ‘un chico ve en televisión 1.000 homicidios por año. Cuando llega a los 18 años, tiene en su mente 18.000 crímenes. Los ataques se convierten en algo normal en la televisión, y se dejan de lado el sufrimiento de las víctimas o la posibilidad de ir a prisión’. No puede resultar extraño que en Estados Unidos, durante 1997, según la misma fuente, 6.000 niños y adolescentes tuviesen que ser expulsados de sus colegios por haber asistido a ellos con armas[12].
-En el período comprendido entre los sábados y domingos, las escenas violentas aumentan entre un 100 y un 150%. La presencia de los chicos frente al televisor también aumenta en ese tiempo[13].
Lamentablemente, la mayor preocupación de los padres, pedagogos, maestros y encuestadores, parece limitarse en gran medida al contenido violento de la televisión. Pero no menos grave es el contenido sexual con que la televisión bombardea a sus espectadores, por ejemplo, con:
-contenidos que promueven una afectividad atrofiada (noviazgos infantiles, amistades peligrosas, besos, tocamientos, malos deseos) que componen el tema casi excluyente de las telenovelas y melodramas de mal gusto que apuntan no sólo al público femenino sino adolescente, e incluso infantil (una encuesta particular, realizada en mayo de 1999, tomando muestra sobre 200 jóvenes de un 7mo. y un 8vo. grado de una escuela mixta pública de buen nivel, y un 8vo. y tres 9nos. grados de una escuela mixta privada, ha manifestado que el 95 % de los encuestados miran las telenovelas);
-contenidos antimatrimoniales y antifamiliares, promocionando la vida ‘en pareja’ (es decir, el vivir juntados en lugar del matrimonio válidamente constituido), las triangulaciones amorosas, los divorcios y separaciones, los rejuntes, los adulterios y las infidelidades (un estudio de este año, basado en tres canales principales de nuestro país, ha revelado que, sólo en estos canales, se transmiten setenta horas semanales de telenovelas y comedias noveladas, durante las cuales se cometen, de manera alternada, no menos de treinta y ocho infidelidades, es decir, cerca de 40 adulterios semanales);
-contenidos de sexo explícito, no sólo en canales codificados sino por los canales de cable y televisión abierta; a toda hora y para todo público;
-contenido ideológicos que en muchos programas de paneles, entrevistas, almuerzos, charlas informales, etc., dan como algo normal, alaban, excusan e incluso promueven comportamientos sexuales desviados, contranaturales, y en algunos casos ligados a psicopatologías, como son el travestismo, la homosexualidad, el transexualismo, el lesbianismo, el voyerismo (y en algunos países también la pederastia y la violencia sexual);
-etc.
La responsabilidad de los padres
Tenemos que reconocer que la educación de los hijos es descargada a menudo en la televisión; ella entretiene a los niños y jóvenes dejando a los mayores tranquilos, sin gritos, sin ruido, sin conversaciones que muchas veces los padres no saben llevar adelante. Es por eso que el Papa Juan Pablo II, en un Mensaje de 1994, ha dicho que ‘los padres que hacen uso regular, prolongado, de la televisión, como una especie de niñera electrónica, abdican de su papel de educadores primarios de los propios hijos’[14].
El Papa no niega los aspectos positivos de la televisión: Ella, dice allí, ‘puede enriquecer la vida familiar. Puede unir más estrechamente a los miembros… Puede acrecentar no solamente su conocimiento general, sino también el religioso, facilitando la escucha de la palabra de Dios…’. Pero no debemos ser ciegos a sus aspectos negativos; y por eso continúa: ‘la televisión puede también perjudicar la vida familiar: al difundir valores y modelos de comportamientos falseados y degradantes, al mandar en onda pornografía e imágenes de brutal violencia; al inculcar el relativismo moral y el escepticismo religioso; al dar a conocer relaciones deformadas, informes manipulados de acontecimientos nuevos y cuestiones actuales; al transmitir publicidad que explota y reclama los bajos instintos y exalta una visión falseada de la vida… Incluso cuando los programas televisivos no son moralmente criticables, la televisión puede tener efectos negativos en la familia. Puede contribuir al aislamiento de los miembros de la familia en sus propios mundos…; puede dividir a la familia, alejando los padres de los hijos y los hijos de los padres’. Un ejemplo tragicómico de los efectos negativos sobre la vida familiar procede del ‘plan de educación familiar para orangutanes’ experimentado en el Jardín Zoológico de San Petersburgo (Rusia). Las autoridades querían estimular los lazos familiares entre una pareja de orangutanes mediante el uso de la televisión. La noticia es sugestiva: ‘Los guardianes colocaron un aparato de televisión fuera de la jaula que ocupan los orangutanes Monika y Rabu, para que los animales viesen videos con documentales que les indicasen cómo ser ‘buenos padres’. El objetivo era ‘educar’ a los primates para que ellos, a su vez, pudieran educar a sus crías. Monika y Rabu recibieron el curso por video después del nacimiento de la cría, Ramón, en noviembre. Desde entonces, ambos orangutanes comenzaron a ser aún más negligentes con la crianza del bebé, al que casi ni le prestan atención. El macho ha engordado, ya que se pasa el día sentado frente al aparato. Desde que conoció la televisión, Rabu ignora olímpicamente a Monika (que no está menos seducida por la televisión que el macho). Iván Korneyev, director del zoológico, declaró al periódico The Moscow Times que, en vista de los cambios que se produjeron en las relaciones entre los orangutanes, las autoridades están pensando reducir el tiempo que les permiten ver televisión, a pesar de que eso los pone nerviosos; ‘queremos reducir el tiempo de televisión para que la familia pueda tener oportunidad de reencontrarse’, dijo. Se refería a los monos'[15]. ¿Y por la raza de los humanos, cómo andamos?
Por eso el Papa indica algunos criterios de educación de los padres respecto del ‘saber mirar televisión’ de los hijos y con los hijos:
-Informar anticipadamente a los hijos del contenido de los programas.
-Hacer una selección concienzuda según el bien que tal o cual programa va a hacer a la familia (el bien que se sigue del mirar o del no mirar).
-Discutir (dialogar) de la televisión con los hijos, poniéndoles en condiciones de regular la cantidad y cualidad de los programas y de darse cuenta y de juzgar los valores éticos que están en la base de determinados programas.
-Saber apagar el televisor cuando hay algo mejor que hacer, ya sea hablar con los padres y hermanos, jugar, o simplemente cuando la visión indiscriminada de la televisión puede ser perjudicial.
Hay que evitar buscar en la televisión una especie de ‘psicoterapia de la soledad’. El año pasado (1998) algunos diarios argentinos relataron el caso de Wolfgang D. (ni siquiera nos han dado su apellido), una víctima más de la soledad de las grandes ciudades. Como muchos otros hombres de nuestro tiempo, también él experimentó los efectos nocivos de una familia en la que su padre, que se emborrachaba, se tornaba luego violento con su hijo; también él, como muchos otros, formó una familia en la que no se preocupó por tener hijos, y que no intentó salvar ante las naturales dificultades e incomprensiones; también él terminó separado y sólo, enfermo, alcohólico y depresivo. También él, se incomunicó del mundo y buscó llenar el vacío de sus días con el continuo pestañear del televisor. Lo encontraron en 1998, cuando el dueño del edificio forzó la puerta de su departamento que creía abandonado desde tiempo atrás. Había muerto en 1993; su esqueleto permanecía sentado en su silla, en sus manos la revista con la programación televisiva, abierta en el día 5 de diciembre de 1993; delante suyo sólo tenía un aparato de televisión que en algún momento de esos cinco años había sufrido una falla dejando de funcionar. Cinco años estuvo su cuerpo solo, velado por esa anónima e indiferente pantalla[16].
En fin, no hay que tener miedo a ver poca y medida televisión. A alguno le parecerá exagerado escuchar que mientras menos televisión se vea es mejor; pero al menos deberá aceptar que lo contrario es una gran verdad: mientras más televisión se ve es peor (peor para la educación, peor para la vida de familia, peor para el equilibrio psicológico y afectivo de la persona). En esto estoy convencido que no hay que abusar ni siquiera de los programas buenos y educativos, ni de los programas con contenido religioso y formativo. También esto es bueno si se usa medida y prudentemente.
Hay que usar la televisión como un valioso instrumento en la construcción de la persona, pero no dejarse usar por ella en la obra (intencional o no) de destrucción de la sociedad, de la familia y de nuestras almas.
P. Miguel A. Fuentes, IVE
[16] Cf. Clarín, 20 de noviembre de 1998, p. 41