misericordia

¡Usted no deja lugar a la misericordia ni a la compasión! (Criticas de un lector a las respuestas de ‘El Teólogo Responde’).

Pregunta:

Transcribo la página crítica de un lector que me acusa de no tener misericordia en las respuestas de ‘El Teólogo Responde’

¡Qué lástima me ha dado que usted con sus palabras haya llegado a tantas personas que buscaban cercanía, compasión, amor y no palabras condenatorias (Jesús nunca lo hizo). ¿No deja nunca una puerta a la misericordia?, ¿y a la comprensión?, ¿y a conocer a las personas?….¡qué fácil es decir sus verdades (que no las de Dios) detrás de un ordenador, detrás de una pantalla fría y sin sentimientos e historia. Así sí es fácil. Su actitud me resuena muy claramente a la de los judíos: ¡sepulcros blanqueados! Ánimo siga predicando a su Dios vengador, tirano, que no es padre, que no es madre, que no es hermano… Soy un hermano suyo pero tenga por seguro que usted no habla en nombre de Dios… Ch. L.

Respuesta:

Estimado:

Desconozco por cuál de las respuestas me acusa Usted de no dejar ninguna puerta abierta a la misericordia de Dios. No confunda el juicio moral puntual que un moralista debe dar sobre determinados comportamientos humanos con falta de misericordia (que, por otra parte, tratamos de dar fundamentándonos en la Revelación y en el Magisterio de la Iglesia).

La misericordia y la conversión no se contraponen. Jesús fue y es infinitamente misericordioso, y precisamente Él termina sus perdones -sus muchos perdones- con un ‘vete y no peques más’ (cf. Jn 5,14; 8,11). Dios, que es infinitamente misericordioso, perdona a todo el que se acerca arrepentido y está dispuesto a no volver a pecar. Pero no puede perdonar a quien no se arrepiente de su pecado; porque Dios, siendo Dios, rechaza el pecado.

La doctrina de la Iglesia no hace más que custodiar los diez mandamientos y la doctrina evangélica que repite constantemente el valor de los mandamientos divinos. Y los mandamientos tutelan los bienes fundamentales del hombre. Por eso, cuando la Iglesia propone y recuerda al hombre las exigencias divinas, le da oportunidad de ser más hombre. Lea bien el Evangelio: nunca se aprueba el pecado, aunque se manifieste una extremada misericordia con el pecador. Jesús murió por los pecadores… ¡para que dejaran de serlo, no para garantizarles la salvación viviendo en pecado!

Comprendo, pues, las reales situaciones en que escuchar la verdad divina es muy duro. Pero al mismo tiempo, yo no soy el dueño de la verdad, sino simple ministro de una verdad cuya custodia pertenece a la Cátedra de la Verdad que es la Iglesia de Cristo. A veces a uno le duele, como a Jeremías, tener que recordar determinadas verdades (Jer 19,8: He sido burla cotidiana… porque cada vez que hablo es para clamar: ¡atropello!, y para gritar: ¡expolio!); pero, como el profeta, debe bajar la cabeza y decirlas… y cumplirlas él antes que nadie: Y me dijo Yahveh:.. adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás (Jer 1,7).

Espero que me sepa comprender.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

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