Pregunta:
¿Qué enseña verdaderamente la Iglesia sobre el Infierno? ¿Ha cambiado en algo la enseñanza del pasado sobre este tema?
Respuesta:
Ante todo recuerdo la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica (Catecismo de la Iglesia Católica, nnº 1033-1037):
‘Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: ‘Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él»(Jn 3,15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos. Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra »infierno».
Jesús habla con frecuencia de la »gehenna» y del »fuego que nunca se apaga» reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. Jesús anuncia en términos graves que »enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad…, y los arrojarán al horno ardiendo» (Mt 13,41-42), y que pronunciará la condenación:» ¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!» (Mt 25,41).
La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, »el fuego eterno». La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: »Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran» (Mt 7,13-14): »Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con El en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde ‘habrá llanto y rechinar de dientes’ [LG 48].
Dios no predestina a nadie a ir al infierno; para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que »quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión’ (2 Pe 3,9): »Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos» [Misal Romano]’.
Sobre este tema del infierno también ha habido algunas discusiones muy actuales. Se hizo eco de ellas un artículo deLa Civiltà Cattolica. Un resumen del mismo se lee en ACIPRENSA del 17 de julio de 1999. Dice lo siguiente: ‘EL INFIERNO ES GARANTÍA DE LA LIBERTAD HUMANA». En un elocuente artículo editorial, el quincenario religioso italiano La Civiltá Cattolica señaló que el infierno no es un invento de la Iglesia sino la condición misma de la libertad moral del hombre, que puede aceptar a Dios o rechazarlo.
En polémica con algunas posturas que sobre la doctrina de los »Novísimos» -muerte, juicio, cielo, infierno- que han venido difundiendo algunos medios de prensa, la revista católica explicó que la doctrina cristiana sobre el infierno se basa ante todo en la enseñanza de Jesús, quien no sólo anuncia varias veces el Juicio Final sino que se refiere específicamente a un lugar de condenación eterna, como se aprecia por ejemplo en Mt. 10, 28. Tales enseñanzas son difundidas también por los Apóstoles. En la Epístola a los Romanos, San Pablo explica que en el Juicio de Dios »quienes resisten a la verdad y obedecen a la injusticia por rebelión» deberán enfrentar su »ira e indignación».
Según el editorial de Civiltá Cattolica, el problema del infierno para la mentalidad moderna puede ser resumido en una sola pregunta: »¿Cómo conciliar la infinita bondad y misericordia de Dios con la existencia del infierno eterno?».
»Para resolver este grave problema es necesario aclarar que no es Dios quien condena al hombre al infierno, sino que es el hombre quien se autocondena a la perdición eterna: no es Dios quien inflige al hombre el sufrimiento por la eternidad, sino el hombre mismo quien lo hace, rechazando la salvación que Dios le ofrece», explica el artículo.
»(Dios) no está pronto con el fusil apuntado, para golpear y mandar al Infierno al hombre que comete un solo pecado», dice el artículo; »sino más bien, habiendo creado al hombre libre, y queriendo que sea él quien elija libremente su destino, respeta la libertad humana, que es la expresión más alta de la dignidad humana».
La revista católica explicó además que el hombre, en su libertad, tiene la capacidad de apartarse de Dios por »el pecado grave, consciente y voluntario» a través del cual »el hombre lleva a cabo un acto de soberbia y orgullo, prefiriéndose a sí mismo en vez de Dios y, en última instancia, negando a Dios para afirmarse a sí mismo».
El editorial de Civiltá Cattolica viene a aclarar algunas erradas visiones sobre el tema, publicadas recientemente por los medios italianos en vistas al Jubileo, como la idea de que »el infierno es una colosal injusticia» de Lombardo Vallauri, o que es producto de la »teología fabulatoria de la condena eterna» del historiador Pietro Prini’.
P. Miguel A. Fuentes, IVE