San Martin

¿Fue el General Don José de San Martín un masón?

Pregunta:

¿Fue el General Don José de San Martín un masón?

 

Respuesta:

La propaganda masónico-liberal-laicista, que en revistas y periódicos de las sectas en la Argentina presenta ahora a San Martín como al ‘Gran Iniciado’ de las masonerías nacional e internacional, es una de las tantas felonías y burdas calumnias, a las que están acostumbrados los ‘enmandilados hermanos tripuntes’ y a la que hacen coro los falsarios difamadores del fundador de nuestra nacionalidad, con el premeditado propósito de atraer -a los partidos liberales y laicistas- a los ciudadanos sanmartinianos; despojando al Padre de la Patria de la aureola de auténtica religiosidad que lo muestra a las jóvenes generaciones como el modelo de argentino católico, apostólico, romano y devoto de la Virgen María.

O fue San Martín el mayor hipócrita de nuestros próceres y el más grande farsante de la historia o fue el paradigma de la argentinidad, que se nutre, en su íntima esencia, del catolicismo más leal y ferviente.

La masonería argentina encomendó al político español en el exilio, Augusto Barcia Trelles, grado 33, la tarea de escribir la historia de San Martín para demostrar que el Libertador fue masón e instrumento de la masonería internacional. Barcia Trelles fue Gran Maestre de la masonería y Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo[1].

En los varios volúmenes de su obra el autor afirma categóricamente que se cumplen tales circunstancias en la vida del prócer máximo de la argentinidad; pero, al llegar a las pruebas de sus aseveraciones, se despacha -muy suelto de cuerpo- diciendo que no se han podido encontrar los documentos respectivos -no solamente en la Argentina, Chile, Perú, Inglaterra y España; sino ni siquiera en Francia y Bélgica, donde seguramente estarían- y esto, porque los archivos de las logias han sido destruidos por los nazis durante la ocupación (?). Y concluye así: ‘Todas las gestiones por nosotros realizadas hasta hoy, han sido estériles e ineficaces’.

El masón Antonio Zúñiga, director de la biblioteca de la masonería argentina, escribía ingenuamente en su libro sobre la logia Lautaro y la independencia argentina: ‘San Martín quemó en Boulogne Sur Mer toda su documentación masónica para guardar herméticamente el secreto institucional’. ¿Cómo lo supo? El autor no lo dice[2].

Hábil en la doctrina cristiana

Juan de San Martín y Gómez, invocando a la Iglesia Católica Romana, contrae matrimonio con Gregoria Matorras y del Ser, con el objeto de ‘servir mejor a Dios Nuestro Señor’. Bendice las bodas, en la Catedral de Buenos Aires, el obispo Manuel Antonio de la Torre, y los esposos forman el nuevo hogar el 12 de octubre de 1770, fiesta de la Virgen del Pilar. El padre, ejemplar caballero por su probidad y honradez, fue sepultado en 1796 en la iglesia castrense de Málaga; y la madre, en 1813, en el convento de Santo Domingo de Orense, ‘después de confesarse y recibir el santo viático y la extremaunción’. Leemos en el testamento de la virtuosísima y santa madre de San Martín: ‘En el nombre de Dios Todopoderoso y de la Serenísima Reina de los Ángeles, María Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra.., protesto vivir y morir como verdadera fiel, y católica cristiana.., el cuerpo quiero sea amortajado con el hábito de mi padre Santo Domingo…’

‘La pureza de las ideas católicas de los padres del Libertador -eran ambos terciarios dominicos y cofrades de Nuestra Señora de la Blanca- nos convencen de su tradición auténticamente cristiana’.

San Martín nace a la vida de la gracia en febrero de 1778, y se alista en la Iglesia Católica en el templo parroquial de Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú.

Fue bautizado por el padre Francisco Pera, a los pocos días de nacer, como lo habían sido sus hermanos, y María Elena, su hermana mayor.

Vivió con sus padres en la antigua casa de los jesuitas y se instruyó en la religión en su cristiano hogar y en la escuela de primeras letras de Buenos Aires.

El historiador chileno Vicuña Mackenna refiere que San Martín solía recordar con especial deleite sus juegos infantiles, en que, junto con sus hermanos, solía decir misa revestido con casulla de papel.

‘Doña Gregoria Matorras crió a sus hijos en el santo temor y amor de Dios y les inculcó su fe, virtudes y espíritu de sacrificio’. En los cuatro años que frecuentó las aulas del Colegio Imperial de Madrid -‘el mejor de la Península’- donde toda la enseñanza se ajustaba ‘a la conciencia, religión y fe católica’, honró el lema del Instituto, que era ‘formar caballeros cristianos’; ostentando, en el uniforme de colegial, la banda roja, terciada sobre el pecho, donde campeaba la imagen de Cristo.

Durante su carrera militar en Europa, ‘nada sabemos concerniente a sus ideas y prácticas religiosas’; pero, es muy significativo el relato de Doublet, el cual refiere que en el motín de Cádiz de 1808, cuando San Martín era edecán del general Solano -linchado en tal ocasión- buscó asilo en una ermita de la Virgen, y el populacho enfurecido le perdona la vida, por haberse acogido al patrocinio de la Madre de Dios. Un sacerdote pide clemencia a la turba exasperada, y el joven militar se salva milagrosamente. Al resultar herido en la batalla de Bailén contra Napoleón, el 19 de julio de 1808, la hermana de caridad que le prodigó los primeros auxilios le obsequió un rosario. ‘San Martín -según el testimonio del coronel Manuel de Olazábal- lo usó siempre y se lo vi suspendido del cuello debajo de la casaca a manera de escapulario. El día 15 de mayo de 1820 me presenté a la revista de Rancagua, a pesar de hallarme todavía enfermo a consecuencia de heridas recibidas en combate. El general me recibió y me entregó su rosario para que me diera buena suerte’.

Esta reliquia religiosa de alto valor histórico se halla depositada junto al sable del Héroe de los Andes, desde el 4 de julio de 1972, en la sala histórica del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín.

El 12 de setiembre de 1812, a los 34 años de edad, San Martín -‘hábil en la doctrina cristiana’- contrae nupcias en la Iglesia de la Merced de Buenos Aires con la ejemplar dama porteña María de los Remedios Escalada. Bendijo las bodas el presbítero doctor Luis José Chorroarín; y el 19 del mismo mes, ambos contrayentes comulgaron durante la misa de velaciones. ‘No era muy común entonces el comulgar en días de bodas’, dice Furlong; pero San Martín, como buen católico oye misa, confiesa y comulga al construir su cristiano hogar.

Su corazón religioso y compasivo

Después del combate de San Lorenzo, encarga al guardián del convento la celebración de varias misas, para rezarse, durante el mes de febrero de 1813, por los caídos en la refriega; y otras, con tedéum, en acción de gracias por la victoria, Coloca cruces sobre las tumbas de los muertos -como lo hará también en Chacabuco- y acepta con satisfacción cristiana y agradece afectuosamente los servicios espirituales, que el presbítero Julián Navarro y los treinta franciscanos prestaron heroicamente a la tropa.

En carta del 5 de febrero de 1813, el padre guardián Pedro García habla del ‘religioso y compasivo corazón’ de San Martín, quien les consigue cuanto piden, apuntando en su declaración al gobierno: ‘es notoria la decidida adhesión de aquella Comunidad a la sagrada causa de América, de que he sido testigo’. Luego cumplimenta a los frailes en una carta desbordante de afecto hacia los ministros de Dios: ‘Los beneficios del convento de San Carlos están demasiado grabados en mi corazón para que ni el tiempo ni la distancia puedan borrarlos… Diga Vd. un millón de cosas a esos virtuosos religiosos; asegúreles usted los amo con todo mi corazón; que mi reconocimiento será tan eterno como mi existencia. Besa su mano, José de San Martín. Buenos Aires, 16 de mayo de 1813’.

Y el 26 de julio, Azcuénaga les comunica que la Soberana Asamblea ‘ha tenido a bien concederles titulo de ciudadanía’.

La Virgen Maria, objeto de su devoción

Desde 1813, San Martín llevó siempre consigo el relicario de la Virgen de Luján, obsequio de su esposa, ‘que morirá como una santa’; y desde 1823 guardó religiosamente sobre su pecho la preciosa reliquia, según testimonio del nieto del general Olazábal, quien la entregó al museo de la histórica villa.

En 1818, después de la campaña de Chile y antes de libertar al Perú, San Martín se dirige a Buenos Aires y aprovecha el viaje para postrarse ante la Imagen de la Virgen de Luján, dándole gracias y pidiéndole su bendición. Y en 1823, en su último viaje de Mendoza a Buenos Aires, al pasar por Luján, fue nuevamente a los pies de la Virgen para agradecerle el feliz éxito de sus campañas, consolarse de la muerte prematura de su fiel esposa e implorar su auxilio en la adversidad y en el ostracismo, lejos de la Patria que había fundado.

El piadosísimo general Belgrano le escribe desde Loreto (provincia de Santiago del Estero), ofreciéndole en su enfermedad la amistad y los cuidados pastorales del cura de Santiago, presbítero doctor Pedro Francisco Uriarte, que lo saludará y lo atenderá en su nombre, durante su permanencia en la ciudad.

Luego, el 6 de abril de 1814, le dice: ‘Mi amigo: La guerra no sólo la ha de hacer Vd. con las armas sino con la opinión, afianzándose siempre en las virtudes naturales, cristianas y religiosas… El ejército se compone de hombres educados en la religión católica que profesamos… Añadiré únicamente que no deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala, y no olvide los escapularios a la tropa… Acuérdese Vd. que es un general cristiano, apostólico, romano; cele Vd. de que en nada, ni aún en las conversaciones más triviales, se falte el respeto a cuanto diga a nuestra Santa Religión…’

El 8 de mayo de 1814 se hacen públicas rogativas en Córdoba por la salud de San Martín, que vivió retirado en la hacienda de Pérez Bulnes en Saldán, desde mayo hasta agosto de ese año. Allí existía un oratorio público dedicado a Nuestra Señora del Carmen y era el lugar de reunión de los vecinos, los cuales escuchaban la misa dominical con el ilustre enfermo. El 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, en ese preciso lugar, pactaron ‘amistad y alianza eternas’, los dos íntimos amigos: San Martín y Pueyrredón.

Por mucho tiempo llevó San Martín entre sus maletas y útiles, durante sus campañas, un cuadro de la Virgen del Carmen, de 38 cm. por 31 cm. pintado al óleo sobre tela, que luego obsequió a su fiel amigo el general Las Heras. Esta imagen se halla hoy en Córdoba, en el museo particular del ingeniero Castellano.

Existe también en el museo sanmartiniano de Mendoza una estatua de la Virgen del Carmen, que el general veneraba en su dormitorio.

Participación activa en los actos del culto católico. Medidas de gobierno

Durante los años 1815 y 1816 en el campamento del Ejército Libertador ‘se decía misa los domingos y días de fiesta y se observaba el descanso dominical. En el centro de la plaza se armaba una gran tienda de campaña, allí se colocaba el altar portátil y decía misa el capellán castrense o alguno de los capellanes… Los cuerpos formaban frente al altar. . . presidiendo el acto el general, acompañado del resto del estado mayor. Concluida la misa, el capellán dirigía a la tropa una plática de treinta minutos’. Diariamente ‘se rezaba el rosario por compañías, así lo hacía también el devoto general Belgrano en sus triunfos de Tucumán y Salta- y en Vilcapugio y Ayohuma durante la retirada; pues ‘aún flamea en nuestras manos la bandera de la Patria’, decía a sus soldados, y en medio de la derrota ‘hay un Dios que nos protege’.

‘En todos los aniversarios patrios, en todas las grandes efemérides eclesiásticas, antes y después de cada acción de guerra, el Ejército de los Andes, con San Martín al frente’, participaba activamente en los solemnes cultos religiosos que se oficiaban.

Al predicarse en Mendoza una misión decretó, con fecha 31 de mayo de 1815, que todas las tiendas y pulperías permanecieran cerradas – desde el atardecer (hora de la oración); a fin de que la población pudiera asistir cómodamente a los sermones y prácticas piadosas.

En la Semana Santa de ese año, puso en la orden del día del jueves, que ‘todos los jefes y oficiales debían concurrir a la casa de San Martín para andar las estaciones’, o sea, visitar los Monumentos.

Aún se conserva la imagen de la Virgen que se veneraba en el oratorio de la casa de la familia Segura, cerca de El Plumerillo. ‘Allí realizó sus consoladores ejercicios religiosos y oyó sus misas dominicales (antes de la instalación de los cuarteles) el Libertador de Chile y el Perú, general don José de San Martín; y en recuerdo de aquellos días de fervorosa actividad, obsequió a la capilla un Cristo, adquirido en la capital peruana’. Por la tarde, solo o acompañado de O’Higgins, recorría los cuarteles y, al pasar delante de la capilla, muchas veces se apeaba del caballo y entraba en la humilde iglesita para adorar a Jesús Sacramentado.

El 3 de noviembre de 1815 manifiesta al secretario de Guerra -‘con el convencimiento de un creyente sincero’- la necesidad de proveer de un vicario castrense al ejército, a fin de que estuviera mejor atendido ‘en sus ocurrencias espirituales y religiosas’; y propone al presbítero doctor José Güiraldes. Interesóse porque la tropa tuviera comodidad de frecuentar los Santos Sacramentos, y escaseando los sacerdotes capellanes, pide a Luzuriaga, el 28 de octubre de 1816, que no sólo se atienda a esa necesidad, sino también a la capellanía del hospital, con los confesores religiosos de la ciudad, ‘de suerte que en la casa nunca falte un capellán confesor, que asista a toda hora a las urgencias espirituales de los enfermos’.

Relevado del gobierno de Cuyo, en setiembre de 1816, redacta el ‘Código de Deberes Militares y Penas para sus infractores’; y siguiendo el ejemplo de Belgrano, suprime del Código Militar Español lo referente al duelo, como contrario a los principios católicos; a pesar de la resistencia de algunos oficiales. Dice Hudson que ‘San Martín expidió una orden del día prohibiendo el duelo bajo severas penas y no volvieron a aparecer en el Ejército de los Andes esos tan punibles hechos’. El primer artículo del Código Militar de San Martín reza así: ‘Todo el que blasfemare el Santo Nombre de Dios o de su adorable Madre e insultare la Religión, por primera vez sufrirá cuatro horas de mordaza atado a un palo en público por el término de ocho días; y por segunda vez, será atravesada su lengua con un hierro ardiente y arrojado del Cuerpo’. Para el Gran Capitán el respeto a la Religión y el culto de Dios y de la Santísima Virgen tuvieron siempre un lugar de preferencia.

‘Las penas aquí establecidas -dice el último artículo del Código- serán aplicadas irremisiblemente. Sea honrado el que no quiera sufrirlas. La Patria no es abrigadora de crímenes. Cuartel General en Mendoza, setiembre de 1816. (Fdo.) José de San Martín’.

Fervorosa adhesión a la jerarquía eclesiástica

Los sacerdotes y religiosos apoyaron a San Martín en su obra de gobierno y en la preparación de la magna empresa, porque lo conocían católico sincero y padre de la Patria. En el Cabildo Abierto del 15 de febrero de 1815, el cura de Mendoza, Domingo García, y los superiores de las comunidades religiosas, deciden el voto de resistencia al decreto de Alvear que retiraba a San Martín del gobierno de Cuyo. A este voto se adhieren los curas y frailes puntanos y sanjuaninos. Los priores, guardianes y presidentes de los dominicos, agustinos, franciscanos, mercedarios y betlemitas: Rocco y Salinas, del Castillo, Sayós, Vera, Flores Hurtado, Alvarado, Ortega, Maure, Olmos, Moreira, Rodríguez, Guiñazú, Romero, Centeno, etc…., cederán, para cuarteles, sus conventos en San Juan y Mendoza, sus rentas, sus esclavos, sus campos de pastoreo y sus campanas para proveer al Ejército de los Andes. Los curas y frailes puntanos, sanjuaninos, mendocinos y chilenos como fray Luis Beltrán, fray Justo Santa María de Oro, Morales, Lamas, Coria, Inalicán, Sarmiento, San Alberto, etc., serán los eficaces auxiliares del Gran Capitán en la obra patriótica que tiene entre manos y mientras dure la campaña libertadora. En Cádiz trabó amistad con varios sacerdotes logistas, como Fretes, Anchoris y Arizpe, que lo decide a ingresar en la Logia y abandonar las filas del ejército español; en Perú, con los presbíteros Requena, Arce, Paredes, Echagüe, Tramania; y en Buenos Aires, con los diputados de la Asamblea del año XIII y los ‘hermanos’ de la Logia Lautaro: presbíteros Chorroarín, Sáenz, Grela, Gómez, Gallo, Pedro y Mateo Vidal, Argerich, Sarmiento, Perdriel, Amenábar, Fonseca, Cayetano Rodríguez, Pacheco de Melo, Thams, Díez de Rámila, Larrañaga, Salcedo, Toro, Medina, Rivarola, etcétera.

Los nombres y las patrióticas benemerencias de más de un centenar de estos sacerdotes, amigos íntimos de San Martín, se hallan consignados en el artículo publicado en el diario ‘El Pueblo’ de Buenos Aires de los días 13 y 20 de agosto de 1950 con el título de ‘Sotanas y Sayales Sanmartinianos’, y en el libro ‘Filón de Patria’ de la editorial Santa Catalina.

‘Es indudable que siempre contó entre sus mejores amigos a los eclesiásticos y miembros de las órdenes religiosas’.

San Martín quiso tener siempre a su lado al capellán ecónomo y secretario privado, doctor fray Juan Antonio Bauzá, que vivía con él; llevaba cuenta minuciosa de sus gastos y era su confidente y buen samaritano en sus frecuentes enfermedades. Su correspondencia epistolar con el Héroe de los Andes, posterior a su campaña libertadora, nos revela a San Martín ‘como un excelente católico’. En las ‘Cuentas y Gastos’ del Gran Capitán apunta el estipendio con que el ‘piadoso y cristiano general’ gratificó al padre Sayós por el sermón que le mandó predicar en acción de gracias por el triunfo de Chacabuco; lo abonado por la invitación a la fiesta de Nuestra Señora del Carmen y el costo del cuadro del apóstol San Matías; y la limosna a la abadesa de las monjas capuchinas, las cuales después de Maipú, dedicaron una inspirada poesía a San Martín, elogiando su brillante actuación y su acendrada fe religiosa.

Al regresar enfermo a Chile, a fines de 1822, nadie podía entrar en su habitación ‘sino el Director Supremo y el padre Bauzá, que se quedaba todo el día’ junto a su lecho.

Mientras permaneció en San Juan, durante los meses de julio y setiembre de 1815 y octubre de 1818, prefería alojarse en el Convento de Santo Domingo, tratar, en la tranquilidad del claustro, los asuntos del Estado, recibiendo allí a los funcionarios y al pueblo; y sentarse a la frugal mesa de los religiosos, departiendo amigablemente con ellos y con su diputado, fray Justo Santa María de Oro, en la ‘celda de San Martín’ que se conserva todavía como reliquia nacional.

Al ser nombrado gobernador de Cuyo, envía su primera carta al cura vicario de Mendoza, presbítero Domingo García y Lemos, reconociendo en el prelado patriota a la autoridad espiritual de su provincia: ‘…mi marcha (a ésa) -le dice- será mañana, para que no se retarden los deseos que me acompañan de dedicarme al servicio de la Patria y de vuestra merced a quien me ofrezco cordialmente… Córdoba, 25 de agosto de 1814’.

San Martín, obsequioso con la Santa Sede, presentará personalmente, ‘haciendo exhibición de mucha cortesía’, su filial homenaje a monseñor Juan Muzi, los días 6 y 7 de enero de 1824, durante la semana que el delegado apostólico de Pío VII y León XII permaneció en Buenos Aires; y se unirá al regocijo del auténtico pueblo argentino, a pesar de la indiferencia y sistemática oposición del gobernador y su ministro, en época de las reformas rivadavianas. La crónica del presbítero Sallusti, secretario de la legación, a quien acompañaba el canónigo Juan Mastai Ferretti -más tarde Pío IX-, dice: ‘El célebre general San Martín, que había conquistado todas aquellas provincias, Chile y gran parte del Perú, del dominio de España, depuesta la grandeza de su gloria, dos veces se presentó a Monseñor en traje privado, para saludarlo y felicitarlo por su llegada’. El día 9 de enero monseñor Muzi le devolverá la visita.

A estos rasgos de buen católico, respetuoso de la jerarquía eclesiástica, añadiremos sus delicadezas con los jerarcas de la Iglesia peruana.

En Ancón recibe al obispo de Trujillo, monseñor doctor Juan Carrión ‘con todo el respeto debido a su alta posición y a sus venerables canas: dejándole en libertad para que se marchara a Lima’.

En 1822 dirige una carta al obispo de Cuzco, monseñor doctor Calixto Orihuela, que termina así: ‘…Crea Vuestra Señoría Ilustrísima que desearé ocasiones en poderle acreditar mi veneración, respetos y deseos de complacerlo. Nuestro Señor guarde a V. S. Ilma. muchos años. Besa la mano de V. S. Ilma. su más afectísimo servidor, José de San Martín’.

Igual comportamiento tendrá con el arzobispo de Lima, monseñor Bartolomé de Las Heras, quien afirma que el general victorioso, ‘dejándose llevar de su bondad y religiosidad’, había convenido con él, que acordaría en su dictamen en los asuntos eclesiásticos concernientes a Religión, a fin de no disponer cosa alguna que contrariase los cánones de la Iglesia. El 6 de julio de 1821 le escribía desde El Callao: ‘La noticia que he recibido de que V. E. Ilma. permanece en esa capital, sin embargo de haberla evacuado las tropas españolas; ha consolado a mi corazón con la idea de que su respetable persona será un escudo santo contra las tentativas de la licencia… Me congratulo que V. E. Ilma. haya tenido lugar de observar la especial protección que he tributado a Nuestra Santa Religión, a los templos y a sus ministros… Monseñor Las Heras agradece a San Martín su carta en estos términos: ‘Los sentimientos de religión y humanidad que respira el oficio que acabo de recibir de V. E., ha desahogado sobremanera a mi espíritu…’ El ministro de San Martín, García del Río, escribía al arzobispo, refiriéndose al Protector del Perú: ‘Además debo manifestar a Su Señoría los sentimientos religiosos que abriga su pecho, y que no desmentirá jamás…’

Y San Martín imparte órdenes para que se facilite la salida del octogenario prelado, ‘evitando toda incomodidad’; y el arzobispo al agradecerle escribe: ‘Le doy gracias por la consideración que ha manifestado hacia mi persona… He sentido no poder dar a Ud. un abrazo (al despedirme)… Quiero pedir a Ud. un favor en señal de nuestra recíproca amistad, y es que acepte una carroza, un coche, un dosel de terciopelo y dos sillas, que pueden servirle para los días de etiqueta, y una imagen de la Virgen de Belén.,.. Créame, amigo, que lo encomiendo a Dios diariamente’.

Preocupación por la educación católica en las escuelas

La educación de Cuyo tuvo en el colegio de la Santísima Trinidad, fundado por San Martín, el más alto exponente de la cultura de la zona andina. Donado el colegio por el presbítero Cabral y regenteado por los presbíteros Güiraldes y Videla, fue puesta bajo la especial tutela de San Luis Gonzaga.

San Martín estableció que se enseñaran, además de las ciencias profanas, ‘los deberes del católico’, como fundamento de toda cultura; y ordenó edificar la anexa capilla para las prácticas religiosas. Con idénticos fines y bajo los auspicios del general, dirigían escuelas, en Mendoza y San Juan, sus amigos y colaboradores, presbíteros Morales, Lamas y Gómez. El historiador Hudson, alumno de estas escuelas, afirma: ‘Leer, escribir y contar, saber las obligaciones del católico y guardarlas estrictamente; he aquí la instrucción dada a la juventud de entonces’ bajo el gobierno del general San Martín.

El vicario castrense, presbítero doctor José Güiraldes, bautiza a la hija del general, el 31 de agosto de 1816, a los siete días de nacer; y el Gran Capitán pone a su ‘infanta mendocina’, bajo la augusta protección de la Virgen de las Mercedes. Más tarde la educará en un colegio de religiosas, donde la visitará semanalmente. En 1853, cuando Mercedes de San Martín, visita con su esposo, Mariano Balcarce, al papa Pío IX, en audiencia privada, el Padre Santo tendrá recuerdos elogiosos para el Héroe de los Andes, y Balcarce escribirá luego a Félix Frías, el 10 de febrero de ese año: ‘Hemos quedado encantados con la bondad, dignidad y angelical dulzura del Padre Santo, de cuya benéfica acogida conservaremos un recuerdo indeleble mientras vivamos’

En la noche de Navidad de 1816, San Martín manifestó su deseo de que la bandera, que habría de llevar la libertad a Chile, fuera ‘del color del cielo’, y era su voluntad que el día de Reyes el Ejército tuviera bandera, como regalo de su general. En sus pliegues fue bordado el escudo nacional ‘con sedas de colores e hilos de oro, que se sacaron de una casulla de los franciscanos’; y al concluir su labor, las damas, presididas por la esposa de San Martín, amanecen arrodilladas ante el crucifijo del oratorio de la casa del General, dando gracias a Dios por haberlas ayudado a terminar la bandera y orando por el triunfo de las armas de la patria.

II

La Virgen del Carmen, Generala de su Ejército

San Martín, el 5 de enero de 1817, después de haber elegido en junta de oficiales a la Virgen del Carmen como Patrona del Ejército de los Andes, se dispone a solemnizar con emotivas ceremonias religiosas el magno acontecimiento.

La procesión, presidida por los prelados, San Martín y el teniente gobernador, llega de San Francisco a la Matriz, donde se halla la nueva bandera depositada sobre la bandeja de plata. Antes de la misa, San Martín se levanta de su sitial, sube al presbiterio, toma la bandera y la presenta al sacerdote, quien la bendice juntamente con el bastón del General. Al Evangelio, el canónigo Güiraldes pronuncia el panegírico de circunstancias. Terminada la misa, se entona el tedéum, se reanuda la procesión y llegan, al altar del tablado, la bandera .y la imagen de la Virgen. Entonces San Martín coloca su bastón de mando en la mano derecha de la Madre de Dios, poniendo bajo su amparo la dirección del Ejército y el éxito de la campaña libertadora.

Dice Capdevila: ‘Tal ceremonia es un acto religioso típico, que define a San Martín como a un perfecto católico, apostólico, romano, creyente como el que más en la Madre Purísima’.

El 25 de mayo de 1815, ordena como gobernador de Cuyo celebrar con solemne ‘función de Iglesia’ el aniversario de la Revolución; y el 8 de agosto de 1816, jura con su estado mayor, ‘por Dios y por la Patria’, la Independencia Nacional. Antes de -emprender el cruce de la Cordillera, el Héroe de los Andes oye misa y comulga con todo el Ejército, al que le impone el escapulario de la Virgen del Carmen; como hizo personalmente Belgrano con los cuatro mil escapularios que le enviaran las monjas de Buenos Aires, colocándoselos a sus soldados en Tucumán, después del triunfo obtenido en el día de la Virgen de las Mercedes. Y San Martín en unidad de pensamiento con su íntimo amigo el general O’Higgins -que juró proclamar a la Virgen del Carmen como Patrona y Generala de los ejércitos de Chile, si lograban las armas patriotas el triunfo de la libertad; y que después de Cancha Rayada, de rodillas ante el altar de la Reina y Madre del Carmelo, formuló el voto de levantar un templo en el campo de la victoria-, prestó su profunda adhesión a todas las ceremonias que en ese año de 1818 se realizaron en Maipú, celebrando el triunfo con imponentes actos religiosos.

Ya el 16 de julio de 1817, festividad de la Virgen del Carmen, se había hecho la solemne entrega de la medalla de honor a los vencedores en Chacabuco, seguida de una gran procesión, en que participaron las tropas libertadoras; el 21 de abril de 1818 se oficia, por la victoria de Maipú, una solemne misa en la catedral de Santiago de Chile, a la que asistieron. San Martín y O’Higgins, con panegírico del presbítero doctor Julián Navarro.

Junto a su dormitorio se ofrecía diariamente la Santa Misa

En el palacio residencial de San Martín, en Santiago de Chile, junto a la habitación destinada a su inseparable capellán, había una capilla, en la cual campeaba la imagen de la Virgen del Carmen; y además, todos los ornamentos y utensilios litúrgicos para la celebración del Santo Sacrificio. Poseía también, en su casa particular, un retablo de la Virgen de los Dolores, el altar portátil y dos artísticos crucifijos.

El 12 de febrero de 1818, San Martín proclamó solemnemente la independencia de la ‘nueva patria’ de Chile en el primer aniversario de Chacabuco, ‘a nombre de los pueblos y en presencia del Altísimo’; La ceremonia se realiza frente a la catedral. Monseñor José Cienfuegos, vicario del obispo de Santiago, recibe el juramento de San Martín ‘por Dios y por la Patria’, poniendo su mano sobre los Santos Evangelios; y todo el pueblo responde arrodillado: ‘¡Sí, juramos!’ Al día siguiente, en la catedral, asiste el General al tedéum en acción de gracias por la reconquista de Chile; y el 14, a la solemne misa cantada, en que pronunció la oración patriótica el capellán castrense Julián Navarro.

Su cristiano reconocimiento por la visible protección de la Virgen

El 1º de octubre de 1815, San Martín anticipa la victoria a los pueblos de su mando, manifestándolos en su proclama: ‘…Yo me atrevo a predecirla, contando con vuestro auxilio, bajo la protección del Cielo…’

El 30 de diciembre de 1818, desde Santiago de Chile, aseguraba a los habitantes del Perú, ‘del modo más solemne’, que la preocupación y los sentimientos de los nuevos gobiernos de América, propendían al ‘respeto de las personas, de la propiedad y de la Santa Religión Católica; y les anunciaba que las armas patriotas ‘habían obtenido señaladamente la protección del Eterno’.

El 19 de agosto de 1820, antes de zarpar de Valparaíso, saluda así a los cuyanos: ‘….hago voto al Cielo por vuestra felicidad…’; y dirigiéndose a los soldados del Ejército Unido les dice: ‘Fiado en la justicia de nuestra causa y en la protección del Ser Supremo, os prometo la victoria’.

Al despedirse de sus soldados, en 1822, les dijo: ‘…ocho años os he mandado y al fin vuestras virtudes y constancia, bajo los auspicios del Cielo, han producido la independencia de la América del Sud’; y al despedirse de los peruanos: ‘¡Que Dios os haga felices en todas vuestras empresas y que El os eleve al más alto grado de paz y prosperidad!’

El 12 de agosto de 1818, después de sus victorias, San Martín acredita su sincera devoción a la Madre de Dios y su fervor cristiano, al donar al convento de los franciscanos de Mendoza su bastón de General: ‘La decidida protección que ha prestado al Ejército de los Andes su Patrona y Generala, Nuestra Madre y Señora del Carmen, son demasiado visibles. Un cristiano reconocimiento me estimula a presentar a dicha Señora, que se venera en el convento que rige V. P., el adjunto bastón, como propiedad suya y como distintivo del mando supremo que tiene sobre dicho Ejército’.

Más tarde envió también la bandera de los Andes, para que fuera custodiada en el camarín de la Virgen del Carmen, la generala victoriosa de las armas de la patria. Y en carta al gobernador de Mendoza, escrita en Lima en 1821, le recuerda que las banderas tomadas a los realistas, deben depositarse en dicho templo.

El 26 de enero de 1816 escribía a Godoy Cruz; congresal de Tucumán, insistiendo en la necesidad de declarar prontamente la independencia; en cambio, con respecto a la forma de gobierno, sólo le preocupa que el sistema adoptado no manifieste ‘tendencia a destruir Nuestra Religión’.

El 24 de enero de 1817, escribe su última comunicación al Director Pueyrredón; pues, la expedición ya ha comenzado su marcha a través de la Cordillera; y le anuncia: ‘Esta tarde salgo a alcanzar las divisiones del Ejército. Dios me dé acierto para salir bien de tamaña empresa… Dios mediante, para el 6 de febrero estaremos en el valle del Aconcagua’.

Y Pueyrredón le contestaba el 1º de febrero de 1817: ‘Ojalá sea Vd. oído por Nuestra Madre y Señora de las Mercedes’.

Desde Ancón, en 1820, le escribía a O’Higgins diciéndole: ‘…Nuestros sucesos no pueden ser más prósperos. Dios nos ayuda, porque la causa de América es suya; ésta es mi confianza’. Todo lo calculaba el General, puesta su fe en Dios y en su Madre Santísima.

El día 8 de setiembre de 1820, fiesta de la Natividad de la Virgen María -‘el primer día de la libertad’-, desembarca en las playas del Perú, y el patriota Hipólito Unanúe le escribe desde Lima: ‘…Todo esto anuncia un próspero fin, que completará la protección de la Celestial Patrona, en cuyo día puso el pie en estas costas el Ejército Libertador’.

Las cartas sanmartinianas, fiel reflejo de su alma cristiana

En las cartas del Libertador, ya oficiales como privadas, San Martín menudea frases que manifiestan su religiosidad y traslucen su espíritu sinceramente cristiano y piadoso. ‘Gracias a Dios, me encuentro bien… Dios guarde a Vd. muchos años… Con el favor del Cielo… Si Dios nos echa su bendición… Quiera el Cielo guiamos… Dios ponga un término a esta guerra, cuyos resultados no serán otros que agravar los males. …Dios le inspire acierto. …Dios lo mantenga en tan buenos propósitos… Dios lo deje llegar con bien… Dios le conserve la salud… Dios ponga tiempo en nuestras manos… Juro ante Dios y América… Dios haga, sea el iris de la unión y tranquilidad… Quiera Dios que al recibo de esta comunicación… Dios conserve la armonía… ¡Gran Dios! Echad una mirada de misericordia sobre las Provincias Unidas… Dios ha escuchado mis votos…’etc.: son todas expresiones cristianas, que se suman a las ya transcriptas; y a las que podemos añadir las de las cartas siguientes:

A Miguel de la Barra le decía en 1842: ‘…gracias sean dadas a Dios, (pues) mi salud quebrantada ha podido soportar estas desgracias’.

Al cuidador de su chacra mendocina, le escribe el 2 de febrero de 1821, desde su cuartel general de Huaura, una carta que refleja elocuentemente la bondad de su cristiano corazón: ‘… Auxilie Vd. a los pobres con granos y herramientas… no se dé cuidado que, Dios mediante, en concluyendo la campaña (la chacra de) los Barriales tiene que ser el paraíso y el auxilio de todos los infelices; no hay que desmayar, que todo Dios lo tiene que componer… Dios mediante, muy en breve estaremos en Lima’.

En 1836, escribe al general Pedro Molina y le dice: ‘…como sólo Dios es el que dispone las cosas de esta vida… he reaccionado de los males que me habían llevado al borde del sepulcro’.

En 1822, afirmaba en su carta a Bolívar: ‘Dios, los hombres y la historia juzgarán mis actos públicos… esperemos serenos los designios de Dios…’

Y el 30 de setiembre de 1823, al contestar la carta de su íntimo amigo Vicente Chilavert, en la cual se advertía que por su situación más descansada, dispondría también de más tiempo para leer su correspondencia, le decía: ‘. . .el tiempo, sin embargo, no lo tengo muy sobrante; pues él es dedicado a prepararme a bien morir… como un cristiano que por su edad y achaques ya no puede pecar, y a tributar al que dispone de la suerte de los guerreros y profundos políticos, las más humildes gracias por haberme separado de unos y de otros.’

O’Higgins, en 1836 y 1837, escribía al ilustre proscripto: ‘¡Qué altos son los juicios del Eterno! ¡Qué admirables sus providencias…! No cesemos, mi querido compañero, de rendir millones de gracias a la Majestad Divina, protectora de la inocencia; porque si nos ha dado y nos manda tribulaciones, nos conserva la vida y salud… evidentemente para que adoremos su providencia y agradezcamos la merced que nos ha concedido…’

A su secretario e intimo amigo, general Tomás Guido, le comunica el 2 de agosto de 1818: ‘… para mediados de este mes pasaré la cordillera y espero en Dios que todo se hará felizmente. Diga Vd. al padre Bauzá apronte mi casa para breves días’. El 5 de febrero de 1830 le decía al terminar su carta: ‘Que Dios lo libre de vivir y morir en pecado mortal, son los votos de su viejo amigo.- José de San Martín’. Y el 3 de octubre de 1816: ‘Cuénteme lo que haya de Europa y dedique para su amigo media hora cada correo, que Dios y Nuestra Madre y Señora de Mercedes se lo recompensarán’.

‘Esta sola expresión -dice Furlong- bastaría para declarar que no sólo era San Martín un hombre católico, sino también un católico piadoso’ e hijo amante de la Reina de los Cielos.

El gobernante católico

El 8 de octubre de 1821 promulga en Lima el Estatuto Provisional ‘dado por el Protector de la Libertad del Perú’, como anticipo de la constitución definitiva. ‘Mi pensamiento ha sido -afirma- dejar puestas las bases sobre que deben edificar los que sean llamados al sublime destino de hacer felices a los pueblos… Luego iré a buscar en la vida privada mi última felicidad y consagraré el resto de mis días a contemplar la beneficencia del Gran Hacedor del Universo y renovar mis votos por la continuación de su propicio influjo sobre la suerte de las generaciones venideras’. De los 43 artículos citamos el 1º y 3º: ‘La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la Religión del Estado: el gobierno reconoce como uno de sus primeros deberes el mantenerla y conservarla por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana. Cualquiera que ataque en público o privadamente sus dogmas o principios será castigado con severidad… Nadie podrá ser funcionario público si no profesa la Religión del Estado’.

Y el juramento del Protector del Perú lo redactó así: ‘Juro a Dios y a la Patria y empeño mi honor, que cumpliré fielmente el Estatuto Provisional dado por mí para el mejor régimen, etcétera’.

Después de haber consultado al arzobispo, monseñor Bartolomé de Las Heras, y a los prelados peruanos para compulsar la voluntad general y haber levantado acta de la decisión unánime por la libertad, declaró solemnemente a la faz del mundo, el 28 de julio de 1821: ‘El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad de los pueblos y por la justicia de su causa, que Dios defiende’. Al día siguiente se realiza la ceremonia en la catedral de Lima, con misa cantada y solemne tedéum en acción de gracias con la asistencia de San Martín y las altas autoridades civiles, eclesiásticas y militares.

Y como un cristiano homenaje a Santa Rosa de Lima, Patrona de la Independencia Argentina, el Fundador de la Libertad del Perú crea la Orden del Sol, colocándola bajo la especial protección de la virgen americana.

El 19 de enero de 1822, al delegar el mando, emana un decreto que establece en el artículo 4º: ‘El Supremo Delegado saldrá con la comitiva a la Iglesia Catedral, donde se cantará un tedéum…’

El 20 de setiembre de 1822, al recibir en el sagrado recinto de la Catedral, el juramento de los ministros y diputados: -‘Juráis la Santa Religión Católica, Apostólica, Romana, como propia del Estado’-, añadió San Martín: ‘Si cumpliereis lo que habéis jurado, Dios os premie y si no, El y la Patria os demanden’

Acto seguido, el deán entonó el tedéum de acción de gracias por la instalación del Primer Gobierno Patrio.

Y ante el congreso de Lima, el Protector del Perú, en la sesión de apertura, desciende del alto sitial de gobierno de los pueblos libres, pronunciando estas hermosas palabras: ‘Al deponer esta investidura, no hago sino cumplir con mi deber y con los votos de mi corazón… Pido al Ser Supremo el acierto, luces y tino, necesarios a los representantes del pueblo, para hacer su felicidad… Que el Cielo presida vuestros destinos y que éstos os colmen de felicidad y paz.’

San Martín cumple sus deberes de fiel cristiano

Dice Francisco Gómez, hermano del general Andrés y del coronel Leandro, héroe de Paysandú, que ‘San Martín era muy religioso. Lo vi varias veces en la (Iglesia) Matriz (de Montevideo en los meses de febrero, marzo y abril de 1829); sobre todo en las misas de los domingos, adonde concurríamos infaliblemente. En la capilla del Reducto -fundada por el general Rondeau, durante el sitio de Montevideo- asistió el General (San Martín) a una misa celebrada en esa capilla, en compañía del coronel Eugenio Garzón, quien tenía su cuartel a pocos pasos de la capilla’. Igualmente, durante esos meses, visitó la capilla de la Aguada, para cumplir con sus deberes religiosos.

Los funerales del Héroe

El testamento ológrafo de San Martín, escrito en 1844, bajo la impresión de una muerte inminente, es en realidad -como dice Furlong- una simple minuta del verdadero testamento que aún se desconoce; y lo inicia como reza el símbolo de la fe cristiana: ‘En el nombre de Dios Todopoderoso…’

Vicuña Mackenna refiere que ‘esa pieza de cincuenta y dos renglones, escrita en una cuartilla de papel, no es un testamento, es un simple boletín como el de Maipo, redactado sobre la almohada, como redactó aquél en el arzón de la silla (de su cabalgadura)’.

‘En frases sencillas ordenó sus disposiciones -dice el doctor Villegas Basavilbaso- sin jactancia, humildemente, con fervor cristiano. Inició su testamento ‘En el nombre de Dios Todopoderoso, a quien reconozco como Hacedor del Universo’, porque creía en Dios, a quien invocó tantas veces en víspera de la gloria’.

La prohibición de los funerales obedece al espíritu sanmartiniano, en oposición a todo lo aparatoso, y nada más. Por eso deudos y amigos cumplieron fielmente con las disposiciones testamentarias; ofreciendo, no obstante, misas y sufragios, que han sido, seguramente, del agrado del cristiano y austero militar.

‘Fiel siempre a sus hábitos modestos -escribió Félix Frías- había manifestado su voluntad de que su entierro se hiciera sin pompa ni ostentación alguna y así se ha hecho’.

Por las cartas transcriptas, nos revela San Martín, que desde 1823, se venía preparando a bien morir; de modo que su deceso repentino, no fue imprevisto para él. En el ostracismo tuvo a su lado, en Gran Bourg, al presbítero Bertin, y en Boulogne Sur Mer, el párroco monseñor Benoit Haffreingue, ‘prelado ilustrado y piadoso’, quien lo asistió espiritualmente en los últimos días de su vida ‘como un verdadero ministro del Evangelio’; y ofreció luego a su hija la cripta de la Catedral, para que reposaran los restos del Libertador.

Francisco Rosales, encargado de negocios de Chile, que cerró sus ojos ‘después del repentino ataque, que casi sin agonía puso fin a sus días’, comunicó al gobierno el deceso diciendo: ‘acabó sus días con la calma del justo’; y Félix Frías, testigo presencial, informa: ‘Un crucifijo estaba colocado sobre su pecho. Otro en una mesa, entre dos velas, que ardían al lado del lecho del muerto… (Su hija y sus dos nietecitas rogaban por él)… Dos Hermanas de Caridad rezaban por el descanso del alma que abrigó aquel cadáver… El carro fúnebre se detuvo en la iglesia de San Nicolás. Allí rezaron algunos sacerdotes las oraciones en favor del alma del difunto… Después de esa ceremonia el convoy fúnebre continuó hasta la Catedral’. Allí permanecieron los restos de San Martín hasta el 21 de noviembre de 1861, en que, celebrándose solemnes exequias, fueron trasladados a Brunoy. Más tarde, con toda la pompa de la liturgia católica, se celebraron funerales en la Catedral de El Havre, el 21 de abril de 1880, y en las catedrales de Montevideo y Buenos Aires, a fines de mayo; como ya se habla realizado en 1850 y 1851, en Chile, en Entre Ríos por orden de Urquiza, y en Perú por decreto del presidente Ramón Castilla.

Hijo sincero de la Iglesia Católica

‘No existe ningún documento para probar que San Martín haya sido masón’. (Ricardo Rojas en ‘El Santo de la Espada’, Buenos Aires, 1942, p. 70).

‘San Martín era mi caballero en su proceder, en sus acciones y conducta, cuya bondad de corazón era tan manifiesta como sus grandes habilidades, y a quien era imposible conocer íntimamente sin amarle’. (General Miller en 1853).

‘Fue un ejemplo sorprendente de consecuencia, lealtad, patriotismo, fidelidad, desinterés, austeridad y nobleza de alma. Se necesita estar cegado por la pasión de secta para pasar por alto todo el cúmulo de pruebas documentadas que acreditan el catolicismo del Libertador, y obstinarse en llamarlo masón, o católico despreocupado de la doctrina’ (Armando Tonelli en ‘El General San Martín y la Masonería’, p. 138).

‘Es sobre todo venerable a mis ojos porque a sus hechos heroicos mereció asociar el título de grande hombre de bien’. (Félix Frías).

‘Murió sin quejas cobardes en los labios y sin odios amargos en el corazón’, (Mitre).

‘Treinta años de calumnias innobles no alcanzaron a hacer subir su palabra de defensa desde su corazón hasta sus labios. La ingratitud no le arrancó una queja’. (Avellaneda).

‘(Los peruanos) declaramos ante el universo que San Martín es el más grande de los héroes, el más virtuoso de los hombres públicos, el más desinteresado patriota, el más humilde en su grandeza; que San Martín a nadie injurió; que sufrió con cristiana resignación los más inmerecidos ataques; aunque retirado en su humilde vida privada, de su boca no salieron revelaciones que hubieran mancillado la honra ajena; de su pluma no se deslizó el corrosivo veneno de la difamación…’ (Paz Soldán, 1868).

‘Al privarnos la Divina Providencia de un padre tierno y virtuoso, parece que hubiese querido suavizar su dolor, haciendo que sus últimos momentos fueran sin sufrimiento alguno visible y con la serenidad que inspira una conciencia sin tacha’. (Balcarce, 14 de setiembre de 1850, al general Ramón Castilla, presidente del Perú).

‘Esta casa estaba santificada a nuestros ojos’, dirá el doctor Gerardi, dueño de la casa en que murió San Martín.

‘San Martín fue profundamente cristiano’. (Enrique Tovar en ‘La Crónica’ de Lima).

‘…Comandante en Jefe del Ejército de los Andes, rezaba al toque de oración de cada día, y semanalmente escuchaba misa y rezaba el rosario’. (Coronel Bartolomé Descalzo, presidente del Instituto Sanmartiniano).

‘Creía en Dios, en la Santísima Virgen, en la ilicitud de la blasfemia, en el Pontificado Romano, en los Sacramentos, y quiso morir como buen cristiano. Era un hijo sincero de la Iglesia Católica. Nadie podrá presentar documentos donde se pruebe lo contrario’. (Trenti Rocamora).

‘Era un católico no sólo práctico, sino además ferviente y apostólico’. (Guillermo Furlong, miembro de la Academia Nacional de la Historia).

‘Los audaces y atrevidos que han puesto en duda la cristiana devoción de San Martín desconocen su grandeza. Este no fue un hombre capaz de fingir nada. Como lo dijo lo practicó: ‘O serás lo que has de ser, o no serás nada’. Porque fue lo que debía ser, fue grande entre los grandes’. (Cardenal Caggiano, primado de la Argentina, arzobispo de Buenos Aires y vicario castrense).

Y cumpliendo la vieja sentencia castellana del escudo de armas de la familia Zorrilla de San Martín: ‘Velar se debe la vida de tal suerte, que viva en la muerte’… viven en la inmortalidad.

Por Anibal A. Rottjer


Bibliografía utilizada:

Abad, Plácido. El general San Martín en Montevideo.

Bazán,Nociones de Historia Eclesiástica Argentina.

Barros Arana, D. Historia General de la Independencia de Chile.

Bueis de Los, A. Los agustinos en la Argentina.

Carbia, Rómulo. San Martín y la Iglesia.

Ibid.,Cartas del Libertador

Carranza, A. San Martín: Su correspondencia.

Delfino, H. La religión de San Martín.

Espejo, Jerónimo. El paso de los Andes.

Furlong.El general don José de San Martín, ¿masón, católico, deísta? y La religiosidad del General José de San Martín. 1920. (Rev. El mensajero del S. Cor. de Jesús).

Gelly y Obes, C. El libertador general José de San Martín, cristiano por linaje, educación y convicción.

Grenon, P.San Martín y Córdoba.

Hudson, Damián. Recuerdos históricos de Cuyo.

Paz, Soldán. Historia del Perú independiente.

Piaggio, Agustín. La fe de nuestros padres.

Ruiz Santana. Los capellanes castrenses en el ejército argentino.

Saldaña Retamar, Reginaldo. Los dominicos en la independencia argentina.

Tonelli,Armando. San Martín y la Masonería, 1943.

Ibid.,Religiosidad del Libertador.

Trenti Rocamora. La creencia religiosa del general don José de San Martín.

Ibid.,Las convicciones religiosas de los próceres argentinos.

Varela, L.Breve histories de la Virgen de Luján.

Verdaguer, J. Aníbal. Historia eclesiástica de Cuyo.

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