Pregunta:
¿Qué es el Judaísmo?
Respuesta:
De las grandes religiones monoteístas existentes en la actualidad, el judaísmo es la que posee más antiguas raíces. De su seno brotó el cristianismo, en tanto que el Islam adoptó diversos elementos judaicos y reconoció como profetas a Abraham y Moisés.
El judaísmo es la religión de los judíos, israelitas o hebreos, y abarca tanto las creencias como las costumbres y el estilo de vida propios de esta comunidad étnica, mantenidos con constancia y flexibilidad a través de las vicisitudes de cuarenta siglos de existencia.
El judaísmo en la historia
Para el pueblo judío la historia no se limita a una sucesión de acontecimientos; es una historia sagrada, que comienza con la elección del pueblo por parte de Dios -Yahvé- y se orienta hacia el cumplimiento final de su promesa de que por mediación de este pueblo Dios bendecirá a todas las naciones. En el curso de esa historia, los sabios judíos incorporaron a los libros sagrados un amplio corpus de textos que constituyen hoy el fundamento de su religión.
Período bíblico. La Biblia hebrea -que a excepción de algunos libros coincide esencialmente con el Antiguo Testamento cristiano- narra los hechos fundamentales de la historia del pueblo judío, desde el momento trascendental de la elección y la alianza con Dios. Los judíos dividen su Biblia en tres partes: la Ley (Torá), los Profetas (Nebiim) y los Hagiógrafos (Ketubim).
Alianza y elección. El padre de los hebreos, Abraham, habitaba en la ciudad de Ur, junto a la desembocadura del Éufrates, en el siglo XX antes de la era cristiana. De allí partió con su padre hacia el norte y recibió la orden de Dios: ‘Deja tu tierra, y tu parentela, y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Y yo haré de ti una nación grande… y serán benditas en ti todas las naciones de la tierra’ (Génesis 12:1-3).
Tras llegar a la tierra de Canaán, la actual Palestina, Yahvé estableció alianza con Abraham: ‘A tu posteridad daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran Éufrates’ (Génesis 15:18), y como señal de esta alianza le ordenó: ‘Todo varón entre vosotros será circuncidado’ (Génesis 16:10).
Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob forman la línea de referencia del pueblo hebreo fiel a la alianza divina.
Jacob recibió del Señor un nuevo nombre, Israel, y de sus doce hijos surgieron las doce tribus del pueblo judío, los ‘descendientes de Israel’.
Éxodo y asentamiento en Canaán. La segunda etapa decisiva de la historia del pueblo hebreo comenzó con la liberación de la esclavitud de Egipto (siglo XIII a.C.), donde se había establecido a causa de la sequía.
Moisés fue el caudillo que dirigió por orden de Yahvé esta marcha durante cuarenta años a través del desierto hasta volver a conquistar la tierra de Canaán.
Durante la travesía del desierto acuñó Moisés la ley judía, cuyo núcleo fueron las tablas recibidas de Dios en el monte Sinaí, y que abarcaban las creencias, la moral, los ritos y el ordenamiento civil del pueblo. Esta ley, Torá -llamada también ley mosaica o de Moisés-, recogida en el Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia), prestaría coherencia y unidad al pueblo judío a través del tiempo y de la geografía. También en tiempos de Moisés, según la tradición, surgió la ley oral, que se transmitió a lo largo de generaciones y fue puesta por escrito muchos siglos después. Una vez establecidos en Canaán, la tierra prometida, los hebreos experimentaron la influencia del paganismo sensual y los ataques de filisteos y moabitas. Surgieron entonces los jueces, caudillos como Sansón, pero se hizo necesaria la reunificación de las doce tribus y se proclamó rey a Saúl (siglo XI a.C.). David, su sucesor, conquistó Jerusalén; la estableció como capital y llevó a ella el Arca, símbolo de la alianza con Dios. Salomón, hijo de David, construyó el primer templo. A su muerte se dividió nuevamente el reino: Israel, al norte, con diez tribus, admitió elementos heréticos en el culto y pronto sucumbió; Judá, centrado en torno a Jerusalén, se mantuvo fiel a las tradiciones.
En esta época de decadencia religiosa, política y económica surgieron los grandes profetas de Israel -Elías, Amós, Isaías- que exhortaron al pueblo a regresar a la fe tradicional. La visión de la historia como instrumento de Dios, que hace caer la desgracia sobre el pueblo judío por incumplir la alianza, fue en parte obra de los profetas.
Exilio y restauración. A comienzos del siglo VI, el rey babilonio Nabucodonosor saqueó Jerusalén y deportó su población a Babilonia. Este nuevo destierro espiritual unió al ‘resto de Israel’ bajo la predicación del profeta Ezequiel y forjó una restauración religiosa que preparó la próxima, ésta de índole política.
La conquista de Babilonia por Ciro, rey de los medos y los persas, permitió a los hebreos la vuelta a la tierra prometida (538 a.C.) y la reconstrucción del templo de Jerusalén (515 a.C.). Gran parte del pueblo, sin embargo, quedó repartido desde Egipto hasta la India, como una prefiguración de la posterior diáspora (dispersión).
Esta restauración religiosa y política es considerada por algunos autores como el verdadero origen de la unidad espiritual del pueblo judío. Su gran artífice fue Esdras, sacerdote de los judíos de Babilonia, que fue enviado por el rey persa Artajerjes II a Jerusalén para controlar la observancia de la ley mosaica, reconocida con carácter civil para los judíos. Esdras hizo renovar la alianza con Yahvé tras una lectura de la ley ante el pueblo durante siete días. Renovó igualmente el culto en el nuevo templo, aunque se continuó la enseñanza en las sinagogas locales, y alentó la esperanza, predicada por los profetas, en un mesías que instauraría el reino de Dios.
Períodos helenístico y romano. La influencia griega se inició con la conquista de Palestina por Alejandro Magno. Posteriormente, el pueblo judío alternó largas fases de dominación extranjera con breves períodos de independencia, hasta que en el año 63 a.C. el romano Pompeyo conquistó Jerusalén. Como grandes enclaves judíos de esta época destacan los de Siria, Babilonia y Alejandría, de Egipto. En esta última ciudad se realizó la traducción al griego del Pentateuco denominada de los setenta o septuaginta por el número de autores que la realizaron.
Durante la dominación romana, Jesús de Nazaret reunió un grupo de discípulos que se desgajaron del judaísmo y constituyeron la iglesia cristiana. Roma sofocó diversas revueltas judías, y en el año 70 de la era cristiana el templo de Jerusalén fue arrasado. Se inició así la diáspora, la dispersión del pueblo judío, que encontró en la religión su único factor de unificación.
Período rabínico. El Talmud. El largo período rabínico, que los historiadores delimitan entre el siglo II y el siglo XVIII, se caracterizó por la elaboración por parte de los rabinos -maestros del judaísmo- del Talmud. La primera época, denominada de los maestros, presentó figuras como la de Yehudá ha-Nasí, de Palestina, que a principios del siglo III fijó por escrito la ley oral en la Mishná, que constituía fundamentalmente su comentario de la Torá. La época siguiente, la de los intérpretes, añadió nuevos comentarios o Guemará, que junto con la Mishná constituyen el Talmud. Hubo, sin embargo, dos versiones del Talmud, según la procedencia de las Guemará: la palestina y la babilónica. Esta última, culminada en el siglo V, logró gran influencia durante la edad media y fue adoptada por el judaísmo actual.
El Talmud constituye fundamentalmente un singular esfuerzo de los rabinos por adaptar los preceptos de la ley a la existencia cotidiana de comunidades enormemente dispersas. Sus enseñanzas y contenido se dividen en la Halaká, esencialmente normativa, y la Haggadá, que incluye narraciones, parábolas, etc., destinadas a iluminar y fortalecer al pueblo.
Sefarditas y ashkenazis. Sobre una común base religiosa, la cultura judía vio durante la edad media el desarrollo de dos grandes ramas en Europa. Los sefarditas (o sefardíes) siguieron la tendencia babilónica y recibieron la influencia de los musulmanes con los que convivieron en España. Los ashkenazis, asentados en Francia y Alemania, adoptaron la línea palestina y mantuvieron estrecho contacto con la cultura cristiana. De los ashkenazis surgieron dos corrientes místicas: la cábala (probablemente de origen hispano), desarrollada en los siglos XII y XIII y relacionada con el esoterismo occidental; y el hasidismo, que se prolongó hasta la época contemporánea y preconizaba la fe piadosa y la inmediatez de la experiencia religiosa.
Período moderno. Las ideas de la Ilustración en el siglo XVIII ejercieron gran influencia sobre el pensamiento de las comunidades hebreas del centro y este de Europa, convertidas en centro del judaísmo. Las esperanzas mesiánicas cedieron paso al deseo de una realización personal y nacional claramente terrenal, ideas que se plasmaron en el movimiento conocido como Haskalá.
La figura más destacada fue Moses Mendelssohn, que logró un puesto en las letras alemanas con su traducción de la Biblia y defendió una religión universal de la razón. Las generaciones siguientes se dividieron entre la reforma y la ortodoxia, al tiempo que se mantenía la influencia del hasidismo.
A fines del siglo XIX, Theodor Herzl, judío húngaro, promovió el sionismo -movimiento en favor de un estado judío- que tras diversos avatares históricos culminó con la proclamación del Estado de Israel en 1948.
Actualmente los principales núcleos judíos se encuentran en Israel, la Unión Soviética y los Estados Unidos. Pese a la secularización y al liberalismo que predomina en sus instituciones, el pueblo judío sigue apegado a su religión, es decir, a sus tradiciones y al sentido de su historia.
Doctrina y culto
El judaísmo es una religión monoteísta que postula una relación continua entre Dios y el pueblo judío, y por medio de éste con la humanidad. Toda su doctrina y su culto se centran, por tanto, en la iluminación de las vinculaciones de Dios y del hombre, de la vida superior y la vida terrena.
Dogmas. Maimónides, teólogo judeohispano del siglo XII, resumió la fe judaica en trece artículos que se incorporaron a los libros de oraciones y que son los siguientes: (1) Dios es creador y providencia del mundo; (2) Dios es uno y único; (3) Dios es espíritu y no puede ser representado bajo ninguna forma; (4) Dios es eterno; (5) a Dios sólo debemos dirigir nuestros rezos; (6) todas las palabras de los profetas de Israel son verdaderas; (7) Moisés fue el mayor de todos los profetas; (8) la ley, tal como los judíos la poseen, fue dada por Dios a Moisés; (9) ningún hombre tiene derecho a reemplazarla ni a modificarla; (10) Dios conoce todas las acciones y todos los pensamientos de los hombres; (11) Dios recompensa a quienes cumplen sus mandamientos y castiga a quienes los transgreden; (12) Dios enviará al mesías anunciado por los profetas; (13) Dios hará que los muertos vuelvan otra vez a la vida.
Dios y el hombre. Para el judaísmo, la humanidad constituye una gran familia salida toda ella de una sola pareja: Adán y Eva, creados ambos por Dios. Los rabinos comentan que el barro para moldear a Adán lo tomó Dios de diversas partes del mundo, a fin de que el hombre se sintiese en cualquier país como en su hogar.
El hombre es imagen de Dios y está dotado de libertad; si peca puede obtener el perdón divino con el arrepentimiento y la reparación del mal causado. La recompensa o el castigo tienen lugar en esta vida terrena y después de la muerte.
Al final de los tiempos, la humanidad conocerá una feliz era mesiánica, en la que todos los hombres vivirán en concordia. Los mandamientos de Dios se hallan recogidos en el Decálogo (los Diez Mandamientos), transmitido a Moisés, pero los hombres de otras religiones se salvarán si observan los mandamientos dados por Dios a Noé, que incluyen el rechazo de la idolatría y de la inmoralidad.
Otras prescripciones. La ley de Moisés y la ley oral recogen una reglamentación muy detallada acerca de toda la vida religiosa, pública y privada, que abarca desde los acontecimientos más importantes hasta las acciones cotidianas: ayunos, comidas, purificaciones, festivales, culto, ceremonias, objetos sagrados, etc.
Las circunstancias históricas no siempre permitieron su cumplimiento, y en los tiempos modernos la tendencia reformista y liberal del judaísmo prescindió de muchas prescripciones, sin renunciar por ello a la doctrina esencial.
Festividades y culto. Son festivos todos los sábados, el día de Pascua, Pentecostés y los tabernáculos. Son días de penitencia el día anual (Rosh Hashana) y el día de la Expiación o Gran Perdón (Yom Kippur), consagrado a la plegaria y al ayuno. Los días se cuentan desde la tarde hasta el atardecer del día siguiente, conforme a la expresión del Génesis: ‘Y hubo tarde y hubo mañana; día primero.’ En los sábados y festivos está prohibido todo trabajo. Algunos historiadores atribuyen gran importancia al calendario como unificador de las tradiciones y creencias del pueblo hebreo: ‘El calendario judío es el catecismo judío.’ En él, la fecha de la creación del mundo, a partir de la cual se inicia la cronología judaica, corresponde al año 3761 a.C.
La liturgia judía prescribe tres oficios cotidianos para los días laborables; en los sábados, en los festivos y en el comienzo de los meses religiosos se añade un cuarto oficio; y en el día de la Expiación un quinto.
Cada servicio público se concluye pidiendo a Dios que apresure el advenimiento de su reino sobre la tierra y proclamando la esperanza de Israel: ‘En aquel día el Eterno será uno y su nombre será uno.’
Tomado de la Enciclopedia Hispánica
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