Pregunta:
Hoy me toca vivir una experiencia muy dolorosa en mi matrimonio, como es la infidelidad de mi esposa. Ella llegó incluso a irse un tiempo de nuestra casa para vivir con otro hombre, dejándome solo con mis hijos. Mi esposa me ha pedido que la reciba nuevamente en nuestro hogar, pero a decir verdad, siento que hay demasiadas cosas que se han quebrado entre nosotros. Me cuesta confiar en ella; pero también tengo presente que mi compromiso ante Dios es de por vida y creo que si no le doy una oportunidad estaré fallando a Dios. He estudiado en un colegio de Don Bosco y trato a veces de inspirarme en los consejos de este gran santo, pero no sé qué me diría sobre mi problema. Espero que usted pueda aconsejarme bien.
Respuesta:
Estimado:
He leído atentamente su carta y comprendo la dolorosa situación por la que pasa. Mi respuesta (que vale tanto para su caso, como para los casos en que el cónyuge adúltero es el esposo) tiene dos planos:
1. En cuanto a los principios canónicos sobre su situación
Como usted mismo me lo recuerda, su matrimonio ante Dios es para siempre; suceda lo que suceda.
A pesar de eso, la Iglesia contempla que en algunas situaciones muy graves, como por ejemplo el caso del adulterio de uno de los cónyuges, el cónyuge inocente decida lícitamente separarse y no continuar la vida común. Sin embargo, aún en estos casos, la Iglesia recomienda intentar la reconciliación (“Existen… situaciones en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución sería, si es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble” 1).
Por tanto, si bien la separación (sin intención de unirse a otra persona) sería lícita en caso de adulterio, es, sin embargo, una “razón extrema”, cuando no hay alternativas de salvar el matrimonio.
2. ¿Hasta dónde debe esforzarse usted en intentar solucionar su situación?
No se puede dar un principio universal. Debe usted examinar su corazón y ver cuánta generosidad le pide Dios. Yo le aconsejaría que no se desaliente y que ponga todos los medios para salvar su matrimonio. Está en juego, como usted mismo lo hace notar, muchas cosas:
a) Su felicidad (pues, de permanecer separado, quedaría obligado a vivir solo el resto de su vida, ya que no puede usted volver a casarse con otra persona).
b) La de su esposa; ella ha pecado, es cierto, pero si se ha arrepentido, hay que tener esperanza de que reforme su vida. En cambio, si queda sola, la expone a que vuelva a vivir mal. ¿Acaso no asumió usted el compromiso de hacer lo posible por “redimirla” al jurarle amor para siempre? Recuerde que el amor del esposo es como el de Cristo por su Iglesia; y Cristo Nuestro Señor se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola (Ef 5,25-26).
c) La felicidad de sus hijos que necesitan la referencia materna y paterna para su educación y para alcanzar la madurez espiritual y psicológica.
Comprendo que no son, éstas, cosas fáciles, sobre todo teniendo en cuenta que han quedado heridos sentimientos muy delicados. Pero Jesucristo no nos ha rechazado a nosotros, ni nos trata con lejanía a pesar de que ninguno de nosotros somos “confiables” (¿quién garantiza que no volveremos a pecar contra Dios?); y sin embargo, Dios nos vuelve a recibir. Ciertamente no está Usted obligado a hacer esto por justicia, pero la justicia sin misericordia es crueldad…
Si el pecado de su esposa ha sido muy grave, no debe olvidar que cualquiera de los pecados graves que usted haya cometido en su vida (si ha cometido alguno) establece con Dios una deuda impagable para nosotros, tanto como la infidelidad de su esposa; pero Dios a Usted se la saldó. No debe ser, pues, imposible que Usted haga lo mismo con los demás.
Evidentemente, lo que he dicho más arriba se refiere al caso en que la persona que ha sido infiel a su cónyuge tiene la sincera intención de cambiar de vida y reparar el mal hecho. Perdonar a la esposa o al esposo adúlteros no significa tolerar el estado de infidelidad (o sea, que mantenga una doble vida), sino recibirlo con un perdón sincero cuando se ha arrepentido de su pecado; y esto por un bien mayor natural (el bien de la familia) y sobrenatural (la imitación de Cristo que nos ha perdonado nuestras propias infidelidades, ya que la Sagrada Escritura describe todo pecado como una especie de adulterio del hombre respecto de Dios).
¿Qué le aconsejaría Don Bosco? En sus Memorias Biográficas se leen estos consejos: “Cuando un alumno se muestra arrepentido de una falta, perdonadle en seguida y perdonad de corazón: echadlo todo al olvido. Y después que nadie diga jamás a un muchacho o a otro que ha desobedecido, que ha dicho una palabra insolente, o faltado de otra manera al respeto: ¡Ya me las pagarás! Porque este lenguaje no es cristiano” 2. ¡Perdonar en seguida y de corazón! Aunque haya mucha diferencia entre ambas situaciones, ¿no vale la pena intentarlo?
Que María Auxiliadora (la que perdonó a todos los asesinos de su Hijo, estando Ella al pie de la cruz) le ayude a cicatrizar para siempre las heridas de su alma.
A la santísima Magdalena
LXVIII
Buscaba Madalena pecadora
un hombre, y Dios halló sus pies, y en ellos
perdón, que más la fe que los cabellos
ata sus pies, sus ojos enamora.
De su muerte a su vida se mejora,
efecto en Cristo de sus ojos bellos,
sigue su luz, y al occidente dellos
canta en los cielos y en peñascos llora.
«Si amabas, dijo Cristo, soy tan blando
que con amor a quien amó conquisto,
si amabas, Madalena, vive amando».
Discreta amante, que el peligro visto
súbitamente trasladó llorando
los amores del mundo a los [de] Cristo.
(Lope Félix de Vega y Carpio)
P. Miguel A. Fuentes, IVE
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1 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1649.
2 Memorias Biográficas, vol. 6, p. 298.