Pregunta:
¿Cuál es la moralidad de los aretes, pendientes, ganchos, etc. (se los denomina “sperlings”) que algunos usan para adornar su cuerpo (orejas, nariz, boca, ombligo y hasta órganos genitales) muy de moda hoy entre la juventud?
Respuesta:
Estimado:
Me parece útil englobar su consulta dentro del tema más amplio de los “adornos y vestidos corporales”. Esto ya fue abordado en la Edad Media ubicando el problema dentro de la virtud de la modestia y del ornato exterior[1]. Los principios que se podrían establecer, con las adaptaciones debidas al tiempo presente, son los siguientes:
(1) Es justo y recto el uso de vestidos preciosos, joyas, adornos y objetos semejantes cuando la dignidad de la persona lo exige y las costumbres lo recomiendan.
(2) Es justo y recto el uso de adornos corporales que no excedan las posibilidades y estado de la persona que los use.
(3) Es incorrecto e inmoral el uso de adornos del cuerpo que tengan por finalidad la provocación de otros al pecado.
(4) No es lícito adornar el cuerpo de forma que llegue a producir verdadero engaño en los demás.
(5) A la mujer le es lícito gastar en cosméticos, etc., para agradar a su marido, si lo tiene, o para procurar adquirirlo, si no lo tiene. Pero en el uso de estas cosas hay que guardar moderación y equilibrio.
(6) No es lícito a la mujer que no aspire al matrimonio cubrirse de adornos que puedan dar ocasión para que otros pequen o la deseen.
(7) La gravedad del uso indebido de adornos, etc., se debe medir por la mayor o menor provocación al pecado, por la intención de la persona que así procede y por el uso corriente que en la sociedad se haga de tales cosas. Así es pecado usarlos por seducción o vanidad (aunque muchas veces no sea más que pecado venial).
(8) También pueden ser pecado por producir efectos desordenados: escándalo, uso desordenado del dinero, abuso del tiempo que se dedica a preparar el cuerpo para estas cosas, etc.
(9) El uso “mágico” de algunos de estos objetos los hace ilícitos y pecado de superstición: “llevar amuletos es también reprensible”[2].
En lo concreto, lo que debemos tratar de inculcar a las almas es que estimen su propia delicadeza y decoro y que sobrepongan los valores espirituales a la pobre belleza corporal. Esta no es más que una sombra si se compara con la belleza del alma y de la gracia y nunca puede pasar a primer plano.
P. Miguel A. Fuentes, IVE
Bibliografía: Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II,169.
[1] Santo Tomás le dedicó una cuestión de la Suma Teológica, II-II,169.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2117.