pecados ancestrales

¿Existen los pecados ancestrales? ¿Es católica la oración de sanación del árbol genealógico?

Pregunta:

¿Existen los pecados ancestrales? ¿Es católica la oración de sanación del árbol genealógico?

Respuesta:

En algunos sectores de la Iglesia Católica, sobre todo en grupos de tipo carismático, se ha difundido mucho la práctica de la oración, el rosario o las misas de “sanación del árbol genealógico” o “sanación intergeneracional”, que suscita grandes adhesiones, por un lado, y duras críticas por otro. Lo cuenta Luis Santamaría, integrante de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), en el portal Aleteia.

La Asociación Internacional de Exorcistas ha trabajado este tema en su congreso celebrado en Roma en septiembre de 2018, de la mano del sacerdote mexicano Rogelio Alcántara, a quien se le pidió un estudio exhaustivo sobre el asunto. Alcántara es doctor en Teología y director de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la Arquidiócesis de México. Resumimos aquí su intervención.

Unos males supuestamente heredados

El autor resume así la idea que está en la base de la sanación intergeneracional: “los males que padecen actualmente las personas (males psíquicos, morales, sociales, espirituales y corporales) tienen una causa en sus antepasados. La persona actual sería como el último eslabón de una cadena, por donde van pasando los males que llegan a ella”. ¿De dónde vendrían estos males? De un triple origen: las malas inclinaciones de los antepasados, sus pecados, y las maldiciones lanzadas sobre sus descendientes. Lo que llevaría a la persona a tener “inclinaciones y tendencias a determinados males” o “ataduras ancestrales” muy fuertes.

La solución propuesta al creyente por algunos sacerdotes y grupos dedicados al ministerio de sanación y liberación sería “sanar su árbol genealógico con prácticas religiosas y oraciones específicas que puedan cortar esa nefasta ‘herencia’ que se ha recibido de los antepasados”, logrando la liberación propia y el perdón de los ancestros. Para ello se realizan unos ritos que implican asumir “nuevos conceptos como: transferencia, influencia, maldición intergeneracional, herencia ancestral, pegajosidad, sanación del árbol genealógico, etc.”.

¿De dónde viene esta teoría?

Después de ofrecer citas significativas de varios autores que sostienen esta idea, el padre Alcántara afirma que no podemos encontrar ningún autor católico que haya enseñado la doctrina del “pecado ancestral” antes de la segunda mitad del siglo XX, por lo que “es una ‘doctrina novedosa’, inventada, que representa un grave peligro para los que quieren aceptar la revelación divina tal como nos la presenta la Iglesia Católica”.

Esta teoría, según el sacerdote mexicano, “apareció por primera vez entre los protestantes por inspiración pagana. Un misionero protestante, Kenneth McAll, es quien dio el impulso a la práctica de ‘sanar’ el árbol genealógico hasta convertirlo en un movimiento”. Además, estas ideas tampoco tienen ningún fundamento filosófico ni científico. De hecho, el padre Alcántara apunta que “el supuesto fundamento filosófico del llamado daño ancestral es muy semejante a lo que popularmente se conoce como el ‘karma’, idea procedente de la religión hinduista”.

Por supuesto, la doctrina del pecado ancestral tampoco tiene fundamento teológico alguno, aunque sus defensores “tratan de justificar su aplicación del ‘karma’ a la teología cristiana basándose en las ciencias psicológicas, especialmente en Carl Jung”. O incluso llegan a citar la doctrina católica del pecado original, sin fundamento.

Pero… ¿no aparece en la Biblia?

La idea de pecados de los antepasados que influyen en la vida de las personas aparece en varios pasajes del Antiguo Testamento, que Rogelio Alcántara detalla y analiza para demostrar que la correcta interpretación de esos textos implica leerlos en su contexto, entendiéndolos “en un progreso pedagógico de la revelación, que llega a su plenitud en Cristo, quien nos enseña el auténtico concepto, por ejemplo, de castigo y misericordia divina”.

Precisamente es la misericordia de Dios el tema que se subraya en los textos bíblicos, la respuesta divina al pecado del ser humano. Por otro lado, hay textos en el Antiguo Testamento en los que se pone de manifiesto “que cada quien cargará con su culpa y las consecuencias de su pecado”, es decir, que “se subraya la dimensión personal del pecado”.

De manera que en el Antiguo Testamento “hay ya una nítida aclaración de la relación entre las consecuencias del pecado y la culpabilidad personal”. Algo que queda confirmado por las palabras de Jesús en los evangelios, como cuando responde a los que le preguntaban si un ciego lo era por sus propios pecados o por los de sus padres. Por eso, el sacerdote afirma que “a partir del análisis de los textos de la Sagrada Escritura podemos concluir que la ‘doctrina’ del llamado ‘pecado ancestral’ y la llamada ‘oración de sanación del árbol genealógico’ no tiene fundamento en la Revelación sobrenatural”.

Distinción entre influencias, pecados y maldiciones

El paso siguiente en la reflexión es aclarar los términos que se usan y distinguirlos. En primer lugar define la influencia intergeneracional como “todo elemento que altera o determina la forma de pensar o de actuar de alguien de una futura generación”. La influencia de una generación a otra existe, es algo natural, se da por cuestiones ambientales o de convivencia (como la educación humana o religiosa, el buen o mal ejemplo, etc.).

En segundo lugar aclara categóricamente con fundamento en la revelación que los llamados pecados intergeneracionales o ancestrales –entendidos como pecados que se transmiten de una generación a otra– no existen, porque el pecado es un acto libre, cuyas consecuencias por trasgredir la ley divina: culpa y pena son personales y por tanto intransferibles. El padre Alcántara reitera que “si por pecados ancestrales se entienden los pecados de los antepasados que se transfieren a la actual generación, éstos no existen, pues el único pecado que puede transmitirse por vía de la generación es el pecado original”.

Y añade que “si por pecados ancestrales se entiende simplemente los pecados que cometieron nuestros antepasados y que no se trasmiten a las actuales generaciones, podría aceptarse la expresión. Sin embargo, por prestarse a confusión y por correr el riesgo de que se interprete en el primer sentido, es mejor evitar el vocablo”. Los pecados de un antepasado no pueden predisponer al pecado al descendiente, sólo “podrían influir naturalmente (ambientalmente) a modo de ejemplo en las personas cercanas al pecador, pero no pueden predisponer a nadie al pecado”. Los pecados se repiten en las familias, sobre todo, por el mal ejemplo.

¿Tienen efecto las maldiciones?

En este punto, el teólogo mexicano vuelve a la cuestión de “las maldiciones que se hacen como petición al demonio” para que una persona quede privada de algún bien. Después de analizar los distintos tipos, aborda su efectividad: “quien maldice puede simplemente desear el mal del otro, pero el puro deseo humano no tiene poder para causar daño alguno. La maldición podría tener efecto cuando quien la lleva a cabo pide el mal para otro” –ya se lo pida a Dios o al demonio–.

Dado que Dios no responde a una petición que busque el mal de otra persona, los únicos que podrían acceder a cumplir las maldiciones son los demonios. ¿Y cómo es posible? Alcántara responde: “por un misterio –incomprensible muchas veces para nosotros– Dios permite actuar a su enemigo causando daños a sus creaturas humanas, de orden físico, psicológico o espiritual para su conversión y salvación”. Avanzando… ¿cuál es el alcance de una maldición o de la brujería en el tiempo? Según el autor, un hombre puede maldecir a sus descendientes, pero sólo a los vivos, pues no tiene bajo su potestad a los que no han sido concebidos.

¿Qué peligros hay?

Para terminar, el sacerdote mexicano afirma que “las llamadas misas (u oraciones) para sanar el árbol genealógico no son parte de la doctrina y liturgia católica… ni en la Revelación, ni en los Santos Padres, ni en la historia de la teología católica hay un solo ejemplo de que ésta sea o haya sido enseñanza católica”.

Basándose en un documento de los obispos franceses, explica que “la llamada oración de sanación del árbol genealógico lleva a la persona a buscar las razones de su sufrimiento fuera de sí misma. Lo cual a su vez impide que haya un verdadero proceso de ayuda psicológica que podría sanar al individuo. Por lo tanto, las ‘misas’ que se celebran con esta intención representan más un peligro psicológico para los fieles que una ayuda”.

Y, por último, subraya que “estas misas desvían la caridad que deberíamos tener hacia nuestros seres queridos difuntos. En efecto, en lugar de ofrecer misas por ellos, pedimos misas para nosotros, en cuanto que queremos que sus pecados dejen de afectarnos en esta vida”.


FUENTE: Aleteia y Infories (Nº 630, 7 de dic. 2018)

alma

¿Por qué se habla del “valor” del alma?

Pregunta:

Me invitaron a visitar una página de Internet donde había un juego (que no parecía muy “juego” que digamos, porque me dio un poco de temor) en el que había que llenar los datos de uno y entonces salía “cuánto vale” mi alma y cuántas personas hay más puras que yo en el mundo. Lo tomé un poco en broma, pero en un foro al que entré después todos los muchachos y chicas habían entrado allí y habían hecho “cotizar” su alma y medio lo tomaban en serio. Mi pregunta es ésta: ¿se puede poner valor o precio al alma?

 

Respuesta:

Estimado amigo:

A esta pregunta debo responde con un “sí” y un “no”. “No” en el sentido que le quieren dar las personas que han armado ese pretendido “juego”; ¡cuidado!, el único que calcula el precio de un alma en dinero o en cosas peores es el diablo. Él comercia con los hombres, vendiéndolos al pecado, o comprándolos por pecado.

Pero, desde otro ángulo, hay que decir que “sí”: toda alma tiene un valor, y un precio. Y esto lo reconoce el mismo demonio. Si leemos el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto veremos que en la tercera tentación el diablo ofrece al Señor todos los reinos del mundo a cambio de una postración (Mt 4,8-10): Entonces le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: “Todo esto te daré si postrándote me adoras”. El demonio piensa que ofrece un buen precio por el alma de Cristo. Pero el Señor le responde haciéndole entender que el alma vale infinitamente más que todo el mundo: Jesús entonces le respondió: “Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto”.

Tal vez este juego tonto en que los jóvenes buscan “tasar” su alma no sea más que una reacción (equivocada indudablemente) al ateísmo, al materialismo y el descreimiento de los valores espirituales propios de nuestra época, que conllevan el olvido del alma, o el desinterés por ella, la burla de los que creen en el alma, e incluso la necedad de aceptar la realidad del alma inmortal pero ¡arriesgarse a condenarla eternamente!

El olvido de la primacía del alma es una tara que está reprendida en los mismos Evangelios. Jesús proponiendo la parábola del rico que nunca pensaba en su alma le hace escuchar a su personaje aquellas duras palabras: Dios le dijo: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma (Lc 12,20).

Tenemos un alma espiritual e inmortal. Incluso los paganos llegaron a intuirlo y algunos a afirmarlo. La fe nos lo confirma. E incluso sin usar de la fe, nos lo dice la inteligencia. El mismo afán de eternidad que sentimos en nuestro interior, en la apertura a la verdad y a la belleza, en el sentido del bien moral, en la experiencia de nuestra libertad y en la voz de nuestra conciencia, que nos hace aspirar al infinito y a la dicha, percibimos, signos de nuestra alma espiritual. La “semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia” su alma, no puede tener origen más que en Dios[1].

Si hablamos de precio, debemos decir que el alma hecha por Dios “para” Dios vale más que el universo entero. Si las cosas se valúan por lo que cuestan, recordemos que mientras el universo costó a Dios una sola palabra (pues como dice el Salmo 148: Habló Dios y todo fue creado), en cambio el alma del hombre costó el precio de la Sangre y de la Vida del Hijo de Dios, quien murió por nuestra alma en la Cruz.

            El valor de un alma, incluso la del último de los miserables, lo vemos reflejado si oponemos dos cuadros evangélicos asombrosos. El primero es la tercera tentación de Cristo, que mencionábamos más arriba; el segundo es la última cena. En la primera escena el diablo ofrece el mundo, del cual es príncipe en cierto sentido, a cambio de una sola postración de Jesús (Si cadens adoraveris me). En la segunda escena, cuando, como dice San Lucas, el diablo ya se había apoderado del corazón de Judas (Lc 23,3), Jesucristo mismo se pone de rodillas, humillándose, para lavarle los pies. Él, que despreció el mundo entero que le ofrecía el diablo, ¡se postra por ganar el alma de un traidor!

Ni siquiera comprenden con exactitud el valor de su alma quienes la cuidan sólo por miedo de verse condenados eternamente. No alcanzan a ver el valor en sí; tan solo temen una consecuencia. Se cuenta que en una ocasión Dios mostró a Santa María Magdalena de Pazzis un alma; y cuenta su biógrafo que quedó ocho días fuera de sí, arrebatada del asombro y admiración que le había producido aquella vista. Debemos valorar justamente nuestra alma. Entre tantos motivos, al menos: (a) por su origen divino, por su inmortalidad, por la encarnación del Hijo de Dios que para salvarla se hizo hombre, por haberle sido asignado un ángel custodio para guardarla, por las inspiraciones divinas, etc.; dicho de otro modo: por la estimación que le tiene el mismo Dios. (b) También por el aprecio que le tiene el demonio que por ganarla para sí hace tantos malabarismos; cuando alguien hace tantas cosas para comprar algo y está dispuesto a tantos sacrificios por conseguirlo, ¡al menos nos tendría que venir la sospecha de que se trata de algo valioso! (c) Y por la estimación que le tienen los santos quienes no dudan en sacrificarse enteramente antes que ensuciarla con la más pequeña arruga, por la constancia de los mártires que prefirieron perder la vida antes que perder el alma, por los trabajos de los misioneros que por salvar almas dejaron todo.

            Por tanto, pensemos en nuestra alma; pensemos en los pobres locos que la venden por una moneda. Pensemos también con cuánta ligereza la arriesgamos. Y sobre todo deberíamos meditar aquellas palabras del Señor: ¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo pierde su alma? (Lc 9:25). Y lo que añade en otro lugar: ¿Qué podrá dar el hombre a cambio de su alma? (Mt 16,26). Es decir, una vez perdida el alma (o sea, ya condenada en el infierno), ya no se puede volver a comprar.

            Recordemos siempre las palabras con que Don Bosco despedía a los jóvenes que por su mala conducta debía expulsar del Oratorio; con duras penas y lágrimas les decía como último recuerdo: “No tienes nada más que una alma: si la salvas, has salvado todo: si la pierdes, has perdido todo para siempre”[2].

Bibliografía: A. Bea, Anima, en: Enciclopedia Cattolica, I, Ciudad del Vaticano 1948, 1307 ss.; J. Campos, “Anima” y “animus” en el N. T.: su desarrollo semántico, “Salmanticensis”, 4 (1957), pp. 585-601; A. Fernández, La inmortalidad del alma en el A. T., “Razón y Fe” (1913), 316-333; A. Willwoll, Alma y espíritu, Madrid 1953; E. Rohde, Psique. Idea del alma y la inmortalidad entre los griegos, México 1948; B. Echeverría, El problema del alma humana en la Edad Media, Buenos Aires 1941; C. Fabro, L’anima, Edivi, Segni 2005.

[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 32.

[2] San Juan Bosco, Memorias biográficas, IV, 437.

sacerdote

¿Es necesario creer en los sacerdotes?

Pregunta:

Estimado Padre:

         Me parece que mi problema es el de muchos católicos: me cuesta creer en los sacerdotes. He tenido muchas malas experiencias conociendo sacerdotes muy poco dignos de su misión: poco preocupados de los fieles, o inquietos sólo por sus propios intereses, o simplemente «mundanos». Esto me ha producido el efecto de que no pueda mirarlos sin desconfianza. ¿Qué puedo hacer?

Respuesta:

Estimado:

         En las Memorias de Don Bosco se relata que él acostumbraba a decir a sus salesianos: «El sacerdote siempre es sacerdote y debe manifestarse así en todas sus palabras. Ser sacerdote quiere decir tener continuamente la obligación de mirar por los intereses de Dios y la salvación de las almas. Un sacerdote no ha de permitir nunca que quien se acerque a él se aleje, sin haber oído una palabra que manifieste el deseo de la salvación eterna de su alma»[1].

         Pero el mismo Don Bosco, cuando oía hablar de defecciones o de escándalos públicos de personas importantes o sacerdotes, también decía a sus discípulos: «No debéis sorprenderos de nada; donde hay hombres, hay miserias»[2].

         Me parece que en estas dos referencias se contiene el justo equilibrio para juzgar al sacerdote y para regular nuestra relación con el mismo.

         El sacerdote está llamado, por su vocación, a una gran santidad; pero sigue siendo un hombre, y en cuanto tal, frágil y rodeado de flaqueza. Entre los apóstoles del mismo Cristo, uno lo traicionó (Judas), otro lo negó (Pedro), y los demás lo abandonaron durante su Pasión. Pero esto no los hizo menos sacerdotes; y a ellos dio poder de consagrar su Cuerpo y su Sangre (Haced esto en memoria mía: Lc 22,19), y de perdonar los pecados en su nombre (cf. Jn 20,23).

         Debemos orar por nuestros sacerdotes, para que sean santos y para que sean fiel reflejo del Sumo y Eterno Sacerdote, que es Jesucristo. Pero debemos mirar al sacerdote como a un «sacramento» de Cristo; es decir, que mientras vemos a un hombre, con defectos y miserias, la fe nos debe hacer «descubrir» al mismo Cristo. Por eso preguntaba San Agustín: «¿Es Pedro el que bautiza? ¿Es Judas el que bautiza? Es Cristo quien bautiza». Es Cristo quien consagra para nosotros en el altar, y es Cristo quien nos perdona los pecados. La eficacia viene de Cristo; no del ministro. Las palabras de Cristo (Haced esto en memoria mía; A quienes perdonéis los pecados..) conservan siempre toda su lozanía y eficacia, a pesar de que el ministro que las pronuncia sea un pecador empedernido. Por eso Inocencio III condenó a quienes afirmaban que el sacerdote que administra los sacramentos en pecado mortal obraba inválidamente[3]; y lo mismo repitió el Concilio de Trento[4].

         A todo esto se suma algo que tal vez no sea el caso que Usted me plantea, pero que se da con cierta frecuencia, y es el hecho de que gran parte de los que dicen: yo no creo en los sacerdotes, o: yo no creo en los curas…, ocultan con esta acusación algún problema personal de fondo. Más que no creer su problema es que no quieren creer. Y no quieren porque no viven limpiamente su noviazgo, o su matrimonio, o sus negocios. Y el problema que tienen es que creer en los sacerdotes significa creer en el sacerdocio: en la necesidad del sacerdote como mediador entre Dios y los hombres; en la necesidad de recurrir a él para que nos perdone los pecados, en la necesidad de asistir a la Misa dominical, en la necesidad de cumplir los mandamientos. Creer en el sacerdocio implica aceptar todas estas cosas como una obligación personal, independientemente de si esos sacerdotes que celebran Misa y perdonan los pecados son o no son ellos mismos santos.

         Cuando los diez leprosos se acercaron a Jesús para pedirle curación, el Señor les dijo: Id y presentaros a los sacerdotes, como prescribía la ley (Lc 17,14), aunque sabía que aquellos sacerdotes dejaban mucho que desear, como lo demostró la oposición que los mismos hicieron a Cristo.

         Jesucristo nos pedirá cuenta a cada uno de nosotros, por lo que nosotros hayamos hecho, según los mandamientos que nos dio a cada uno de nosotros. No nos juzgará por los pecados de nuestros sacerdotes o la santidad de los mismos.

         Nos queda siempre la obligación de rezar por nuestros pastores, para que tengan un corazón como el del Divino Pastor.

P. Miguel A Fuentes, IVE

 

Bibliografía para profundizar:

            Buela, Carlos, Sacerdotes para siempre, Ed. del Verbo Encarnado, San Rafael 2000.

            Nicolau, Miguel, Ministros de Cristo. Sacerdocio y Sacramento del Orden, BAC, Madrid.

            Chevrier, Antonio, El sacerdote según el Evangelio, Desclée de Brouwer, Pamplona 1963.

[1] Memorias Biográficas, vol 3, p. 68 (edición española).

[2] Memorias Biográficas, vol 7, p. 158 (edición española).

[3] Cf. Denzinger-Hünermann, n. 793.

[4] Cf. ibid., n. 1612.

código da vinci

¿Qué piensa usted del “código da vinci”?

Pregunta:

Recientemente me prestaron un libro titulado “El Código Da Vinci”. La idea expuesta en dicho libro es que si bien Jesús existió (lo cual como católico no pongo en duda) fue distinto de como hemos escuchado; por ejemplo, tuvo descendencia a raíz de una relación marital con María Magdalena, y otras cosas más. Tengo inquietud de saber qué tanto de verdad hay en esto.

 

Respuesta:

Estimado:

Efectivamente “El Código Da Vinci”, de Dan Brown, es un libro que ha levantado mucha polémica, pero no merecería un artículo serio de no ser por el daño que está (y seguirá) causando en tantos incautos, incluso en personas de buena fe. Ya han sido publicados también buenos estudios poniendo de manifiesto las incontables falsedades contenidas en el libro. Para responderle haré referencia sólo a uno de estos libros, titulado “De Da Vinci Hoax”, “El fraude Da Vinci”, por Carl Olson y Sandra Miesel[1]. “La refutación definitiva”, lo califica Mons. Francis George, Cardenal de Chicago, en su Prólogo, con mucha razón[2].

Todo el mundo –o casi– ha sentido hablar ya de “El Código Da Vinci”; muchos están encantados con él, en gran medida llevados por la moda, que es la que indica hoy qué es interesante leer o creer, y no por el contenido o el valor literario. De hecho Peter Miller, critico del The Times de Londres afirmó que “este libro es, sin duda, el más tonto, inexacto, poco informado, estereotipado, desarreglado y populachero ejemplo de pulp fiction que he leído”; Francisco Casavella, de El País, de Madrid, lo calificó como “el bodrio más grande que este lector ha tenido entre manos desde las novelas de quiosco de los 60”. En el suplemento cultural del diario El Mundo, Fernando Sánchez Dragó escribió: “El éxito de este libro responde al infantilismo generalizado de los seres humanos, en línea con el mercantilismo de los charlatanes de la New Age, y la falsa espiritualidad de Paulo Coelho. Sus lectores se encuentran entre los aficionados al fútbol y los teleadictos más patéticos, gente que no ha crecido mentalmente”[3].

Estando así las cosas, escribir sobre “El Código Da Vinci” sólo se justifica por lo que señala James Hitchcock en su Introducción a “El fraude Da Vinci”, a saber, que si bien hay muchos libros serios escritos sobre los temas mencionados por Dan Brown, “la gente que no lee libros serios, están leyendo ‘El Código Da Vinci’, y para muchos es lo más cercano a un libro ‘real’ que ellos jamás encontrarán”. Y continúa: “Hay una extraña suposición, que se puede detectar incluso entre algunos que se profesan cristianos, según la cual el libro de Dan Brown no habría sido publicado, y no habría llegado a ser un best seller, si no fuera verdad”[4].

“El Código Da Vinci” representa el más sistemático ataque a los fundamentos históricos del cristianismo; debe su efectividad al hecho de no ser una presentación teórica y teológica, sino novelada. Es un problema “serio” no por su profundidad, erudición o información sino por la capacidad de daño moral que puede lograr.

            Dan Brown es un pintoresco caso de necedad: critica toda autoridad, especialmente a la Iglesia católica, pero él habla de todo, sin dudar jamás de sus propias afirmaciones y con una ignorancia (¿o malicia?) artística, histórica y teológica que pasma.

            ¿Cuáles son los problemas más serios de “El Código Da Vinci”? Los autores de “El fraude Da Vinci” los resumen en cinco: (1) Reclama ser históricamente preciso y basado en hechos, pero a menudo no lo es. Así la novela antepone una página titulada “Hechos” (Facts) que afirma: “Todas las descripciones de arte, arquitectura, documentos, y rituales secretos en esta novela son exactos (accurate)”. Es la primera mentira. (2) Repetidamente falsifica o desfigura personajes, lugares y eventos de la historia. (3) Promueve el feminismo radical del programa neo-gnóstico. (4) Desfigura incorrectamente e injustamente el Cristianismo y la fe tradicional cristiana sobre Dios, Jesús y la Biblia. (5) Propaga una actitud relativista e indiferente hacia la verdad y la religión[5].

Es, en realidad, una agresiva tergiversación de la verdad cristiana. Como dicen los autores de “El fraude Da Vinci” citando a Hitchcock: “El Código Da Vinci no es simplemente otra ‘revisión’ progresista. Es nada menos que el reclamo de que el Cristianismo ha sido un fraude deliberado casi desde el principio, de que la historia de Jesús fue suprimida, y de que sólo ahora estamos aprendiendo por fin la verdad de todo esto”[6].

La religión de “El Código Da Vinci”. “El Código Da Vinci” tiene una religión: el gnosticismo. En el libro podemos encontrar numerosos temas gnósticos: la sospecha de la tradición, desconfianza en la autoridad, disgusto por el dogma y por los juicios objetivos de la fe, el enfrentamiento del individuo contra lo institucional, así como la promesa del conocimiento secreto.

            El gnosticismo es hoy –como lo fue desde un comienzo– (para usar las palabras de Carl A. Raschke): “una religión de rebelión contra la religión convencional”[7]. Por “gnósticos” y “gnosticismo” los primeros Padres de la Iglesia no designaban tanto un sistema definido –de hecho entre los gnósticos de los primeros siglos hay notables discrepancias y contradicciones– cuanto el o los sistemas que se salen de las fronteras de la Ortodoxia (tomando por esta última la doctrina transmitida por los Apóstoles y sus ulteriores desarrollos homogéneos); el gnosticismo siempre se ha caracterizado por ser una ruptura en el desarrollo dogmático (como vemos en todas las herejías), o bien una incorporación de elementos espurios de la fe, o ambas cosas.

            “El Código Da Vinci” se hace eco –asumiéndolas plenamente– de afirmaciones gnósticas sobre la Iglesia, sobre Cristo, sobre la “sacralidad femenina”. Dan Brown a través de sus personajes sostiene con todo convencimiento que fue el emperador Constantino y sus sucesores quienes inventaron, por razones políticas, la “divinidad” de Cristo y quienes convirtieron el mundo del paganismo matriarcal al Cristianismo patriarcal empleando “una campaña de propaganda que demonizó la sacralidad femenina” destruyendo la adoración de las diosas y asegurándose que la religión moderna fuera de orientación masculina[8].

            En la visión de Dan Brown –como la de muchos gnósticos– la divinidad es un realidad androgina, o sea masculino-femenina, un “Poder bisexual”. En esto “El Código Da Vinci” coincide y depende de los libros de Margaret Starbird, “La mujer con el frasco de alabastro” (“The Woman with the Alabaster Jar”) y “Las diosas en los evangelios” (“The Goddess in the Gospels”), citados por el mismo Dan Brown. Eco de esto se puede ver en afirmaciones como, por ejemplo, que el retrato de la Mona Lisa (La Gioconda) no es ni varón ni mujer (Brown propone incluso que es Leonardo vestido de mujer), o de que Jesús al fundar (?) su religión lo hizo casándose con María Magdalena, etc.

            Sin embargo, en algunos puntos, el moderno gnosticismo es incoherente con el antiguo. El neo-gnosticismo tiene una de sus más fuertes manifestaciones en el “feminismo radical”, que busca reivindicar los antiguos escritos gnósticos (por ejemplo, los Evangelios gnósticos como el de Tomás, el de Juan, etc.) como si éstas fuesen las fuentes donde se conservó la “verdad” de Jesucristo que no alcanzó a ser tergiversada por obra de Constantino; según sus defensores, en tales escritos habría quedado sentado el “feminismo” del movimiento fundado por Jesús (quien habría pensado, según estos autores, en la Magdalena como la futura cabeza de su iglesia y no en Pedro, quien más tarde la habría desbancado fundando el mito petrino). Esta idea comenzó en realidad en 1896 con el escrito conocido como “Pistis Sophia” o “Los libros del Salvador”(The Books of the Savior), popularizándose con los descubrimientos de algunos textos gnósticos en Nag Hammadi, Egipto, en 1945. Sin embargo, el gnosticismo tradicional no fue pro-femenino sino que despreció lo femenino; por tanto, Dan Brown y sus fuentes toman del gnosticismo lo anticristiano pero cambiando la misoginia del gnosticismo tradicional por el feminismo radical moderno.

            Dos fuentes que aportan gran parte de la savia gnóstica de “El Código Da Vinci” son “La revelación templaria: Guardianes secretos de la verdadera identidad de Cristo”[9] y “Santa Sangre, Santo Grial”[10]. Estos libros y otros de análogo tenor han contribuido a poner –para muchos cristianos– los evangelios gnósticos al mismo nivel de los cuatro evangelios canónicos (o incluso a un nivel superior). No les importa que los evangelios gnósticos hayan sido escritos varias décadas e incluso algunos siglos más tarde que los canónicos, o que hayan surgido en ambientes heréticos y que hayan sido combatidos desde los primeros siglos por los Padres de la Iglesia; tampoco importa, para los cristianos superficiales, que el canon de los evangelios recibidos por la Iglesia esté ya reconocido por los primeros escritores eclesiásticos como Justino Mártir (en torno al 150), Tertuliano, Ireneo, etc. Ni importa que los evangelios canónicos hayan sido reconocidos como tales más de 150 años antes del Concilio de Nicea y de Constantino…; estos autores igualmente valoran cualquier hipótesis aventurera, tenga algún viso de veracidad o ninguno (como es nuestro caso); es una cuestión de ideología, no de ciencia histórica.

            Newman ha dejado escrito que “entrar profundamente en la historia equivale a abandonar el Protestantismo”. Con mayor razón puede aplicarse este juicio a otros errores más graves como los transmitidos por los escritos neo-gnósticos. El problema está en que para entrar profundamente en la Historia hay que tener amor por la verdad y gusto por la seriedad. Quienes pretendan formar sus mentes con una cultura “fast-food” esperando que los conocimientos no exijan más trabajo que el que lleva comprar y comer una hamburguesa y unas papas fritas, nunca abandonará sus errores, pero tampoco podrá pensar con otra cosa que no sea su estómago.

            El neo-gnosticismo también tiene otra característica y es el hecho de favorecer una de las vertientes dogmáticas del antiguo gnosticismo. Los primeros gnósticos –como puede leerse en el mismo Nuevo Testamento, especialmente en los escrito de San Juan– negaban los rasgos humanos de Jesucristo (docetismo), haciendo de éste un eón de la divinidad encarnado sólo de modo aparente; comienza de este modo la separación entre “el Cristo” y “Jesús”: Cristo sería el eón divino que sólo temporalmente habita en el Jesús humano (de hecho sin verdadera encarnación, pues para el gnosticismo la materia es mala) bajando a él durante su bautismo y abandonándolo en su Pasión (¡el escándalo de la Cruz!). Cristo, por tanto, es más que Jesús y no se reduce a él. Otra variante del gnosticismo hará de Cristo una criatura inferior al Padre aunque superior a los demás hombres (arrianismo). El neo-gnosticismo retoma ambas desviaciones: la más teológica enfatizando la distinción entre el Cristo y el Jesús histórico (Jesús es una manifestación más del Cristo junto a otras como Zaratustra, Mahoma, Buda etc.); y el más vulgar reduciendo a Jesús a un plano puramente humano. “El Código Da Vinci” se hace eco de esta desfiguración: para Dan Brown (a través de sus personajes) Jesús no solamente no es Dios sino que nunca pretendió serlo y los primeros cristianos jamás pensaron ni predicaron la divinidad de Cristo (lo cual estaría consignado, según él, en los escritos gnósticos). Es recién Constantino, y el Concilio de Nicea hábilmente manejado por él, quienes “deciden” por votación la divinidad de Cristo.

El mito de la Magdalena. El libro de Dan Brown (en su versión en inglés) dedica 25 páginas a hablar de María Magdalena[11]: su identidad, su supuesta relación con Jesús (estaría casada con él y habría tenido al menos un hijo), su rol en la iglesia primitiva, etc. Como muy bien apuntan los autores de “El fraude Da Vinci”, para muchos cristianos (incluso católicos) éste es el primer encuentro con María Magdalena, lo que hace comprensible su perplejidad.

            Las afirmaciones falsas sobre María Magdalena en “El Código Da Vinci” se pueden sintetizar en cuatro[12]: (1) María Magdalena sería el Santo Grial de las leyendas medievales; de ahí que la famosa búsqueda del Santo Grial no sea la búsqueda del Cáliz usado en la Última Cena de Jesús, sino de la tumba de María Magdalena. (2) La Iglesia católica lanzó una campaña sucia contra María Magdalena desde tiempos muy tempranos, calumniando su nombre, etiquetándola de prostituta en orden a borrar toda evidencia de su poder; esta campaña ha incluido asesinatos y violencias y sigue en nuestros días. (3) Jesús y María Magdalena estaban casados; este “hecho” según “El Código Da Vinci” ha sido examinado en detalle y explorado interminablemente por historiadores[13]. Por supuesto, no dice ni por quiénes, ni cuándo, ni dónde consta. Jesús y María Magdalena tuvieron hijos; después de la muerte de Jesús, María Magdalena huyó a Francia perseguida por la Iglesia Católica, o sea por Pedro. (4) María Magdalena fue el primer gran apóstol, habría sido de sangre real de la estirpe de Benjamín, etc.

            Según Dan Brown, Jesús habría sido el primer feminista, por eso pensó en María Magdalena como la cabeza de su Iglesia para después de su muerte y no en Pedro, continuando, de esta manera, las costumbres religiosas matriarcales y el culto a las divinidades femeninas del antiguo paganismo. Dan Brown se coloca así en la línea de los modernos escritos esotéricos que reivindican la “divinidad” (femenina) de María Magdalena, en particular las novelas de Margaret Starbird y los demás libros citados más arriba. Algunos medios de comunicación se han hecho eco de esta campaña pro-feminista radical que quiere poner como modelo de reivindicación a la Magdalena.

            No vamos a desgastarnos aquí ­–como sí lo hacen meritoriamente los autores de “El fraude Da Vinci”­– refutando escriturística e históricamente todas las falsedades sobre la Magdalena y sobre la falsa campaña que la Iglesia habría hecho contra ella (María Magdalena es, de hecho una de las santas más populares y queridas por la Iglesia y, en contra de lo que cree Dan Brown o pretende hacernos creer, en los evangelios se le asignan actuaciones notabilísimas como lo demuestra el hecho de ser uno de los primeros testigos y anunciadores de la resurrección, o el ser mencionada con más frecuencia que algunos de los apóstoles, como Judas Tadeo o Bartolomé). Estos autores desvarían mucho más de cuanto puede tolerarlo un estómago sano creando una María Magdalena gnóstica, feminista, pagana, símbolo del culto por la “sacralidad femenina” presente en la literatura gnóstico-moderna (que reivindica, entre otras cosas, los cultos idolátricos del paganismo y el rol de las hechiceras y de las prostitutas sagradas de la antigüedad pagana). De hecho la identificación de María Magdalena con el Santo Grial o Cáliz de la Última Cena responde a la idea esotérica de que el cáliz –como cavidad– es un símbolo sexual femenino, en contraposición al sexo masculino representado por algún elemento penetrante. En algunos ritos wiccas modernos se introduce un cuchillo en un cáliz como símbolo del acto sexual y de la divinidad masculino-femenina; pueden leerse en este sentido libros del estilo de “El Código Da Vinci” como “Cuando Dios era Mujer” (When God was a Woman) por Merlin Stone, o “El Cáliz y la Espada: nuestra historia, nuestro futuro” (The Chalice and the Blade: our history, our future) por Riane Eisler.

            Todo esto está presente en el interés moderno por la religión wicca, las prácticas de la New Age, el neo-paganismo y el feminismo radical, acompañados de gran animosidad contra la Iglesia católica –percibida como “patriarcal”. Con mucho fruto puede leerse al respecto el libro de Philip G. Davis: “Diosas desenmascaradas: el resurgir de la espiritualidad feminista neo-pagana”. Como dice este autor, no se trata de inocentes divagues o novelas: “los libros de diosas, deberían ser vistos como profesiones de fe, y sus autores como evangelistas neo-paganos”[14].

            Muchos de estos autores que son fuentes de “El Código Da Vinci” sostienen que el papel que asignan a María Magdalena está afirmado en los evangelios gnósticos. Además de que, como ya hemos dicho, se trata de escritos ideológicos refutados como tales ya en los primeros siglos de la Iglesia, tampoco es como afirman estos señores. En realidad no hay más que un par de antiguos textos gnósticos que deben ser leídos con los lentes del feminismo radical y sacados fuera del contexto del pensamiento gnóstico antiguo, para poder interpretarlos de esta manera. Recuérdese que el antiguo gnosticismo despreciaba lo material –incluido el sexo– espiritualizándolo de manera indebida. El neo-gnosticismo, por el contrario, carnaliza lo que el antiguo desencarnaba. De todos modos esto importa muy poco a nuestros autores, para quienes vale todo cuanto sirva a su ideología y se permiten reinterpretar lo que sea necesario para llevar agua a su molino. Así, por ejemplo, resulta curioso que el feminismo radical esté en contra del “matrimonio institucional” (predica el sexo libre) pero hablan del matrimonio de Cristo y de María Magdalena cuando esto les conviene para rebajar la figura de Jesús.

            Es también llamativo el disgusto que sienten hacia la Virgen María. “The Templar Revelation” la describe como “no-sexual y remota”; es percibida como débil, sumisa, dócil, como la encarnación de la subordinación. Así Mary Daly (lamentablemente una ex religiosa), feminista radical, describe a la Virgen María como una diosa “domesticada”, sexualmente violada (en su libro titulado sugestivamente “Gin-Ecología”: Gyn-Ecology[15]). Del mismo tenor Susan Haskins en “María Magdalena: mito y metáfora” (Mary Magdalen: Mith and Metaphor), pone a la Magdalena como el modelo “revisado” para la mujer actual.

            De todos modos, no se crea que estamos ante gente seria: son gente, en todo caso, con “problemas serios”. Los argumentos que manejan tienen a veces un toque de ridiculez, ya que la grosería en que están empapados no admite que los califiquemos de humorísticos. Margaret Starbird, en su libro “La mujer con el frasco de alabastro”, al elaborar sus blasfemas caricaturas del matrimonio entre María Magdalena y Jesucristo dice: “he obrado bajo la suposición de que donde hay humo tiene que haber fuego”[16], por tanto tiene que haber algo de verdad –razona– porque si no fuera así, ¿cómo podría entenderse que películas como Godspell, Jesucristo Superstar y la Última Tentación de Cristo, hablen de una íntima relación entre Jesús y María Magdalena?

            Podemos tolerar que a veces nos tomen el pelo, pero esta mujer parece querer arrancarnos los mechones a mordiscos.

El Jesucristo gnóstico del Código Da Vinci. Dan Brown afirma ser cristiano “aunque no tradicional”. Hay que ser muy caradura para afirmar esto. Su novela afirma que Jesucristo fue meramente un hombre o poco más que eso. Las principales afirmaciones sobre Jesucristo están resumidas por los autores de “El fraude Da Vinci” en las siguientes[17]: (1) La divinidad de Jesucristo fue establecida –por votación ganada por estrecho margen– en el Concilio de Nicea, el año 325. (2) Antes de esa fecha ningún seguidor de Jesús creía que él era más que un profeta mortal y un gran hombre. (3) El motivo por el que el Concilio de Nicea votó la divinidad de Cristo fue político –movido por Constantino (por lo cual, éste es el verdadero fundador del cristianismo)– con el propósito de solidificar el poder de la Iglesia católica (que Dan Brown llama “el Vaticano” creyendo que así era conocida en aquel entonces; debe pensar que es el nombre oficial y no el de la colina donde está edificada la basílica de San Pedro, dando nombre cuanto más a la curia vaticana). (4) De aquí se sigue que Jesucristo no es necesario para la salvación de nadie.

            Si esto quiere decir “ser cristiano de una manera no tradicional” entonces Dan Brown nos ha enseñado algo realmente nuevo; ni Jesucristo lo sabía.

            Dan Brown no puede ignorar de manera tan crasa la historia de Occidente (aunque manifiesta una gran ignorancia en muchos temas); lo suyo es tergiversación ideológica, hecha con mal gusto y pésima intención. Ni el Concilio de Nicea tuvo por objeto decidir sobre la divinidad de Cristo (aunque se condenó en él a Arrio que rebajaba a Cristo a una pura criatura humana), ni tuvo que ver Constantino en sus decisiones dogmáticas (de las que mucho no entendía; es más, hasta su muerte Constantino vaciló por las influencias arrianas de algunos de sus consejeros), ni es verdad que antes de Nicea los seguidores de Jesús no hubiesen sostenido su divinidad. Basta mirar los documentos antiguos: ahí están los escritos de Ignacio de Antioquia († 117), Justino († 165), Meliton de Sardes († 190), Ireneo († 200), Clemente de Alejandría († 215), etc., además de los escritos del Nuevo Testamento con toda la critica bíblica que avala su autenticidad e historicidad. Pero, ¿le interesa esto a Dan Brown?

            Como en otras cosas también en este tema Dan Brown ha comido la alfalfa amarga de las peores corrientes anticristianas y anticatólicas; respecto de Jesús sus grandes fuentes –además de las ya mencionadas– echan raíces en la corriente liberal del “Jesús Seminar”, fundada por Robert Funk junto a John Dominic Crossan y Marcus Borg quienes lanzaron la idea del Jesús mítico contra el Jesús histórico con la intención de “liberar” a Jesús de las garras de la Iglesia católica y del fundamentalismo protestante (es decir, de quienes creen que es Dios) con un método muy “científico”: evaluando la autenticidad de los dichos de Jesús, mediante votaciones democráticas, usando bolillas de colores (rojo, rosa, gris y negro) según el grado de probabilidad que tenga el dicho de Jesús en cuestión (seguro, probable, atribuible en el fondo, aunque no en la forma, no procedente de Jesús). Se analiza algo tan fundamental como la verdad sobre Jesucristo de la misma manera que se vota en un concurso de belleza o en una competición de toros en la rural. Sin embargo, las ideas de estos autores no son nuevas: 150 años antes de Nicea ya habían sido denunciados los gnósticos por tratar de corromper la fe de la Iglesia en estas materias; se puede leer las Cartas de Ignacio de Antioquia, el De praescriptione haereticorum de Tertuliano, o el  Adversus haereses de Ireneo de Lyon.

Otros temas… Podríamos seguir enunciando las mentiras de “El Código Da Vinci”. No los llamo errores pues habría que suponer demasiada buena fe en Dan Brown, sin que él nos dé la menor pista de tenerla. Ya dijimos que al comienzo de su libro aclara que contiene “hechos probados” y en sus repetidas entrevistas (que pueden leerse en “El fraude Da Vinci”) defiende que ha investigado cuidadosamente estos temas. O es un necio insobornable, o un mentiroso delirante, o una muy mala persona.

            Para ver su seriedad basta recorrer algunas de las afirmaciones del libro y podremos observar que esta plagado de falsedades sobre[18]: Constantino, las religiones paganas, los Templarios[19], el Priorato de Sion[20], arte (¡y él afirma haber hecho cursos en España y que su esposa es crítica de arte! ¡qué caradura!), la fe cristiana, la Iglesia católica (“el Vaticano”, como la llama), el Opus Dei, las Catedrales, la masonería, las olimpiadas griegas[21], las cartas del Tarot[22], la Inquisición, la caza de brujas[23], la New Age, los halos de los santos, la mitra de los Obispos, la fecha del nacimiento de Cristo, sobre Leonardo Da Vinci –tiene una supina ignorancia de su arte, carrera, trabajos[24], historia[25] (no le pega ni al nombre, pues usa Da Vinci como si fuera su apellido, siendo no más que su pueblo de nacimiento; como si dijéramos “El Código Yapeyú” escribiendo una novela sobre José de San Martín, pensando que Yapeyú es el nombre de su familia), etc.

            Admiro y quedo muy agradecido con Carl Olson y Sandra Miesel por haberse tomado el enervante trabajo de refutar la inmensa mayoría de estas mentiras; el sólo releerlas en su libro “El fraude Da Vinci” me ha significado varios dolores de cabeza y estómago; no puedo siquiera imaginar lo que habrán padecido ellos para dedicarse con paciencia a la insufrible lectura del libro original.

Permítaseme resumir lo dicho afirmando que sin hacer alardes de lucidez particular podemos sostener que Dan Brown es un necio. Como los sandios critica toda autoridad, especialmente la de la Iglesia católica, pero confía ciegamente (¡y nos pide que hagamos lo mismo!) en su autoridad personal. Brown se ha embarcado, con este libro (y algunos anteriores), en una anticruzada contra la Iglesia, la historia humana y el sentido común. El fondo de su argumento y la mayoría de sus juicios históricos o críticos representan una masa tan grande de gansadas que no le habríamos dedicado más de dos líneas si no fuera porque, como afirma acertadamente James Hitchcock, “él influirá sobre muchas personas que nunca leen libros serios”, y por eso las falsedades que “El Código Da Vinci” contiene, con la complicidad de los medios de comunicación que se han puesto a su servicio[26], sembrarán dudas, confusiones y apostasías.

Sé que hay muchas personas (incluso católicas) a quienes no les gusta que les digan lo que tienen o no tienen que leer, y que prefieren guiarse por sus propios juicios, o la moda, la curiosidad, la tentación o la superficialidad. Allá ellos. Cumplo con mi parte, y si la lectura de este libro envenena el alma de alguno, que recuerden que alguien avisó.

  1. Miguel A. Fuentes, IVE

Bibliografía:

Olson y Sandra Miesel, De Da Vinci Hoax, Ignatius Press, San Francisco, California, 2004;

José Antonio Ullate Fabo, La verdad sobre el Código Da Vinci, Libros Libres, Madrid 2004;

Amy Welborn, Descodificando a Da Vinci, Ediciones Palabra, Madrid 2004;

Pablo J. Ginés Rodríguez, La Estafa del Código Da Vinci: Un best-seller mentiroso (se puede encontrar en varias páginas de Internet)

[1] Carl Olson y Sandra Miesel, The Da Vinci Hoax, 329 páginas, Ignatius Press, San Francisco, California, 2004; este libro no ha sido traducido al castellano todavía (ni sé si hay proyecto de hacerlo); por tanto si bien lo cito como “El fraude Da Vinci”, o “El fraude…”, téngase en cuenta que hago referencia a la edición en inglés. También las referencias al libro de Dan Brown, El Código Da Vinci, son de la versión americana (The Da Vinci Code, Doubleday, Random House, Inc., New York 2003).

[2] Carl Olson es autor de otros libros, ex editor de la revista Envoy y colaborador en varias publicaciones católicas de nivel (National Catholic RegisterFirst ThingsCrisis). Sandra Miesel es especialista en historia medieval por la Universidad de Illinois, y lleva veinte años escribiendo ensayos y artículos sobre historia, arte y hagiografía.

[3] Estas críticas pueden leerse en el artículo de Socorro Estrada, Dan Brown y el código del éxito, publicado en Clarín digital, el 23 del 09 de 2004.

[4] The Da Vinci Hoax, p. 14.

[5] Cf. The Da Vinci Hoax, pp. 33-38.

[6] The Da Vinci Hoax, p. 38.

[7] Citado en The Da Vinci Hoax, p. 47

[8] Cf. The Da Vinci Code, p.124

[9] Lynn Pincknett y Clive Prince, The Templar Revelation: Secret Guardians of the True Identity of Christ, New York, Simon and Schuster, 1998.

[10] Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, Holy Blood, Holy Grail, New York, Dell, 1983.

[11] Cf. The Da Vinci Code, pp. 236-261.

[12] Cf. The Da Vinci Hoax, p. 75; allí están indicadas los lugares precisos del libro de Brown.

[13] Cf. The Da Vinci Code, pp. 245, 249.

[14] Philip G. Davis, Goddess Unmasked: The rise of Neo-pagan Feminist Spirituality, Dallas, Tex.: Spence, 1998.

[15] Mary Daly, Gyn-Ecology: The Metaethics of Radical Feminism, Boston, Beacon Press, 1978, p.84.

[16] Cf. The Woman with the Alabaster Jar, p. XXI.

[17] Cf. The Da Vinci Hoax, p. 109; están en The Da Vinci Code, p. 233.

[18] Las siguientes notas pueden verse en el artículo de Pablo J. Ginés Rodríguez, “La Estafa del Código Da Vinci: Un best-seller mentiroso” ( http://www.mercaba.org/FICHAS/Persecucion/codigo_da_vinci.htm).

[19] Cree que fueron eliminados por el Papa Clemente V quien echó sus cenizas al Tíber; ni lo hizo este Papa (fue el rey francés, Felipe el Hermoso) ni pudo arrojar sus cenizas al Tíber porque este río está en Roma y Clemente V fue el primer papa que dirigió la Iglesia desde Avignon, en Francia, etc.

[20] Cree que el Priorato de Sión es una asociación secreta antigua que contó entre sus miembros a Leonardo Da Vinci, Isaac Newton, Victor Hugo; siendo que tal asociación realmente existe, es francesa, pero está registrada su existencia recién desde 1956, posiblemente originada tras la II Guerra Mundial.

[21] El novelista dice que los cinco anillos de las olimpiadas son un símbolo secreto de la diosa; la realidad es que cuando se diseñaron las primeras olimpiadas modernas el plan era empezar con uno e ir añadiendo un anillo en cada edición, pero se quedaron en cinco.

[22] Cree que las cartas del tarot enseñan doctrina de la diosa; pero en realidad se inventaron para juegos de azar en el s. XV y no adquirieron asociaciones esotéricas hasta finales del s. XVIII.

[23] Según los protagonistas de la novela, “durante trescientos años la Iglesia quemó en la estaca la asombrosa cifra de cinco millones de mujeres. Esta es una cifra repetida en la literatura neopagana, wicca, new age y feminista radical, aunque en otras webs y textos de brujería actual se habla de nueve millones. Los historiadores serios calculan, en cambio, que entre 1400 y 1800 se ejecutaron en Europa entre 30.000 y 80.000 personas por brujería. No todas fueron quemadas. No todas eran mujeres. Y la mayoría no murieron a manos de oficiales de la Iglesia, ni siquiera de católicos. La mayoría de víctimas fue en Alemania, coincidiendo con las guerras campesinas y protestantes del s. XVI y XVII. Cuando una región cambiaba de denominación, abundaban las acusaciones de brujería y la histeria colectiva.

24] Por ejemplo, cree que La Mona Lisa es un ser andrógino, que el cuadro “La Madonna de las Rocas” es un lienzo (el personaje Sophie lo aprieta tanto a su cuerpo que se dobla) siendo que es una pintura sobre madera, de dos metros de alto. Dan Brown cree que en la pintura La Última Cena de Leonardo no hay cáliz porque el cáliz es la Magdalena a quien identifica con quien en realidad es San Juan (no hay cáliz porque Leonardo pinta el relato de San Juan donde no se habla de la Eucaristía), etc.

[25] Cree que Leonardo fue un descarado homosexual. ¡Que se defienda el muerto!

[26] Por ejemplo, el Chicago Tribune se maravillaba de cómo el libro contiene “historia fascinante y documentada especulación que vale varios doctorados”; el New York Daily News ha dicho que “su investigación es impecable”; etc.

casado

¿Jesús fue casado o virgen?

Pregunta:

Quisiera saber si en algún lugar del Evangelio figura que Cristo no ha tenido mujer alguna. Muchas gracias.

Respuesta:

Estimado:

Jesucristo fue virgen. Se puede decir que esa verdad figura en los cuatro Evangelios donde, dando muchos detalles de la vida de Cristo (más de los que muchos suponen) jamás se menciona ni alude a que Jesucristo fuera casado.

De modo más explícito la tradición ha visto siempre una alusión a su estado de virginidad consagrada en Mt 19,10-12 donde Jesucristo habla de la virginidad por el Reino de los Cielos y afirma: quien sea capaz de tal doctrina, que la siga. En ningún lugar de los Evangelios Jesucristo propone algo a la libre voluntad de los hombres sin dar Él primero el ejemplo. Por eso dice San Pedro: nos ha dado ejemplo para que sigamos sus huellas (1Pe 2,21).

También está expresado en Apocalipsis 14,4, cuando dice que los que siguen al Cordero (Cristo) dondequiera que va son los que no se mancharon con mujeres, porque son vírgenes. Los que son vírgenes tienen especial mérito y pueden seguir al Cordero Virgen.

Es también enseñanza del Magisterio, no puesta en duda en ningún momento de la historia de la Iglesia. Curiosamente ninguna herejía ha afirmado hasta nuestro tiempo que Jesucristo fuera casado (hasta nuestro tiempo, donde aparece en las versiones neo-gnósticas y feministas radicales que inventan el mito de la Magdalena casada con Cristo; pero de esto hablamos en otro lugar[1]). Han negado algunos que fuera Dios (Arrio), que tuviera dos naturalezas (monofisistas), o que la Iglesia fundada por Él haya sido la Católica (reformadores), etc., pero ninguno negó su virginidad. ¡Tan evidente parece!

Por eso Juan Pablo II dice: “Cristo, aun aprobando y defendiendo la dignidad y la santidad de la vida matrimonial, asume la forma de vida virginal y revela así el valor sublime y la misteriosa fecundidad espiritual de la virginidad”[2].

Le transcribo dos textos magníficos.

            El primero es de Pío XII en la Encíclica “Sacra virginitas”: “De aquellos hombres que no se mancillaron con mujeres, porque son vírgenes (Ap 14,4), afirma el apóstol San Juan: éstos siguen al Cordero dondequiera que va (Ap 14,4). Pensemos en la exhortación que a todos estos dirige San Agustín: ‘Seguid al Cordero, porque es también virginal la carne del Cordero… Con razón lo seguís dondequiera que va con la virginidad de vuestra carne. Pues ¿qué significa seguir sino imitar? Porque Cristo padeció por nosotros dándonos ejemplo, como dice el apóstol San Pedro, para que sigamos sus pisadas’. Realmente todos estos discípulos y esposas de Cristo se han abrazado con la virginidad, según San Buenaventura, ‘para identificarse con su Esposo Jesucristo, al cual hace asemejarse la virginidad’. A su encendido amor a Cristo no podía bastar la unión de afecto; era de todo punto necesario que ese amor se echase también de ver en la imitación de sus virtudes, y, de manera particular, conformándose con su vida, que toda ella se empleó en el bien y salvación del género humano. Si, pues, los sacerdotes, los religiosos, si, en una palabra, todos los que de alguna manera se han consagrado al servicio divino, guardan castidad perfecta, es en definitiva porque su Divino Maestro fue virgen hasta el fin de su vida. Por eso exclama San Fulgencio: ‘Este es el Unigénito Hijo de Dios, hijo unigénito también de la Virgen, único Esposo de todas las vírgenes consagradas, fruto, gloria y premio de la santa virginidad, a quien la santa virginidad dio un cuerpo, con quien espiritualmente se une en desposorio la santa virginidad, de quien la santa virginidad recibe su fecundidad permaneciendo intacta, quien la adorna para que sea siempre hermosa, quien la corona para que reine en la gloria eternamente’”[3].

            El segundo texto es de Pablo VI en la “Sacerdotalis coelibatus”: “Cristo durante toda su vida permaneció en estado de virginidad; con lo cual se da a entender que él se consagró por entero al servicio de Dios y de los hombres… Prometió riquísimos premios a todos aquellos que por el reino de Dios dejasen casa, familia, mujer, hijos (cf. Lc 18,29-30). Más aún: sirviéndose de palabras misteriosas y que despiertan expectación, aconsejó un ideal mejor consistente en que alguien, movido por una gracia especial (cf. Mt 19,11), se consagre en virginidad al reino de los cielos. La causa de que alguien apetezca este don es el reino de los cielos (cf. Mt 19,12); igualmente este mismo reino, evangelio y nombre de Cristo (cf. Lc 19,29-30; Mc 10,29-30; Mt 19,29) hacen que Jesús invite al compromiso en los arduos trabajos apostólicos, unidos con tantas molestias, que han de ser soportadas de buena gana para participar más íntimamente en la suerte de él mismo. Así, pues, quienes han sido llamados de este modo por Jesús, se sienten impulsados a elegir la virginidad como cosa deseable y digna de ser escogida bien por el misterio de la novedad de Cristo o por el de todas aquellas cosas que manifiestan quién es él y cuál su inconmensurable valor… Y ellos hacen esto… para asumir el mismo género de vida de Jesús”[4].

P. Miguel A. Fuentes, IVE

 

Bigliografía:

Pablo Buysse, Jesús ante la crítica, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1930;

de Grandmaison, Jesucristo, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1941 (hay edición actualizada de Edibesa, Madrid 2000);

M. Lagrange, Vida de Jesucristo, Edibesa, Madrid 2000;

Cl. Fillion, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Edibesa, Madrid 2000;

Ricciotti, Vida de Jesucristo, Edibesa, Madrid 2000.

[1] ¿Qué piensa del “Código Da Vinci”?

[2] Exh. Vita consecrata, n. 22.

[3] Sacra virginitas, 12.

[4] Sacerdotalis coelibatus, 20.23.