armenios

¿Quienes son los armenios?

Pregunta:

¿Quienes son los armenios?

 

Respuesta:

¿Quiénes son los armenios? ¿De donde proceden?

Aunque la leyenda asegure que el origen del pueblo armenio se remonta a Noé, parece que los armenios se constituyen en pueblo sólo en el siglo VI a.C. en torno al monte Ararat, en las abruptas montañas del Cáucaso. El armenio es un pueblo formado por fusión de los habitantes del antiguo reino de Urartu con tribus indoeuropeas llegadas de Frigia. La primera noticia histórica que tenemos de la existencia de este pueblo es una inscripción cuneiforme de la época de los aqueménides, la dinastía persa fundada por Ciro, hacia el año 550 a.C. En el siglo II a.C. los armenios están ya constituidos en Estado independiente. Uno de sur reyes, Tigrán el Grande (95-55 a.C.) conquistó Capadocia y extendió sus dominios hasta Fenicia en la costa mediterránea. Esta extraordinaria expansión fue muy breve pues en el año 67 a.C. Tigrán fue vencido por los romanos.

Los Armenios en el Mundo

Armenia

3.000.000

Georgia

500.000

Europa

500.000

América Norte

400.000

Líbano

200.000

Irán

100.000

Siria

100.000

Turquía

50.000

Otros

50.000

Hacia el año 299 el rey Tiriades II (287-330) se convierte al cristianismo por obra de San Gregorio el Iluminador proclamando el cristianismo religión de Estado. A partir de esta fecha la fe cristiana junto con la lengua armenia serán los componentes más dinámicos del alma nacional.

Conquistado en el año 642 a sangre y fuego por los musulmanes, el país fue superficialmente ocupado de tal manera que se vio libre de la islamización. A partir del siglo IX la dinastía local de los Bagratides,que tuvo a Ani por capital, aseguró a armenia una relativa prosperidad y un notable renacimiento artístico. Conquistada en el año 1071 por las hordas turcas seljúcidas que devastaron toda la Armenia; una parte de la nación, con sus príncipes a la cabeza, emigraron a tierra bizantina, instalándose en las montañas del Tauro y en Cilicia. Aquí fundaron el principado de Armenia Menor que durará de 1080 a 1375. Tuvo relaciones muy estrechas con los cruzados a quienes los armenios prestaron ayuda militar. En Edesa se constituyó un principado armenio-franco que duró medio siglo.

Un pueblo mártir

Las comunidades armenias de Armenia Mayor y de Armenia Menor pasaron en los siglos XV-XVI, unas después de otras, bajo la dominación de los turcos otomanos, en la que vivieron los armenios con relativa prosperidad gracias a su índole emprendedora y amor por el trabajo. Los problemas aparecieron a mediados del siglo pasado cuando las ideas de igualdad, progreso y autonomía llegados de occidente se propagaron entre las poblaciones cristianas minoritarias del imperio turco. La aplicación concreta de estas ideas de libertad llevará al pueblo armenio al genocidio. En efecto, en el año 1894 un rumor de ‘complot armenio’ se extiende por toda la península turca de Anatolia. La reacción de los turcos fue brutal: fueron asesinados almenos 300.000 armenios, mientras que 100.000 emigraron fuera del imperio. Nuevas matanzas en Adana y Antioquía en 1909, preludio del genocidio del pueblo armenio por los turcos en el curso de la Primera Guerra, 1915-1918. Más de un millón y medio de armenios perdieron la vida en esta tragedia y 200.000, principalmente mujeres y niños, fueron islamizados por la fuerza. Otros tantos huyeron de la tierra que los vio nacer.

Terminada la guerra y las matanzas los armenios del Cáucaso, bajo dominio ruso desde hacía un siglo, aprovecharon la revolución de bolchevique, que desarticuló las bases del Estado, para proclamar una Armenia independiente el 28 de mayo de 1918. La independencia duró hasta el 29 de mayo de 1920 cuando el país fue ocupado por los turcos y los soviéticos.

Los armenios que habían escapado del genocidio turco se instalaron mayoritariamente en Siria y Líbano, entonces bajo mandato francés, donde poco a poco fueron reconstituyendo sus instituciones comunitarias.

La caída del comunismo en Armenia ha permitido realizar en 1991 el antiguo sueño: la independencia de Hayastan (la tierra de los Hayk, armenios). Armenia es hoy una pequeña república de 3.300.000 habitantes, su capital Erevan, con una extensión de 29.000 kilómetros cuadrados. A tener en cuenta que el tratado de Sévres en 1920 la había adjudicado 72.000 kilómetros cuadrados.

Cabe destacar como dato curioso que el actual presidente de Armenia, Levónm Petrossian, fue bautizado en la iglesia franciscana de Tierra Santa de Kesab, Siria, y realizó sus estudios primarios en la escuela parroquial de la misma localidad.

Los inicios de la Iglesia Armenia

La tradición refiere que fueron los apóstoles Bartolomé y Judas Tadeo quienes evangelizaron Armenia. Más seguro es que la evangelización fue obra de misioneros de Siria y de Capadocia. Fue tan pujante que hacia el año 299 se convierte al cristianismo el rey Tiridates II con su pueblo. El promotor de este cambio fue San Gregorio el Iluminador, la figura más sobresaliente del cristianismo armenio, buen administrador y constructor de la catedral de Etchmeadzín, la ciudad santa de los armenios.

Agregada inicialmente a la metrópolis de Cesarea de Capadocia, en territorio romano, la Iglesia armenia se proclama autónoma a principios del siglo V bajo la jurisdicción de una especie de patriarca que toma el título de catholicós. Este título era dado primitivamente al jefe de una comunidad cristiana fuera de los límites del imperio romano-bizantino, fuera, de la jurisdicción de los patriarcas. Actualmente conservan este título los jefes de las Iglesia armenia, nestoriana y georgiana.

A partir del siglo IV se consolidan las instituciones eclesiásticas armenias y se forma la liturgia, fuertemente influenciada por la del antiguo rito de Jerusalén. Al mismo tiempo se crea el alfabeto armenio que la tradición atribuye al monje Mesrop (360-440), lo que permite traducir a la lengua nacional los textos litúrgicos escritos hasta entonces en griego y siríaco.

La Iglesia armenia se separa de la católica

En Calcedonia se celebró en el año 451 un concilio ecuménico que definió dos naturalezas en Cristo, la divina y la humana, en una sola persona. Aunque la Iglesia armenia no participó en los debates conciliares por encontrarse absorta en disensiones internas, las decisiones del concilio fueron acogidas con recelo, vista la participación activa del poder imperial bizantino en las conclusiones del concilio.

Este factor unido al de los obispos monofisitas (que sostenían una sola naturaleza en Cristo) venidos de Siria, los primeros en informar a los prelados armenios de las decisiones conciliares, y unido a los problemas de traducción a la lengua nacionalde los términos teológicos griegos ‘naturaleza’ y ‘persona’, empujó a la Iglesia armenia a rechazar las decisiones de Calcedonia y separarse, por tanto, de la Iglesia Católica. Dos concilios nacionales celebrados, el primero en el año 506 y el otro en 551, confirmaron el rechazo a Calcedonia y a la adopción de la fe monofisita. Sólo algunos de los obispos armenios rechazaron la condena a las decisiones de Calcedonia, lo que originó un cisma dentro de la Iglesia armenia que durará hasta los siglos XI-XIII, cuando la Iglesia latina, representada por los cruzados despertó entre los armenios tendencias unionistas. Así el catholicós Nersés IV (1166-1173) consagró su vida a un acercamiento entre armenios, griegos y latinos. Durante la primera mitad del siglo XIII se llegó a restablecer una unión efímera con Roma. Fue el tiempo en el que dominicos y franciscanos se lanzaron a la evangelización de las regiones de la Armenia Menor, convirtiendo a muchos al catolicismo romano pero sin llegar a formar Iglesia católica paralela. Durante el concilio de Florencia, año 1439, los legados armenios suscribieron el acta de unión a roma. Sin embargo, esta decisión no tuvo efectos prácticos.

Una Iglesia con cuatro patriarcas

La Iglesia armenia estuvo hasta el siglo XI unida bajo único patriarca, el catholicós de Etchmeazín. A partir del gran éxodo armenio a Cilicia, donde se fundó en el año 1073 el principado de la Armenia Menor, el catholicós de Etchmeadzín dejó su sede del Cáucaso para instalarse en la nueva patria armenia. En el año 1293 se instala en la capital, en Sis de Cilicia.

Veinte años despues, exactamente en 1311, el obispo armenio de Jerusalén, descontento del acercamiento entre los armenios de Cilicia y Roma, toma el título de patriarca, confirmado oficialmente por el sultán de Egipto. Un siglo después, en 1441, es la vez de los armenios del Cáucaso que, sintiendo necesidad de dotar a su ciudad santa Etchmeadzín de un nuevo jefe espiritual, nombran un nuevo catholicós con autoridad para los armenios de la Armenia Mayor. El cuarto patriarca tiene origen bajo la dominación de los turcos otomanos. Años despues de la conquista de Constantinopla los turcos favorecen la institución de un patriarcado en la capital, año 1461, con jurisdicción civil y eclesiástica sobre todos los armenios del imperio.

De esta manera la Iglesia armenia ortodoxa queda dividida en cuatro estructuras autónomas hasta el día de hoy: El Catholicós de Etchmeadzín (la Iglesia Primada), elCatholicós de Sis, y los patriarcas de Jerusalén y de Constantinopla, entre las cuales el solo lazo orgánico es el reconocimiento del primado de honor del Catholicós de Etchmeadzín.

El Catholicós de Sis, fundado en 1293, se mantuvo hasta el año 1921. En esta fecha, por falta de fieles, asesinados en el genocidio de los años 1915-1918, el patriarca trasladó su sede, primero, a Alepo y después, en 1930, a Atelias, al Norte de Beirut, donde reside actualmente. Tiene jurisdicción sobre los armenios del Líbano, Siria y parte de la diáspora, contando en todo unas 400.000 personas.

El patriarca de Jerusalén tiene jurisdicción sobre los armenios de Tierra Santa y de Jordania (4000 fieles). Reside en el monasterio de Santiago el Mayor de Jerusalén, centro religioso y social de los armenios de Tierra Santa. En efecto, alrededor de este monasterio ha ido creciendo un barrio enteramente habitado por armenios con sus iglesias, su seminario, escuelas, asociaciones, biblioteca de 50.000 volúmenes, imprenta y museo de arte religioso. El patriarca de Jerusalén es elegido por la Fraternidad de Santiago, compuesta por 60 miembros, entre ellos los monjes del monasterio, los demás son seglares. Está asistido por cuatro obispos, el primero de los cuales ostenta el título deGran Sacristán y es al mismo tiempo superior del monasterio. El patriarcado es propietario de los siguientes santuarios: dos capillas en la basílica del Santo Sepulcro y otra en la Iglesia de la Natividad de Belén, la Iglesia de Santiago el Mayor erigida sobre el lugar de su martirio, y las casas de Anás y Caifás. Es copropietario con los franciscanos y griegos de la Tumba del Señor y de la Gruta de la Natividad.

La Iglesia armenia Católica

La Iglesia armenia católica no nació en las montañas del Cáucaso como su hermana la ortodoxa, llamada también gregoriana, sino en los ambientes arabizados de Siria y Líbano, lejos de las influencias de los dos catholicós, el de Etchmeadzín y el de Sis. El origen de esta Iglesia es fruto del celo apostólico desplegado, a partir del siglo XVI, por los misioneros jesuitas, carmelitas y capuchinos.

Facilitaba la conversión el hecho de no haber divergencias teológicas serias entre los ortodoxos y los católicos armenios, ya

Armenios

Ortodoxos

4.600.000

Católicos

250.000

Protestante

150.000

Otros

50.000

Total

5.050.000

que el monofisismo de los primeros es sólo nominal. De ahí que los armenios ortodoxos no sean considerados herejes sino sólo cismáticos, es decir, separados de la Iglesia universal.

En 1740 un sínodo de obispos armenios unidos a Roma elige al primer patriarca católico de rito armenio en la persona del Arzobispo de Alepo, Abraham Ardzivian, que había sido destituido de su sede por haber abrazado la fe católica.

Recibida la confirmación del Papa, el nuevo patriarca se establece provisionalmente en Kraim, en el Líbano. Su sucesor erige en 1749 la residencia oficial en el monasterio de Santa María de Bzummar, en la montaña libanesa. Al mismo tiempo comienzan a desarrollarse las estructuras episcopales de la nueva Iglesia en Alepo, Palestina, Cilicia, Anatolia y Alta Mesopotamia. Mientras tanto la Iglesia ortodoxa oponía fuerte resistencia a la católica y no dudó en apelar al brazo secular otomano para reducir a los ‘rebeldes de la nación armenia’. Solo en 1831 los armenios católicos conseguirán del Sultán sustraerse a la autoridad del patriarca ortodoxo del que dependían civilmente. El patriarca católico Pedro IX acumula por vez primera en su persona los dos poderes, el religioso y el civil, de la comunidad católica y establece su sede en Constantinopla, donde permanecerá hasta 1928.

La primera Guerra mundial fue también desastrosa para los católicos armenios de la Anatolia turca que prácticamente desaparecieron del mapa, razón por la cual se transfirió la sede patriarcal a Bzummar.

La jurisdicción del patriarca católico, hoy en la persona de Juan XVIII Kasparian, se extiende sobre todos los armenios católicos de Oriente y de la diáspora. Cuenta con cuatro archidiócesis: Beirut, Alepo, Estambul y Bagdad; ocho diócesis: Damasco y Kamichlíe en Siria, Ispahan en Irán, Alejandría en Egipto, Atenas, Rumania y Francia, además de tres exarcados: Jerusalén, Argentina y los Estados Unidos. En la Armenia independiente hay un arzobispo católico con el título de ‘Arzobispo de los armenios de Sebaste’.

A esta Iglesia pertenecen la congregación de los mekhitaristas, divididos en dos ramas: la de la isla de San Lázaro en Venecia fundada en 1717, y la de Viena en Austria fundada en 1800; además de las monjas de la Inmaculada Concepción fundadas en 1852.

En Jerusalén el patriarcado católico está representado por un obispo, sin clero, con el título de exarca, con jurisdicción sobre los armenios católicos de Tierra Santa (unos 400) y de Jordania. La residencia del obispado está en la IV Estación del Via Crucis donde posee la Iglesia adjunta dedicada a ‘Santa María del Pasmo’.

Desde el siglo XIX existen también armenios protestantes, reunidos en la ‘Unión de Iglesia evangélicas armenias’. Su número se estima a unos 150.000.

En una declaración conjunta firmada en Roma el 13 de diciembre de 1996 entre Su Santidad Juan Pablo II y el Patriarca armenio-ortodoxo, Karekin I, catholicós de todos los armenios, se acordaron las dos partes en afirmar una fe única en Cristo: Cristo ‘es Dios, perfecto en su divinidad y hombre perfecto en su humanidad… Su divinidad está unida a su humanidad en la Persona del Unigénito Hijo de Dios, en una unión real, perfecta, sin confusión, sin alteración, sin división, sin forma alguna de separación’. Las dos partes declaran, por tanto, que ‘las controversias y las deplorables divisiones derivadas del modo divergente de expresar la fe no deben continuar a partir de ahora a influir negativamente en la vida de la Iglesia de hoy’. Las controversias cristológicas que originaron la división entre las dos Iglesias hace 15 siglos pertenecen, por consiguiente, al pasado.

P. Ignacio Peña

Este artículo es gentileza de la Revista Tierra Santa.

Iglesia Asirio-Caldea

¿Qué es la Iglesia Asirio-Caldea?

Pregunta:

¿Qué es la Iglesia Asirio-Caldea?

 

Respuesta:

Son dos iglesias hermanas. Tienen el mismo origen e idéntica estructura. De entrada aclaremos los términos diciendo que la ‘Iglesia asiria de Oriente’ -así se llama oficialmente- es la antigua Iglesia de Persia que adoptó en el siglo V la doctrina de Nestorio. De ahí que se la conozca también por los nombres de Iglesia Persa o nestoriana. La Iglesia caldea, en cambio, esta formada por los miembros que se fueron uniendo a Roma a partir del siglo XVI.

Una Iglesia fuera de los límites romanos

Los orígenes étnicos de los cristianos asirios y caldeos, implantados en sus tradicionales hogares de Persia, Mesopotamia y Kurdistán, no son seguros. Ellos se hacen pasar por herederos directos de los pueblos asirio y caldeo, bien conocidos por los textos bíblicos.

La evangelización de estos territorios, fuera de los límites del mundo romano, se atribuye tradicionalmente al apóstol Tomás y a su discípulo Addai, uno de los Setenta. Es más seguro, sin embargo, que la evangelización de asirios y caldeos fue obra de misioneros judeo-cristianos y sirios del siglo I procedentes de Edesa. La evangelización progreso rápidamente. En el siglo III la Iglesia de Mesopotamia aparece ya con liturgia propia y organizada en diócesis dependientes de la Iglesia madre en Antioquía. Un siglo después se fundan en su territorio prestigiosas escuelas de teología, siendo la más conocida la de Nisibe, llamada mas tarde ‘Escuela de los Persas’, vivero de santos y de sabios. A mediados del siglo IV, apenas terminada la era de persecuciones de las Iglesias occidentales, la dinastía sasánida persa desencadena una era de persecuciones contra la comunidad cristiana persa. La más cruel fue la deCharpor II, que duró desde el 341 al 379 e hizo innumerables mártires.

Se emancipa de la tutela de la Iglesia de Antioquia

Lejos de la influencia helénico-romana, la Iglesia persa probó la tentación, ya desde sus orígenes, de emanciparse de la tutela antioquena, el único lazo jerárquico que la unía a la Iglesia Católica. El proceso fue lento pero continuo. A principios del siglo IV el obispo de las ‘Villas Reales’ de Seleucia-Ctesifonte logra federar bajo su autoridad todas las diócesis dentro del imperio persa y seguidamentese proclama Catholicos de la Iglesia persa, pero sin romper los lazos con Antioquía. Más tarde, en el año 424, un sínodo persa da un paso más en el proceso de emancipación, declarándose Iglesia autónoma. Fue, sin embargo, la adopción de la herejía nestoriana condenada en el concilio de Efeso, año 431, la que provocó la ruptura con la Iglesia antioquena y por consiguiente con la catolicidad.

Expansión misionera en Asia

Cristianos Caldeos(católicos)

Irak350.000
EE.UU.50.000
Irán15.000
Francia10.000
Turquía3.000
Siria3.000
Líbano3.000
Siria3.000
Bélgica3.000
Otros63.000
Total500.000

Cristianos Asirios

En todo el mundo150.000
Oriente Medio75.000

La Iglesia persa conoce a partir del siglo VI un proceso extraordinario de expansión en los países del este y sur. Funda diócesis en Qatar, Kuwait, Bahrein y Omán. En el siglo VIII hay constancia de la existencia de un reino cristiano en Kachgar, Asia Central. Pero será en la época de los abasíes, cuando el imperio musulmán estaba gobernado desde Bagdad por califas semipersas, cuando los cristianos nestorianos se benefician de un trato especial.

Es la época de mayor esplendor de la Iglesia persa. Sus monjes, ‘los portadores de la luz‘, son los protagonistas de esta epopeya. Se lanzan por la Ruta de la Seda a la evangelización de Asia. Llegan a Turquestán, Mongolia, China, Tibet e India, fundando cristiandades a su paso. Hacia el siglo IX la Iglesia nestoriana contaba con 245 diócesis en los lugares tan dispares como El Cairo, Jerusalén, Samarcanda y Pekín. Según Mons. Alichoran la comunidad nestoriana contaba entre 60 a 80 millones de fieles. Cifra muy elevada para la época.

No existe explicación lógica a este fenómeno de expansión misionera, único en los anales de la Iglesias orientales. Los relatos de Marco Polo (1254-1324), por ejemplo, confirman las sólidas posiciones ocupadas por los cristianos nestorianos en la corte de los mongoles.

Los siglos de decadencia

La situación de los cristianos se deteriora a finales del siglo XIII, primero en China con la llegada de una dinastía nacionalista, y después en Asia Central con la conversión de los turcos al Islam. La brutal persecución de Tamerlan (1360-1405) dio el golpe de gracia a aquellas comunidades centroasiáticas que se resistían a morir.

En cuanto a las religiones de antigua implantación nestoriana: Mesopotamia, Persia y Kurdistán, la conquista turco-otomana de Turquía actual, siglo XIV, y la aparición de un chiísmo violentamente anticristiano en la Persia sefevida, no hicieron más que debilitar al cristianismo, impotente ante la conversión más o menos forzosa de sus fieles al islam. La inseguridad era tanta para los cristianos nestorianos en el siglo XV que se vieron obligados a replegarse en las montañas inaccesibles de Hakkari y Azerbaiyán occidental, en el actual Kurdistán. Allí vivieron, en una región pobre e inhóspita, de clima riguroso, hasta la primera guerra mundial.

Es la primera Iglesia oriental expulsada de su patria

Durante la primera guerra mundial las tropas turcas amenazaron de genocidio a los cristianos asirios y caldeos del Kurdistan. Ante la amenaza real -piénsese en el genocidio armenio en los mismos años- la población cristiana, con el Patriarca asirio a la cabeza, abandono las montañas de Hakkari en junio de 1915 y se traslado a pie, cruel una transmigración bíblica, al Azerbaiyán ruso. El balance de este éxodo es dramático: 90.000 muertos y la destrucción de 154 iglesias. Terminada la guerra Turquía impidió la vuelta de los supervivientes. A partir de ese momento, la Iglesia asiria se convierte en comunidad de refugiados en busca de hogar. Lo hallan finalmente en el Kurdistán iraquí, entonces bajo dominio británico. Pero años después, en 1933, Irak accede a la independencia y niega al Patriarca el reconocimiento de su papel político como habían hecho antes, con sus antecesores, ‘los reyes sasánidas, los califas del islam, los Khans mongoles y los sultanes otomanos’. Este rechazo suponía para los nestorianos el abandono de la idea de formar una nación en el Kurdistán.

En agosto de 1933 las tropas iraquíes penetran en los campamentos de refugiados cristianos y asesinan a hombres, mujeres y niños. Las víctimas de cuentan por millares. El patriarca, retenido en Bagdad desde los comienzos de la crisis, es expulsado a Chipre, mientras que los supervivientes huyen a Siria y Líbano, entonces bajo mandato francés, y otros se embarcan para EE.UU.

Actualmente los asirios, un total de 150.000 fieles, están asentados en Irak, Líbano, Siria, Australia y los EE.UU. En cuanto al Patriarca asirio, actualmente SS. Denkha IV, ha fijado su sede en Chicago. Es el único Patriarca oriental con residencia en Occidente.

Los asirios no están representados en Jerusalén, a pesar de que Tierra Santa haya atraído desde los primeros siglos las miradas de los cristianos persas. En efecto, en el siglo IV Raban Idta visitaba los Santos Lugares. La Iglesia persa tenía un monasterio en el monte de los Olivos. A comienzos del siglo IX el patriarca Timoteo I establecía un obispado de su nación en Jerusalén.

Una Iglesia de estructura patriarcal

La Iglesia asiria está gobernada, a partir del siglo IV, por un Catholicós, titulo que equivale a Patriarca entre los jefes de las Iglesias constituidas fuera de los límites de la romanidad. La sede patriarcal asiria ha cambiado según las vicisitudes históricas. En el siglo XVI los patriarcas se establecieron en Rabban Hormuzd, en el Kurdistán, después en Diarbakir (actual Turquía) y seguidamente en Salmas y Urmia (Irán). Finalmente en las montañas de Hakkari y allí permanecieron hasta la primera guerra mundial. La vida ruda, aislada y tribual de estas montañas fue configurando la dignidad patriarcal de tal manera que se convirtió en una institución casi feudal, semejante a la del jeque árabe o a la del agha kurdo. En efecto, desde el año 1450 la dignidad patriarcal se convierte en hereditaria, es decir, pasa de tío a sobrino.

Para asegurar este tránsito se estableció una ley que prohibía a la persona destinada a ser Patriarca, haber probado carne desde el momento de su concepción, lo que implica también la abstinencia por parte de la madre. Evidentemente, ninguno, fuera del que es destinado a este cargo, puede cumplir esta ley. El P. Rondot refiere la respuesta a un nestoriano a un misionero inglés que le preguntaba por las ventajas de esta elección patriarcal por vía hereditaria: ‘Las probabilidades de tener un buen Patriarca son para nosotros las mismas que tener un buen Rey para vosotros‘.

De todos modos, esta insólita ley ha creado desde su promulgación, tensiones en la comunidad asiria, tensiones queexplican el porqué del vigoroso movimiento unionista con la Iglesia católica a partir del siglo XVI.

Se forma la rama católica

La designación en 1538 de un nuevo Patriarca asirio, siempre de la misma familia, fue impugnada por una parte de los obispos, lo que condujo a la elección simultánea de dos Patriarcas. Uno de ellos, Juan Sulaca, buscó apoyo en Roma contra su competidor Simón VIII Denkha y prestó acto de obediencia, por mediación del Custodio de Tierra Santa, al Papa Julio III.

De hecho, fue reconocido en 1553 por el Papa como Patriarca de la nueva Iglesia caldea unida. El nuevo patriarca establece su sede en Diarbakir donde consagra a cinco nuevos obispos con el fin de organizar la estructura de la nueva Iglesia.

Es a mediados del siglo XVIII cuando la Iglesia caldea se afianza y gana nuevos adeptos. El metropolita asirio de Mosul, Juan Hormez, sobrino del Patriarca nestoriano Rabban Hormuzd, se convierte al catolicismo con una buena parte de los obispos y de la influyente comunidad nestoriana del monasterio de Rabban Hormuzd. A partir de esta fecha la comunidad católica se instala en las ciudades de la llanura mesopotámica: Mosul, Diarbakir, y al este del Hakkari: Salmas, Urmia, mientras que los asirios, ya en minoría quedan relegados en las abruptas montañas de Hakkari. Mosul se convierte en sede patriarcal y el jefe de la Iglesia caldea recibe de los Papas el título de ‘Patriarca de Babilonia de la nación de los caldeos’. Sin embargo, el gobierno de la Iglesia unida se lleva a cabo bajo control riguroso de Roma, que trata de latinizar las estructuras eclesiásticas caldeas, actitud que provoca una crisis bajo el gobierno del patriarca José VI Audo (1847-1878), quien defendió en el concilio Vaticano I la autonomía de las Iglesias católicas de Oriente.

Huelga decir que la fundación de la Iglesia caldea y su apertura hacia occidente llevó consigo el apoyo de la diplomacia francesa y la llegada de misioneros carmelitas, capuchinos y dominicos. Con ellos llegaron las escuelas, seminarios, dispensarios e imprentas que contribuyeron al fortalecimiento de esta Iglesia.

Fracasaron los intentos de unión total

Si la constitución oficial de la Iglesia caldea se remonta al siglo XVI, ya en el siglo XIII se había intentado la unión de la Iglesia nestoriana a la romana por medio de los misioneros dominicos enviados a Oriente por los Papas. Es célebre el viaje hecho por Rabban Bar Sauma, enviado a Europa por el patriarca nestoriano Mar Yabahada entre 1287-1288, con el fin de firmar un pacto entre los mongoles, medio cristianizados, y los reinos de Francia e Inglaterra, en vista de la reconciliación de las dos Iglesias. Lo extraño de la visita es que el prelado nestoriano celebrara libremente la misa en iglesias y catedrales católicas y recibiera incluso la comunión pascual de manos del Papa Nicolás IV. Un año después, en 1289, el mismo Papa enviaba al franciscano Juan de Montecorvino a Oriente con cartas para los reyes de Armenia y Persia, gobernada ésta por los mongoles, y para el emperador de China.

Si estos viajes no obtuvieron los resultados esperados, sí permitieron el conocimiento mutuo entre las dos Iglesias. En 1445, a raíz del concilio de Florencia, el obispo nestoriano de Chipre y toda su comunidad pasaron al catolicismo. Desde entonces, por decisión del Papa Eugenio IV, se llaman caldeos a los asirios unidos a la Santa Sede.

Una Iglesia mártir

También la Iglesia caldea, al igual que su hermana la asiria, conoció un período de cruel violencia durante la segunda guerra mundial. Los turcos, que habían proclamado la guerra santa, mataron unos 30.000 caldeos indefensos, tres obispos y 20 sacerdotes. Los supervivientes se refugiaron en el norte del Irak bajo control inglés. La Iglesia caldea, más cautelosa que la asiria en la crisis que las opuso al gobierno iraquí en 1933, consiguió verse libre de las matanzas de las que fueron víctimas los asirios. Este diferente comportamiento ilustra la alternativa a la que se ven obligados los cristianos en tierra del islam: o defender sus derechos más elementales hasta el enfrentamiento o aceptar dolorosos compromisos con el poder islámico.

En la actualidad la mayoría de los caldeos se hallan en Irak. Pero la inestabilidad que reina en el Kurdistán iraquí, su patria secular, les esta obligando a huir del fanatismo de los kurdos para establecerse en las ciudades. Los que pueden emigran a Occidente. La sede Patriarcal ha sido trasladada en 1958 en Mosul a Bagdad, ciudad que cuenta con 28 parroquias caldeas y un seminario mayor. El gobierno de Saddam Husein muestra cierta simpatía por la iglesia caldea de tal manera que ha ofrecido un terreno de 23.000 metros cuadrados para la construcción de la sede patriarcal. Signo de los tiempos.

Los caldeos en Tierra Santa

El Patriarcado caldeo -desde 1989 ocupa la sede patriarcal S.B. Rafael Bidawid -es elegido por una asamblea de obispos y el superior del monasterio de Mar Hormizdas. La elección es confirmada por la Santa Sede. La Iglesia caldea cuenta con 17 diócesis: nueve en Irak, tres en Irán, una en Turquía, otra en Siria, Líbano y Egipto.

En Tierra Santa hay un Vicariato patriarcal fundado en 1908, ocupado actualmente por Mons. Paul Collin, con jurisdicción sobre los caldeos de Haifa y Jordania. En este país hay una notable comunidad caldea, estimada a unos 10.000, refugiados a raíz de la guerra del Golfo. Los fieles establecidos en las Américas dependen de los respectivos obispos latinos, excepto en los EE.UU. en donde existe obispado caldeo, en Detroit.

La Iglesia caldea cuenta con cinco monasterios masculinos -cuatro en Irak, uno en Roma- con un centenar de monjes de la orden de Mar Ormizdas. Igualmente tiene dos congregaciones femeninas: de la Inmaculada Concepción, fundada en Bagdad en 1922, con 40 religiosas, y la del Sagrado Corazón, con 30 religiosas.

Relaciones ecuménicas

Las relaciones ecuménicas son excelentes. En 1995 se firmó entre la Iglesia católica y la Iglesia asiria un documento en el que se puso termino a la controversia teológica que se remonta al concilio de Efeso, donde se condenó la doctrina de Nestorio que confesaba dos personas en Cristo. Ahora, después de 15 siglos, se ha comprobado que, a pesar de las divergencias en la terminología y en la diversidad cultural, las dos Iglesias confesaban la misma fe cristológica: dos naturalezas en Cristo y la unidad de la persona del Verbo. El documento afirma: ‘Nuestro Señor Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, perfecto en su divinidad y perfecto en su humanidad… La divinidad y la humanidad están unidas en la persona del mismo y único Hijo de Dios y Señor Jesucristo‘. El documento señala, sin embargo, que la unidad plena aun no se ha alcanzado y por tanto ‘no podemos todavía celebrar juntos la Eucaristía, signo de comunión eclesial totalmente restaurada‘.

P. Ignacio Peña

Este artículo es gentileza de la Revista Tierra Santa.

¿Qué son los Baptistas?

Pregunta:

¿Qué son los Baptistas?

 

Respuesta:

La mayoría de los baptistas viven en Estados Unidos, donde representan el grupo más numeroso después de los católicos. Los baptistas son el ala radical de la Reforma.

Nacieron en Inglaterra a comienzos del siglo XVII, no sólo en oposición a la Iglesia católica sino también a otras confesiones protestantes. Por estas polémicas, los primeros baptistas fueron conducidos al exilio en Holanda por John Smyth (1570-1612). Actualmente son más de cuarenta millones.

Cuando Smyth descubrió a los menonitas holandeses, y decidió que eran una iglesia auténtica, recomendó unirse a ellos para lo que tuvo que enfrentarse a Thomas Helwys (1560-1616). Los seguidores de Helwys regresaron a Inglaterra y llegaron a ser conocidos como baptistas generales (o arminianos), en oposición a otros conocidos como baptistas particulares (o calvinistas).

En 1905, nace en Inglaterra la Alianza Mundial Baptista que, desde los años cuarenta, tiene sede en Estados Unidos. Hace un año, la Alianza celebró su 18 Congreso Mundial en Melbourne (Australia). La cita tuvo un especial valor porque celebraban el cambio de milenio. El tema central del encuentro ha sido ‘Jesucristo por siempre, sí’.

En Estados Unidos, el apoyo que los baptistas dieron a la autonomía fue importante en el desarrollo de la libertad religiosa mediante la separación entre la Iglesia y el Estado en la Constitución y en la Primera Enmienda. La subconfesión más numerosa es la de los baptistas del sur. El ex presidente Clinton es baptista.
Mantienen que entre el creyente y Dios no debe interponerse ninguna estructura y sus niños no reciben el bautismo antes de la adolescencia, siempre por inmersión.

‘Con la frase ‘Jesucristo por siempre, sí’–comenta al diario ‘Avvenire’ Denton Lotz, secretario general de la Alianza– se concentra el sentido de nuestra fe. Jesucristo representa la esperanza que Dios ha querido dar a los hombres y nosotros queremos responder con un sí eterno a este regalo’. Al encuentro de Melbourne asistieron delegados de muchas confesiones, incluidos los católicos, representados por monseñor John Rodano, del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos. ‘Nos ha gustado mucho confirmar la cercanía con los demás creyentes, en Jesús’, subraya Lotz.

Sobre el diálogo baptista-católico asegura que ‘es muy bueno. Tenemos contactos continuos y nos hemos encontrado en varias ocasiones también con el cardenal Edward I. Cassidy, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos. El intercambio de ideas es verdaderamente abierto’.
El secretario general de los baptistas federados valora especialmente el signo de la apertura de la Puerta Santa: ‘Estamos contentos con todas estas celebraciones que han subrayado nuestra unidad en Cristo. El mundo laicista ha olvidado el significado del 2000; muchos ni siquiera se dan cuenta que marca el aniversario del nacimiento de Jesús. No pude ir a la ceremonia de la Basílica de San Pablo porque estaba todavía en Australia. Aunque en verdad nosotros los baptistas tenemos problemas con la idea de las indulgencias. Pero agradecemos todas las celebraciones que tratan de restituir al milenio su verdadero significado’.

¿Cuáles son los desafíos principales para la fe según esta confesión protestante?’Tras la guerra fría –indica Lotz– esperábamos el inicio de un periodo de mayor libertad religiosa pero estamos constatando que nos equivocábamos. Los contrastes más graves han surgido en la Europa Oriental en la que han surgido algunas Iglesias nacionales que pretenden tener el monopolio de la fe. Al mismo tiempo, los conflictos étnicos de Bosnia, Serbia y Chechenia, pero también en Ruanda, han demostrado que el peligro de un nuevo choque entre civilizaciones es real. Son amenazas que todos los hombres de fe deben tratar de conjurar’.

¿Estarían lo baptistas dispuestos a dar el primer paso para relanzar el diálogo? ‘Como usted sabe, representamos la reforma radical. Las congregaciones baptistas tienen una autonomía local completa y no creo que estén dispuestas a renunciar a esta característica. En consecuencia, no estamos muy interesados en una unidad estructural. En el plano espiritual, sin embargo, la unidad de los cristianos es un objetivo muy importante que debe reflejarse en el compromiso común en favor de la justicia, del respeto a los derechos humanos y de los esfuerzos en el campo moral, como la movilización contra el aborto. Cristo representa nuestra unidad espiritual y ningún creyente puede sustraerse a esta verdad’.

Por Jesús Colina – Tomado de la página www.es.catholic.net

calvino

¿Quién fue Juan Calvino y qué es el Calvinismo?

Pregunta:

¿Quién fue Juan Calvino y qué es el Calvinismo?

 

Respuesta:

1. CALVINO, JUAN

Calvino, cuyo nombre francés era Jean Cauvin o Calvin, nació en Noyon, localidad de la Picardía, en el norte de Francia, el 10 de julio de 1509. Hijo del secretario del obispado de su ciudad natal, cursó estudios de humanidades en famosos colegios parisienses y más tarde de leyes en las universidades de Orleans y Brujas, donde tuvo como maestros a importantes pensadores de la época. En 1532, Calvino evidenció sus sólidos conocimientos de latín e historia con su edición del tratado de Séneca De clementia (Sobre la clemencia).

Poco después de publicar esta obra, Calvino se convirtió al protestantismo, pero cuando el grupo de teólogos reformadores al que pertenecía fue ilegalizado en Francia, abandonó París. A principios de 1535 se instaló en Basilea, Suiza, y allí apareció al año siguiente su obra fundamental, Christianae religionis institutio (Instituciones de la religión cristiana). Se trataba de un brillante resumen de las doctrinas protestantes, donde, entre otras cosas, postulaba la predestinación de los elegidos, rechazaba los sacramentos tal como los entendía el catolicismo y esbozaba un nuevo esquema de organización para la nueva forma del cristianismo. Con esta obra, traducida al francés en 1541, Calvino se convirtió en uno de los principales teólogos protestantes.

Todavía en 1536, tras un breve viaje a Italia -donde mostró su talento político para atraer el apoyo de los poderosos hacia el protestantismo-, al pasar por Ginebra fue invitado a permanecer en ella. La ciudad había adoptado recientemente el protestantismo, como consecuencia de una rebelión de los burgueses contra el obispo, pero carecía de una doctrina y una organización. Calvino permaneció allí dos años, pero elaboró un código litúrgico y moral tan severo que fue expulsado por el consejo ginebrino.

Desde 1538 hasta 1541 residió en Estrasburgo, donde creó una nueva liturgia y asentó nuevas instituciones parroquiales, al tiempo que dirigía personalmente una congregación. En esos años participó en varios concilios entre católicos y protestantes y conoció a importantes teólogos luteranos como Melanchton y Martín Lutero.

Mientras tanto, Ginebra se debatía entre el caos interior y la amenaza católica externa, y volvió a llamar a Calvino. Éste, a su regreso, aplicó sus ideas religiosas, de gran austeridad, y por medio de las Ordenanzas eclesiásticas organizó la iglesia de Ginebra, que sería la base de todas las iglesias del protestantismo reformado.

Durante los años siguientes, tras eliminar a todos sus opositores -sin dudar en ejecutarlos cuando lo consideraba preciso-, Calvino se convirtió en rector absoluto de Ginebra, tanto en el aspecto religioso como en el económico y político.

A partir de 1550 se dedicó sobre todo a apoyar a otros grupos protestantes afines a sus tesis y a proporcionar coherencia a su doctrina. En 1559 apareció la versión latina definitiva de las Instituciones -un año después vería la luz la francesa-, en donde establecía sus diferencias teológicas con el luteranismo. Bajo su influjo, y el de la academia que fundó en Ginebra, esta ciudad se convirtió en el centro principal del protestantismo europeo.

Juan Calvino murió en Ginebra el 27 de mayo de 1564, lo que no impidió la continua expansión de las iglesias reformadas.

2. EL CALVINISMO

Dentro del protestantismo, el calvinismo se caracteriza por llevar hasta sus últimas consecuencias lógicas la soberanía absoluta de Dios y por haber logrado una prudente, pero estricta, organización humana en sus iglesias.

Una segunda Reforma

Juan Calvino llevó a cabo una ‘segunda Reforma’. Sus intenciones y sus esfuerzos se encaminaron a reunificar las diversas tendencias protestantes, y logró atraer a los seguidores de Huldrych Zwingli (también conocido como Ulrico Zwinglio) en el Consensus tigurinus (1549); sin embargo, consumó de hecho la ruptura con el luteranismo, y dio lugar, en paralelo con éste y con el anglicanismo, al tercer gran grupo dentro del protestantismo. En Europa, las iglesias calvinistas reciben por lo general el nombre de reformadas, mientras que en el resto del mundo se conocen como presbiterianas.

Organización de iglesias locales. Rechazado durante su primera estancia en Ginebra debido a la rigidez de la disciplina impuesta, Calvino fue llamado de nuevo por el consejo de la ciudad en 1541. Revestido de autoridad, hizo publicar las Ordenanzas eclesiásticas, que posteriormente sirvieron de modelo para la fundación de otras iglesias locales. Las ordenanzas confiaban la actividad eclesial a cuatro grupos: los pastores, elegidos por el pueblo, se encargaban de predicar la palabra de Dios y se reunían semanalmente en congregación y mensualmente en sínodo; los doctores se dedicaban a la enseñanza; el presbiterio -‘ancianos’ laicos- mantenía la disciplina; y los diáconos se cuidaban de las tareas asistenciales. El consistorio -que en Ginebra tenía carácter de consejo de la ciudad- estaba formado por seis pastores y doce ancianos; podía sancionar las faltas leves a la disciplina o pasar la acusación a los tribunales civiles.

La denominación de iglesia presbiteriana procede precisamente de la institución del presbiterio de ‘ancianos’ laicos con gran poder disciplinar, en contraposición a la autoridad que otras iglesias conceden al obispo.

La ‘ciudad-iglesia’. La supremacía del poder religioso sobre el poder civil granjeó a Ginebra la denominación de ‘ciudad-iglesia’. El afianzamiento de la iglesia se debió al celo de la constante predicación de Calvino, a la prestigiosa Academia Teológica que fundó -basada en las humanidades grecolatinas y en la exégesis (interpretación) bíblica- y a la rigidez de la disciplina impuesta mediante castigos, destierros e incluso la pena capital. Se trataba de una organización de elección democrática, pero de férrea exigencia. En cuatro años, Calvino hizo desterrar de Ginebra a 76 descontentos y ejecutar a 58 condenados, entre ellos el sabio español Miguel Servet, que murió en la hoguera.

La expansión. Calvino acogió a los refugiados franceses de fe protestante, y entre ellos eligió misioneros que regresaran a fundar otras iglesias locales. Conforme al principio de autonomía, éstas fueron estableciendo sus propias bases doctrinales y organizativas: confesión galicana (1559), escocesa (1560), belga (1561), hasta que se redactó de común acuerdo la confesión helvética (1566).

Calvino se sirvió del poder civil para la expansión de su doctrina y de las iglesias, pero cuando éste le resultó hostil se alió con la oposición. Para él, un príncipe que combatía a la iglesia perdía su derecho como tal, y era lícito oponerle resistencia, incluso armada. En Francia, los calvinistas -denominados hugonotes- trataron de dominar a Francisco II en contra de la familia Guisa.

Las guerras de religión que se desencadenaron dejaron triste recuerdo en la noche de San Bartolomé (1572), en que murieron miles de hugonotes, y no terminaron hasta el Edicto de Nantes (1598).

En los Países Bajos, los calvinistas favorecieron la rebelión contra Felipe II de España. En Escocia, el calvinismo -o puritanismo, nombre que recibió por su rigor doctrinal- tuvo desde el principio gran apoyo gracias a la labor del reformador John Knox, que hizo del presbiterianismo la religión oficial. En Inglaterra, tras el período de la revolución puritana de Oliver Cromwell, la iglesia presbiteriana fue prohibida por el anglicanismo oficial, y sólo en 1688 se le permitió de nuevo libertad de culto.

Los puritanos ingleses exiliados llevaron la iglesia presbiteriana a Nueva Inglaterra, colonia de la costa atlántica de los posteriores Estados Unidos. Los propios ingleses y los holandeses extendieron el calvinismo por diversos países de su imperio colonial, sobre todo en lo que sería más tarde la República de Sudáfrica.

Doctrina teológica

El hombre bajo el peso de Dios. La doctrina de Calvino se polariza en la soberanía de Dios: ‘Sólo a Dios la gloria’. La justificación y la santificación del hombre son obra exclusiva de Dios, que predestina a unos hombres para la salvación ‘antes de tener en cuenta sus méritos’ futuros, y lo consigue concediéndoles gracias eficaces e irresistibles que aseguran su perseverancia hasta el final. Cualquier contribución humana disminuiría la absoluta soberanía de Dios. En consecuencia, Calvino tuvo que admitir también que los pecadores, los condenados, no habían escapado a la eficaz voluntad divina: Dios los había predestinado a la destrucción antes de prever sus pecados y, en la doctrina calvinista más rígida, incluso antes de prever el pecado original de Adán en el Paraíso. De acuerdo con esta doctrina, sólo se admiten dos sacramentos, el bautismo y la eucaristía, pero su carácter es meramente simbólico y no proporcionan la gracia.

El conocimiento en el hombre no es sino las ideas puestas por Dios en él; Dios es la ‘única fuente de la verdad’, y principio real de las acciones humanas. El hombre sólo es instrumento de los planes de Dios.

La palabra de Dios. La fuente de la verdad es la Sagrada Escritura, la palabra de Dios, iluminada por el Espíritu Santo e ilustrada por la predicación. Calvino aceptaba los primeros concilios y la doctrina de san Agustín contra el hereje Pelagio -que negaba la necesidad de la gracia divina en favor del libre albedrío-, pero rechazaba el magisterio de la Iglesia Católica y acusaba de idolatría a la jerarquía de Roma.

Iglesia y sociedad. La iglesia tiene ‘poder supremo para someter a la obediencia y al verdadero servicio de Dios a todos los cristianos, impidiendo y corrigiendo los escándalos. El cristiano santificado está en manos de Dios, no teme a ningún poder civil; su valor es un signo de su justificación, al igual que la prosperidad exterior y la riqueza. Estas ideas llevaron a lo que se ha denominado ‘la ética de la economía’: ‘El oro y la plata son buenas criaturas a las que puede darse buen uso.’ El interés, considerado entonces como usura, era permitido hasta un 5 %.

La pequeña burguesía se sintió pronto a gusto con este arquetipo calvinista de ciudadano laborioso y ahorrador predestinado por Dios, y sociólogos como el alemán Max Weber han analizado esta circunstancia como una de las fuentes del capitalismo. En el ámbito político, la doctrina de la predestinación ha llevado en ocasiones a situaciones de segregación de aquellos no considerados ‘predestinados’, mas por otro lado la adopción del régimen electivo calvinista ha favorecido la instauración de gobiernos democráticos.

Por N.A. Weber

Tomado de la Enciclopedia Hispánica

Cisma de Oriente

¿Qué fue el Cisma de Oriente?

Pregunta:

¿Qué fue el Cisma de Oriente?

 

Respuesta:

Desde el tiempo de Diotrefes (III Juan, 1:9-10) ha habido cismas continuamente, de los cuales la mayoría se produjeron en el Este. El Arrianismo produjo un gigantesco cisma; los cismas Nestoriano y Monofisita aún perduran. Sin embargo, el Cisma de Oriente siempre ha significado el más deplorable pleito cuyo resultado final fue la separación de la vasta mayoría de los Cristianos Orientales de la unión con la Iglesia Católica, el cisma que produjo la llamada Iglesia ‘Ortodoxa’.

I. Preparación Remota del Cisma

El gran Cisma de Oriente no debe pensarse como el resultado de un único pleito definitivo. Es falso que después de siglos de perfecta paz, repentinamente por cuenta de una disputa, casi la mitad de la Cristiandad se apartara. Tal evento no tendría paralelo en la historia; de todos modos, a menos que hubiera alguna gran herejía, y en este pleito no hubo ninguna herejía al inicio, tampoco ha habido un desacuerdo irremediable respecto a la Fe. Es un caso, tal vez el único caso destacado, de cisma puro, de una brecha en la intercomunión causada por el enojo y los malos sentimientos, no por una teología rival. Sería inconcebible entonces que cientos de obispos rompieran la unión con su cabeza, si antes todo hubiese ido suavemente. El gran cisma es más bien el resultado de un proceso muy gradual. Sus causas remotas deben buscarse siglos antes de que hubiera una sospecha del resultado final. Hubo una serie de cismas temporales que aflojaron el vínculo y prepararon el camino. Las dos grandes disensiones, las de Focio y Miguel Cerulario, que con recordadas como el origen del presente estado de cosas, fueron ambas zanjadas posteriormente. Estrictamente hablando, el actual cisma data del repudio oriental al Concilio de Florencia (1472). Así, aunque los nombres de Focio y Cerulario están justamente asociados con este desastre, en tanto que sus querellas son los elementos principales del relato, no debe imaginarse que ellos fueron los únicos, los primeros, o los últimos autores del cisma. Si agrupamos la historia alrededor de sus nombres debemos explicar las causas iniciales que les prepararon el camino y notar que hubo reunificaciones temporales posteriores.

La primera causa de todas fue el gradual alejamiento del Este y del Oeste. En gran medida este alejamiento era inevitable. Oriente y Occidente se agruparon en torno a sus centros ­­­-de cualquier modo como centros inmediatos- utilizaron ritos diferentes y hablaron diferentes idiomas. Debemos distinguir la posición del Papa como cabeza visible de la Cristiandad de su puesto como Patriarca de Occidente. La posición, sostenida en 1913 por algunos controversistas antipapales, de que todos los obispos son iguales en jurisdicción, fue completamente desconocida en la primitiva Iglesia. Desde el mismo inicio encontramos una graduada jerarquía de metropolitanos, exarcas y primados. Encontramos también, desde el inicio, la idea de que un obispo hereda la dignidad del fundador de su sede, y que, por tanto, el sucesor de un Apostol tiene derechos y privilegios especiales. Esta jerarquía graduada es importante para explicar la posición del Papa. El no era el superior inmediato de cada obispo; era el jefe de una elaborada organización, como si fuera el pináculo de una pirámide cuidadosamente graduada. La conciencia del cristiano de los inicios pro bablemente haya sido que las cabezas de la Cristiandad eran los Patriarcas; luego él sabía bastante bien que el patriarca principal tenía su sede en Roma. Después de Calcedonia (451) debemos contar cinco patriarcados: Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalem.

Entonces la diferencia entre Oriente y Occidente fue en primer lugar que el Papa en el Oeste no sólo era supremo pontífice sino también patriarca local. El representaba para los cristianos orientales una autoridad remota y extraña, la última corte de apelaciones para muy serias cuestiones, luego de que sus propios patriarcas habían sido encontrados incapaces de zanjarlas; pero hasta para sus propios latinos en Occidente, él era la cabeza inmediata, la autoridad inmediata sobre los metropolitanos, la primera corte de apelaciones para sus obispos. Así toda lealtad en Occidente iba dirigida a Roma. Roma era la Iglesia Madre en muchos sentidos, fue por los misioneros llegados desde Roma que las iglesias de Occidente habían sido fundadas. La lealtad de los cristianos de Oriente por otra parte, iban primero hacia su patriarca, así había aquí siempre el peligro de una alianza dividida -si el patriarca tenía un altercado con el Papa- lo que habría resultado inconcebible en Occidente. En realidad, el apartamiento de tantos cientos de obispos de Oriente, de tantos millones de simples cristianos, se explica suficientemente por el cisma de los patriarcas. Si los cuatro patriarcas de Oriente acordaban cualquier rumbo de acción era prácticamente una conclusión predeterminada que sus metropolitanos y obispos los seguirían y que los sacerdotes y la gente común seguiría a los obispos. Así la organización misma de la Iglesia de alguna manera preparó el terreno para un contraste (que pudiera convertirse en rivalidad) entre el primer patriarca de Occidente con su gran cantidad de seguidores latinos por un lado y los patriarcas de Oriente con sus súbditos del otro.

Los puntos adicionales que deberían tomarse en cuenta son las diferencias de rito e idioma. La cuestión del rito se sigue del patriarcado; hace obvia la diferencia para el más simple cristiano. Un laico sirio, griego o egipcio tal vez no entendería mucho respecto a la ley canónica como los patriarcas involucrados; pero no podía dejar de notar que un obispo o sacerdote latino itinerante celebraba los Sagrados Misterios de un modo que era muy extraño y que lo etiquetaba a él como un (tal vez sospechoso) extranjero. En Occidente, el rito romano fue primero influyendo y luego suplantando todos los demás, y en Oriente el rito bizantino fue gradualmente obteniendo la misma posición. Así tenemos el germen de dos unidades, Oriental y Occidental.

Indudablemente ambos lados sabían que otros ritos eran igualmente modos legítimos de celebrar los mismos misterios, pero la diferencia había difícil orar juntos. Vemos que éste fue un punto importante en las reclamaciones contra asuntos puramente rituales hechas por Cerulario cuando buscó bases para disentir.

Aun el detalle del idioma fue un elemento de separación. Es cierto que el Este nunca fue enteramente helenizado como Occidente llegó a ser latinizado. Sin embargo, el griego llegó a ser en un alto grado un idioma internacional en el Este. En los concilios de Oriente todos los obispos hablan en griego. De nuevo tenemos así las mismas dos unidades, esta vez en el idioma un Oriente prácticamente griego y un Occidente totalmente latino. Es difícil concebir este detalle como causa de alejamiento, pero es indudablemente cierto que muchos malentendidos surgieron y se desarrollaron simplemente porque la gente no podía entenderse entre sí. Para el tiempo en que surgieron estas disputas, difícilmente alguien conocía un idioma extranjero. No fue sino hasta el Renacimiento que llegó la época de adecuadas gramáticas y diccionarios. San Gregorio (m. 604) había sido enviado eclesiástico en Constantinopla, pero según parece no aprendió griego; el Papa Virgilio (540-55) pasó ocho infelices años allí y sin embargo, nunca aprendió el idioma. Focio fue el erudito más profundo de su época, sin embargo no sabía latín. Cuando León IX (1048-549) escribió en latín a Pedro III de Antioquía, éste último tuvo que enviar la carta a Constantinopla para saber lo que ésta decía. Tales casos ocurrían continuamente y causaban confusión en todas las relaciones entre Oriente y Occidente. En los concilios, los legados papales se dirigían en latín a los padres reunidos y nadie podía entenderlos; el concilio deliberaba en griego y los legados no sabían qué estaba sucediendo. Así surgieron sospechas de ambas partes. Se llamaron intérpretes, aunque, ¿podían sus versiones ser dignas de confianza? Surgió una profunda desconfianza de parte de los latinos acerca de la habilidad griega en este asunto. A los legados se les pedía firmar docuentos que no entendían en base a reiteraciones de que no contenían nada que los comprometiera. Y algo tan pequeño como esto hizo una gran diferencia. El famoso caso, mucho tiempo después, del Decreto de Florencia y las formas kat on tropon, quemadmodum, muestra cuánta confusión puede causar el uso de dos idiomas.

Estas causas se combinaron luego para producir dos mitades de Cristiandad, una mitad oriental y otra mitad occidental, cada una distinguiéndose en varias formas de la otra. Ciertamente no son suficientes para explicar la separación de esas mitades; solamente hacemos notar que ya había una conciencia de dos entidades, la primera marcando una línea de división, a través de la cuál la rivalidad, los celos y el odio pudieron fácilmente establecer una separación.

II. Causas del Alejamiento

La rivalidad y el odio surgió de varias causas. Indudablemente la primera, la raíz de toda la discor dia, fue el progreso de la Sede de Constantinopla. Hemos visto que los cuatro patriarcas orientales estaban de algún modo enfrentados a la gran unidad occidental. Si hubieran permanecido allí esas cuatro unidades en Oriente, nada habría sucedido. Lo que acentuó el contraste y creó una rivalidad fue el gradual ascenso de autoridad sobre los otros tres por parte del patriarca de Constantinopla. Era Constantinopla la que vinculaba al Oriente en un solo cuerpo, uniéndolo contra Occidente. Hubo un persistente intento del patriarca del emperador de llegar a ser una especie de Papa oriental, tan cerca como fuera posible de su prototipo occidental, lo que fue la verdadera causa de todo el problema. De un lado, la unión bajo Constantinopla realmente hacía una especie de Iglesia rival que podía ser opuesta a Roma; por otra parte, a través de todo el curso del progreso de los obispos bizantinos, ellos encontraron sólo un obstáculo verdadero, la persistente oposición de los Papas. El emperador era su amigo y principal aliado siempre. Fue, en realidad, la política centralizadora del emperador la responsable del esquema de convertir en centro la Sede de Constantinopla. Los otros patriarcas que fueron desplazados no eran oponentes peligrosos. Debilitados por las interminables disensiones monofisitas, habiendo perdido la mayoría de sus rebaños y reducidos luego a un abyecto estado por la conquista musulmana, los obispos de Alejandría y Antioquía no pudieron evitar el crecimiento de Constantinopla. En realidad, eventualmente, aceptaron su de gradación voluntariamente y vinieron a ser ornamentos ociosos de la corte del nuevo patriarca. Jerusalén también fue estorbada por los cismas y los musulmanes y fue en sí misma un nuevo patriarcado, teniendo sólo los derechos de la última sede de las cinco.

Por otro lado, en cada paso de progreso por parte de Constantinopla había siempre la oposición de Roma. Cuando la nueva sede consiguó que su titular presidera el Primer Concilio de Constantinopla (381, can.3), Roma se negó a aceptar el canon (dado que no estuvo representada en el Concilio); cuando Calcedonia en el 451 convirtió a ésta (Constantinopla) en un verdadero patriarcado (can.28) los legados y luego el Papa mismo se negaron a reconocer lo que se había hecho; cuando, intoxicados con su rápido progreso, los sucesores de los pequeños obispos sufragáneos que una vez habían obedecido a Heraclea asumieron el insolente título de ‘patriarca ecuménico’, fue de nuevo un Papa de la Antigua Roma quien severamente reprendió su arrogancia. Podemos entender que el celo y el odio de Roma se arraigara en la mente de los nuevos patriarcas, que estuvieran dispuestos a derrocar por completo una autoridad que se interponía a cada paso en su cami no. Que el resto de Oriente se les uniera en su rebelión era el resultado natural de la autoridad que habían tenido éxito en usurpar de los demás obispos orientales. Así llegamos al punto esencial en esta cuestión. El cisma de Oriente no fue un movimiento surgido en todo el Oriente; ni fue una disputa entre dos grandes cuerpos; fue esencialmente la rebelión de una sede, Constantinopla, que gracias al favor del emperador, había ya adquirido una influencia tal que fue capaz, desgraciadamente, de arrastar junto con ella a los otros patriarcas al cisma.

Hemos visto ya que los sufragáneos de los patriarcas naturalmente seguirían a sus jefes. Si entonces Constantinopla hubiera permanecido sola, su cisma habría importado comparativamente poco. Lo que hizo tan seria la situación fue que el resto de Oriente eventualmente tomó partido a su lado. Esto también condujo a que asumieran con éxito la principal sede en Oriente. Así el progreso de Constantinopla fue indudablemente la causa del gran cisma. La puso en conflicto con Roma e hizo al patriar ca bizantino, casi inevitablemente, enemigo del Papa; al mismo tiempo le dio tal posición que su enemistad significó la enemistad de todo el Oriente.

Siendo esto así, debemos recordar como totalmente injustificado, novedoso y anticanónico este progreso de Constantinopla. La sede no era apostólica, no tenía tradiciones gloriosas, ninguna razón para usurpar el primer lugar de Oriente, salvo un accidente de la política secular. El primer obispo histórico de Bizancio fue Metrófanes (31525); no era ni siquiera metropolitano, era el más bajo en rango que un obispo diocesano pudiera ser, un sufragáneo de Heraclea. Eso es todo lo que sus sucesores habrían alcanzado a ser, no habrían tenido el poder de influir a nadie, si Constantino no hubiese escogido su ciudad como capital. A lo largo de todo su progreso, ellos no pretendieron fundar sus reclamaciones sobre algo excepto el hecho de que ahora eran obispos de la capital política. Fueron como los obispos del emperador, como funcionarios de la corte imperial, que se elevaron al segundo lugar en la Cristiandad. La leyenda de San Andrés fundando su sede fue una idea muy posterior; abandonada ahora por todos los eruditos. La reclamación de Constantinopla siempre fue puramente cesarista, ya que el César podía establecer la capital donde quisiera, así también podía el gobernador civil, dar rango eclesiástico en la jerarquía a la sede que deseara.

El canon 28 de Calcedonia lo dice así con muchas palabras. Constantinopla ha llegado a ser la Nueva Roma, por tanto su obispo ha de tener un honor semejante al del patriarca de la Antigua Roma y segundo después de él. Sólo se requería una sombra más de insolencia para que el emperador transfiriera los derechos papales al obispo de la ciudad donde él mantuviera su corte.

Debe recordarse siempre que la elevación de Constantinopla, la envidia que sentía hacia Roma, su desgraciada influencia sobre todo el Oriente, es una pieza pura de cesarismo, una desvergonzada rendición de las cosas de Dios a las del César. Y nada puede ser menos estable que colocar los derechos eclesiásticos sobre la base de la política secular. Los turcos en 1453 cortaron el fundamento de la ambición bizantina. Ahora no hay emperador ni corte que justifique la posición del patriarca ecuménico. Si fuéramos a aplicar lógicamente el principio sobre el cual descansa, él se hundiría al lugar más bajo y los patriarcas de la Cristiandad reinarían en París, Londres o Nueva York. En tanto que el antiguo y realmente canónico principio de la superioridad de las sedes apostólicas permanece inalterado por los cambios políticos. Aparte del origen divino del Papado, el progreso de Constantinopla fue una crasa violación de los derechos de las sedes apostólicas de Alejandría y Antioquía. No es de extrañar que los Papas, aunque su primer lugar no haya sido cuestionado, resintieran esta alteración de antiguos derechos por la ambición de los obispos imperiales.

Largo tiempo antes de Focio había habido cismas entre Constantinopla y Roma, todos ellos sanados a tiempo, pero naturalmente todos tendiendo a debilitar el sentido esencial de unidad. Desde el principio de la sede de Constantinopla hasta el gran cisma en el 867 la lista de estas grietas temporales de la comunión constituyó un listado formidable. Hubo cincuenta y cinco años de cisma (343-98) durante los problemas arrianos, once debido a la remoción de San Juan Crisóstomo (404-15), treinta y cinco años del cisma de Acacio (484-519), cuarenta y un años del cisma monotelita (640-81), sesenta y un años del iconoclasmo. Así de esos 544 años (323-867) no menos de 203 transcurrieron con Constantinopla en un estado de cisma. Notamos también que en cada una de estas disputas, Constantinopla estuvo del lado equivocado, en tanto Roma sobresalió en el correcto. Y ya vemos que la influencia del emperador (quien naturalmente siempre apoyaba al patriarca de su corte), en la mayoría de los casos arrastró a gran número de los otros obispos orientales hacia el mismo cisma.

III. Focio y Cerulario

Era natural que los grandes cismas, que son directamente responsables del actual estado de cosas, fueran pleitos locales de Constantinopla. Ninguno fue en algún sentido un agravio general del Oriente. No hubo tiempo ni razón por la cual otros obispos se unieran a Constantinopla en la querella con Roma, excepto que ya habían aprendido a mirar hacia la ciudad imperial esperando órdenes. La querella de Focio fue un grosero desafío al orden legal de la Iglesia. Ignacio era el legítimo obispo fuera de toda duda; lo había sido pacíficamente durante once años. Entonces él negó la comunión a un hombre culpable de evidente incesto (857). Pero ese hombre era el regente Bardas, así el gobierno se propuso deponer a Ignacio y colocó a Focio en su sede. El Papa Nicolás I no tenía querella alguna contra la Iglesia de Oriente, ni contra la sede bizantina. Él apoyó los dere chos del obispo legítimo. Tanto Ignacio como Focio había apelado formalmente a él. Fue únicamente hasta que Focio vió que había perdido su alegato que él y el gobierno prefirieron ir al cisma que someterse (867). Es aun dudoso durante cuánto tiempo esta vez hubiese un cisma general en Oriente. En el concilio que restituyó a Ignacio (869) los otros patriarcas declararon que ellos habían aceptado de inmediato el anterior veredicto del Papa.

Pero Focio había formado un partido antiromano, el cuál de allí en adelante nunca se disolvió. El efecto de su querella, aunque era puramente personal, aunque se terminó a la muerte de Ignacio, y de nuevo cuando Focio cayó, fue juntar en una cabeza todo la antigua envidia de Constantinopla hacia Roma. Vemos esto a través de todo el cisma fociano. La mera cuestión de los pretendidos derechos del usurpador no explican el estallido de animosidad contra el Papa, contra todo lo occidental y latino que notamos en los documentos gubernamentales, en las cartas de Focio, en las actas de su sínodo del 879, en toda la actitud de su partido. Es más bien el rencor de siglos estallando con un pobre pretexto; este fiero resentimiento contra la interferencia romana proviene de hombres que sabían de antiguo que Roma era el único obstáculo para sus planes y ambiciones. Adicionalmente, Focio dio a los bizantinos una nueva y poderosa arma. El grito de herejía proferido bastante en todas las ocasiones, nunca dejó de generar indignación popular. Pero sin embargo a nadie se le había ocurrido acusar a todo Occidente de estar empapado de perniciosa herejía. Hasta ahora había sido un problema de resentir el uso de la autoridad papal en casos aislados. Esta nueva idea llevó la guerra al interior del campo enemigo con venganza. Los seis cargos hechos por Focio son suficientemente tontos, tanto como para preguntarse cómo tan grande erudito no pensó en algo más ingenioso, al menos en apariencia. Pero estos cargos cambiaron la situación para ventaja de Oriente. Cuando Focio llama a los latinos ‘mentirosos, luchadores contra Dios, precursores del Anticristo’, ya no es una cuestión meramente de ofender a sus superiores eclesiásticos. Él ahora asume un papel más efectivo; él es el campeón de la ortodoxia, indignado contra los heréticos.

Después de Focio, [el patriarca] Juan IX Bekkos dice que hubo ‘paz perfecta’ entre Oriente y Occidente. Pero esa paz era sólo en la superficie. La causa de Focio no murió. Permaneció latente en el partido que él dejó, el partido que aun odiaba a Occidente, que estaba listo para romper nuevamente la unión al primer pretexto, que recordaba y que estaba listo a revivir la acusación de herejía contra los latinos. Ciertamente desde el tiempo de Focio el ocio y el desprecio hacia los latinos fue una herencia en el grueso del clero bizantino. Cuán profundamente enraizado y difundido estaba, es mostrado por el estallido absolutamente gratuito 150 años más tarde bajo Miguel Cerulario (1043-58). Porque esta ocasión no hubo ni siquiera la sombra de un pretexto. Nadie había disputado el derecho de Cerulario como patriarca; el Papa no había interferido con él en manera alguna. Y repentinamente en 1053 envía una declaración de guerra, luego cierra las iglesias latinas en Constantinopla, lanza una sarta de disparatadas acusaciones y muestra de todas las maneras posibles que él desea un cisma, aparentemente por el mero placer de no estar en comunión con Occidente. Y obtuvo lo que quería. Después de una serie de maliciosas agresiones, sin parale lo en la historia de la Iglesia, después de que él hubo comenzado a atacar el nombre del Papa en sus dípticos, los legados romanos lo excomulgaron (16 de Julio de 1054). Pero aun no había ninguna idea de excomunión general de la Iglesia Bizantina, menos aun de todo el Oriente. Los legados cuidadosamente se previnieron contra eso en su Bula. Reconocieron que el emperador (Constantino IX, quién estaba excesivamente molesto con toda la querella), el Senado y la mayoría de los habitantes de la ciudad eran ‘muy piadosos y ortodoxos’. Excomulgaron, sin embargo, a Cerulario, a León de Acrida y a sus seguidores.

Esta querella no necesitaba producir un estado permanente de cisma mayor que el que generaría la excomunión de cualquier otro obispo contumaz.. La verdadera tragedia fue que gradualmente todos los otros patriarcas orientales tomaron el bando de Cerulario, obedeciéndolo en atacar el nombre del Papa a través de sus dípticos y escogieron compartir su cisma. Al principio no parece que hayan querido hacerlo así. Juan III de Antioquía ciertamente se negó a ir al cisma solicitado por Cerulario. Pero, eventualmente, el hábito que habían adquirido de mirar hacia Constantinopla en busca de órdenes resultó demasiado fuerte. El emperador (no Constantino IX, sino su suce sor) estuvo del lado de su patriarca y los obispos habían aprendido bien a considerar al empe rador como su soberano también en cuestiones espirituales. De nuevo, fue la autoridad usurpada por Constantinopla, el cesarismo de Oriente lo que convirtió una querella personal en un gran cisma. Vemos también, cuán bien había sido aprendida la idea de Focio de llamar heréticos a los latinos. Cerulario tenía una lista, aun más larga y más baladí, de tales acusaciones. Sus puntos fue ron diferentes de los de Focio; él había olvidado la Filioque y había descubierto una nueva herejía con nuestro uso del pan ácimo. Pero las verdaderas acusaciones importaban poco de cualquier modo, la idea que había sido encontrada tan útil era la de declarar que era imposible tratar con Occidente por ser heréticos. Era ofensiva y dio a los líderes cismáticos la oportunidad de asumir una pose más efectiva, como defensores de la verdadera Fe.

IV. Después de Cerulario

En cierto sentido el cisma estaba ahora completo. Lo que habían sido al inicio dos porciones de la misma Iglesia, lo que habían llegado a ser dos entidades listas para dividirse, eran ahora dos Iglesias rivales. Sin embargo, justo como había habido cismas antes de Focio, así hubo reunificaciones después de Cerulario. El Segundo Concilio de Lyons en 1274 y de nuevo el Concilio de Florencia en 1439, ambos llegaron a una reunificación que el pueblo esperó cerrara para la siempre la brecha. Desafortunadamente, ni duró la reunificación, ni tuvo ninguna base sólida del lado oriental. El partido antilatino, preconizado, formado y organizado desde mucho tiempo atrás por Focio, bajo Cerulario había llegado a represesentar la totalidad de la Iglesia ‘Ortodoxa’. Este proceso fue gradual, pero ahora estaba completo. Al principio las Iglesias Eslavas (Rusia, Serbia, Bulgaria, etc.) no vieron razón para romper con Occidente debido a que el Patriarca de Constantinopla se hubierse enemistado con el Papa. Pero el hábito de mirar hacia la capital de imperio eventualmente les afectó también. Ellos utilizaban el Rito Bizantino, eran Orientales; así se colocaron del lado de Oriente. Cerulario maniobró hábilmente para hacer aparecer su causa como la de Oriente: pareció (aunque injustificadamente) que era una cuestión de bizantinos contra latinos.

En Lyons y luego, de nuevo en Florencia, la reunificación (por parte de Bizancio) era sólo un expediente del gobierno. El emperador deseaba que los latinos combatieran contra los turcos por cuenta de él. Así él estaba preparado para conceder cualquier cosa hasta que el peligro hubiera pasado. Es claro que en estas ocasiones el móvil religioso impulsaba sólo a Occidente. Éste no tenía nada que ganar; no deseaba nada de Oriente. Los latinos tenían todo que ofrecer y estaban preparados para brindar su ayuda. Todo lo que Occidente quería a cambio era que terminara el lamentable y escandaloso espectáculo de una Cristiandad dividida. Pero a los bizantinos no les importaba el motivo religioso; o más bien, la religión para ellos significaba la continuación del cisma. Habían llamado herético a Occidente tantas veces que comenzaron a creerlo. La reunificación fue una desagradable y humillante condición para que el ejército franco viniera y los protegiera. El pueblo común había sido tan bien entrenado en su odio hacia los Acimitas y adulteracredos, que su celo por lo que consideraban Ortodoxia pudo más que su temor a los turcos. La frase ‘Preferible el turbante del Sultán que la tiara del Papa’ expresaba con exactitud sus pensamientos. Cuando los obispos que habían firmado los decretos de reunificación regresaron, fueron recibidos con un estallido de indignación como traidores a la fe ortodoxa. En cada ocasión, la reunificación fue rota casi inmediatamente después de haberla hecho. El último acto del cisma fue cuando Dionisio I de Constantinopla (1467-72) reunió un sínodo y formalmente repudió la unión (1472). Desde entonces no ha habido intercomunión; existe una vasta Iglesia ‘Ortodoxa’, aparentemente satisfecha de estar en cisma con el obispo que aun reconoce como el primer patriarca de la Cristiandad.

V. Razones del Actual Cisma

En esta deplorable historia notamos los siguientes puntos. Es mucho más fácil comprender cómo un cisma continúa que comprender cómo comenzó. Los cismas se hacen fácilmente; en cambio, es sumamente difícil sanarlos. El instinto religioso es siempre conservador; hay siempre una fuer te tendencia a continuar con el estado de cosas existente. Al principio los cismáticos parecen temerarios innovadores; luego con el transcurso de los siglos su causa parece antigua; es la Fe de los Padres. Los cristianos orientales especialmente sienten fuertemente este institno conservador. Temen que la reunión con Roma significaría una traición a su antigua Fe, la de la Iglesia Ortodoxa, a la cual se han adherido tan heróicamente durante todos estos siglos. Uno puede decir que el cisma continua principalmente gracias a la inercia.

En su origen debemos distinguir entre la tendencia cismática y la ocasión real de su estallido. Pero la causa de ambas ha desaparecido ahora. La tendencia era causada principalmente por la en vidia de la elevación de la Sede de Constantinopla. Ese progreso terminó hace largo tiempo. En los últimos tres siglos Constantinopla ha perdido casi todos las amplios territorios que alguna vez adquirió. No hay nada que los modernos cristianos orientales resientan más que cualquier toma de autoridad por parte del patriarca ecuménico fuera de su disminuído patriarcado. La sede bizan tina desde hace largo tiempo ha sido un juguete para los turcos, un cacharro que ellos venden al mejor postor. Ciertamente ahora esta lastimosa dignidad ya no es razón para el cisma de millones de cristianos. Aún menores son las causas inmediatas de que la brecha continúe abierta. La cuestión de los respectivos derechos de Ignacio y Focio deja indiferentes aun a los Ortodoxos luego de doce siglos; las ambiciones e insolencia de Cerulario bien pueden ser sepultadas con él. Nada queda entonces de las causas originales.

Realmente no hay de por medio ninguna cuestión de doctrina. No hay herejía, sino cisma. El Decreto de Florencia hizo todas las concesiones posibles a sus sentimientos. No hay una razón verdadera por la que Oriente no debiera firmar ese Decreto ahora. Niegan la infalibilidad papal y la Inmaculada Concepción, pleitean sobre el Purgatorio, la consagración mediante las palabras de la institución, la procesión del Espíritu Santo, en cada caso mal representando el dogma al cual se oponen. No es difícil mostrar que en todos estos puntos sus propios Padres están con los de la Iglesia Latina, que lo único que les pide es volver a la antigua enseñanza de su propia Iglesia.

Esta es la correcta actitud hacia los ortodoxos. Tienen un horror a ser latinizados, a traicionar la antigua Fe. Debe insistirse que no hay intención alguna de latinizarlos, que la antigua Fe no es incompatible, sino que más bien demanda la unión con la sede principal que sus Padres obedecieron. En la ley canónica no tienen nada que cambiar excepto abusos tales como la venta de obispa dos y el cesarismo que sus mejores teólogos deploran. El celibato, el pan ácimo, etc. son costumbres latinas a las que nadie piensa forzarlos. No necesitan agregar la cláusula Filioque al Credo; siempre mantendrán inalterado su venerable rito. Ningún obispo requiere ser movido, apenas una fiesta (excepto la de San Focio el 6 de Febrero) alterada. Todo lo que se les pide es regresar a donde sus Padres estuvieron, tratar a Roma como Atanasio, Basilio y Crisóstomo la trataron. No son los latinos, sino ellos quienes han abandonado la Fe de sus Padres. No hay humillación en desandar los pasos cuando uno ha vagado por un camino equivocado debido a querellas largo tiempo olvidadas. También deben ver cuán desastroso es para la causa común el escándalo de la división. Igualmente deben desear poner un fin a tanta denuncia del mal. Y si realmente lo desean, el camino no tiene por qué ser difícil. Porque, en verdad, luego de diez siglos de cisma podemos darnos cuenta en ambos lados que éste no solamente es el más grande mal en la Cristiandad, sino el más superfluo.

Para detalles del cisma véase Iglesia Griega, Focio, Miguel Cerulario, Concilio de Florencia. Ver también A. Fortescue, La Iglesia Ortodoxa de Oriente (Londres, 1907) y las obras allí citadas.

Por Adrián Fortescue.

Tomado de la Enciclopedia Católica.