LA CONQUISTA DE LA VOLUNTAD (cap. IX-XI)

Enrique Rojas

¿Cómo conseguir lo que te has propuesto?

 

ÍNDICE DE ESTE ARCHIVO

IX. VOLUNTAD PARA ESTUDIAR

Toda pedagogía es ciencia y arte a la vez
Racionalizar el estudio: aprender a planificarse
Saber estudiar
El fracaso escolar
X. ¿CÓMO SUPERAR LAS DIFICULTADES DE LA VIDA EN LA CULTURA DEL PLACER?

La cultura del placer
El sueño de la sinrazón
Frente al hombre vulnerable, el hombre con fundamento
Los traumas de la vida
La calidad de las vivencias
Amor, constancia y voluntad: las mejores armas para vencer los fracasos
XI. LA SUPERACIÓN DEL RESENTIMIENTO

Resentimiento: sentirse dolido y no olvidar
El cinismo no hace feliz al hombre
El triunfo de la voluntad perseverante
La relatividad del éxito y del fracaso
Los hombres de vuelo superior

CAPÍTULO IX
VOLUNTAD PARA ESTUDIAR

TODA PEDAGOGIA ES CIENCIA Y ARTE A LA VEZ

Todo lo concerniente al estudio ofrece una base o campo de trabajo para fortalecer la voluntad. Sirve de termómetro para explorar el funcionamiento de esta cualidad, pues tiene puntos de interés muy, claros y concretos; se puede seguir con sencillez y después comprobar los resultados finales a través de las notas.

Mi experiencia como profesor universitario me lleva a ver muchas veces cómo los que tienen educada su voluntad no necesitan más que aplicar esas estrategias aprendidas, que poco a poco se ponen en juego, ya sin la dificultad de los comienzos.

Pero en los estudios es muy importante aprender a estudiar. Muchos malos estudiantes no lo son por falta de capacidad intelectual, porque no captan conceptos abstractos, tienen escasa memoria… La clave de su problema reside en que no tienen orden, son poco constantes, tienen poca fuerza de voluntad, carecen de disciplina y de hábitos para hacer planes de estudio a corto y medio plazo, y su nivel de esfuerzo es mínimo.

Ese suele ser el panorama del mal estudiante. La voluntad para el estudio debe ser fomentada e inculcada a partir de la infancia, haciéndola atractiva y siendo los padres sus principales impulsores. Pero cada niño tiene sus particularidades.

Madame de Maintenon decía que “es necesario observar el humor y la capacidad de cada niño y después comportarse según ese modo natural….” . Hoy existen muchas teorías sobre el aprendizaje.

La pedagogía es una ciencia que ayuda a un mejor aprendizaje, mediante la teoría y los ejemplos atractivos. Ciencia y arte forman un binomio cuyos términos son inseparables. Si sabemos sacarle partido a los fracasos, tendremos bien aprendida la lección, que consiste en rectificar errores y corregirlos, pues esto nos ayuda en cualquier forma de aprendizaje.

Acabamos de pasar una etapa en la que la voluntad no estaba de moda.. Es más, en muchos colegios se decía que educar la voluntad podía traumatizar psicológicamente a los niños, y producir en ellos un daño que a la larga les traería graves consecuencias.

Hoy, con los resultados de los últimos años ante nosotros, sabemos que esto no es cierto. Las preguntas se plantean acto seguido: ¿qué es lo que hay que enseñar?, ¿cómo?, ¿con qué métodos?, ¿es bueno prohibir, y si lo es, qué cosas en concreto?, ¿en qué consiste un buen profesor?

Ni el autoritarismo, ni la represión, ni la permisividad son buenos caminos para ello. La sabiduría en los temas educativos está en un punto medio entre exigencia coherente, dosificación y conocimiento de las aptitudes y limitaciones de cada persona. Ahí está la tarea y su riqueza. Todo desarrollo personal necesita renuncias y sacrificios. Negar esto es desconocer la auténtica realidad de la condición del niño y del adolescente.

Un escritor francés de finales del siglo XIX y principios de este siglo, Jules Payot[43], publicó un célebre trabajo, que en su tiempo fue muy elogiado. El papel de la voluntad era esencial a la hora de la consecución de los logros personales. Toda la psicología moderna inspirada en el conductismo subraya que el aprendizaje y el condicionamiento son modificados por refuerzos positivos (recompensas) y negativos (castigos), aunque estos últimos deben ser aplicados con prudencia.

En la vida familiar esta ley de premios y castigos tiene una gran utilidad, sobre todo si se aplica de forma coherente y con regularidad. En los padres, significa ya una forma de autoeducación: no rebasar los límites establecidos por la prudencia y el sentido común. Todo esto no es fácil en la actualidad, y más cuando un medio como la televisión rompe permanentemente estos valores[44]. La pedagogía moderna pone cada vez más el acento en escuchar al niño y al adolescente. Escucharle quiere decir tratar de ponerse a su altura, comprenderlo, aprender su psicología, intentando sacar lo mejor que hay en su interior y desbrozar lo que no es constructivo, para pulirlo.

RACIONALIZAR EL ESTUDIO: APRENDER A PLANIFICARSE

La racionalización del estudio y una buena planificación es la base inicial desde donde se forma un buen estudiante. Antes incluso que midiendo su capacidad intelectual, salvo que estemos ante un caso en que claramente haya alguna deficiencia. Porque un niño que no tiene educada la voluntad será un adulto indefenso. Con el paso de los años, si esto no se corrige, las mejores ilusiones y los propósitos más interesantes irán al traste. No será suficiente, y por falta de base nada se consolidará ni dará los frutos deseados.

Las expresiones pedagogía, liceo y academia proceden de la educación griega. En el mundo ateniense la academia era un jardín donde Platón se reunía con sus discípulos, y en el liceo Aristóteles paseaba con sus alumnos y todos hablaban sobre temas diversos. Entonces, enseñar consistía en formar a un ciudadano para el diálogo entre el maestro y sus discípulos, que admiraban las respuestas de aquél, y a la vez, le discutían ardientemente sus teorías.

Marrou ha señalado la permanencia estructural de la escala antigua durante más de un milenio. Toda la historia de la escuela en Occidente está elaborada a base de unos modelos concretos: así ocurre con la escuela romana con respecto a la ateniense, la universidad en relación con la Edad Media, el Barroco con respecto al Renacimiento, el Romanticismo en relación con la Ilustración.

Rousseau decía que el maestro es como un jardinero: él no es el autor de las flores, sino su estímulo, su auxilio y el testigo de su crecimiento. La pedagogía auténtica debe facilitar la tarea para que el niño llegue a ser lo que verdaderamente debe; promover todo lo bueno y positivo que lleva dentro.

En este sentido, uno de los primeros aspectos que hay que fomentar es aprender a hacer un plan de estudio. Para estudiar bien, debe existir el orden. Sin orden no hay posible avance en este campo, por mucho que uno lo intente. Debemos tener claro que el orden y el horario van unidos en un principio. A lo largo de toda la historia de las ideas pedagógicas este principio se constituye en el fundamento de todo lo demás. Uno de los primeros efectos del orden en relación con el estudio es que proporciona paz y hace ver las cosas que hay por delante con claridad y serenidad.

Para planificarse bien hay que ser realistas y exigentes al mismo tiempo. Lo primero quiere decir que debemos diseñar ese organigrama teniendo en cuenta y conociendo nuestras aptitudes y limitaciones, así como la densidad y la prioridad de cada una de las asignaturas que tenemos ante nosotros. Lo segundo significa ser valientes para arriesgar en la pelea, intentando aspirar a lo mejor, aunque de entrada sea costoso y el sacrificio para realizarlo parezca excesivo; ésa es la exigencia.

La planificación conviene hacerla por escrito. Es más, debe estar bien expuesta, de forma sistemática y con una buena presentación para ponerla en un sitio visible, donde una y otra vez la tengamos presente, pretendiendo no salirnos de lo propuesto en ella.

Debemos tener en cuenta un cierto margen de imprevistos: el momento de cansancio, el típico día malo, el cambio de fecha de un examen, la mayor dificultad específica para avanzar en una materia concreta o en una lección especialmente difícil o complicada, etc. La fidelidad al horario es uno de los primeros aprendizajes; su incorporación a la psicología del estudio es tan importante, que si no se consigue pronto, todo lo demás será inestable y frágil.

Asimismo, junto a cumplir el horario previsto, hay que buscar un lugar tranquilo y aislado donde todo invite a la concentración, con los cinco sentidos puestos en el libro o los apuntes que se tienen delante. Así se comienza a hacer las cosas bien; así, con esta metodología vamos creando el hábito de estudio.

El clima de silencio, el aislamiento, el orden en la mesa, etc., son otros tantos elementos que facilitan la tarea. Pensemos simplemente en lo contrario: un chico está estudiando con la televisión puesta, con más gente en la habitación, en la que hablan unos con otros y donde es fácil distraerse, pendientes de varias cosas a la vez, menos del estudio. Este es un ejemplo para no conseguir un buen hábito, pero antes ha existido una falta de voluntad para planificar.

¿Cómo planificar el estudio? Aparte de estas consideraciones externas citadas, es necesario organizarse a corto y medio plazo. En una palabra: aprender a distribuir las materias y el tiempo con antelación suficiente. El mal estudiante siempre aplaza lo que tiene que hacer, con lo cual se va desentrenando y llega un momento en que no puede vencerse, porque no está habituado a hacerlo, pues han sido muchas las veces en que la dejadez, la apatía, el abandono, la falta de autoexigencia y la pereza desmesurada le han llevado al fracaso.

El aplazamiento consiste en dejar todo para el último momento o para los últimos días. Todo está presidido por la prisa, la falta de tiempo… y ése no es el mejor estado para funcionar en el estudio. Toda esta serie de descuidos, pequeños y concretos, que se han ido sumando y que acaban mal[45], hacen a un mal estudiante.

SABER ESTUDIAR

Los factores del éxito académico- son diversos, pero todos ellos giran en torno a una idea central: saber estudiar. De ahí deriva cualquier análisis que podamos hacer. La mejor técnica de estudio está apoyada en una voluntad esforzada. Hay que obligarse al principio a hacer las cosas que cuestan, pensando en la satisfacción posterior cuando éstas salen bien. Necesitamos practicar ejercicios de voluntad repetidos para conseguir la meta, proponernos retos pequeños, pero continuos.

Produce una enorme alegría ver que se puede avanzar si uno se lo propone de verdad[46] . La preparación descrita para saber estudiar es interesante tanto desde el punto de vista externo como interno.

En el primer caso, el orden de la habitación, el silencio, el recogimiento, la temperatura, la amplitud de la mesa de estudio, etc., son ingredientes que se deben cuidar.

En el segundo caso se alinean también algunos puntos que conviene recordar: dejar preparado el libro por el que uno va a empezar; saber echarle una ojeada al capítulo del libro para ir de lo general a lo particular; estar pendiente de vencer las distracciones, hacer resúmenes y clasificaciones, aprender a subrayar con distintos colores, elaborar reglas mnemotécnicas, marcarse objetivos en la hora /horas de estudio, utilizar libretas diferentes para cada asignatura en las que se resuman de forma muy didáctica las cuestiones fundamentales.

Hay un asunto previo a todo esto: saber tomar apuntes en clase, o lo que es lo mismo, estar atento en ella siguiendo las explicaciones del profesor y anotándolo todo. Cuando he visto en mis clases algún alumno que me mira, que parece que sigue el contenido de la exposición, pero que no toma ni una sola nota, suelo pensar que no le sacará mucho partido a las explicaciones del profesor, sobre todo porque el esfuerzo por anotar lo importante, lo mantiene en tensión y le ayuda a seguir con atención lo que se dice.

Conviene hacer descansos cada cierto tiempo cuando estudiamos, dependiendo del tiempo previsto para hacerlo. No es lo mismo estar sólo una hora, que toda una tarde. Los descansos pueden ser de unos minutos, en los que uno se relaja o se premia tomándose un café o algo refrescante, o, simplemente, estirando un poco las piernas. La buena dosificación de estas pausas se complementa perfectamente con el esfuerzo de estar concentrado.

Recuerdo, cuando yo era estudiante de Medicina, el efecto tan positivo que me producía entrar en la biblioteca: el ambiente de silencio y ver a tanta gente estudiando me estimulaba. Años más tarde, ya médico, en la biblioteca del Hospital Clínico de Madrid, de la Universidad Complutense, tenía la misma sensación, pero ahora con más fuerza, porque al estar más ocupado con las tareas clínicas, docentes y de investigación, el tiempo libre para estudiar era un bien escaso al que había que saber sacarle su jugo.

Cuando las circunstancias para estudiaren la propia casa no sean favorables, el recurso de la biblioteca es excelente. Mantener la atención sobre una asignatura que cuesta, que es más densa, o que nos atrae menos, va a estar en relación directa con la lucha personal por no ceder en el empeño, volviendo al libro siempre que se observe que la mente se escapa a otras cosas. Cuando nos damos cuenta de estas distracciones es cuando se aprende a retomar la ruta una y otra vez, sin desaliento, sin cansarse.

El cansancio psicológico en el estudio se da con mucha frecuencia. Es una especie de fatiga anterior al intento, que se vive con una mezcla de agobio, aburrimiento, debilidad para continuar con lo ya emprendido… un hastío extraño que pide abrirse paso e instalarse en medio de la actividad del estudio. El buen estudiante, acostumbrado a insistir en la pelea, mantiene la tensión y la firmeza necesarias y no se desmorona cuando arrecia la dificultad.

Esta reacción de constancia y fuerza psicológica presenta dos tipos de beneficios: por una parte, la identidad de un hombre tiene mucho que ver con los titánicos esfuerzos de voluntad por no abandonar su labor; y por otra, el que se vence una y otra vez en lo pequeño se entrena para dominarse cuando llegue lo grande. Hay que contar con ese cansancio, pero lo realmente importante es no dejarse vencer por él.

No perdamos de vista que también existe un cansancio de la vida, que es más amplio y que tiene unos ribetes más abstractos aún, difusos, desdibujados y sin referencias claras y precisas. Aquí la fatiga afecta a la vida como totalidad, por lo que no hay que desistir y abandonar, sino que se debe seguir con la fatiga, pero buscarle una solución adecuada.

El cansancio de la vida es mucho más grave que el psicológico y sus síntomas o rasgos son: el desaliento, el pesimismo, la melancolía y un cierto sentimiento de impotencia ante la vida. Emerge, lentamente, una especie de agobio extraño, decepcionante, una mezcla de estar herido y roto a la vez, por esa lucha permanente contra los reveses, sinsabores y frustraciones que cualquier vida trae consigo.

En el cansancio del estudio hay una amenaza: dejar lo que uno está haciendo de forma inmediata; en el cansancio de la vida el riesgo está en acabar con el proyecto personal. En ambas el hombre se vuelve débil, lánguido, aplanado, envuelto en una bruma de tonalidad gris que anuncia dos males inmediatos: la indiferencia y la desmoralización. Ese registro de captación psicológica conduce a la pérdida de la ilusión de los anhelos personales y a dejarse llevar por la corriente, que acaba con todo.

Es el momento de volver a empezar, de echar mano de la voluntad, tras un descanso, y retomar el propósito decidido del estudio, con determinación férrea, decisión esforzada, empeño inquebrantable. Lo que late en el fondo de la voluntad es la pasión por llegar a donde uno se había propuesto.

EL FRACASO ESCOLAR

La sociedad actual se ha psicologizado, pues casi todos los acontecimientos están considerados desde la perspectiva psicológica, todas las causas son psicológicas. Lo mismo sucede con el fracaso en los estudios.

Siempre he sostenido que la inteligencia se desarrolla estudiando. Una buena capacidad mental que no se cultiva queda anulada. La voluntad tiene en el estudio un campo fecundo de actuación. Por eso, muchos malos estudiantes han comprendido que su problema no era mental, sino de método. De ahí que se puede afirmar que comprender demasiado tarde, es no comprender. Viene bien a este respecto la siguiente historia clínica entresacada de mi consultorio:

Se trata de un chico de 32 años. Siempre fue un mal estudiante. Familia de nivel socioeconómico medio. Son tres hermanos; él es el segundo. El mayor de sus hermanos ha sido un estudiante tipo medio, pero que, con bastantes dificultades, pudo terminar su carrera universitaria, aunque repitiendo varios años y utilizando convocatorias de junio y septiembre.

«Siempre me han costado mucho los libros. A mí me gustaba mucho hacer deporte, el fútbol sobre todo. Y con 15 años empecé a aficionarme a las motos. No me concentraba bien, pero la verdad es que nunca me tomé en serio los estudios. También influyó en esto el tipo de amigos: todos éramos malos estudiantes.»

«No recuerdo lo que es quedarme a estudiar después de cenar, o estar en casa estudiando a fondo, ni siquiera en los días anteriores a los exámenes… Fue transcurriendo el tiempo y repetí dos cursos, antes de llegar a 3 ° de BUP. Con muchos apuros terminé el bachillerato.
Me matriculé en la Universidad, en Económicas, pero aquello no me gustaba… Ni tampoco había ninguna otra cosa que me atrajese. Sólo me interesaban las motos, los amigos y salir y entrar.»

«Dejé la carrera y empecé a estudiar idiomas. Pero enseguida empecé a faltar a clase, no cogía los libros y perdí otro año. Al año siguiente me matriculé en Informática, pero me aburría mucho y fue un año malo de estudios y de graves enfrentamientos con mi familia.»

«Yo quería vivir y disfrutar de la vida, y empezar a ganar dinero pronto. Y a través de unos familiares comencé a trabajar en una tienda de ropa, cosa que siempre me había gustado, porque yo era algo presumido. Me costó mucho adaptarme, pues a mí me hubiera gustado empezar por arriba, no por abajo, y era muy duro estar casi de niño de los recados durante bastante tiempo. Esto me cambió el carácter y empecé a tener agresividad, irritación, descontrol…»

«Ahora me da pena lo que hice en mi vida. Mis dos hermanos terminaron su carrera y no es que fueran más listos que yo. Pero estaban casi siempre cerca de los libros y yo los veía estudiar poco a poco. Hoy hay una gran diferencia entre ellos y yo… No sé, creo que la vida es injusta y yo debería tener otra oportunidad. Si volviera a vivir, estudiaría, me tomaría las cosas de otra manera.»

Estamos ante un caso sencillo, pero muy representativo. Educar es incitar a dar lo mejor, lo máximo de uno mismo, de forma escalonada; enseñar y grabar en la conducta aprendizajes y esquemas de referencia positivos que eleven el nivel de ese sujeto, haciéndolo cada vez más persona[47].

Cada uno se educa a sí mismo a través de sus experiencias personales. La vida enseña más que muchos libros, es la gran maestra. Lo es, aunque en ocasiones ese conocimiento sea tardío y ya sólo pueda aplicarse al momento y no al proyecto de futuro.

Los trabajos de investigación sobre este tema ponen de relieve que, de entrada, hay que establecer unas premisas sobre qué tipo de niño o adolescente tenemos ante nosotros. Ahí desempeñan una importante función los tests. Estas pruebas estandarizadas miden la capacidad intelectual, el pensamiento abstracto, las aptitudes, el tipo de personalidad, las formas de reacción ante los más diversos estímulos… Todo ello se esquematiza en un inventario de test muy amplio y de enorme utilidad.

Pues bien, muchos fracasos en los estudios primarios, secundarios y universitarios, no se deben tanto a la falta de inteligencia o de capacidad mental, como a la de voluntad, a la falta de adecuada utilización de los instrumentos de ésta: orden, constancia, disciplina en los estudios, así como en la relaciones familiares, con los profesores, y en las relaciones que éstos tienen con su medio normal.

Un maestro que sabe estimular a sus alumnos y da a cada uno de ellos su confianza, obtendrá con más facilidad buenos resultados que aquel otro frío, distante y más crítico, que no sabe llevar un espíritu de lucha y esfuerzo a su alumnado[48].

Un alumno desadaptado en su colegio o en la Universidad puede manifestarse de muy diversas formas. Es frecuente el bloqueo para aprender, que consiste en una especie de incapacidad para captar en clase lo que se dice; en otras ocasiones se trata de un bloqueo afectivo; muchas veces los hijos de padres separados, que tienen una mala base sentimental, rinden menos y se muestran traumatizados por la situación de sus padres.

En otros casos, puede observarse un niño siempre distraído, que tiende a la dispersión: en tal caso hay que estudiar qué se esconde detrás de esa actitud; de igual modo, las conductas agresivas y de oposición pueden acarrear problemas si lo que deseamos es conseguir un rendimiento adecuado. La labor del psicólogo y del psiquiatra tiene en estas situaciones un papel decisivo.

No existe el niño sin voluntad, salvo que padezca una enfermedad física o intelectual grave, que los problemas familiares hayan hecho mella en él o que en su ambiente familiar el tema de la voluntad haya estado ausente. Adquirir voluntad depende de tener una buena educación.

Tanto los niños con fracasos en los estudios como los jóvenes con dificultades de otro tipo necesitan una asistencia psicológica que les ayude a superar su situación. Estos fallos suelen reflejar algo negativo que se esconde en su personalidad y origina cambios de conducta.

Lo esencial es comprender dónde nace el problema y cómo se ha ido gestando éste; puesto que la meta no es sólo que estudie más y mejor, sino equilibrar su personalidad, que mejoren sus relaciones familiares y de compañerismo, que sienta el gozo de su esfuerzo al ver que avanza en distintos planos de su vida.

Veamos otro caso:

Se trata de un joven estudiante universitario que repite por tercera vez 1 ° de Empresariales. Son tres hermanos. Los otros también son malos estudiantes, uno de ellos tuvo que repetir curso, pero no han llegado a este extremo.

El es el segundo. El perfil psicológico nos lo relata así su madre: «Es vago por naturaleza. Sólo hace lo que le gusta. Esto llega incluso a la comida: sólo toma lo que le apetece, y hay bastantes cosas que ni las prueba. Yo le he consentido muchas cosas, pensando que cambiaría con el tiempo. Es bueno de fondo, pero sólo se preocupa de sus cosas. Egoísta, no deja lo suyo fácilmente a sus hermanos, salvo que su padre o yo se lo digamos, poniéndonos serios.»

«En el colegio siempre fue un mal estudiante. En casa, su comportamiento era independiente: yo diría que iba a lo suyo. Cuando no tenía clase se levantaba a la hora que a él le parecía bien. No se podía entrar muchas veces en su habitación, por el desorden que allí había. Yo -dice su madre- se lo ordenaba todo, iba detrás de él dejándolo todo en su sitio.»

«Miente mucho, sobre todo últimamente para justificar su situación. Se lleva mal con casi todos los profesores, es muy crítico con ellos y con la Universidad. Lo que es verle estudiar unas horas seguidas, bien puedo decir que no lo he visto nunca.»

Cuando fue visto en consulta él no quería hablar de ese tema. Vino a la fuerza y diciendo que no necesitaba ni un psiquiatra ni un psicólogo, que no le pasaba nada. Al abordar su personalidad, en un autoinforme que se le pidió, se ve con claridad lo poco que se conoce a sí mismo, dentro de su edad.

En las primeras sesiones lo primero que tuvo que hacer fue analizar la personalidad y sus características como individuo. Después que tomara conciencia de su problema de estudios, aunque sin dramatizar, pero poniéndolo frente a su realidad. Fue esencial la buena relación con la psicóloga de nuestro equipo y con el psiquiatra.

Se le motivó con pequeñas metas generales (tipo de vida, horarios, orden en su habitación, hacer algo por las personas que viven con él, etc.), para abordar de inmediato las metas de estudio, centradas inicialmente en la forma de estudiar: en su habitación, midiendo. las medias horas de estudio por día… Todo ello quedó reflejado en un programa de conducta, donde cada objetivo estaba bien tipificado.

Fue decisiva la motivación. Y al mismo tiempo, se manejó un sencillo esquema de premios y castigos, impartidos por su madre, primero; después por su padre y confirmados por el equipo psicológico-psiquiátrico.

A la mejoría inicial vinieron después unas semanas difíciles. Ahí entra la importancia de la reeducación y la vuelta a los planes semanales de estudio.

Hubo una terapia paralela con los padres. El cambio psicológico de la madre fue especialmente beneficioso para su cambio. Hoy es un estudiante normal, con notas medias entre aprobado y notable, pero que sabe valorar la importancia de la voluntad y lo que es sentirse contento después de tardes enteras de estudio.

En este caso tiene especial relevancia el papel poco acertado de la madre. Ayudarle no es hacer las cosas por él: el tema del orden y el de la comida han tenido su importancia a la larga. Una madre demasiado permisiva, que lo acepta casi todo, deseduca.

Los objetivos de la educación, en general, y los del estudio, en particular, están encaminados a conseguir una persona que tome conciencia de sus capacidades y que valore al mismo tiempo los aspectos instrumentales de cualquier aprendizaje: orden, constancia, disciplina, voluntad, alegría en la lucha, capacidad para superar las dificultades…

Todo eso debe ser mencionado, el joven tiene que conocer al menos la importancia teórica que eso tiene. Educar es hacer que alguien sea más persona, más libre e independiente, que sepa hacerse cargo de sí mismo y estar abierto a lo mejor. Por último, es clave mantener las motivaciones esenciales y profundas con firmeza. Unas miran a la meta, otras buscan la trascendencia.

CAPÍTULO X
¿COMO SUPERAR LAS DIFICULTADES DE LA VIDA
EN LA CULTURA DEL PLACER?

LA CULTURA DEL PLACER

Cada etapa histórica está definida por un rasgo central: en la Ilustración, la razón; en la primera mitad del siglo XIX, el Romanticismo puso especial interés en el mundo sentimental; y ahora estamos al final de una civilización.

Releyendo estos días el libro de Indro MontaneIli, Historia de Roma, pienso que nos encontramos en una situación parecida: posmodernismo para unos, era psicológica o posindustrial para otros. La década de los años sesenta nos deparó la polémica del positivismo con el enfrentamiento entre Karl Popper y Adorno; la década de los setenta el debate sobre la hermenéutica de la historia entre Habermas y Gadamer; la de los ochenta, el significado del posmodernismo; mientras que los noventa están presididos por la caída de los regímenes totalitarios, ejemplificados por el Muro de Berlín, aunque con respecto a esto último se ha demostrado empíricamente que una de las grandes promesas de libertad no era sino una tupida red donde el ser humano quedaba atrapado sin posible salida.

Estamos en el tramo final del siglo XX y el panorama es muy interesante. Así, en la política hay una vuelta a posiciones moderadas y a una economía conservadora; en la ciencia ha habido un despliegue monumental, pues los avances en múltiples campos han dado un giro copernicano brillante y de resultados muy prácticos; el arte se ha desarrollado también, de forma exponencial, aunque ya es imposible establecer unas normas estéticas; hemos llegado a un eclecticismo evidente: todo vale, cualquier dirección es interesante, todos los caminos contienen cierta dosis artística; por último, el mundo de las ideas y su reflejo en el comportamiento también ha experimentado un cambio sensible, que analizaré a continuación.

Las dos notas más peculiares son -desde mi punto de vista- el hedonismo y la permisividad. Ambos están enhebrados por el materialismo, que pone en primer plano de la conducta el dinero, el placer, el bienestar, el alto nivel de vida, el éxito… Es decir, qué las aspiraciones más profundas del hombre son cada vez más materiales y tienden, por tanto, al desprecio de los valores morales con referentes muy remotos: el Imperio Romano o los siglos XVII-XVIII.

El hedonismo significa que la ley máxima de comportamiento es el placer por encima de todo, cueste lo que cueste. Este es el nuevo dios: ir alcanzando cada vez cotas más altas de bienestar. Vivir hoy y ahora pasándolo bien, buscando el placer ávidamente y con refinamiento, sin ningún otro planteamiento. La ética hedonista se rige por un código: la permisividad. Entre ellas se establecen relaciones muy cercanas. Estos son los dos nuevos pilares que están presentes y dirigen muchas vidas de hombres actuales.

La mayor aspiración es divertirse por encima de todo, evadirse de uno mismo y sumergirse en un amplio abanico de sensaciones, cada vez más sofisticadas y narcisistas. La vida se concibe, pues, como un goce ilimitado.

Porque una cosa es disfrutar de la vida y saborearla, en tantas vertientes como ésta tiene, y otra, muy distinta, ese maximalismo de no marcarnos otro objetivo que no sea este afán y frenesí de diversión y de placer sin restricciones. El primero es psicológicamente sano y sacia una de las dimensiones de nuestra naturaleza; el segundo, por el contrario, poco a poco produce la muerte de los ideales. Lipovetsky habla en su libro Le crépuscule du devoir, de la ética del sin dolor, sin deberes ni limitaciones… a la carta, todo encaminado a proteger su fragilidad.

EL SUEÑO DE LA SIN RAZÓN

Del hedonismo surge un vector que pide paso con fuerza: el consumismo. En él todo puede escogerse a placer. Existe una disposición permanente para el deleite, y comprar, gastar, adquirir y tener es vivido como una nueva experiencia de libertad. El ideal de consumo de la sociedad capitalista no tiene otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de objetos por otros cada vez mejores.

Hay dos ejemplos que me parecen reveladores: uno, el del telespectador sentado frente al televisor con el mando a distancia pasando de un programa a otro, buscando no se sabe exactamente qué; otro, el de la persona que va recorriendo el supermercado, llenando su shopping car hasta arriba, tentado por todos los estímulos y sugerencias comerciales, e incapaz de decir que no a nada.

El consumismo tiene como orígenes o puntos de partida una publicidad masiva y una oferta bombardeante que nos crea falsas necesidades. Cada vez nos presentan objetos más refinados que invitan sin cesar a comprar. Un hombre que ha entrado por esa vía se vuelve cada vez más débil.

Como hemos comentado, la otra nota central de esta pseudoideología actual es la permisividad; este rasgo nos hace caer en la cuenta de que hemos llegado a una etapa clave de la historia en la que no existen prohibiciones, territorios vedados, limitaciones; todo es válido, cualquier experiencia es interesante, con tal de que queramos o nos apetezca recorrerla.

Hay que atreverse a todo; llegar cada vez más lejos. Se impone el sistema del reto, del « ¿por qué no?» Es una revolución sin finalidad y sin programa, sin vencedores ni vencidos.

A ese tipo de hombre, ¿qué es lo que todavía le puede sorprender, revolucionar o escandalizar? De la permisividad nace un hombre indiferente, permisivo, descomprometido, sin valores humanos y centrado en sí mismo. Todo está envuelto en un paulatino escepticismo y a la vez, en un individualismo a ultranza.

Este derrumbamiento axiológico produce vidas vacías, pero sin grandes dramas, ni vértigos angustiosos, ni tragedias… En ellas no sucede nada; eso es lo que parecen decirnos los que la practican y la viven. Es la metafísica de la nada, que se da por falta de ideales y superabundancia de todo. Ahora es posible observar muchas vidas casi vacías, sin sentido: existencias sin aspiraciones, ni denuncias. Y así se llega a una especie de pasotismo en el que todo es relativo.

El relativismo es consecuencia directa de la permisividad, un mecanismo de defensa estudiado por Freud y que diseñó de forma casi geométrica. De esta manera, todos los juicios quedan suspendidos y flotan sin consistencia. El relativismo es el nuevo código ético. Vivimos en una generación para la cual las palabras «bueno» o «malo», «verdadero» o «falso» se han diluido en una neblina vaporosa.

Estos términos están hoy vacíos de contenido, pues se han borrado casi todos los principios. Es cierto que están volviendo otros de antaño y surgen algunos nuevos, pero en ese espacio intermedio muchos se ven perdidos.

Todo depende de distintas variables, cualquier análisis puede ser positivo y negativo. Nada es bueno ni malo. Existe una tolerancia interminable que se desliza hacia la apoteosis de la indiferencia pura. Se cae de este modo en un nuevo absoluto: que todo es relativo[49].

Muchos jóvenes buscan evadirse de estas contradicciones entregándose a lo que yo llamaría el optimismo tecnológico y que hace unos años se llamó «el mito del progreso indefinido»; lo cual, a la larga conduce a una desilusión profunda. Ante este panorama resulta muy difícil descubrir la fuerza de la voluntad y ponerse en marcha para sacar lo mejor de uno mismo, con su ayuda.

Todos los ideales están a la espera de que pase este sueño de la sinrazón, que ha creado un Saturno contemporáneo que devora a sus hijos. En una palabra, un hedonismo que en el campo amoroso lleva a vivir la sexualidad como un impulso de los instintos, en el que lo importante es la evasión a través del erotismo.

FRENTE AL HOMBRE VULNERABLE, EL HOMBRE CON FUNDAMENTO

En este tramo final de siglo hay, como en tonos los pasados, luces y sombras. Pero la voluntad está siempre ahí, lo importante es saberla descubrir, reconocer su fuerza y, en medio de las modas y vaivenes culturales, que cada uno sepa utilizarla cuando convenga. He descrito en este capítulo al hombre trivial u hombre light: formado básicamente de estos cuatro elementos: hedonismo, permisividad, consumismo y relativismo.

Un individuo así tiene un mal pronóstico, pues está rebajado casi al nivel de objeto y transita por la vida con una existencia sin valores. Se fundamenta en: la exaltación del momento, la apoteosis de lo efímero y el aumento de la superficialidad; una existencia donde la apariencia externa es más importante que lo que hay dentro. Traído y llevado y tiranizado por los estímulos exteriores, a los que se entrega y con los que pretende alcanzar la felicidad. Y todo cogido por los hilos finamente entrelazados del materialismo.

¿Cómo podrá un ser así superar los traumas, las frustraciones y todas las dificultades que tiene la vida? Evidentemente, no estará preparado para cuando lleguen. ¿Qué hay dentro de él? Su estado interior está transitado por una mezcla de frialdad impasible, descompromiso y curiosidad ilimitada, con una tolerancia sin fronteras. Una persona así es cada vez más vulnerable. No consigue el equilibrio y se hunde. Si no cambia su rumbo, acabará teniendo el mayor de los vacíos, huirá de sí mismo y denominará libertad ala esclavitud.

¿Cómo hacer frente a esto? Debo señalar que el progreso material por sí solo no es capaz de colmar las aspiraciones más profundas del hombre. Lo que falta hoy, lo que el mundo necesita es amor auténtico. Este vacío moral puede ser superado con humanismo y trascendencia[50]; es decir, pasar por la vida superando lo menos humano que tenemos y dándole más cabida y amplitud al mundo de los valores morales y espirituales.

Frente a la represión de la espiritualidad que padecemos hay que tener el coraje de alcanzar valores de recambio. No es posible el progreso auténtico, íntegro, sin una base moral. Si eso falla, antes o después, nuestro proyecto se desmoronará por falta de fundamento.

Como dice el texto clásico: «fodit in altum», es necesario cavar en lo profundo, darle al ser humano raíces sólidas, consistentes, que merezcan la pena y que conduzcan a la lucha por las cosas grandes [51]. Volquémonos hacia la voluntad: que ella sea el plinto mediante el cual saltemos por encima de las circunstancias, sobre todo cuando los medios de comunicación social, en su mayoría, intentan destruir casi todo lo valioso, deforma metódica, sistemática.

LOS TRAUMAS DE LA VIDA

He llegado a decir en alguna parte de este libro que la razón y la voluntad son las dos grandes armas del hombre. Cuántas personas con una inteligencia más que suficiente y una afectividad bien armonizada fallan justamente por la falta de voluntad o por tenerla poco preparada para la lucha.

Al mismo tiempo, hay que saber hacia dónde la dirigimos, pues aquí tendríamos que hacernos la pregunta: ¿voluntad en qué o para qué? La respuesta sería ésta: voluntad para conseguir el mejor progreso personal, para perfeccionarnos, aprender la conducta más positiva posible en nosotros. Esto es fácil de entender, pero choca con muchas cosas: las dificultades y los traumas de la vida, los cansancios, el ambiente que nos rodea, etc. .

Cualquier vida y trayectoria humanas tienen un fondo dramático. Ortega lo pone de relieve en Meditaciones del Quijote; es decir, la vida de cada uno es un problema que hay que resolver, eligiendo entre las distintas posibilidades que ésta nos presenta. Por eso, la frase orteguiana es rotunda:

«La vida es libertad en la fatalidad y la fatalidad en la libertad […] la vida pesa siempre, porque consiste en un llevarse y soportarse y conducirse a sí misma.»

Unamuno, en su Diario íntimo, nos dice:

«Se dice y acaso se cree, que la libertad consiste en dejar crecer una planta, en no ponerle rodrigones, ni guías, ni obstáculos; en no podarla, obligándola a que tome ésta u otra forma; en dejarla que arroje por sí y sin coacción alguna, sus brotes y sus hojas y sus flores. Y la libertad no está en el follaje, sino en las raíces y de nada sirve dejarle al árbol libre la copa y abiertos de par en par los caminos del cielo, si sus raíces se encuentran al poco de crecer, con dura roca impenetrable, seca y árida o con tierra de muerte.»

Al abrir las puertas de la libertad, debemos comprender qué es lo que realmente pretendemos. Es necesario saber qué es lo que de verdad hace progresar al hombre como persona y como proyecto. El análisis de cualquier biografía en su plano interior, profundizando, repasando sus formas y contenidos, nos ofrece una visión cabal de su personaje, con sus rasgos, limitaciones y holguras.

Mi profesión de psiquiatra me marca como objetivo adentrarme en la vida ajena. Y cada vez que lo hago, lo hago con cuidado, sigilosamente, con enorme respeto. Al avanzar en esa travesía descubrimos las diferentes fases de la trayectoria de la historia personal: los sitios por los que esa persona ha ido pasando.

Todo análisis de la intimidad personal es una historia interminable. Es difícil tratar de definir una vida en una fórmula simplista, que reduce todo a unos cuantos datos. Los médicos, al ver a alguien por primera vez, hacen una historia clínica.

Los psiquiatras vamos más lejos: hacemos una historia biográfica, es decir, le preguntamos qué ha sido de su vida hasta este momento, qué ha ocurrido con ella, qué circunstancias han transcurrido, qué clase de dificultades se ha encontrado, etc. Porque la mejor de las vidas está llena de dilemas, conflictos, riesgos, tropiezos y un sinfín de emergencias inesperadas, que con su curso fomentan un aprendizaje para superarlas.

En toda esta trayectoria personal tienen cabida los traumas de la vida. La realidad de cada biografía es como un paisaje con muchas perspectivas, todas igual de verídicas y auténticas, pero que analizaremos desde una visión clínica. Nunca podemos tener todos los puntos de vista posibles.

Es la limitación de cualquier análisis sobre el ser humano. Lo que sí sabemos es que los traumas existen, están ahí y los psiquiatras nos encargamos de examinarlos y tratar de comprenderlos en su contexto.

La palabra deriva del griego trauma, herida. Las heridas psicológicas son experimentadas por cada uno de forma distinta. El mismo tema, contenidos más o menos parecidos, sufrimientos muy próximos o frustraciones cercanas, a unos sujetos los convierte en neuróticos, amargados, agrios… y a otros, por el contrario, los hace mejores, los pule y los perfecciona, los hace más humanos, comprensivos, con más amor.

Y el tema suele «pesar» lo mismo; lo que varía es el espacio psicológico en el que se asienta. La mente en la que se da. ¿Dónde estriba la diferencia? En la forma de recibir el impacto emocional negativo; o dicho de otro modo, en la actitud ante las adversidades y las derrotas de la vida que tiene el individuo concreto.

Hay que tener de entrada una cierta preparación psicológica, una educación sentimental armónica que haga entender esto. Y por otra parte, que la educación de la voluntad esté dispuesta a reaccionar. A esto le llamamos en psicología médica reacciones vivenciales[52], normales o sanas. La línea que las separa queda establecida por patrones de respuesta sanos o adecuados al estímulo y desproporcionados o inadecuados. En una palabra, si son o no proporcionados al motivo desencadenante. De ahí se deriva el diagnóstico de personalidad equilibrada o desequilibrada.

LA CALIDAD DE LAS VIVENCIAS

Debemos hacer la distinción entre dos modalidades de traumas: los microtraumas y los macrotraumas. Los primeros están constituidos por experiencias negativas de escasa intensidad, pero que sumadas, alineadas unas con otras, forman poco a poco un todo. Este, si se instala en la personalidad, puede hacer mucho daño, y si no se trata de resolver, puede desembocar en un problema psicológico más grave.

Los microtraumas no suelen originar grandes problemas, pero hay que saberlos detectar a tiempo para que no se vayan transformando en cuestiones que puedan hacer mella en la vida. La psicoterapia tiene aquí una labor muy interesante, pues va dejando cada parcela solucionada, ayuda a la persona a situar cada experiencia en el lugar que le corresponde y a asumirla con la valoración real del suceso.

Los macrotraumas son siempre problemas intensos, duros, tremendos, dramáticos, trances que ponen en peligro muchas cosas a la vez, que rompen la fluidez habitual de la vida. Tienen una esencia trágica y conducen a posiciones difíciles. Muchos de ellos son irreversibles, dejan marcada la personalidad para siempre. Cuando aparecen en la existencia, obligan a un cambio absoluto.

Estos traumas grandes pueden ser físicos, psicológicos, sociales, profesionales, afectivos y económicos. Deslindar unos de otros puede resultar difícil en ocasiones, ya que pueden aparecer varios a la vez o unos como consecuencia de otros. Además, la distinción entre unos y otros nos lleva a análisis muy diferentes.

No es lo mismo haber sido violada, haberse arruinado, que la ruptura conyugal o descubrir que se tiene una enfermedad cancerígena avanzada. En cada caso hay que examinar los distintos planos de la vivencia, así como su importancia y las circunstancias adyacentes que lo propician.

En la terminología alemana a estas causas se las denomina Erlebnis y en francés expérience vécue. Nosotros, en castellano, la llamamos vivencia: unidad de hechos vividos a nivel personal que dejan un impacto a su paso. Hacer un catálogo completo de micro y macrotraumas podría llegar a ser una labor interminable. El inventario puede resumirse, a grandes rasgos, en los bloques antes referidos. Aunque cada uno muestre un perfil propio y peculiar.

Desde ellos, se inicia la denominada neurosis o desarrollo neurótico de la personalidad y que en los términos más modernos de la psiquiatría actual se denomina trastorno de la personalidad[53] . Los afectados son sujetos que se han ido convirtiendo en enfermos psicológicos, al no haber sabido superar esos impactos históricos, y que han dejado heridas abiertas que no han podido cerrarse y que, antes o después, se manifestarán.

Los síntomas más destacados del neurótico son: amargura, resentimiento, sufrimiento interior por incapacidad de superar los problemas, agresividad, hipersusceptibilidad, acritud; todo lo cual hace casi imposible la convivencia con los demás. El neurótico sufre y hace sufrir a los demás. Este es el panorama. La calidad de las vivencias traumatizantes describe una situación múltiple, como hemos visto en este apartado.

AMOR, CONSTANCIA Y VOLUNTAD: LAS MEJORES ARMAS PARA VENCER LOS FRACASOS

Son tres los elementos que ayudan al hombre a elevarse por encima de todas las circunstancias apuntadas con anterioridad. Los mecanismos que la psicología emplea son diversos: la sublimación, el espíritu de superación, la aceptación de la realidad unida a una buena dosis de capacidad de reacción para seguir hacia delante, cueste lo que cueste.

Ahí entran de lleno esas tres cualidades que originan tres educaciones principales: afectividad, perseverancia y voluntad. El que carece de ellas o las posee debilitadas, lo va a notar seriamente. Unas y otras ensayarán conductas y pautas que ayuden a tolerar mejor el sufrimiento. Y las tres se manifiestan en la firmeza interior. La vida humana necesita de argumentos fuertes y atractivos que den respuesta a los grandes interrogantes de la existencia.

Cuando esto no se produce, antes o después, todo se desmorona[54]. Hoy vivimos en una época de exaltación de la duda y de ahí proceden demasiadas preguntas sin respuesta. En esas brumas, ¿qué más da la voluntad?, ¿para qué sirve si está todo difuso y desdibujado?

Cuando hay puntos de referencia claros, coherentes y humanos a la vez, inspirados en las grandes creencias de los siglos, pero de acuerdo con los tiempos que corren y sin perder su solidez, el hombre puede proponerse cualquier empresa. Se debe atrever a todo, porque lo va a conseguir. Tiene la llave para abrir muchas puertas y corazones, sabe comprender muchos de los secretos de la existencia.

Cuando hay amor auténtico, que se muestra -entre otras manifestaciones- como capacidad de perdón, las heridas se cierran y aparecen nuevas perspectivas interiores y exteriores. A ello hay que añadir la fuerza de voluntad de mirar hacia delante, de seguir creyendo en el proyecto personal y no darse por vencido. La constancia conduce a insistir sin desalentarse. Es la mejor manera de evitar replegarse sobre el pasado y construir desde ahí la pasión por el odio o el resentimiento. Estos pueden llegar a ser verdaderos motores de una vida.

El tiempo cura todas las heridas cuando existe el amor. Ahí está el misterio de tantas vidas. Por ese camino descubrimos al hombre superior. Lo que falta en el mundo actual es amor; pero auténtico, verdadero, no el erotismo que los medios de comunicación nos quieren presentar.

Hay que buscar el amor que, envuelto en voluntad y constancia, haga mirar hacia delante, superando los sufrimientos, los dolores y las humillaciones, para abrirnos camino hacia la paz interior, que es una de las puertas de entrada al castillo de la felicidad. Ese amor, natural y sobrenatural a la vez, debe ser el fin del hombre y el principio de la felicidad.

CAPÍTULO XI
LA SUPERACION DEL RESENTIMIENTO

RESENTIMIENTO: SENTIRSE DOLIDO Y NO OLVIDAR

La antesala del resentimiento es la envidia; pero mientras en ésta el tema queda más en la interioridad del sujeto, en el resentimiento hay, además, un afán reivindicativo, un impulso especial con tendencia a la revancha, a la venganza.

¿Qué es el resentimiento? Un dolor moral que se produce como consecuencia de haber sido maltratado -justa o injustamente- con desconsideración, y que se acompaña progresivamente de hostilidad hacia la persona o las personas causantes de este daño. Por tanto, podemos concluir diciendo: Resentimiento = sentirse dolido y no olvidar.

Las dolencias pasadas, los problemas y, en general, los traumas, deben ser superados por el hombre con la vista puesta en el futuro. Mirar hacia el porvenir significa tanto como ser capaces de aceptar el pasado y asumirlo. La vida tenemos que dirigirla hacia delante. Freud, en su libro Teoría de la neurosis, insistió en los mecanismos neuróticos, uno de los cuales consiste en almacenar todos los problemas y las frustraciones pasados, ante los que no hay capacidad de exteriorizarlos hacia fuera y, como

EL CINISMO NO HACE FELIZ AL HOMBRE

Antes de seguir hacia delante, debemos descubrir los dos tipos de resentimiento, entre los cuales existen algunos más: el resentimiento fisiológico y el resentimiento patológico.

1.- El resentimiento fisiológico aparece ante situaciones extremadamente injustas, flagrantes y que han sido -por lo general- ocasionadas por personas cínicas. El sujeto resentido se siente dolido, molesto y maltratado. Es una reacción lógica y normal. Se va insinuando un plan para defenderse de la injusticia recibida. Más tarde, cuando las aguas vuelven a su cauce, debe imperar en nosotros la calma, así como la decisión de conocer mejor a los demás y a uno mismo.

La noción de resentimiento fine introducida por Nietzsche en La genealogía de la moral: la rebelión de los esclavos anuncia el resentimiento como algo creador. Para Max Scheler el principal producto del resentimiento es la igualdad entre los hombres.

Ahora bien, hay que decir algo sobre la figura del cínico. No me reitero aquí a la escuela cínica de la filosofía, cuyo máximo representante fue Diógenes, sino al término en su expresión coloquial. El cínico es un sujeto que carece de escrúpulos, pero con tal desfachatez, que no hace otra cosa que hablar de la escrupulosidad de su conducta. Es desvergonzado, capaz de todo, frío, calculador, desvergonzado, maquiavélico; con frecuencia intenta dar lecciones de ética, aunque en un tono suave, aparentando ser prudente, templado o equitativo.

La conducta del hombre cínico no es fácil de desenmascarar. Sólo cuando uno ha tenido que padecer en su propia persona una acción de esa persona, es cuando descubre la realidad que se esconde bajo ese hombre.

Porque el cínico no se compromete nunca, sabe mantener muy bien un estatus ambiguo, difuso y brumoso. Pero antes o después llega el momento en que necesariamente debe manifestarse… porque la vida es muy larga… y entonces se descubre. El cínico suele ser inteligente y por eso engaña a muchos. Es oportuno mencionar aquel refrán castellano que dice: «Nadie escarmienta en cabeza ajena.»

Hasta que el cínico no nos manifiesta con claridad algo que permite descubrir su verdadera identidad, uno sigue justificando su comportamiento pensando en la casualidad de aquella circunstancia o en la complejidad del momento, o en un sinfín de posibles disculpas.

El resentimiento que provoca el cínico es muy fuerte, el más humano y, por ello, el más comprensible. Tiene sentido esa reacción psicológica, aunque siempre habrá que calibrar la intensidad y la duración de la misma.

El resentimiento fisiológico o reactivo puede convertirse en patológico a fuerza de volver a él una y otra vez, no siendo capaz de superarlo y de enfrentarse con la vida llenándola de contenido.

2. El resentimiento patológico no parte de situaciones marcadamente injustas, no es la consecuencia de algo real y objetivo por lo que uno se ha sentido dolido, desplazado, etc., sino que se asienta sobre un tipo especial de personalidad: ególatra, hipersensible, con una desorbitada necesidad de ser estimado y considerado por los demás… Alguien incapaz de reconocer las propias limitaciones y de luchar por alcanzar un mayor nivel con el esfuerzo personal.

Uno de los subtipos de esta modalidad lo encontramos en la envidia. La envidia es tristeza y pesadumbre ante el bien ajeno. Pues bien, ¿cuándo se convierte la envidia en resentimiento? Cuando aquello que otro posee y que nosotros no tenemos lo atribuimos a algún tipo especial de injusticia. Esto se refiere tanto a lo que esa otra persona tiene, como a lo que a uno le falta, o incluso, a la combinación de ambos. Es entonces cuando se originan en el interior de ese hombre envidioso deseos de tomarse la justicia por su mano.

Es cierto que en la vida habitual existen injusticias continuas. La misma justicia, lo que se entiende por tal en cada nación o Estado, está plagada justamente de lo contrario, de injusticias. Desde estos dos tipos de injusticias -legales y cotidianas- pueden brotar dos especies distintas de resentimiento.

En muchos casos se trata de un desmedido deseo de poder, de querer cada vez más en todo… pero sin base para conseguirlo. En esas circunstancias es fácil que prosperen continuos sentimientos de insatisfacción, impresiones de haber sido lesionado en las propias aspiraciones, etc. Todo ello desencadenará lo que constituye la esencia psicológica del resentido: sentimientos de descontento y de sentirse herido, que una y otra vez son reactivados y vuelven sobre sí mismos, ante ciertos estímulos recordatorios.

Poco a poco se van a ir asociando a aquellos los sentimientos de venganza, de ajuste de cuentas, de poner las cosas de otro modo a como han quedado. El razonamiento se formula así: «Me has hecho mucho daño con tu manera de actuar, y lo pagarás antes o después, sea como sea.»

Comienza, de este modo, un planteamiento que pretende justificar un punto de partida erróneo. A esto le llamamos los psiquiatras deformación catatímica de la realidad, que quiere decir, en roman paladino, que el cristal con el que observamos la vida es el de nuestro particular estado de ánimo, con el cual deformamos lo que vemos a veces en exceso.

EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD PERSEVERANTE

Cuando el resentimiento echa raíces fuertes a veces es capaz de motivar un tipo de vida, que sólo cesa cuando se apaga la sed de revancha que lleva dentro esa persona. En tales casos, se llegan a posponer hasta los proyectos, poniéndose esta motivación en un primer plano, cuya detonación puede ocurrir años después de los hechos que lo hicieron germinar, y que en un momento determinado, dan cumplida cuenta de la venganza que guardaban.

Los años de espera y el minucioso análisis de las circunstancias y los pormenores que rodearon esas situaciones concretas frecuentemente convierten hechos traumatizantes en pasiones dominantes de desquites. De ahí que la actitud más habitual del resentido sea la de estar contenido, sujeto, tenso, siempre al acecho. Por eso, sus formas de operar pueden ir desde el descrédito público a la descalificación permanente, pasando por la opresión y el fanatismo. Todo resentido alberga un poderoso deseo de estimación.

Lo opuesto, la otra vertiente del problema, es la generosidad y la bondad. El hombre bueno todo lo disculpa, todo lo tolera, no tiene en cuenta lo malo; es un sembrador de paz y armonía. Se me puede decir que esto es difícil y costoso. Estoy de acuerdo, pero casi el mismo empeño que pone el resentido en su pasión por vengarse, puede poner el hombre maduro en pasar por encima de esas experiencias dándoles la vuelta.

LA RELATIVIDAD DEL ÉXITO Y DEL FRACASO

El éxito y el fracaso son dos grandes impostores. Ninguno de los dos me acaban de convencer, pues desempeñan un papel más en relación a nuestro exterior que al interior. En la psicología moderna interesa más el primero que el segundo. Pocas veces se estudia el fracaso y el valor de las derrotas.

El fracaso es un elemento esencial para la maduración de la personalidad, si se sabe aceptar de forma adecuada. La vida humana está tejida de aciertos y errores, de cosas que han salido como se habían proyectado y de otras que no han llegado a buen puerto. La conducta humana se va haciendo más madura a través de un juego progresivo de aprendizajes y, por lo general, se aprende más con los fracasos que con los triunfos. O, por lo menos, tan importantes son los unos como los otros.

¿A qué llamamos fracaso?, ¿en qué consiste? Podemos definirlo así: experiencia interior de derrota como consecuencia de algo que no ha salido bien. Es la conciencia que tenemos de no haber alcanzado la meta propuesta. Lo que se siente de forma inmediata es negativo y está surcado por una mezcla dé tristeza y desazón interior. ¿Qué características psicológicas tiene este fracaso?

1. Lo primero que se vive es una reacción de hundimiento. En ella se alinean una mezcla de frustración, melancolía, rabia contenida y malestar interior, muchas veces presididos por sentimientos indefinibles o sensaciones negativas.

2. Lo segundo que sucede es lo que llamamos hoy en la psicología moderna una respuesta cognitiva, que es una especie de examen interior que pretende desmenuzar el porqué de ese resultado. Son una serie de ideas y pensamientos que elaboran un análisis subliminal de los hechos, del que somos inconscientes y al que nos vemos inclinados una y otra vez.

3. Después va aflorando una respuesta de paralización, trabada de sorpresa, perplejidad, bloqueo, no saber qué hacer… Si el asunto en cuestión es grave, esa persona suele estar acompañada por personas que ayudan con su compañía y su palabra, a hacer más llevadera la situación.

4. Es muy importante el tema. Ya lo mencioné al hablar de los traumas de la vida. El fracaso será más o menos sentido según el tema por el que nos sintamos haber fracasado o fallado.

La patria del hombre son sus ilusiones. La vida debe ser siempre anticipación y porvenir. Cada uno de nosotros es un proyecto concreto que hay que lanzar y relanzar continuamente. Porque el hombre es, sobre todo, lo que va a ser su futuro.

Esa es la dimensión capital, aunque apoyada y vertebrada sobre el pasado; para que los objetivos vayan saliendo, para que todos los planes se lleven a cabo, hay que tener unos objetivos claros y bien configurados, y ser capaces de renunciar a la dispersión, que es uno de los enemigos constantes. Y, después, comenzar a luchar.

La voluntad es la pieza decisiva que nos lleva al dominio de nosotros mismos. Porque la consecución del éxito es ya algo distinto, depende de muchas variables y, además, hay que matizar qué es, en qué consiste y a qué llamamos éxito. Pero ahí está la lucha: La vida de cada hombre es una lucha constante entre uno mismo y la realidad.

Cuando hay fracasos, brota el desaliento, y a veces se abandona la meta y se da uno por vencido. En la otra cara de la moneda está el tesón y la insistencia, el no rendirse, sino remontar las dificultades con nuevos bríos; es decir, poner la voluntad por medio, una vez que ésta ha sido educada en una trabajosa labor de tiempo y esfuerzo. Es el momento de volver a las pequeñas contabilidades: al haber y debe, y con visión de futuro.

Me interesan los perdedores que han sabido asumir su derrota y levantarse de nuevo. Es grande ver a un hombre crecerse ante el fracaso y empezar de nuevo su pelea. Llegará el día -si insiste con tenacidad, a pesar del cansancio- en que se vaya haciendo una persona fuerte, recia, sólida, firme, compacta, igual que una fortaleza amurallada. Alguien que por encima de la tempestad que ensordece o del oleaje vibrante y amenazador, sabe que su rumbo está claro: llegar a conseguir los ideales que estimularon su vida en los comienzos.

LOS HOMBRES DE VUELO SUPERIOR

En esta brega, con estos afanes, se reinventa un campo mil veces trillado: con una voluntad fuerte y educada, no hay empresa que se resista. Ahí se inician los hombres de vuelo superior, que no son los que siempre vencen, sino los que saben levantarse, aquellos que tienen capacidad de reacción, sabiendo sacar pequeñas lecciones de los pequeños acontecimientos de la vida diaria.

Dice el refrán castellano que «Nadie escarmienta en cabeza ajena»; pero a veces, ni en la propia. Así es la condición humana. Hay que abrir bien los ojos y aprender la sabiduría de la vida, al compás de los sucesos que nos acontecen, adquiriendo un conocimiento profundo que nos ayuda a actuar de la mejor manera.

La vida es la gran maestra. Ella enseña más que muchos libros, ejemplifica más que nada. De ello se deriva la enorme importancia de la motivación por un lado, y de la ilusión por otro: la primera mueve, empuja, arrastra, transporta con fuerza hacia delante y nos proyecta con vigor; la segunda es entusiasmo, anhelo por subir esas cimas y alcanzar la meta, anticipación de los objetivos… porque la ilusión afecta en gran parte al proyecto personal[55].

Estos dos arbotantes, motivación e ilusión, tienen un papel cardinal en la puesta en marcha y en la perseverancia de la voluntad. Forman un tríptico notable y singular que ayuda a analizar muchas vidas y conocer lo que ha pasado con ellas y cuáles son sus bases o directrices.

Motivación, ilusión y voluntad son primordiales para combatir con tantos y tan pequeños temas, cuestiones y circunstancias que reclaman nuestra atención y denuedos. El hombre que tiene bien educada su voluntad está siempre ardiendo, es como un fuego que abrasa sin quemar y que ilumina todo lo que contempla.
Séneca, en su libro Sobre la felicidad, nos dice: «Ser feliz, sentirse feliz, no es otra cosa que tener el propio espíritu contento y satisfecho.»

Schopenhauer, más pesimista, dice que la voluntad es deseo de poder, pero que una vez alcanzado el objeto que se pretende, se puede uno preguntar: ¿y ahora qué? Es una tragedia, ya que eso no proporciona plenitud. Llega a afirmar con una frase lapidaria lo siguiente: «La vida es un negocio que no cubre gastos […] se muestra como un continuo engaño, en lo pequeño y en lo grande. Ha prometido, pero no cumple.» Vemos cómo esta visión carece de trascendencia, que es lo que le da a la vida humana una óptica de elevación.

En el pensamiento clásico (Sócrates, Platón, Aristóteles, así como sus antecesores los jónicos, los pitagóricos y los sofistas griegos como Protágoras y Gorgias) hay un ritornello, que es la doctrina de los trascendentales. Esta clama por la unidad entre lo bello y lo bueno, lo verdadero y lo justo, la ciencia y la virtud. El mismo Platón insistió en la estrecha relación entre inteligencia y voluntad, aunque en la existencia humana tantas veces vayan cada una por su lado.

Ese hombre con voluntad, que está siempre en vela, difícilmente se desmoronará si sabe lo que quiere y a dónde va. Incluso en los peores momentos, hay un rescoldo de esperanza bajo esas cenizas. Ahí comienza la necesidad de volver a empezar, que hace grande a la persona, la enrecia y la conduce a retomar el hilo de sus argumentos.

Ya lo he comentado con anterioridad: la voluntad tiene dos orillas: una está compuesta por la motivación y la ilusión; la otra, por el orden y la constancia. Por eso, yo cambiaría la pregunta: ¿qué piensas?, por otra más decidida y vectorial: ¿qué quieres conseguir?, ¿qué pretendes? Es un cambio de orden, de la concepción previa, pero que facilita las cosas.

[43] Véase L’éducation de la volonté, PUF, París, 1983. En sus páginas rezuma todo el espíritu de una época, cuando la educación era sobre todo voluntarista.

[44] La televisión, tal y como se ha ido desarrollando en los últimos años, es antipedagógica. Hay que aprender a verla mediante unos criterios operativos concretos. Los psiquiatras vemos muchos de esos lamentables resultados: niños apáticos, narcotizados delante del televisor, que se lo tragan todo, sin imaginación ni creatividad… y todo ello, con sólo apretar un botón y sin el menor esfuerzo.

En una palabra, dosificar su cantidad y calidad, enseñando a los hijos y aprendiendo los mismos padres a discernir los programas buenos de los negativos y degradantes, que proponen modelos aberrantes de comportamiento.

La televisión como niñera electrónica es nefasta: deseduca, no impulsa la voluntad o acaba con ella y pone en primer plano la ley del mínimo esfuerzo. La televisión, tal y como se ha ido desarrollando en los últimos años, es antipedagógica. Hay que aprender a verla mediante unos criterios operativos concretos. Los psiquiatras vemos muchos de esos lamentables resultados: niños apáticos, narcotizados delante del televisor, que se lo tragan todo, sin imaginación ni creatividad… y todo ello, con sólo apretar un botón y sin el menor esfuerzo.

En una palabra, dosificar su cantidad y calidad, enseñando a los hijos y aprendiendo los mismos padres a discernir los programas buenos de los negativos y degradantes, que proponen modelos aberrantes de comportamiento.

La televisión como niñera electrónica es nefasta: deseduca, no impulsa la voluntad o acaba con ella y pone en primer plano la ley del mínimo esfuerzo.
[45] Los precursores de la nueva educación los empezamos a encontrar en la segunda mitad del siglo XVIII, en esa época en que triunfan las ideas francesas del siglo anterior.

Hay que destacar el Emilio de Rousseau, donde el ideal educativo está centrado en la sencillez, excluyendo la educación prohibitiva y la negativa, aspirando al equilibrio y la autenticidad. María Montessori hizo del mundo escolar de los niños un ambiente de confianza, en el que se podían sentir seguros.

Freinet hizo al revés: la escuela es la vida misma; por eso, cada uno debe hacerse entender. El fue el primero en hablar del sistema de fichas, bibliotecas de trabajo, archivadores, así como del material de enseñanza que uno mismo corrige.

Wallon y Decroly fueron más lejos y concretaron aún más.

[46] La educación de la voluntad para el estudio tiene como objetivo conseguir una disposición estable para el trabajo de lectura. Porque mejorar no es otra cosa que repetir actos positivos, buenos, esforzándose, yendo contracorriente, negando el capricho del momento o lo que apetece.
Hacer esto cuesta, pero así se va fraguando la persona sólida, en la adquisición de hábitos que buscan lo mejor, aunque eso implique la renuncia y la negación.
Ya lo he comentado antes: toda educación de la voluntad necesita pasar por el «Cabo de Hornos» de la ascética. El secreto está en saberse negar en los comienzos, aprender a decirse uno a sí mismo que no, siempre que la ocasión lo exija.
De ahí la dificultad: hacerse persona libre e independiente. Es un desafío que tenemos por delante, pero si hay motivación, si la ilusión de alcanzar la meta es grande, todas las barreras se salvan. Y no digamos nada si se tiene delante a una persona ejemplar que ayuda con su presencia; es decir, tenerlo como modelo de identidad.
La figura del modelo de identidad sirve de guía; es un norte hacia donde dirigirse. Este modelo nos aporta pautas de conducta atractivas, sugerentes, reales y cercanas que valen más que mil libros sobre educación. En tales casos, uno se siente atraído a imitarlo.
[47] Al animal no se le educa, sino que se le adiestra. Recordemos los experimentos de Kohler con monos: la inteligencia animal se mueve sólo dentro de un cierto entrenamiento de conducta relativamente simple.
[48] Recomiendo al lector interesado el libro de Jean L. Servan Schreiber: El arte del tiempo, Espasa Calpe, Madrid, 1985
En él nos dice: «Como ocurre con todas las cosas importantes de la vida, en la escuela no se enseña a utilizar bien el tiempo […] porque las verdaderas urgencias son raras y los errores de precisión son legión.»
Todos tenemos la misma cantidad cada día y sólo algunos sabemos sacarle verdadero partido. El tiempo no se puede ganar, pero sí se
En él nos dice: «Como ocurre con todas las cosas importantes de la vida, en la escuela no se enseña a utilizar bien el tiempo […] porque las verdaderas urgencias son raras y los errores de precisión son legión.»
Todos tenemos la misma cantidad cada día y sólo algunos sabemos sacarle verdadero partido. El tiempo no se puede ganar, pero sí se
En él nos dice: «Como ocurre con todas las cosas importantes de la vida, en la escuela no se enseña a utilizar bien el tiempo […] porque las verdaderas urgencias son raras y los errores de precisión son legión.»
Todos tenemos la misma cantidad cada día y sólo algunos sabemos sacarle verdadero partido. El tiempo no se puede ganar, pero sí se
En él nos dice: «Como ocurre con todas las cosas importantes de la vida, en la escuela no se enseña a utilizar bien el tiempo […] porque las verdaderas urgencias son raras y los errores de precisión son legión.»
Todos tenemos la misma cantidad cada día y sólo algunos sabemos sacarle verdadero partido. El tiempo no se puede ganar, pero sí se puede perder. Lo que debemos aspirar es a emplearlo mejor. Llegar a ser «ladrones del Tiempo».

[49] La prensa ha dado hace poco la noticia del suceso del pequeño James Bulger, ocurrido a principios de 1993. Dos chicos de diez años de edad lo raptaron primero y lo torturaron y asesinaron después. El niño tenía dos años. El hecho conmocionó a la sociedad británica. Pero el periódico The Independent (3-2-93) dijo que la sociedad no puede rasgarse las vestiduras, toda vez que «las palabras bien y mal, correcto e incorrecto, estaban ya vacías de contenido, puesto que la televisión invita incesantemente a conductas violentas». La sentencia periodística es marmórea.

Estamos en una sociedad neurótica: paradójica, sin puntos de apoyo; una sociedad en la que se pregona la apología de lo esmero, el pensamiento sin contenido y el fanatismo de la duda.
[50] Palabra, que deriva del latín trans, que significa atravesar y scando, subir. Atravesar subiendo

[51] Sin una dirección moral, la lucha por la libertad va poco a poco hacia el vacío: se pierde. Hay que lograr una moral que no quede reducida a una ética hueca, subjetivista, resumida en unas reglas de urbanidad social a «lo light».

[52] Estas pueden ser definidas como respuestas motivadas, cuyo curso depende del hecho en sí y del tipo de personalidad sobre la que se asientan. No es lo mismo la muerte de un ser querido, que un fracaso afectivo, un problema familiar o un revés profesional.
Hasta hace unos años, se podía afirmar que la mujer era especialmente sensible a las frustraciones afectivas, mientras que el hombre lo era para las profesionales. Hoy, con la incorporación de la mujer a casi todas las profesiones tradicionalmente masculinas, el tema ha cambiado.

[53] Cfr. los criterios del llamado DSM-III-R de la American Psychiatric Association, que describe un grupo de trastornos de la personalidad catalogados según el rasgo dominante que se observa en ese desajuste psicológico.

[54] Uno de los personajes míticos del Mayo del 68, Daniel Cohn-Bendit, dijo que el movimiento de aquellos meses fracasó «porque no teníamos respuestas para muchas cosas allí planteadas».
Cuando los grandes interrogantes no tienen contestaciones convincentes, suceden dos cosas: confusión mental y no saber a qué atenerse. Ahí entra de lleno la espiritualidad, vivida como coherencia, como estrecha relación entre la teoría y la práctica. Por esos derroteros encontrará el hombre la paz, a la larga, la felicidad. La coherencia de vida es el estado intermedio hacia la felicidad plena. Con la voluntad fijamos estas respuestas y las llevamos a la vida diaria, para hacerlas operativas.
[55] Mientras el joven está lleno de posibilidades, el adulto está repleto de realidades. Cuando uno tiene pocos años y está empezando, todo es posible, muchas cosas aparecen ante sus ojos y se hace necesario escoger, elegir, porque hay que quedarse con alguna carta concreta. Pero no se puede abarcar demasiado.
En el hombre maduro, con el paso de los años, ya hay elementos de juicio para analizar y valorar. Se puede hacer balance y contabilidad de la vida. Pero el hombre es un animal descontento, porque tiene limitaciones por doquier. No olvidemos esto.
No se puede vivir sin ilusiones. Incluso diría más: la ilusión es un termómetro que mide el nivel de nuestra esperanza.

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