P. Miguel A. Fuentes, IVE
Índice
1. La pornografía
2. De la pornografía «clásica» al sexo «virtual»
3. El contenido de la pornografía
4. Las leyes de la pornografía
5. Los efectos de la pornografía
6. Juicio psicológico y moral
7. Colofón
En 1930 Wilhem Reich publicó, con el título de La revolución sexual, el libro que lo haría famoso algunas décadas más tarde. La tesis de fondo consistía en afirmar simplísticamente que el hombre una vez que satisfaga todas sus necesidades físicas (que para Reich son todas sexuales) alcanzará la felicidad. Reich es uno de los tantos que llevan, como escribía Del Noce, el sello de «inventor de la felicidad»[1]. Reich murió olvidado, en 1957, en la penitenciaría federal de Danbury, Connecticut, Estados Unidos, condenado por contumacia criminal fraudulenta. Según el dictamen del psiquiatra penitenciario, corroborado por otros médicos admiradores y seguidores de Reich, era un paranoico o un esquizofrénico progresivo. Para algunos llegó a este estado por anublamiento de la conciencia, convirtiéndose en un anestésico moral[2]. Sin embargo, su antorcha fue recogida en la década del sesenta por los movimientos beat y hippy, y, en el campo de la educación sexual contemporánea, las tesis reinantes pertenecen en gran medida a aquel paranoico clínico estafador del gobierno americano y de todos los que creyeron en él.
Años más tarde, a comienzo de la década del ochenta, Hans Nestius, presidente de la Asociación Sueca para la Educación sexual, y uno de los pioneros en aplicar a la sociedad (sueca) ideas del corte de las reichianas (dedicando a ello más de veinte años), confesaba que sus esfuerzos por lograr una sociedad feliz a través de la liberación de los tabúes sexuales, no había engendrado otra cosa que una sociedad infeliz[3].
Hoy, tres lustros más tarde, los sollozos de Nestius se revelan como lágrimas de cocodrilo: nuestra sociedad está cada día más estrangulada por el fenómeno de la pornografía y de su ideología interna (el sexo sin fronteras morales) y asume, como el camaleón, modalidades nuevas que escapan a la misma imaginación torcida de todos los fieles vástagos de Freud. Me propongo examinar, con la brevedad requerida por un mero pantallazo, el problema del fenómeno pornográfico y su sustrato ideológico, psicológico y moral.
1. La pornografía
Pornografía, pornográfico y pornógrafo, en su origen etimológico, designaba «la pintura y al pintor o escritor de la prostitución». En sentido estricto es la obscenidad exhibida a través del lenguaje escrito, pero el uso común -e incluso jurídico- lo aplica a cualquier ostentación del mismo género a través de dibujos, fotografías, espectáculos, etc[4]. También suele decirse que es «la literatura de la desviación sexual»[5], ya que la pornografía alimenta las diferentes desviaciones sexuales (dichas en general parafilias) como el exhibicionismo, voyeurismo (excitación a través de la curiosidad), fetichismo (excitación por medio de fetiches o símbolos sexuales), travestismo, pederastia (la búsqueda de la sexualidad con niños del mismo o del otro sexo), homosexualismo, sadomasoquismo (la excitación sexual a través de la crueldad activa o pasiva), la necrofilia (que halla satisfacción sexual en ver, tocar o mutilar cadáveres); al punto tal que existe pornografía especializada (literatura, revistas, películas, videos y boletines) para cada una de las diferentes parafilias.
En tal sentido, la pornografía es un fenómeno de degradación reduplicativa, una especie de «prostitución de la prostitución»[6]. A la degradación propia del envilecimiento de la sexualidad y del amor humano, le añade la comercialización, el escándalo provocado, la intención degeneradora del prójimo.
Cuando hablamos de comercio de la sexualidad, usamos el término sexualidad de modo impropio. En efecto, la pornografía no tiene relación alguna con la auténtica sexualidad humana, sino propiamente con la genitalidad. La sexualidad es algo mucho más amplio que engloba las dimensiones genéticas, físicas, psicológicas y espirituales del individuo. La genitalidad se reduce sólo a la esfera biofísica. La pornografía, en cuanto tal, es publicidad, exhibición u ostentación exclusivamente de lo genital. Si usamos, pues, el término sexual, vaya entendido en el sentido reductivo de genitalidad.
La pornografía es, pues, un fenómeno de concentración obsesiva sobre la genitalidad humana, y sobre todo lo que es capaz de incitar los instintos biológicos con los que ella se relaciona. Es un fenómeno que afecta (desordenando) pura y exclusivamente a la animalidad humana y subvierte la realidad humana subordinando todo el hombre a su esfera zoológica.
Más aún. El hombre «genitalizado» tampoco se reduce a lo exclusivamente animal. Si renuncia a la función directiva y ordenadora de su razón tampoco puede mantenerse en los límites de la pura animalidad. La naturaleza humana es una naturaleza herida por el pecado; por eso, al subordinar lo racional a lo animal se da el primer paso para caer por debajo de la animalidad. Así como la ferocidad hace a los hombres más crueles que las bestias salvajes, del mismo modo, la depravación sexual no los hace «animales» sino animales pervertidos.
La pornografía, supone la degeneración del instinto sexual y añade algo más. Su aspecto material lo constituyen propiamente hablando las distintas anomalías morales (y en algunos casos psíquicas) de la sexualidad, es decir la reducción del amor humano a genitalidad, y el uso antinatural de la misma: homosexualidad, masturbación, bestialismo, relaciones pre y extramatrimoniales. Lo formal de la misma es la incitación a tales manifestaciones a través de canales diversos: hay una literatura pornográfica, un cine pornográfico, una prensa y una publicidad pornográfica, etc. Por eso, la pornografía es también un negocio, una industria, un mercado, que explota todas sus posibilidades y que maneja anualmente varios billones de dólares[7].
2. De la pornografía «clásica» al sexo «virtual»
La pornografía como fenómeno cultural comenzó como publicidad de la prostitución. En cuanto tal fue y es un fenómeno propio de las sociedades moralmente decadentes: prostitución ha habido en todas las épocas, pero ofrecerla como producto publicitario ha sido propio de las civilizaciones que entran en lo que los hindúes llaman el Kali-yuga, y que nosotros designamos simplemente como la decrepitud de la civilización.
De este modo hizo acto de presencia en el declinar griego y romano y desapareció parcialmente, como fenómeno de masas, con el afirmarse del cristianismo. Según se dice, habría comenzado a reaparecer en los siglos XVI y XVII, junto a la desintegración de la formalidad cristiana de la sociedad.
1) Los cauces «tradicionales» de la pornografía
La publicidad del desenfreno sexual fue evolucionando a la par que cambiaban y se sofisticaban los medios por los cuales se podían alcanzar las grandes masas.
De este modo, ha habido desde antiguo una literatura pornográfica desarrollada en los diversos géneros: el ensayo, la poesía, el teatro escrito, la novelística. En algunos casos se trata de pornografía vulgar, propia de una cierta literatura under, del submundo; otras veces, es ideología pornográfica, como los escritos de Freud, Reich, Sade. Sin forzar mucho el género deberíamos ubicar también aquí cierta literatura de divulgación pseudo-científica de gran alcance en la incauta sociedad actual. Se trata de aquellas revistas educativas que «enseñan» a «ser padres hoy», «cómo educar a los hijos», a «ser mujer», «vivir en pareja», etc. La mayor parte de ellas tienen una orientación exclusivamente freudiana y transmiten los principios del libertinaje sexual amparados bajo el «manto sagrado» de la psicología, de la pedagogía o de la medicina. Así, por ejemplo, un artículo de la Revista Mujer, titulado Información sexual. Cuánto pueden entender los chicos[8], asesorado por la Licenciada Viviana Vammalia, enseña que es «obligación de los padres hablar de los anticonceptivos después de tocar el tema de la menstruación con las hijas [poco antes había dicho que este tema debe tocarse a partir de los 9 años], o con los varones que tienen de 11 años para arriba». Afirma también que «en las chicas, los métodos más aconsejables son las píldoras y el diafragma… En los varones, un profiláctico debe ser tan obligatorio como el uso de un diafragma en las chicas». También aconseja hablarles a los hijos de la homosexualidad: «es aconsejable explicar que así como las mujeres se enamoran de los hombres y los hombres de las mujeres, se casan y tienen hijos, hay personas que únicamente se pueden relacionar bien con otras personas del mismo sexo». Termina tocando el tema de la masturbación para decir: «de ninguna manera los padres deben condenar la masturbación en el chico o en el adolescente. Es una parte sana y natural del conocimiento de uno mismo». Este es un ejemplo tomado al azar de innumerables que abundan; se trata, sin lugar a dudas, de algo más pernicioso que un vistazo hecho a una revista Playboy oPenthouse, porque este tipo de publicaciones no apuntan tanto a exacerbar los instintos cuanto a prostituir la inteligencia.
La pornografía ha usado y usa también la música. Ya sea a través de la letra, o de sus ritmos condicionantes y excitantes, o de sus melodías que afectan a la sensualidad humana. Otro tanto puede decirse de la danza o baile en aquellas manifestaciones en que se hace expresión de movimientos, gestos y posturas de significado explícitamente sexual.
En las artes gráficas es tal vez donde ha tenido una de las más intensas expresiones, hasta el punto tal que muchos identifican pornografía con «revistas pornográficas». Es ésta una de las industrias más conspicuas de nuestro tiempo, en gran parte en manos de la Cosa Nostra. Junto a la pornografía propiamente dicha habría que colocar aquí el fenómeno que podríamos denominar publicidad erotizada. Hoy por hoy, aun para vender una gaseosa o una corbata, parece necesario que venga de la mano de una señorita que muestre una buena porción de sus carnes. No hace mucho tiempo atrás nuestra sociedad se vio envuelta en una tímida polémica en torno a una nueva variante de la publicidad erotizada: el caso de las modelos plubicitarias que alguno bautizó con el nombre de «Lolitas». Son adolescentes (algunas hasta de 12 años) que unen su mentalidad infantil a un precozmente evolucionado cuerpo de mujer, las cuales se están constituyendo, con el consentimiento o la complacencia de sus padres, en auténticos, como suele decirse, sex-simbols. En su momento, el filósofo-psicólogo judío Jaime Barylko escribió al respecto: «… las Lolitas… saltean las etapas que van de la niñez a la juventud. Evidentemente hay un desborde de lo físico sobre lo psíquico que engendrará conductas esquizoides: el cuerpo se vuelve ajeno porque está sólo para ser expuesto a la mirada de otros. No es un cuerpo para ser vivido… Durante mucho tiempo la sensualidad y la sensibilidad se han ido degradando al punto que por un exceso de motivaciones eróticas bajó el nivel de excitación. La salida fue buscar elementos novedosos de estimulación. Así nacieron las Lolitas, un fenómeno que a los ojos del observador está ligado a la sexualidad más depravada»[9]. Nuestra desvergonzada sociedad terminó dando carta de ciudadanía a las mencionadas modelos en el campo de la publicidad de las revistas de «mundo», negándose a plantearse aquello que no quiere ver: esas «niñas-mujeres» no venden ropa interior, sino la sensualidad que -consciente o inconscientemente- ellas simbolizan, y fomentan en sus consumidores la perversión sexual. Así lo reconocía un simple publicista: «Las chiquitas que salen en posturas eróticas ofrecen una sensualidad perversa que tiene que ver con la fantasía de la virginidad y las primeras experiencias sexuales»[10]. ¿Quién cargará luego las culpas? ¿Ellas, sus padres, nuestra sociedad?
Otra vertiente es el cine. Y esto con todas las variantes imaginables. Tenemos desde la pornografía «cotidiana» (ese «mínimo» que parece no faltar en ninguna película), que sirve para «enganchar» un público profundamente hedonizado, hasta la industria fílmica propiamente pornográfica, que vende principalmente sexo (aunque algunos informes dicen que como industria está en baja[11]). Esta a su vez en varios niveles: el cine pornográfico «suave», o sea sólo pornografía (hetero u homosexual); el cine pornográfico «duro»: el sexo violento, sadomasoquista; el cine pornográfico diabólico o satánico, que combina el gusto por el terror con la pornografía más crasa. Al cine hay que asociar la industria del video que permite consumir este tipo de pornografía a quienes no se animan a asistir a las salas «restringidas» donde se proyectan.
En este orden también debemos mencionar la televisión que en muchas familias desempeña el papel, como dice el Santo Padre, de «niñera electrónica»[12]. Esta tiene a su favor el poder abrir terreno o crear la demanda pornográfica a través del exhibicionismo sexual que parece componente necesaria de la mayor parte de la programación contemporánea. Los programas de entretenimientos parecen inconcebibles sin «vedettes» colaboradoras; y los mismos programas infantiles son dirigidos, por lo general, por señoritas que parecen escapadas de un teatro de revistas. El niño, el joven y el adulto, reciben diariamente a través de la televisión (películas, programas, cortos publicitarios) un auténtico bombardeo psicológico, en su mayor parte compuesto de pornografía, violencia, valores subvertidos y desinformación: «La televisión puede también perjudicar la vida familiar: al difundir valores y modelos de comportamiento falseados y degradantes, al mandar en onda pornografía e imágenes de brutal violencia; al inculcar el relativismo moral y el escepticismo religioso; al dar a conocer relaciones deformadas, informes manipulados de acontecimientos nuevos y cuestiones actuales; al transmitir publicidad que explota y reclama los bajos instintos y exalta una visión falseada de la vida que obstaculiza la realización del mutuo respeto, de la justicia y de la paz»[13]. La televisión por cable ha abierto nuevas perspectivas, con el recurso de canales «codificados» con programación exclusiva o fundamentalmente pornográfica.
Finalmente, desde hace ya varios años, la pornografía ha comercializado para sus fines, el servicio telefónico. La oferta de «líneas calientes» llenan páginas de algunos de los periódicos más vendidos del país. Poca repercusión tuvo, en cambio, la controversia que este tema ocasionó hace un tiempo en los Estados Unidos cuando algunas encuestas demostraron el masivo uso que hacían y hacen de los «teléfonos eróticos» no ya adultos solitarios, sino una gran masa de niños dejados en la soledad por confiados padres.
2) El sexo en la era de la informática
¿Se abren campos nuevos en las «costumbres» sexuales de nuestros contemporáneos? El proceso de descomposición que supone la desvirtuación del verdadero «amor humano» no tiene de por sí ningún límite establecido. Físicamente cuando una gangrena se apodera de un organismo vivo, no se detiene por sí sola: ¿quién establecerá un límite natural a su avance? Comerá tejido por tejido y órgano por órgano hasta la muerte del individuo. Lo mismo vale para todos los planos humanos: perdido el verdadero sentido del amor, y reducido éste a genitalidad animal, ¿qué límite podemos poner? Del amor para siempre, al amor por un tiempo, de la unión total entre hombre y mujer, a la relación homosexual o lesbiana; de aquí al sexo entre las especies, el bestialismo. Los pasos ulteriores de la cadena pasan ahora por los avances de la informática.
Se habla ya de sexo tecnológico, de cibersexo (sexo cibernético), de ciberporno (pornografía cibernética), sexo virtual. Es el sexo de la era computarizada[14]. Ya no hacen falta dos seres vivos (heterosexuales, homosexuales o heteroespecíficos) sino un ser humano y su computadora. Por esta vía transita la nueva dimensión pornográfica. De hecho, en un informe publicado en Inglaterra en 1994, se establece que la pornografía por computadora afecta al 10% de los colegios secundarios británicos, y además ya está presente también en las escuelas primarias. Según las cifras oficiales del mismo país (que son inferiores a la realidad) el 2% de los niños entre 5 y 11 años ya han «tragado» pornografía informática alguna vez[15].
Debemos, distinguir, sin embargo, dos manifestaciones emparentadas entre sí, pero distintas a la vez: la pornografía informática y el sexo «virtual».
a) La pornografía informática. Hoy en día se dispone de un auténtico «menú tecnosexual»[16]. Así, por ejemplo, se comercian corrientemente:
–Versiones para computadora de las revistas pornográficas. Ya lanzó este tipo de productos la publicación norteamericana Penthouse (el 28 de febrero de 1995), la cual, según el vicepresidente ejecutivo de los servicios de Internet, «tuvo infinidad de pedidos aún sin haberla promocionado». La revista Playboytambién ha anunciado su revista de imágenes «chicas a la red», donde las mujeres mayores de 18 años podrán mandar sus propias fotos desvestidas, a sus amigos de la red de computación.
–Juegos pornográficos para computadora. La compañía Macintosh ya ha lanzado «Valeria Virtual», una «compañera» que habita en un compact disc, lista para desnudar por el usuario. Otros juegos que menciona F. Arbiser son: «Ciborgasmo» que ofrece imagen y sonido sexuales reales y envolventes; «Una aventura erótica», un juego «de hogar» donde aparecen rubias con las cuales el consumidor hace de fotógrafo pidiéndoles provocativas poses «artísticas»; «Amor muerte»: con doce criaturas «hambrientas y movidas por el instinto animal con un único deseo: devorar a una chicha de nombre Samora»; «Máquina de los sueños»: un pasillo con diez habitaciones en cada una de las cuales hay distintas prácticas sexuales; uno puede contentarse con mirar por la cerradura o, por medio de un botón, entrar e interactuar con los personajes. Otros juegos de menor sofisticación son, por ejemplo, el «stip poker» (del cual, según un entendido, se hacen 10 pedidos por cada 2 pedidos de juegos de ajedrez); el tetris con figuras de genitales femeninos y masculinos, y otros que obvio deliberadamente mencionar.
–Conexiones mediante un ciberespacio: se trata de conexiones, vía telefónica (modem), y pagando una cuota a los organizadores de alguna de las tantas redes especializadas, con lo cual uno puede transmitir por computadora sonido, texto y tacto a uno o varios compañeros abonados a la misma red. Según la sofisticación del sistema que use se puede transmitir desde sólo texto hasta imágenes, fotos y movimientos.
–Establecer charlas privadas sobre sexo por modem y computadora. Así se conoció en Estados Unidos el caso una abuela de 85 años que disfrutaba seduciendo jovencitos sin informarles, obviamente, el detalle de su edad.
b) El sexo virtual. El sexo virtual introduce el campo de la sexualidad humana en el mundo de la llamada «realidad virtual». La realidad virtual, que se va extendiendo asombrosamente en el mundo de los juegos computarizados, consiste en recrear tridimensionalmente la fantasía elaborada por computación. Gracias a algunos elementos, como son el casco tridimensional, auriculares y algunos accesorios más, el usuario «entra» en otro mundo, el mundo de la fantasía, donde los personajes y paisajes tienen cierta «realidad» para él. Por obra del casco, y eventualmente de sensores, sólo un acto de reflexión puede hacerte tomar conciencia de que todo cuanto lo rodea (ese mundo en el que está «sumergido» y los personajes que giran a su alrededor) no existe en la realidad. Ya no es una escena que aparece en la pantalla de su computadora, sino que es un escenario donde él esta dentro, y su fantasía lo rodea. Pueden colegirse algunos de los efectos que esto puede ocasionar, y ocasiona de hecho, sobre la psicología humana: pérdida del sentido de la realidad, ausencia del sentido de relación, principios de estados paranoicos, disociaciones de la personalidad, ocasionales brotes esquizofrénicos.
Ahora eso llega al campo del sexo. Al casco y los auriculares se añaden -por el momento- guantes sensoriales y prótesis tecnológicas para simular la unión sexual (para las mujeres un vibrador en forma de cilindro; para los hombres, un tubo con un mecanismo de succión y presión).
Los guantes conectados a la computadora desencadenan sensaciones para el receptor, a través de los numerosos sensores. El guante permite accionar en tiempo real las imágenes simuladas en la pantalla y toma la forma (mediante bolsas de aire) del objeto que se palpa imaginariamente. Si alguien ve la escena de afuera no ve más que un hombre o una mujer acariciando el aire; para el que está usando el tecnosexo es como si lo hiciera con un ser real. Como uno lo definió, es «la muñeca inflable inteligente». Todo esto está, por el momento, en estado de experimentación. Los guantes, confeccionados por la empresa norteamericana «VPL Research» cuestan 9.000 dólares. Algunos laboratorios (en Estados Unidos y en Europa) ya fabrican también un «body», es decir, una malla que cubre el cuerpo entero, plagada de sensores, vibradores, difusores de calor y palpadores. Con todo esto el hombre frente a su computadora puede tener relaciones sexuales con el personaje que se representa ante él y del cual puede tener «experiencias sensoriales»: tacto, gusto, olfato, oído, vista. Por el momento cuesta 50.000 dólares, y sólo se vende para investigaciones; pero según una reciente encuesta, el 20 por ciento de los norteamericanos lo hubiera comprado si fuese económicamente accesible. En realidad no es más que una máquina generadora de orgasmos, como el «Orgasmatrón» que Woody Allen inventó en su película El Dormilón, en la década del setenta.
La realidad virtual permite a quien la usa realizar actos sexuales con los más variados personajes: hombres, mujeres, niños, ancianos, jóvenes o animales. Estos pueden ser imaginarios (Julio César, Cleopatra o Kin Kong); o bien puede ser seres reales (amigos, vecinos, personajes famosos) que uno introduce en su programa a través de una fotografía. A su vez, puede modificar estos personajes moldeando sus cuerpos a gusto del consumidor y hacer sobre ellos los más sofisticados retoques tecnológicos que pueda uno imaginar. También ofrece la opción de practicar el «sexo a distancia» con un personaje real que se encuentra a su vez -en cualquier parte de este planeta- conectado con idéntico equipamiento a su propia computadora, y conectados primero por un modem.
Sus propagadores son entusiastas. Dice por ejemplo Lisa Palac, directora de la revista norteamericanaFuture Sex: «Por primera vez en la historia de la humanidad todos podrán hacer el amor: viejos, adolescentes, enfermos, tímidos, feos, podrán dar rienda suelta a sus fantasías gays o heterosexuales»[17].
Este es el erotismo tecnológico, el erotismo de una sociedad asustada por el Sida, por el virus Ebola, y por todas las pestes que seamos capaces de traer a este pobre mundo. ¿Será éste el último paso de la descendente cadena? ¿En qué acaba? Algunos hablan incluso de «enamoramiento» entre el hombre y su máquina, como le ocurre al personaje de la anteriormente mencionada película de W. Allen, o como le sucede al protagonista de la película de Ridley Scott, Blade Runner. En el fondo es «enamoramiento» de sí mismo y el repliegue más brutal al que puede conducir la incomprensión y la negación del amor.
3. El contenido de la pornografía
Hasta el momento he hecho una presentación fenomenológica del panorama de la pornografía contemporánea. Para poder elaborar un juicio adecuado es necesario establecer el contenido del fenómeno pornográfico.
1) El mensaje comercializado
Desde las últimas dos décadas, la industria pornográfica ha estado comercializando agresivamente cuatro mensajes principales a través de los productores de películas, televisión y publicidad gráfica:
a) La represión sexual no es saludable (entendiendo por «represión sexual» el admitir y atenerse a cualquier conjunto de normas éticas).
b) La fantasía regresiva y la promiscuidad son sanas (son, como dicen algunos psicólogos, desahogos, etapas de crecimiento, canalización de inhibiciones, liberación de los instintos).
c) La desviación sexual, incluyendo la homosexualidad, no es una perversión, sino opciones sexuales libres.
d) El amor maduro nada tiene que ver con el misterio.
Como puede apreciarse, son cuatro tesis que contradicen explícitamente el sentido común, la moral sexual natural y moral revelada. No me detengo en este tema, pero me contento con señalar que aunque sea expuesta en forma de slogans o mensajes, se trata, en definitiva, de la doctrina sexual de S. Freud y de W. Reich.
2) Los comportamientos publicitados
Junto al mensaje ideológico que trasmite la pornografía, la misma divulga determinados comportamientos sexuales que encarnan dicha ideología. Es sintomático, a este respecto, que la pornografía corriente no se contente con publicitar actitudes sexuales inmorales pero que no suponen anormalidades psíquicas (como es el caso de la prostitución, el adulterio, la fornicación). Por el contrario, un simple vistazo a las publicaciones pornográficas más difundidas muestra que los productos ofrecidos (y en algunos casos, el más demandado por los consumidores) deben calificarse como comportamientos sexuales patológicos, como ser:
a) El sadomasoquismo, es decir, la búsqueda de la excitación sexual a través de la crueldad física, ya sea activa (sadismo) o pasiva (masoquismo). No sólo se encuentra en las revistas más comunes, sino que existen publicaciones que versan exclusiva o preponderantemente sobre este tipo de pornografía enfermiza.
b) La homosexualidad; no sólo en forma de pornografía homosexual, sino como apología ideológica de la homosexualidad. En el transcurso de pocas décadas, ciertos grupos interesados, han conseguido hacer evolucionar el concepto que el vulgo tiene de la homosexualidad de un modo que no deja de ser significativo: así, antiguamente la homosexualidad era considerada, sin más, como un pecado contra-natura; a continuación la primera concesión que se hizo a los homosexuales fue considerar su actitud como criminal, colocándola a la par de otros delitos más comunes; poco después ya era tan sólo inmoral; la sensibilidad social se inclinó luego a juzgarla como un fenómeno marginal; de aquí se pasó a verla como enfermedad; más tarde como desahogo; ahora -en honor al pluralismo moderno- se habla de estilo de vida. ¿El próximo paso será hacerla obligatoria? Como dijo un taxista al escuchar esto: «¡Eso sí que no lo voy a permitir!».
c) La pedofilia (relaciones sexuales entre adultos y niños del mismo o de diverso sexo). Éste es tal vez uno de los fenómenos más alarmantes por el crecimiento que está tomando en los últimos tiempos. En las revistas pornográficas los niños y jóvenes son representados una veces como principiantes pasivos, aleccionados sobre comportamientos sexuales; otras veces participando activamente en relaciones sexuales voluntarias con adultos. Entre los victimarios se enumeran pederastas (que buscan relaciones sexuales con pre-púberes), hebefílicos (interesados en púberes y post-púberes) y una enorme cantidad de sujetos que buscan relaciones con niños y adolescentes sólo porque ven en ellos víctimas débiles y vulnerables (lo que buscan en realidad, según el psiquiatra Ismond Rosen, es una relación de crueldad[18]).
El problema de la victimación infantil es realmente alarmante, por cuanto, los sujetos que tienen esta tendencia son socialmente más peligrosos que los agresores heterosexuales incestuosos y que los violadores heterosexuales: un estudio de hace unos años atrás, manifestó que los agresores incestuosos heterosexuales tenían en promedio poco más de dos víctimas cada uno; los violadores heterosexuales entre 5 y 6 víctimas cada uno; en cambio los pederastas homo y heterosexuales entre 30 y 63 víctimas cada uno[19].
Una investigación realizada por Judith Reisman sobre las principales revistas pornográficas (Playboy, Penthouse y Hustler) a lo largo de tres décadas[20] le llevó a descubrir que los niños estaban representados, sobre un total de 683 revistas, más de 6000 veces, generalmente envueltos en un contexto directamente sexual y violento. Los niños aparecen: 1675 veces desnudos o exhibidos con un adulto desnudo; 1225 veces involucrados en algún tipo de actividad genital; 989 veces involucrados en actividades sexuales con adultos; 792 veces se trata de adultos representados como pseudo niños; 592 veces en situaciones violentas; 267 relacionados con animales u objetos. Todo esto, dice Reisman, es la «educación» que ha estado recibiendo gran parte de la sociedad por más de tres décadas, y su mensaje es el siguiente: los niños son seductores y están sedientos de sexo.
Una de las cosas más significativas según Reisman es el recurso a los pseudo niños: mujeres semidesnudas con características infantiles (rodeadas de muñecas, ositos de felpa, con zapatos de nena, mamaderas, juguetes, etc.), adultos en pañales en posición fetal en una mecedora y con el pulgar en la boca, o en escenarios de cuentos de hadas. La investigadora piensa que esto responde a la intención explícita de despertar estímulos sexuales pedófilos, aun en aquellos que no sufren este tipo de perversión.
Junto con esto también se evidenció una manifiesta insensibilidad hacia el abuso sexual y violento de los niños. Así en distintos avisos se sugiere el sexo sadomasoquista de adultos hacia niños, o de los hermanos entre sí.
Finalmente su estudio incluye otros elementos como la propaganda del incesto entre padres e hijos, la promoción de la bestialidad, el sadomasoquismo y las drogas.
El incentivar el sexo entre adultos y niños es el objetivo de todos los grupos organizados de pederastas como la Asociación Nortemericana de Amor entre Adultos y Niños (ANAAN), la Sociedad René Guyon, la Asociación Lewis Caroll, el Intercambio de Información Pederasta (IIP), el Círculo de la Sensualidad de la Infancia (CSI), etc. El lema de una de ellas (Sociedad René Guyon) es: «sexo antes de los ocho, si no, es demasiado tarde»[21].
No pensemos que esto es un fenómeno que afecta sólo a clases sociales aisladas de nuestra realidad. El 30 de julio de 1993, en Ginebra, los Estados Unidos junto a otras 21 naciones, entre las cuales se cuenta la Argentina, votaron a favor de darle estatuto consultivo, ante el Consejo Económico y Social de la Organización de las Naciones Unidas, a ILGA (Asociación Internacional de Homosexuales y Lesbianas). Esta asociación, con sede en Bélgica, agrupa a varias organizaciones que operan en favor del derecho al homosexualismo, entre las cuales se encuetra NAMBLA (North American Man/Boy Love Association), que promueve el «amor» sexual entre adultos y menores del mismo sexo. Por esta razón ILGA aprobó en 1990 un acuerdo que exige reconocer a los pederastas como «minoría sexual». A través de estos medios, los pederastas esperan conseguir el reconocimiento de sus «derechos», entre los cuales está el derecho a tener relaciones sexuales, con «consentimiento», con niños de cualquier edad (aboliendo las leyes actuales que protegen a los niños hasta determinada edad contra el abuso sexual). NAMBLA también acepta como miembros a pederastas que han sido encarcelados por cometer crímenes sexuales contra menores y aconseja a los lectores de su boletín (NAMBLA Bulletin) sobre cómo evitar la vigilancia de la policía y de los padres de las víctimas. El mismo boletín publica regularmente fotos de niños para atraer el interés de sus lectores, así como testimonios de pederastas, algunos de los cuales afirman haber tenido relaciones sexuales con niños de hasta 6 años de edad[22].
4. Las leyes de la pornografía[23]
La pornografía en cuanto difusión provocativa del instinto genital, tiene sus leyes, fuera de las cuales, puede dejar de producir los efectos buscados. Esto, sus difusores lo conocen bien, y por eso se guian rigurosamente por las mismas. Algunas de ellas son:
1) La ley de la dosificación
El pornógrafo -conocedor de la capacidad de absorción pornográfica del medio en que trabaja- dispensa la pornografía en las dosis que puede tolerar la sociedad sin gran repulsa y escándalo. Mientras más bajo sea el nivel moral de una sociedad, más predispuesto está para grandes dosis de pornografía; mientras más alta sea su cultura moral, se contentará con amagos y tanteos. Esto ya nos da un criterio para juzgar los valores y niveles morales de la sociedad en que vivimos.
2) La ley de la saturación
Psicológicamente está demostrado que la sensorialidad trabaja bien dentro de umbrales de mínima y de máxima, y de acuerdo a un determinado grado de resistencia. Más allá de estas medidas, las respuestas a los estímulos son nulas o casi nulas. Ante la saturación, su respuesta es cero y hasta de repulsa. En tal sentido, los comercializadores de pornografía deberían manejar su negocio según los índices de reacción y asimilación que observan en sus consumidores. Sin embargo, esto sólo sería posible si hubiese una monopolización de la industria pornográfica, pero como -a pesar de la existencia de las grandes multinacionales de la pornografía- hay pornografía a todos los niveles imaginables, esta ley no puede ser sino mínimamente observada, razón por la cual, al bombardeo pornográfico al que está sometida nuestra sociedad contemporánea responde como efecto la saturación y asfixia de la misma sociedad animalizada. Es por esta razón que en tantos estratos sociales la pornografía, si no va acompañada, es normalmente seguida por la búsqueda de experiencias nuevas, tanto por el lado de los «triángulos amorosos» (especialmente cuando se trataba de tres homosexuales), como por el de la drogadicción, y muchas veces termina en el homicidio pasional o en el suicidio.
3) La ley de la novedad o del contraste
Para impresionar sensorial y psíquicamente hay que variar y renovar. El pornógrafo logra este efecto por combinaciones pornográficas insólitas y novedosas. Por su carácter repetitivo, la pornografía tiene el gran inconveniente de embotarse, caer y volverse «inofensiva», en el sentido, de perder su capacidad de excitación. Señala G. Zuanazzi: «estamos en un círculo vicioso: estímulo e inmunización; nuevo estímulo, mayor inmunización y más sutil búsqueda de emociones. Es un juego de bric-à-brac, en el que está en juego el desastre sexual y la infelicidad humana»[24]. Por eso, el productor de pornografía se ve exigido a buscar constantemente formas nuevas, inexplotadas. Esta ley lleva, pues, a sondear nuevos campos de degeneración: de la heterosexualidad, habrá de pasar al campo de la homosexualidad, de aquí a la pedofilia, de ésta al sadismo, y así sucesivamente.
4) La ley de la convergencia
El estímulo es tanto más eficaz cuanto por más flancos asalta simultáneamente a la sensorialidad y al psiquismo humano. Si la sola presentación escrita (literatura pornográfica) o fotográfica provoca al desorden sexual, esto se multiplica al añadírsele el color, el movimiento, la intensidad, la reiteración. Esto, indudablemente exige la búsqueda incesante de nuevas combinaciones.
5. Los efectos de la pornografía
Evidentemente un fenómeno tal como el que estamos presentando tiene muy serias consecuencias de orden moral, psicológico, social y cultural. Mencionemos sólo algunos efectos puestos de manifiesto en estudios realizados por diversos equipos de psiquiatras y psicólogos.
1) Produce insensibilidad ante los comportamientos desviados: disminuye la sensibilidad masculina y femenina ante la violación y la condición de la víctima violada; se ha constatado que a raíz del incremento de la pornografía comienza a juzgarse a la víctima menos agraviada de lo que realmente ha sido, menos digna y más responsable de su propia situación[25].
2) No sólo insensibiliza, sino que produce un aumento de interés morboso en la desviación sexual[26].
3) Aumenta la hostilidad y la violencia individual y social, especialmente dentro de la actividad sexual. Poco a poco los sujetos adictos a la pornografía comienzan a desinteresarse de la llamada pornografía soft, suave o blanda (sin contenido violento), y empiezan a necesitar pornografía hard core, dura, violenta, para alcanzar los mismos niveles de excitación que tenían tiempo atrás. Es tristemente aleccionador el ejemplo de Theodor Robert Bundy, proveniente de una familia normal, graduado en psicología y abogacía, con unos prometedores pasos en la carrera política, pero que, al ser ejecutado el 24 de enero de 1989 en la silla eléctrica de la prisión del estado de Florida, dejaba tras de sí 31 mujeres estranguladas y violadas, luego de haberlas sometido a la tortura y al horror. Antes de enfrentar la muerte hizo declaraciones que nunca deberían olvidarse: «a los 12 o 13 años comencé a encontrar material pornográfico en los negocios, y me convertí en un adicto obsesionado. Mientras fui creciendo, mi adicción me llevó a consumir material de violencia sexual. Finalmente llegó el punto en que nada de lo que viera me satisfacía. Pensé sobre esto durante casi un año… Entonces decidí dar el salto trágico de matar a una mujer. No podía creer lo que había hecho… Me sumí en una profunda depresión durante los próximos seis meses… Pero luego eso desapareció. La locura sexual regresó y maté nuevamente… esta vez el remordimiento fue menor… Ustedes me van a matar, y eso protegerá a la sociedad de mí mismo. Pero allí afuera hay muchas personas adictas a la pornografía, y ustedes no están haciendo nada»[27].
4) Aumenta el apetito por pornografía cada vez más rara, grotesca y desviada. Los sujetos analizados, dice un investigador, informan no estar satisfechos con el material que ya les es familiar; necesitan material más raro, grotesco y desviado, incluyendo representaciones de sadomasoquismo y violación[28].
5) Sobre el matrimonio la pornografía blanda conduce, dice Jennings Bryant[29], a la insatisfacción sexual tanto en hombres como en mujeres, y esto los torna insatisfechos con el comportamiento sexual y la apariencia de su propia pareja; conduce también a la desvalorización y menosprecio de la monogamia y a la falta de confianza en la viabilidad y duración del matrimonio como institución.
6) Puede conducir en muchos casos al suicidio. Investigaciones hechas por el FBI han determinado que muchas revistas pornográficas se convierten en guías para la llamada «muerte auto-erótica», especialmente en adolescentes. En efecto, algunas de estas publicaciones describen actos sexuales realizados con el excitante adicional de arriesgar la vida; así ha ocurrido (repetidamente en Inglaterra y Estados Unidos) el caso de jóvenes que han realizado actos masturbatorios teniendo al cuello una soga de nudo corredizo, para experimentar qué se siente hacer sexo al borde de la muerte; en más de un caso murieron ahorcados. Esto demuestra, por otra parte, la falta de realismo y la puerilidad de aquéllos que pretenden alejar a los jóvenes de comportamientos considerados de «riesgo» informándoles de los peligros a los que se exponen, u ofreciéndoles vías «menos riesgosas» (como se está haciendo respecto del SIDA con las campañas que promueven el «sexo con preservativo» o la drogadicción con «jeringa descartable»). Esto implica el no darse cuenta de que en muchos ambientes modernos, decepcionados de los placeres que se tornan monótonos y repetitivos, el riesgo y el juego con la muerte, es parte de la atracción buscada y, en algunos casos (relacionado, especialmente con la droga), se convierte en parte de un auténtico «ritual».
6. Juicio psicológico y moral
1) El juicio moral
Es claro que el juicio moral que hemos de hacer respecto de la pornografía y de los comportamientos que la misma supone, sugiere, incita, ampara y publicita, es un juicio negativo.
Ante todo, el fenómeno que estamos analizando es intrínsecamente perverso por su objeto, es decir, por la relación que tales manifestaciones sexuales publicitadas tienen con el verdadero bien integral de la persona humana. El hombre considerado en su verdad integral, en sus inclinaciones naturales, en sus dinamismos y sus finalidades materiales y espirituales, es totalmente subvertido por los comportamientos sexuales promovidos por la pornografía. Es contradictorio con el bien humano, el bien de la persona humana, todo comportamiento extramaritral, adultero, fornicario u homosexual. Es decir, todos aquellos comportamientos donde no se salvaguarden los bienes fundamentales de la heterosexualidad, la fidelidad, la donación total (que incluye la apertura a la vida), que son esenciales al amor verdadero. Consecuentemente es también inmoral el promocionarlos.
La heterosexualidad, la fidelidad y la donación total, sólo se salvaguardan simultáneamente cuando la expresión sexual tiene lugar dentro del matrimonio legítimamente constituido. Dentro de él, el único comportamiento ético respetuoso del bien de los esposos es la castidad conyugal (es decir, el ejercicio ordenado de la sexualidad, como expresión y fomento del amor conyugal y de la apertura y acogida de la nueva vida). Fuera del matrimonio, la castidad exige la continencia absoluta.
A este respecto bien vale una puntuación más. La castidad exige la custodia no sólo de nuestros actos externos, sino de nuestra mente y de nuestro corazón. La pendiente que hemos analizado comienza ante todo en el terreno de las fantasías sexuales, es decir, en los pensamientos y en los deseos; los efectos de la pornografía inciden principalmente en el terreno de la imaginación, del pensamiento y de la volición; allí hacen su primera devastación moral; sólo más tarde tendrá lugar el ejercicio externo de la lujuria. Por eso Nuestro Señor condenó los mismos pecados internos de lujuria: Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón (Mt 5,28).
Es también perverso por su fin que consiste en la publicidad de tales comportamientos y en despertar los bajos instintos, el sugerir el pecado, el corromper directamente el pudor e inducir a la lujuria. Con razón los pornógrafos han sido calificados por un psicoanalista como «fabricantes de ansia»[30]. Con tal intención se trata de un pecado de escándalo.
Es perverso, finalmente, por las consecuencias y efectos que produce en el individuo, en la familia y en la sociedad. Es parte de la construcción de la «cultura de muerte» que caracteriza nuestra sociedad contemporánea[31].
2) El juicio psicológico
Señala Gianfrancesco Zuanazzi[32] que si nos fijamos en la finalidad de la función biológica y en la intencionalidad de la persona humana, resulta claro que la sexualidad supera al individuo, ya sea en elplano biológico en provecho de la especie, ya en el plano psicológico en el encuentro con «el otro». La norma de valor para la función sexual es, pues, la transitividad, la superación del yo.
En este sentido, ser biológicamente capaces de reproducirse no significa tener madurez sexual. El progreso sexual no es mera perfección técnica, sino evolución armónica de funciones en el respeto de los valores humanos; y la madurez sexual consiste en la capacidad de llevar a cabo una elección, de vivirla y renovarla en un acto de amor.
Es propio del niño, durante sus primeros años, el cerrar sobre sí mismo el círculo de sus propias impresiones, adoptando actitudes defensivas, negativas y de oposición. El ser humano, al superar esto adquiere la dimensión transitiva y trascendente. Cuando, en cambio, no queda superada la actitud egocéntrica característica de la infancia, se cae en la neurosis. Y de modo concreto, cuando la sexualidad se queda en una dimensión posesiva, opositiva o competitiva, sin convertirse en oblativa, se convierte en una sexualidad de tipo neurótico. En estos casos no es raro que aparezcan disturbios funcionales, que son el resultado, y no la causa, de tantos fallos: el amor es el que justifica la función sexual y renueva el deseo.
Dramática es la situación cuando no se trata de casos aislados sino de un fenómeno de amplias dimensiones, como el que analizamos. Sigue indicando Zuanazzi que el éxito de las revistas pornográficas no se debe simplemente a la imagen de la tapa, sino más profundamente, a la imagen que la revista ofrece de «lo que significa ser hombre». Todas estas canalizaciones pornográficas que hemos indicado más arriba, no venden solamente «material» pornográfico, sino «conceptos» pornográficos, «ideales» y «valores». Y esos canales presentan, promueven e implantan un modelo humano que es, en el fondo, el modelo de un hombreenfermo (y no nos referimos al homosexual, al sadomasoquista o al pederasta, sino al consumidor «normal» de pornografía). Es un enfermo porque se trata de:
-Un ser humano profundamente utilitarista y antisocial (hombres misóginos y mujeres misándricas): no aman sino que usan. Esto supone siempre desprecio o menosprecio, materialización e instrumentación del «otro».
-Un ser humano antisexual. Como indica Zuanazzi, las revistas de sexo son profundamente antisexuales, porque en realidad diluyen y disipan la auténtica sexualidad.
-Un ser humano neurótico y potencialmente peligroso: biológicamente desarrollado y afectivamente retrasado; el erotismo pornográfico encierra el más descarado egoísmo; y un egoísta -aquél para quien sólo importa su propio ego, su bienestar, y está dispuesto a destruir todo lo que se oponga a él- es un ser potencialmente peligroso.
-Un ser humano frustrado. Ha dicho A. Kaplan que la pornografía sólo se nutre de la frustración. Esta expresión encierra una indiscutible verdad. La pornografía es el alimento del frustrado, es decir, del hombre o la mujer para quien el amor verdadero -y la auténtica sexualidad- ha sido una experiencia de frustración. Las variantes sexuales que la publicidad pornográfica le ofrece son «escapismos», caminos nuevos en donde probar suerte. La degradación paulatina que es intrínseca a todo amor falso, demuestra que no hace más que aumentar la experiencia de frustración. Es en este sentido que un autor dijo que «la masturbación es la rúbrica que uno pone a su fracaso». Lo mismo se diga para toda sexualidad que pervierta el amor verdadero.
-Un ser humano psíquicamente pervertido (al menos en potencia). Señalaba H. Bless en su clásico estudio sobre la pastoral psiquiátrica[33] que con frecuencia los que tienen una vida sexual pervertida (tendencias sadomasoquistas, fetichistas, exhibicionistas, pulsiones al bestialismo, travestismo, homosexualismo, o a la necrofilia) lo deben al hecho de haberse quedado en una fase infantil de su vida apetitiva sexual. En ellos se han fijado formas infantiles de satisfacciones eróticas. Esto suele ser causa del sentimiento de insuficiencia, que puede fácilmente dar lugar a conflictos, los cuales, a su vez, causan perversiones sexuales. A esto hay que añadir como agravante los malos hábitos adquiridos durante la juventud, y el condicionamiento que causa el ambiente pornográfico de la sociedad actual: al que no nace con estos problemas, nuestra sociedad se los ofrece o se los crea.
7. Colofón
Con estas páginas no he querido limitarme a presentar el sombrío paisaje de la sexualidad contemporánea, sino a volcar la atención hacia dos puntos focales.
El primero de ellos es dejar en claro que la perversión de la sexualidad y la pornografía (es decir, la publicidad de dicha perversión) es la adulteración del amor verdadero. Y que no hay términos medios entre una realidad y otra. El amor verdadero no tiene nada que ver con la sexualidad deformada, y ésta se opone diametralmente al concepto de amor: tanto como un movimiento centrífugo se opone a uno centrípeto. El egoísmo y el amor se oponen, se niegan y se destruyen.
Lo segundo es dejar sentado que hay, si no podemos decir tanto como un nexo de causalidad, al menos una «lógica interna» entre las formas más superficiales de perversión sexual y las deformaciones más graves y aun patológicas. Ciertamente que quien mantiene relaciones adulterinas o prematrimoniales no termina necesariamente en el sadomasoquismo, ni tiene por qué acabar siendo un consumidor de «sexo virtual». Pero entre la falta del amor oblativo y de fidelidad inalterada de las primeras, y el egoísmo enfermizo de los últimos hay elementos comunes que nos permiten englobarlos en un mismo fenómeno. Si decimos que no hay una relación de causa-efecto es porque afirmamos la libertad humana, capaz de sobreponerse siempre a las exigencias tiranizantes de una concupiscencia desenfrenada. Pero cierta relación hay, y la conocen los vendedores de pornografía, como hemos visto al señalar las leyes por las que se rigen: ellos saben bien que puestos en la cuesta, las pasiones exigirán a sus consumidores siempre más, y más en el sentido de novedad, de grotesco, de deforme, hasta la patología. «Los hombres, dice Chesterton, pueden establecer un cierto límite al bien. Pero nadie ha sido capaz de guardar un límite para el mal».
¿Qué hacer? A mi modo de ver hay dos formas de enfrentar esta situación, la primera consiste en sentarnos a contemplar la corrupción moral de nuestra sociedad y dedicarnos a los vaticinios catastróficos. Podríamos, y no sin razón, decir con el autor de aquel anónimo medieval que ponía en boca del augur que contemplaba la corrupción troyana:
¡Gente loca,
gente dura,
e qué poca
es la cura
que de vos mesmos avedes!
Mas bien sé yo,
malfadados,
bien yo veyo
por pecados,
que todos por end morredes…
La otra actitud consiste en sembrar en esta cultura de muerte, en esta sociedad de muertos, gérmenes de vida, porque, como señala Juan Pablo II: «este horizonte de luces y sombras debe hacernos a todos plenamente conscientes de que estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la ‘cultura de la muerte’ y la ‘cultura de la vida’. Estamos no sólo ‘ante’ sino necesariamente ‘en medio’ de este conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionadamente en favor de la vida»[34].
El mundo pagano que San Pablo fustiga duramente en su carta a los Romanos, tan semejante al nuestro en muchos aspectos, fue purificado por Dios de sus vicios suscitando en su seno -y de su seno- sangre pura y sangre virgen. Es extraordinaria la lista de las jóvenes y los jóvenes vírgenes que asombraron con su entereza al paganismo lujurioso en los primeros siglos; las mujeres y hombres que vivieron en plenitud su castidad matrimonial; los que hicieron de su cuerpo templos puros para un Dios infinitamente santo.
El mismo paganismo reconoció el valor de la virginidad y de la castidad. El hedonismo romano alabó a Lucrecia por preferir la muerte antes que la ignominia; el sensualismo griego exaltó a Penélope por su fidelidad indiscutida. El Imperio pagano de Roma estaba convencido tanto de que su existencia dependía ineluctablemente de que no se extinguiera el fuego sagrado que ardía noche y día en el templo de Vesta, cuanto de que éste sólo podía y debía ser custodiado por vírgenes: en el fondo la supervivencia del corrupto imperio dependía de la virginidad.
Decía Chesterton que la virtud no es ausencia de vicios o la evitación de peligros morales; la virtud es algo vívido y destacado, como el dolor o como un determinado aroma. Misericordia no significa no ser cruel o evitar a la gente venganza o castigo; significa una cosa clara y positiva como el sol. Castidad no es abstención de desvíos sexuales; significa algo flamígero.
El hedonista y el lujurioso es un hombre triste y, en definitiva, escéptico: su boca está llena de palabras como «placer, libertad, deleite, satisfacción, felicidad, amor». Pero, en el fondo, no cree en nada de eso. No cree en la felicidad, porque no puede tener experiencia de ella. Para el puro, en cambio, esos términos tienen sentido, y él tiene experiencia de ello. Parafraseando a Agustín podría decir: «dame un corazón virgen y él me entenderá».
En otro tiempo, dijo un autor, virtud significaba fuerza y gracia, y su resplandor hacía huir a los demonios. También en nuestro tiempo significa eso. Y serán los hombres puros, los esposos castos y las jóvenes vírgenes quienes harán huir a los demonios de nuestra sociedad.