¿Es verdad que los anticonceptivos disminuyen los abortos?

Pregunta:

Se dice, como argumento a favor de las píldoras anticonceptivas, que su uso disminuye el número de abortos y que, por tanto, al menos deberíamos tolerarlas como una mal menor. ¿Podría ampliarme este tema?

 

Respuesta:

Estimado:

         Le contesto con lo que ha escrito el Papa Juan Pablo II sobre este tema en la Encíclica Evangelium vitae: «…Se afirma con frecuencia que la anticoncepción, segura y asequible a todos, es el remedio más eficaz contra el aborto. Se acusa además a la Iglesia católica de favorecer de hecho el aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción. La objeción, mirándolo bien, se revela en realidad falaz. En efecto, puede ser que muchos recurran a los anticonceptivos incluso para evitar después la tentación del aborto. Pero los contravalores inherentes a la mentalidad anticonceptiva -bien diversa del ejercicio responsable de la paternidad y maternidad, respetando el significado pleno del acto conyugal- son tales que hacen precisamente más fuerte esta tentación, ante la eventual concepción de una vida no deseada. De hecho, la cultura abortista está particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción. Es cierto que anticoncepción y aborto, desde el punto de vista moral, son males específicamente distintos: la primera contradice la verdad plena del acto sexual como expresión propia del amor conyugal, el segundo destruye la vida de un ser humano; la anticoncepción se opone a la virtud de la castidad matrimonial, el aborto se opone a la virtud de la justicia y viola directamente el precepto divino ‘no matarás’.

         A pesar de su diversa naturaleza y peso moral, muy a menudo están íntimamente relacionados, como frutos de una misma planta. Es cierto que no faltan casos en los que se llega a la anticoncepción y al mismo aborto bajo la presión de múltiples dificultades existenciales, que sin embargo nunca pueden eximir del esfuerzo por observar plenamente la Ley de Dios. Pero en muchísimos otros casos estas prácticas tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de libertad que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad. Así, la vida que podría brotar del encuentro sexual se convierte en enemigo a evitar absolutamente, y el aborto en la única respuesta posible frente a una anticoncepción frustrada.

         Lamentablemente la estrecha conexión que, como mentalidad, existe entre la práctica de la anticoncepción y la del aborto se manifiesta cada vez más y lo demuestra de modo alarmante también la preparación de productos químicos, dispositivos intrauterinos y ‘vacunas’ que, distribuidos con la misma facilidad que los anticonceptivos, actúan en realidad como abortivos en las primerísimas fases de desarrollo de la vida del nuevo ser humano»[1].

         Por este motivo, varias investigaciones llevadas a cabo sobre el tema (por ejemplo en Finlandia, Dinamarca, Estados Unidos, etc.) han puesto de manifiesto que el primer efecto del uso de los contraceptivos ha sido el de llevar a sus usuarios a una actitud más negativa en relación con la conservación del niño eventualmente engendrado en sus relaciones sexuales y, por tanto, hacer un mayor uso del aborto.

         Y decimos esto refiriéndonos al aborto quirúrgico; demás está decir que en muchos casos no existe la alternativa «anticoncepción o aborto» simplemente porque la alternativa se plantea entre «aborto quirúrgico» y «aborto químico» (casi todas las píldoras tienen efectos abortivos y algunas son exclusivamente abortivas).

 

Bibliografía para profundizar:

            Jacques Suaudeau, Las raíces comunes de la píldora anticonceptiva y del aborto: una información para los confesores; en: Consejo Pontificio para la Familia, Moral conyugal y sacramento de la penitencia, Palabra, Madrid 1999, 223-250.

[1] Evangelium vitae, n. 13.

aborto

¿Se puede absolver a una persona que ha realizado un aborto?

Pregunta:

Aprovecho para hacerle una pregunta: después del año Jubilar, ¿cualquier sacerdote está capacitado para perdonar el pecado del aborto o sigue siendo sólo el Obispo o algún sacerdote especial? Le pido por favor que me aclare esta duda.

Respuesta:

Estimada:

Para responder la consulta que me hace debo hacer algunas aclaraciones pues está de por medio la pena canónica de excomunión. El Código de derecho canónico prevé la pena de excomunión latae sententiae (o sea, de modo “automático”) para el aborto en caso de que se reúnan las siguientes condiciones[1]: 1º mayoría de edad (18 años cumplidos para que se le aplique una pena latae sententiae, si tiene más de 16 y menos de 18 puede ser excomulgado pero con una pena ferendae sententiae); 2º conocimiento de que se trata de un pecado grave; 3º conocimiento de que existe tal pena eclesiástica; 4º que el acto se realice con la plenitud propia de un acto humano (o sea, no en estado de embriaguez involuntaria u otra causa que disminuya la voluntariedad del acto humano); 5º finalmente, cuando el aborto no sólo ha sido intentado sino que de hecho se ha producido (effectu secuto).

Al reunirse estas condiciones incurren en excomunión: 1º quienes procuran el aborto (la madre, el médico, la partera); 2º quienes cooperan induciéndolo (el esposo, el novio, los que aconsejan realizarlo); 3º los que cooperan en la intervención quirúrgica (enfermeros); 4º y todos aquellos “sin cuya obra el delito no habría sido cometido”[2] (por ejemplo, los directivos del Hospital que prestan las instalaciones para este tipo de actos).

Cuando no se reúnen estas condiciones la persona comete un pecado muy grave (de hecho es un homicidio “cualificado”, ya que se trata del asesinato de un ser humano indefenso) pero no se incurre en la pena de excomunión. De aquí los dos casos posibles en orden a la confesión sacramental.

El primero es cuando la persona que se viene a confesar ha realizado un aborto o ha ayudado en un aborto pero no ha incurrido en excomunión (porque no se verificaron las condiciones anteriormente señaladas). En tal caso cualquier sacerdote con licencias ordinarias tiene capacidad para absolver el pecado cometido dentro de una confesión sacramental.

El segundo caso es cuando viene a confesarse una persona excomulgada. Aquí debemos distinguir a su vez dos posibilidades:

1- De modo ordinario sólo puede absolver de la excomunión por pecado de aborto el Obispo y los sacerdotes delegados por él. Esto varía en cada diócesis: en algunas todos los sacerdotes tienen esta licencia, en otras sólo los párrocos, en otras sólo algunos sacerdotes determinados por el Obispo.

2- Cuando el penitente se encuentra en “situación urgente” (llamado también “caso urgente”) por el cual no puede esperar a buscar un sacerdote con licencias para que lo absuelva de esta censura, cualquier sacerdote con licencia para confesar (aunque no tenga la delegación para absolver censuras) puede absolver de esta censura de aborto en este caso concreto y sólo para este caso (debido precisamente a la urgencia del mismo), pero quedando la obligación de realizar un trámite posterior que se denomina “recurso” (lo puede hacer el mismo penitente o el sacerdote si el penitente se lo pide) quedando obligado a realizarlo –al menos a comenzarlo– dentro del mes contando desde el día de la absolución (bajo pena de reincidir en la censura si no se hace por desidia o algo análogo). El recurso se hace ante alguien que tenga de modo “ordinario” esta licencia (ya sea un confesor delegado ordinariamente, o el Obispo o la Santa Sede). Todo confesor está obligado a conocer cómo se realiza este trámite.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

Bibliografía:

Miguel Ángel Fuentes, Revestíos de entrañas de misericordia. Manual de preparación para el ministerio de la penitencia, EVE, San Rafael 2007.

[1] Cf. Código de Derecho Canónico, c. 1398.

[2] Código de Derecho Canónico, c.1329, 2.

fecundación asistida

El ‘proyecto de ley de fecundación asistida’: objeciones legales y morales

Pregunta:

¿Qué juicio merece, ante la moral católica, el proyecto de ley sobre ‘fecundación asistida’ aprobado recientemente por la Cámara de Senadores en nuestro país?

Respuesta:

1. El estado de la discusión en la Argentina

La Cámara de Senadores acaba (1997) de aprobar con media sanción un proyecto sobre fecundación artificial[2]. Los periódicos han presentado la noticia subrayando el descontento de médicos y científicos por el carácter restrictivo del proyecto y la ‘satisfacción a medias’ de la Iglesia Católica[3]. En nuestro país el debate se remonta a principios de la década de los noventa. Las prácticas vienen desarrollándose desde bastante tiempo atrás, no sólo en el campo de la estimulación hormonal y la fecundación ‘in vitro’ sino también en el de la crioconservación (conservación por congelamiento). De hecho, se afirma que en Argentina hay en la actualidad 1.300 embriones congelados[4]. A lo largo de estos años han sido presentados diversos proyectos para regular la práctica de la fecundación artificial o fecundación ‘asistida’ como es generalmente (mal y capciosamente) llamada. De entre todos los propuestos, dos fueron abriéndose camino: el proyecto moderado de los justicialistas Britos y Del Valle Rivas, y el de los radicales Laferrière y Storani (más liberal y apoyado por muchos científicos). Estos se distinguían en varios items principales que vale la pena señalar[5]:

PUNTOS CLAVES

LAFERRIERE-STORANI

BRITOS-DEL VALLE RIVAS

Comienzo de la vidaDesde el momento de la implantación del óvulo fecundado en la mujerDesde la fecundación del óvulo por el espermatozoide
Congelamiento de embrionesNo, y se lo sanciona
Transferencia de embriones fecundados in vitroSí, y sin límiteSí, pero sólo hasta 3
Donación de embrionesNo
Donación de óvulos y esperma de tercerosSí, en forma anónima y gratuitaNo, y se la sanciona
Selección de sexoSólo para prevenir enfermedades genéticasNo se expide
Alquiler de útero
SujetosUna pareja formada por un varón y una mujerPersonas casadas o convivientes de hecho

El proyecto de ley finalmente aprobado (que guarda más similitud con el presentado en su momento por Britos y Del Valle Rivas), puede ser considerado, dentro de las opciones que se ha barajado y teniendo en cuenta otras legislaciones actualmente vigentes en el mundo, como moderado. Así, por ejemplo[6]:

-Restringe la técnica a parejas heterosexuales casadas o convivientes de hecho durante tres años.

-Exige que sea realizada con el consentimiento expreso de la pareja que, infructuosamente, haya probado otros métodos de fertilización menos complejos.

-Permite sólo la implantación de un máximo de 3 embriones.

-Prohíbe el alquiler de útero, la clonación, la manipulación genética, la inseminación de la viuda con material genético del marido, el utilizar material genético (semen u óvulos) ajenos a la pareja y la selección de sexo.

-Permite la crioconsevación de los óvulos fecundados sólo en casos de excepción, como la muerte de la madre antes de que sea implantado.

-Crea un registro de los óvulos crioconservados ya existentes. Acepta la adopción prenatal.

2. Evaluación moral

¿Qué debemos decir de esto desde el punto de vista moral católica y de  la moral natural? Hay que decir que el aprobado es el menos malo de los proyectos; pero que, sin embargo, sigue siendo intrínsecamente inmoral. ¿Por qué? Respondamos en los siguientes puntos: 1º ¿por qué la fecundación artificial es inmoral? 2º ¿qué clase de intervención es permisible desde el punto de vista moral? 3º ¿qué valor merecen las objeciones en contra de la la ‘restrictividad moral’ sobre este punto?

            1) La fecundación artificial

Partimos de la base que sólo es digno de tomarse en consideración la fecundación artificial ‘homóloga’ es decir, la realizada dentro de una pareja monogámica unida por un matrimonio legítimo. La fecundación artificial entre personas no casadas (convivientes o no convivientes) o realizada con esperma u óvulos donados, se encuadra dentro de otros parámetros jurídicos: o la fornicación o el adulterio.

Por fecundación artificial entendemos tanto la fecundación extracorpórea (vulgarmente llamada ‘in vitro’) y la fecundación intracorporea (inseminación artificial o fecundación ‘in vivo’) en las que interviene una tercera persona (el técnico) de modo tal que se separan los dos significados o dimensiones del acto conyugal.

Éste es el punto clave y determinante para responder a la cuestión: el acto conyugal tiene dos dimensiones que son intrínsecamente indisolubles por voluntad divina, inscritas en la naturaleza del hombre y de la mujer; son la dimensión unitiva y la dimensión procreativa. El Papa Juan Pablo II gusta en llamarlas ‘los dos significados del acto conyugal’ para subrayar el hecho de que se inscriben dentro del ‘lenguaje del cuerpo’: Dios nos habla de su voluntad sobre el hombre y la mujer y sobre la sexualidad, a través de las leyes que Él ha inscrito en el cuerpo humano. Es tarea del hombre ‘leer’ y ‘entender’ su mensaje y su voluntad; por eso, guardan para él un ‘significado’. Lo que el cuerpo, con su realidad, su estructura, sus leyes, sus ritmos, le dice es que en el acto conyugal es donde un hombre y una mujer encuentran la mayor capacidad de unión y donación, y, al mismo tiempo, el único medio por el que pueden ‘llamar dignamente’ a la vida a un nuevo ser fruto de esa unión y mutua donación. Un significado se expresa a través del otro: el llamar a la existencia al hijo se da a través del acto que une y despoja a cada uno de los esposos para entregarse totalmente al otro (le entrega todo: su afecto, su espiritualidad, su cuerpo y su capacidad procreativa); al mismo tiempo la unión y mutua donación total sólo pueden lograrla en la medida en que sus actos queden ‘abiertos’ al hijo ‘posible’; por eso, en cuanto ponen obstáculos artificiales para que ese hijo sea ‘un imposible’, también ponen obstáculos a la mutua entrega y al amor, y el acto se convierte en dos egoísmos que se suman; no en una renuncia de sí para darse, sino en un despojo y una rapiña del otro (tomando su afecto, su sensualidad, su corporeidad).

Todos los actos que se opongan a esta íntima unión, es decir, que dividan e incomuniquen estos dos elementos, atentan a la dignidad del matrimonio, del amor y, si engendran un hijo (como es el caso que analizamos) atentan contra la misma dignidad del hijo. Porque todo hijo, todo ser humano, tiene ciertos derechos inalienables: el derecho de no ser ‘fabricado’ sino de ser ‘llamado’ y de ser ‘un don de Dios’; el derecho de nacer de un acto de amor exclusivo y total de su padre y de su madre, no de un acto técnico de un científico; el derecho de ser un ‘regalo’ siempre inesperado, siempre misterioso, aunque se hayan puesto los medios para que venga al mundo; el derecho a no ser un simple ‘éxito científico’ o un posible ‘fracaso’; etc.

Respondiendo propiamente ahora a las dos vías posibles de fecundación artificial que hemos mencionados podemos decir, con la Instrucción ‘Donum vitae'[7]:

a) Respecto de la fecundación artificial extra corporea con posterior transferencia del embrión: ‘La  FIVET homóloga se realiza fuera del cuerpo de los cónyuges por medio de gestos de terceras personas, cuya competencia y actividad técnica determina el éxito de intervención; confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal relación de dominio es en sí contraria a la dignidad y a la igualdad que debe ser común a padres e hijos. La concepción in vitro es el resultado de la acción técnica que antecede la fecundación; esta no es de hecho obtenida ni positivamente querida como la expresión y el fruto de un acto específico de la unión conyugal. En la FIVET homóloga, por eso, aun considerada en el contexto de las relaciones conyugales de hecho existentes, la generación de la persona humana queda objetivamente privada de su perfección propia: es decir, la de ser el término y el fruto de un acto conyugal, en el cual los esposos se hacen ‘cooperadores con Dios para donar la vida a una nueva persona’. Estas razones permiten comprender por qué el acto conyugal es considerado por la doctrina de la Iglesia como el único lugar digno de la procreación humana… La Iglesia es contraria desde el punto de vista moral a la fecundación homóloga ‘in vitro’; ésta es en sí misma ilícita y contraria a la dignidad de la procreación y de la unión conyugal, aun cuando se pusieran todos los medios para evitar la muerte del embrión humano'[8].

b) Respecto de la inseminación artificial homóloga. Esta es aquella en la que la mujer recibe el semen del esposo legítimo y la fecundación tiene lugar ‘en el mismo cuerpo’. En este caso hay que afirmar que cuando separa los dos significados o dimensiones del acto conyugal es ilícita e inmoral, aunque sea menos grave que el caso anterior. Cuando ocurre de este modo la inseminación artificial propiamente sustituye el acto conyugal, toma su lugar (sin embargo, como veremos en el punto siguiente, hay intervenciones técnicas que no llegan a ser sustitutivas del acto conyugal y, por eso, en línea de principio pueden ser lícitas). A esto suelen añadirse generalmente circunstancias agravantes como el hecho de la obtención del esperma por masturbación.

            2) La ayuda a la procreación

¿Qué es lícito hacer para ayudar a la procreación en matrimonios con problemas para tener hijos? Todo cuanto se encuadre dentro del concepto de ‘ayuda’ y no constituya ‘una sustitución’ del acto conyugal. Esto tiene lugar sólo dentro de la ‘inseminación artificial impropiamente dicha’. ‘La inseminación artificial homóloga dentro del matrimonio no se puede admitir -dice la Instrucción Donum vitae-, salvo en el caso en que el medio técnico no sustituya al acto conyugal, sino que sea una facilitación y una ayuda para que aquél alcance su finalidad natural'[9].Y más adelante explicita la razón: ‘El acto conyugal, por su estructura natural, es una acción personal, una cooperación simultánea e inmediata entre los cónyuges, la cual, por la misma naturaleza de los agentes y por la propiedad del acto, es la expresión del don recíproco que, según las palabras de la Sagrada Escritura, efectúa la unión ‘en una sola carne’. Por eso, la conciencia moral ‘no prohíbe necesariamente el uso de algunos medios artificiales destinados exclusivamente sea a facilitar el acto natural, sea a procurar que el acto natural realizado de modo normal alcance el propio fin’ (Pío XII). Si el medio técnico facilita el acto conyugal o le ayuda a alcanzar sus objetivos naturales puede ser moralmente aceptado. Cuando, por el contrario, la intervención técnica sustituya al acto conyugal, será moralmente ilícita'[10].

El criterio, por tanto, es el de la ayuda o asistencia. A veces se hace difícil precisar este concepto y mantenerlo dentro de sus justos límites. ¿Cuándo puede considerarse la acción de un técnico como propiamente adyuvante y sólo tal? En términos generales, cuando la acción es tal que respeta la relación inmediata de ‘causa y efecto’ entre el acto conyugal y la consecuente fecundación; ésta última debe ser efecto directo de la unión sexual entre los esposos; debe haber cierta ‘continuidad’ entre uno y otro acto: el de las personas (opus personarum) y el de la naturaleza (opus naturae). ¿Qué tipo de continuidad? Tiene que ser una continuidad a la vez temporal, real y lógica: es decir, que entre la causa que da origen al proceso (acto conyugal) y el efecto final (fecundación), debe darse un tiempo de algún modo continuo, a lo largo del cual van sucediéndose ciertas fases que son consecuencia de la causa original. Puede ocurrir que el proceso se detenga aparentemente, pero en realidad sigan latentes las tendencias naturales de los procesos biólogicos y esas mismas tendencias vuelvan a poner en movimiento el proceso fecundador (por ejemplo, cuando después del acto conyugal, el semen queda en reposo un tiempo determinado en la vagina para luego retomar su tendencia natural de buscar el óvulo). No debe darse, en cambio, un hiato temporal completo entre el comienzo del proceso y el último efecto, es decir, una detención total del proceso y una posterior puesta en movimiento por un agente exterior (el médico o técnico); si así fuera, la fecundación habría que atribuírla no al acto sexual sino al que después de suspendido el proceso volvió a ponerlo en marcha desde cero (el médico o técnico).

Hay intervenciones técnicas que se limitan a aportar tal tipo de ayuda: facilitando a los gametos masculinos el sobrepasar obstrucciones en el aparato genital femenino; o, por el contrario, haciendo pasar el óvulo determinados obstáculos en las trompas de Falopio, etc. En estos casos, se encuadra dentro del concepto de ayuda, pues no sustituye la obra propia de los cónyuges y ésta es la causa inmediata de la fecundación; se corrige, simplemente, los defectos de la naturaleza.

¿Por qué es necesario que sea así? Porque la procreación no es un hecho meramente biológico del hombre, sino un acto ‘personal’ y ‘conyugal’. Es decir que la procreación exige, para ser humana, que sea un acto que englobe libre y responsablemente la totalidad de cada una de las personas de los cónyuges de modo exclusivo. No hay ninguna persona que no sea al mismo tiempo cuerpo, afectividad y espíritu; por tanto, no hay ejercicio realmente humano y personal que no encierre al mismo tiempo estas tres dimensiones[11]. Cualquier otro modo de concebir la fecundación la está valorando como un fenómeno puramente animal o un mero proceso biológico; y esto no implica sólo una degradación de la sexualidad humana sino, y principalmente, una infravaloración del fruto de la fecundación -el ser humano- que pasa a ser ‘manufactura médica de laboratorio’.

            3) Las objeciones contra la doctrina de la Iglesia

Los argumentos contra la enseñanza de la Iglesia se reducen a dos clases: los ideológicos y los sentimentales.

a) Los argumentos ideológicos rechazan la posición de la Iglesia que, en lo concerniente a este tema, se limita a recoger las líneas directrices de la moral fundada en la ley natural. Por ejemplo, se objeta que no podemos someternos a una ley puramente natural; que el dominio del hombre sobre la naturaleza no puede ser limitado por directrices fundadas en parámetros puramente biológicos o en una pretendida Voluntad del Creador, etc. Sin entrar en la discusión que exigiría refutar una presentación de la ley natural que no es la que sostiene la filosofía tradicional de Occidente ni el Magisterio de la Iglesia, sólo quiero recordar que de las consecuencias que se siguen de la inobservancia a la ley natural tenemos sobradas pruebas en el campo de la clonación, de la eutanasia, de las selecciones raciales, de la experimentación a alto riesgo con víctimas involuntarias, la esterilización masculina y femenina, etc. Nunca debemos olvidar que los campos de exterminio de la segunda guerra, las campañas de limpieza étnica de la última década, los genocidios ruandeses y etíopes, el terrorismo asesino, la eutanasia, el aborto o la reciente eliminación de embriones humanos que se practican en los más asépticos hospitales y centros de salud de nuestra moderna época, etc., se guían todos por el mismo principio ético. Mientras admitamos uno sólo de sus fenómenos, estamos aceptando la teoría que les da vida y por tanto aceptamos, en línea de principio, todas sus manifestaciones. En este orden de cosas, también la fecundación artificial cae dentro de la misma bolsa: aquélla donde se amontonan todos los que admiten la superioridad de la ciencia y de la técnica sobre la moral, los que proclaman una independencia total de ambos campos o los que simplemente exigen regirse por su libertad omnímoda y sus parecéres personales por encima de criterios objetivos y fundados en una ley universal y natural[12].

b) Los demás argumentos, aunque parezcan variados, son todos de orden sentimental, como los que esgrimen científicos de cierto renombre en nuestro país. Por ejemplo, el Dr. Sergio Pasqualini, de la Fundación Halitus, quien dice, refiriéndose a los 1.500 embriones actualmente congelados en centros de fecundación argentinos: ‘A estos chicos vamos a tener que explicarles que, gracias a Dios, nacieron antes de que apareciera esta ley restrictiva'[13]; o cuando se expresaba hace unos años: ‘La alegría de los que al fin pueden tener hijos es lo fundamental'[14]. O la ‘filósofa experta en temas de bioética’ Esther Díaz: ‘Es como si quisieran controlar el deseo de las personas, como en el siglo XVIII. ¿Por qué si quiero tener un hijo tengo que casarme? ¿Qué pasa si una mujer soltera desea ser madre?'[15]. O simplemente quienes presentan la fecundación artificial como ‘terapéutica de la esterilidad’: ‘En un extremo se encuentra la Iglesia con su oposición a casi todas las nuevas técnicas que solucionan la esterilidad‘[16]: con la fecundación artificial los estériles siguen siendo tales y en realidad se sustituye con esta investigación la que realmente debería hacerse en orden a solucionar el problema de la esterilidad.

También es un argumento de orden afectivo el ‘deseo de tener un hijo’. El deseo, por parte de matrimonios legítimamente constituídos, es ciertamente encomiable; pero la legitimidad de desear algo no hace legímita su adquisición por cualquier medio: el fin no justifica los medios. El matrimonio no da derecho al hijo, el cual es siempre y definitivamente un don de Dios. Enseña por eso el Catecismo de la Iglesia: ‘El hijo no es un derecho sino un don. El ‘don más excelente del matrimonio’ es una persona humana. El hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento de un pretendido ‘derecho al hijo’. A este respecto, sólo el hijo posee verdaderos derechos: el de ‘ser el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres, y tiene también el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción»[17].

Es también un argumento afectivo el presentar la esterilidad como un mal absoluto. Es ciertamente un mal pero no es el mal definitivo y sin solución espiritual: ‘El Evangelio enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto. Los esposos que, tras haber agotado los recursos legítimos de la medicina, sufren por la esterilidad, deben asociarse a la Cruz del Señor, fuente de toda fecundidad espiritual. Pueden manifestar su generosidad adoptando niños abandonados o realizando servicios abnegados en beneficio del prójimo'[18].

3. Conclusión

La fecundación artificial no es ningún servicio a la vida. Primero, porque la ciencia biomédica juega, en este terreno, con los sentimientos de los esposos estériles para sus propios intereses. Si se mueven solamente por fines científicos o también de lucro -o sólo de lucro- habrá que verificarlo en cada caso concreto. No dudo que algunos también pueden hacerlo creyendo en buena fe que prestan un gran servicio; esto no disminuye su error.

En segundo lugar, porque todos sus encomiables esfuerzos deberían gastarse en hacer otro servicio a la vida que está pendiente en nuestra sociedad: la abolición absoluta del aborto,  con el cual muchos científicos que tan ardientemente defienden la fecundación artificial tienen graves responsabilidades. Si la ciencia y la medicina quiere propagar la vida, antes que producirla en laboratorio tendría que dejar de bañar sus manos en la sangre de los miles de inocentes que inmola diariamente al Moloch de la ciencia: en la actualidad, y sólo teniendo en cuenta los abortos quirúrgicos (y las cifras oficiales), se practican más de 100 (cien) abortos por minuto en el mundo; es decir, más de un aborto (casi dos) por segundo. No debemos olvidar que en la inmensa mayoría (o casi totalidad) de las técnicas de fecundación artificial se admite la posibilidad del aborto de los embriones malformados o de la destrucción de embriones congelados no reclamados. Es lógico; el mismo médico que habla de lo que tendrá que decirle a los embriones argentinos congelados cuando nazcan (el Dr. Pascualini), hace un par de años declaraba: ‘un embrión no es un niño. Es un embrión'[19]. Es lo mismo que pensaban y piensan los que hace un año destruyeron los 3.300 embriones congelados en Gran Bretaña, cuyos padres -más fríos que sus hijos- no reclamaron después de cinco años de crioconservación. Incluso, prefirieron destruirlos antes que entregarlos (como solución extrema) a los 137 matrimonios que se ofrecieron a adoptarlos[20].

No está al servicio de la vida y de la sociedad, porque es la misma mentalidad (y los mismos principios morales) la que propulsa la fecundación ‘artificial’ para los que quieren tener hijos pero no pueden, y la que promueve el sexo sin fecundidad para los que pueden tener hijos y no quieren. En ambos casos lo esencial es la división de las dos dimensiones del acto conyugal: la unitiva y la procreativa; unos quieren la unión sin procreación y los otros la procreación aunque sea al margen de la unión. Si la sociedad necesita más hijos -y los necesita imperiosamente- debe dejar de distribuir anticonceptivos, con los que promueve la esterilidad como ideal. Y para las parejas estériles que quieren tener hijos siempre queda el acto de caridad eminente que es la adopción; hay miles de niños sin familia, que ya están en este mundo y no conocen el afecto de una madre o un padre.

No demos más síntomas de ser una sociedad enferma que presenta sus llagas con eufemismos. Tenemos una deuda pendiente con la cultura de la vida.

P. Miguel A. Fuentes, IVE


[1] Aparecido en Diálogo 18.

[2] La noticia apareció en todos los periódicos de los primeros días de julio de este año.

[3] Cf. por ejemplo, CLARIN, 5/07/97, p. 54.

[4] Cf. CLARIN, 5/07/97, p. 54.

[5] Cf. LA NACION, 4/01/94, Sección 3, p.5.

[6] Cf. LA NACIÓN 3/07/97, p.8.

[7] El Magisterio de la Iglesia ha analizado el problema en varios lugares; el más importante es, sin duda, el documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, ‘Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación’ (Donum vitae), 22 de febrero de 1987 (en adelante: Donum vitae); también, en la Carta a los Agentes de Salud, del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes de la Salud, nnº 21-34; y el Catecismo de la Iglesia Católica, nnº 2373-2379.

[8] Instrucción Donum vitae, II,5.

[9] Instrucción Donum vitae, II,6.

[10] Ibid.

[11] Cf. Mons. Elio Sgreccia, Manuale di bioetica, Vita e pensiero, Milano 1988, p. 295.

[12] Por ejemplo, LA NACION, 4/01/94, Sección 3, p.5, citaba a la señora Liliana Blanco, del CER, que decía: ‘Lo religioso no debe afectar a lo científico’.

[13] Cf. CLARIN, 5/07/97, p. 54.

[14] Cf. LA NACION, 4/01/94, Sección 3, p. 5.

[15] CLARIN, 5/07/97, p. 54

[16]  LA NACION, 4/01/94, Sección 3, p. 5.

[17] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2378.

[18] Ibid., nº 2379.

[19] Cf. LA NACION, 5/07/95, p.14.

[20] Cf. CLARIN, 1/08/96, p. 54.

embriones

¿Es lícito reducir el número de embriones cuando son muchos los que han sido fecundados?

Pregunta:

¿Es lícito eliminar algunos embriones cuando se ha producido una fecundación múltiple? ¿No puede considerarse que, estando condenados a morir porque no pueden continuar todos el proceso de gestación, reducir el número sería un intento de salvar algunos?

Respuesta:

Contesto con una declaración del Consejo Pontificio para la Familia, elaborada tras haber consultado a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

  Actualmente son menos comunes los casos de embarazo múltiple, es decir, las situaciones en las que el seno materno alberga muchos embriones. Estos casos tienen lugar normalmente ya sea a causa de la estimulación de los ovarios en caso de infertilidad, ya sea a causa del recurso a la fecundación artificial, sobre la que el Magisterio ya se ha pronunciado (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción ‘Donum vitae’, II).

  Ante todo es un deber tomar conciencia de las situaciones difíciles e incluso dramáticas que pueden originar estas técnicas. Por eso, es necesario hacer un llamamiento a la responsabilidad de los médicos que, al practicar la hiperestimulación sin una debida pericia y precaución o aplicando las técnicas de fecundación artificial, provocan situaciones en las que se pone en peligro la vida de la madre y de los hijos concebidos.

  Por lo que se refiere a los embarazos múltiples, algunos afirman que no pueden llegar a su fin, ya sea por la muerte espontánea de los embriones en el útero, ya sea por el nacimiento prematuro de los fetos sin esperanza de vida. Además, añaden que, en caso de que todos los nascituros lleguen al parto, las dificultad obstétrica (y el consiguiente peligro para la madre) es mayor. Basándose en estos argumentos, se llega a concluir que se podría justificar la selección y eliminación de algunos embriones para salvar a los demás o, al menos, a uno de ellos. Por este motivo, se ha introducido la técnica llamada ‘reducción de embriones’.

  En este sentido, es necesario afirmar lo siguiente: dado que todo embrión tiene que ser considerado y tratado como persona humana en el respeto de su dignidad eminente (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción ‘Donum vitae’, I, 1), deben reconocerse al nascituro desde el primer momento de su concepción todos los derechos humanos fundamentales y, en primer lugar, el derecho a la vida, que no puede ser violado de ningún modo. Más allá de toda confusión y ambigüedad, se debe afirmar, por tanto, que la ‘reducción de embriones’ constituye un aborto selectivo: de hecho, consiste en la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente (Juan Pablo II, encíclica ‘Evangelium vitae’, 57). De modo que, querida como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave (Juan Pablo II, encíclica ‘Evangelium vitae’, 62).

  Dado que se trata de una verdad a la que se puede llegar con la simple razón, el carácter ilícito de este comportamiento constituye una norma válida para todos, incluso para los no creyentes (Juan Pablo II, encíclica ‘Evangelium vitae’, 101). La prohibición moral sigue en pie incluso cuando seguir con el embarazo implique un riesgo para la vida o la salud de la madre y de los demás hermanos gemelos. No es lícito hacer el mal ni siquiera para alcanzar un bien (Juan Pablo II, encíclica, ‘Evangelium vitae’, 58).

  La vida del hombre proviene de Dios, siempre es un don de él, participación en su aliento vital  (Juan Pablo II, encíclica ‘Evangelium vitae’, 39). La selección de embriones, al comportar la eliminación voluntaria de una vida humana, no puede justificarse ni en virtud del principio del llamado mal menor ni en virtud del principio conocido con el nombre de ‘doble efecto’: ninguno de estos dos principios se aplican en este caso.

  No hay que minusvalorar tampoco la posibilidad de que la adopción de la técnica de la reducción de embriones lleve a una mentalidad eugenésica, en virtud de la cual, a través de técnicas de diagnosis prenatal, se llegue a medir el valor de una vida humana únicamente según parámetros de normalidad y de ‘bienestar físico’ (Juan Pablo II, encíclica ‘Evangelium vitae’, 63), a la luz de un concepto reductivo de ‘calidad de la vida’.

  Que el Señor de la vida acompañe a los padres a cumplir su elevada tarea y les sostenga en el compromiso de respetar el derecho a la existencia del nascituro. Que guíe, al mismo tiempo, a quienes están al servicio de la vida a hacer todo lo posible para salvar a la madre y a los niños. Gracias a los importantes progresos científicos que se han dado en estos años, muchos casos de embarazos múltiples han podido llegar a buen término.

  Es cierto, de todos modos, que si bien forma parte de los límites humanos el tener que asistir en ocasiones de manera impotente a la muerte prematura de criaturas inocentes, nunca podrá ser moralmente lícito provocar la muerte de manera voluntaria.

  Desde el Vaticano, 12 de julio de 2000

  Cardenal Alfonso López Trujillo, presidente

  S.E. Monseñor Francisco Gil Hellín, secretario.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

post aborto

¿Cuáles son las consecuencias psicológicas en las mujeres que han realizado un aborto?

Pregunta:

Escribo para preguntar si realmente existe un síndrome post aborto. Y en tal caso, ¿en qué consiste y a quién afecta?

Respuesta:

Entre los médicos, psicólogos, psiquiatras e incluso sacerdotes, es bien conocido el llamado ‘Síndrome post aborto’ (‘P.A.S’: ‘Post-Abortion-Syndrom’). Designa el cuadro patológico que comprende un complejo de síntomas fisiológicos, psicológicos y espirituales, desencadenados tras la realización de un aborto procurado (voluntario). Afecta fundamentalmente a las mujeres que han abortado, pero también se verifica (en distintos grados) en todos los demás que han intervenido en el hecho: el padre de la criatura, los médicos y el personal abortista[1].

  Los síntomas que se manifiestan están en relación directa con las razones por las cuales se abortó, el tiempo del embarazo, la relación entre los padres de la criatura, los pasos que se dieron en la decisión y las influencias que se padecieron durante el período traumático de la decisión.

1. El proceso psicológico de la decisión abortista

  En una mujer con convicciones normales (con fe o sin ella) la decisión de abortar es un proceso complicado y doloroso. Algunos de los pasos regulares por los que suele pasar a partir del momento de su embarazo son los siguientes:

  1º Desde el momento en que queda embarazada, el organismo suscita en la mujer madre un sentimiento maternal instintivo. Éste es observable incluso en los animales y es debido por un lado a los procesos fisiológicos que acompañan los cambios propios de la maternidad (la naturaleza prepara a la mujer para relación maternidad-filiación) y además por otros factores de orden sociológico, psicológico y espiritual como las costumbres de la sociedad en que vive, su madurez personal, su fe, etc.

  2º La tendencia natural a continuar la maternidad comenzada con la concepción del nuevo ser puede entrar en crisis por diversos factores externos o internos que bombardean la psicología de la mujer, como por ejemplo (para indicar algunos de los más frecuentes):

  a) La opinión adversa de los padres de la mujer embarazada (especialmente si se trata de una adolescente) ya sea por el miedo a difamación si es soltera o por muchos otros factores diversamente clasificables.

  b) El peso que la mujer ve en la crianza del hijo (especialmente si ya tiene otros).

  c) Conflictos psicológicos no solucionados: en el caso de mujeres que han tenido una mala experiencia de filiación con sus propias madres surge el miedo a enfrentar su propia experiencia de maternidad.

  d) Condicionamientos puestos por el padre de la criatura: por lo general, son amenazas de abandono en caso de continuar la gestación.

  e) La presión de la retórica social contra la natalidad: la propaganda de la superpoblación, la elección del aborto como derecho de la mujer, la afirmación de que el feto es sólo un conjunto de células, etc.

  f) La ideología del materialismo : cuando el nuevo hijo es visto como un obstáculo para el progreso económico, el confort.

  g) El egoísmo: cuando el hijo es visto como una cadena a la libertad (‘primero terminar la carrera, luego conseguir trabajo y recién entonces pensar en los hijos’).

  h) La presión legal: hay sociedades que presionan para imponer la regulación de la natalidad; ya se da un cierto tipo de presión en la misma ‘legalización’ y ‘subvención estatal’ de determinados abortos.

  3º Estas presiones pueden desembocar en un auténtico conflicto interior enfrentando a la mujer con la necesidad de tomar una decisión. Si necesita consejo el que le darán, en gran parte de los casos, la empujará al aborto, especialmente si en su caso la ley civil lo ampara, la medicina lo garantiza y para la sociedad es indiferente.

  4º Una vez tomada la decisión suele sentirse cierto alivio (natural al terminar temporalmente el estado conflictivo), lo cual a veces es tomado como signo de que la decisión ha sido correcta. Cuando deciden abortar por lo general se cierran a todo otro tipo de consejo contrario, ya que volver a replantear la cuestión significa abrir nuevamente la situación traumática del proceso deliberativo.

  5º Sigue el sometimiento, es decir una especie de resignación por la cual se ponen en manos de un médico con un cierto sentimiento de fatalidad.

  6º El shock de los últimos momentos: para abortar una mujer tiene que eliminar sus propios instintos maternales que son de orden natural ; para esto tiene que autoconcientizarse de que el ser que va a abortar no es un ser humano ; con este intento de autoconvencimiento comienza el proceso de racionalización en contra de la propia conciencia moral y contra el mismo instinto natural. La mujer se enfrenta con un caos de conciencia ; muchas veces, detrás de su aparente resignación, hay un angustioso pedido de que alguien pare todo el proceso que se presenta como superior a sus fuerzas.

  7º El endurecimiento interior. Luego del aborto hay un tiempo en que la mujer quiere ser dejada sola, se vuelve apática, desinteresada de las cosas; hay una interior negación a asumir lo que se ha hecho. Debe también luchar contra los sentimientos de agresión, desesperación y miedo que emergen con el aborto. Por un lado querrían desahogarse con alguien, pero por otro lado temen volver a vivenciar el proceso por el que han pasado.

  8º Comienza el trabajo de reconstrucción patológica : se quiere volver a la normalidad cuanto antes, por lo que busca llenarse de actividades para no pensar en nada.

  9º Pero normalmente en algún momento tiene lugar la ruptura del sistema de defensa que la persona implicada en el aborto construye en torno a sí. Una reconstrucción tal de la vida fracasa por lo general cuando tienen lugar alguna de estas situaciones :

  -La persona que ha abortado queda demasiado sola.

  -Cuando recuerda el aborto o recuerda la fecha del aborto o la que correspondería al nacimiento del niño abortado o alguno de sus aniversarios (cumpleaños).

  -En estados de cansancio o enfermedad.

  -Cuando ven a otros niños (especialmente bebes) en la edad de que deberían tener su o sus hijos abortados.

  -Cuando quedan nuevamente embarazadas.

  En este caso tiene lugar propiamente el llamado ‘síndrome post aborto’.

2. Síntomas del síndrome post aborto

  A pesar de que muchos médicos y psicólogos (pro abortistas) señalan que los trastornos que presentan las mujeres después del aborto son algo meramente ‘emocional y psicológico’, una sana psiquiatría demuestra que se trata de algo mucho más serio, de orden patológico y que puede agruparse en tres tipos de problemas : ante todo, de depresión y sentimiento de culpa ; en segundo lugar, de agresión contra el padre del niño y contra la sociedad en general ; finalmente, alteraciones en la personalidad en forma crónica, parecidas a las enfermedades cerebrales.

  Especificando más detenidamente podemos enumerar los siguientes síntomas:

  1) Síntomas de pesar y dolor. Toda pérdida genera un estado de duelo ; y es mucho más difícil superar el dolor de un aborto provocado que el de un aborto espontáneo producido por la misma naturaleza, y esto por varias razones : la persona se sabe culpable de la pérdida, no tiene posibilidades de visitar el cuerpo del niño, ha habido un trabajo de autoconvencimiento de que no se trataba de un ser humano (curiosamente este trabajo de autoconvencerse deja en la persona un mayor sentimiento de culpa porque sabe que ha tenido que buscar argumentos para justificar un acto al que no la inclinaba espontáneamente su conciencia). Cuando los dolores no se superan conducen a la depresión. La depresión puede alterar el sistema inmunológico y con esto se aumenta el riesgo de contraer infecciones e incluso en casos extremos se ha constatado el inicio de procesos cancerígenos. También ha ocurrido que personas que han caído en estados depresivos agudos, se han transformado luego en personalidades psicóticas.

  2) Sentimiento de culpabilidad. En muchos estudios se ha observado que cuando no hay sentimiento de culpa se suele dar una tendencia al alcohol o a la drogadicción ; en cambio cuando hay sentimiento de culpabilidad se suele caer en estados depresivos, que se manifiestan en grandes tristezas, llantos, visión negativa y pesimista del mundo circundante. Cuando el sentimiento de culpa es muy grande lleva a sentimientos de pánico y autodestrucción.

  3) La agresividad. Un efecto del conflicto desatado por el aborto es la agresividad de la mujer hacia los que han intervenido en el aborto: el médico, el novio o esposo, los parientes o amigos que la empujaron al acto e incluso contra sí misma. De alguna manera descarga así el sentimiento de culpabilidad contra sí misma y el sentimiento de victimación respecto de los demás.

  4) Incertidumbre afectiva. Parte de las dubitaciones en la decisión abortista gira en torno al amor o deseo natural del niño del que está embarazada la mujer. Sabe intuitivamente, aunque no lo quiera hacer reflejo, que su acto abortivo contradice su amor natural: su hijo exige ser amado principalmente por su madre y la naturaleza la predispone para amarlo y protegerlo incluso a riesgo de su propia vida, pero para abortarlo debe rechazarlo. El mismo sentimiento de desamor y desamparo que la mujer supone que ha padecido su hijo por parte de ella, comienza a atormentarla a ella misma: se siente no querida, rechazada y abandonada afectivamente por los demás. Es uno de los efectos ‘boomerang’ del aborto.

  5) La interrupción abrupta del ciclo hormonal. En las mujeres hay ciclos y ritmos naturales relacionados con el embarazo y caracterizados por modificaciones en los procesos hormonales que terminan de modo natural al culminar todo el proceso de la maternidad ; es decir, que van desde el momento de la ovulación hasta la finalización del tiempo de amamantamiento del bebe. Los cambios hormonales dictaminan alteraciones de orden físico, psicológico y emotivo. Cuando se interrumpe el proceso de modo abrupto, como ocurre en el aborto, tiene lugar en la mujer un trastorno notable con efectos en todos esos órdenes: físico, afectivo, psicológico y relacional; estas perturbaciones pueden ir desde las depresiones en el orden emotivo, hasta la constatación médica de mayores tendencias a adquirir cáncer de mama, pasando por problemas de integración social y familiar.

  6) La ‘conciencia biológica’. Es una constatación de muchos psiquiatras. Cito el testimonio del psiquiatra Karl Stern: ‘No pocas veces vemos que en los casos en que una mujer comete un aborto artificial, digamos en el tercer mes de la gestación, este acto parece no tener consecuencias psicológicas. Sin embargo, seis meses después, precisamente cuando el bebé habría debido venir al mundo, el sujeto cae víctima de grave depresión o incluso de psicosis. Ahora bien, acerca de esto se observan dos circunstancias curiosas. La depresión se produce aun sin que la mujer se dé cuenta conscientemente de que ‘ahora es el momento en que habría debido nacer mi bebé’. Además, la filosofía de la paciente no es necesariamente tal que ella desapruebe el acto de interrupción del embarazo. Sin embargo, su profunda reacción de pérdida (que no va necesariamente unida con una preocupación consciente por el parto fallido) coincide con el tiempo en que éste hubiera tenido lugar… La mujer, en su íntimo ser, está profundamente vinculada al bios, a la naturaleza misma‘[2].

  7) El sentimiento de fracaso como madre y problemas relacionados. A veces, para llenar el vacío, tiene lugar un deseo vehemente de querer reemplazar al niño perdido; pero este deseo se mezcla con la sospecha y el temor de no saber desempeñarse como madre, o de no poder relacionarse con el bebé de manera correcta o de no saber criarlo. También ocasiona miedo respecto de los hijos futuros, por ejemplo: miedo a maltratarlos; a veces esto ocasiona la decisión de no tener más hijos. Algunos estudios muestran también que algunas mujeres que han abortado tienen problemas reales para llevar adelante posteriores maternidades: tienen problemas para amamantar a sus hijos, reaccionan con miedo o agresividad ante el llanto de sus bebés e incluso una especie de rechazo (ocasionada por el miedo), y como éste es percibido instintivamente por el bebé, le genera sentimientos de abandono. A veces como no quieren dañar al niño y tienen conciencia de no saber tratarlo, terminan mandándolo desde muy pequeño, y sin ninguna necesidad, a guarderías infantiles.

  8) Otros problemas. Los estudios a los que hacemos referencia indican también otros síntomas propios de este ‘síndrome’, como por ejemplo : alteraciones de diversa índole en el sueño (pesadillas persistentes), crisis de identidad, desconfianza,  sentimiento de cinismo (conciencia de la inocencia perdida), e incluso enfermedades psicosomáticas como anorexia y bulimia.

  Por todo esto, hay que decir que los problemas ocasionados por el aborto no son de ninguna manera puramente emotivos y pasajeros sino que tienen un fundamento real en la pérdida voluntaria y culpable de un ser humano indefenso sobre el que se tenía la responsabilidad de la maternidad/paternidad.

3. Tres testimonios

  Los tres testimonios siguientes, de mujeres que han abortado (sin una clara cultura religiosa o moral, ni convicciones propiamente católicas), nos muestran un aspecto de esta realidad silenciada intencionalmente por las campañas abortistas.

  1) Primer testimonio: Judit X. ‘La presión del entorno para que abortara, era cada vez más grande, y yo me dejé convencer. Mi amigo me acompañó hasta el médico y después de algunos días, decidí hacer el aborto en una clínica privada. El día que se llevó a cabo es como una quemadura : no se perdió la cicatriz. Los médicos eran simpáticos, pero yo me sentía tan espantosa, sin ayuda y sola. Cuando me desperté de la anestesia, mi amigo estaba sentado a mi lado, pero yo no era más la misma ; era otra y me sentía sola. Y esa soledad la tengo hasta hoy en día. Dejé que me quitaran al niño. Y así como ha muerto ese niño, algo ha muerto en mí. Hoy en día no lo volvería a hacer más, sin importarme cómo vaya a reaccionar mi entorno, pues vivo con miedo continuo, que parece nunca acabar. En mis pesadillas veo como una pequeña niña con los brazos extendidos se dirige hacia mí y me pregunta : ¿Por qué, mami, por qué? Me despierto bañada en sudor. Y ese sueño me persigue desde que me dejé hacer esa intervención. Mientras tanto en mi trabajo me va muy bien, pero mi vida privada esta destruida. Mi bebe tendría que tener un año. Estoy de luto por mi niño, porque además fue por error mío y ese error no puede ser reversible. Por esto es que yo sola soy la que tiene que ser penada y no mi amigo, aunque también él fue responsable. Lo único que espero es que mi bebe me perdone este error, y que entienda porqué lo hice. Hoy en día yo estoy totalmente sola, ya que el padre de la criatura me dejó plantada para recuperar su libertad. Escribo esto para todas las jóvenes y mujeres que se encuentran en la misma situación en que yo estaba : Piensen muy bien lo que van a hacer. Las va a torturar los traumas. Estarán solas frente a ustedes mismas, y se aumentará el dolor cuando vean una mamá con su bebe. Ustedes tendrán que llevar adelante las consecuencias de tal intervención, no vuestro compañero. Él no podrá ayudar, solamente estar, pero son ustedes las que tendrá que padecerlo. ¡Vuestra vida será destruida!’.

  2) Segundo testimonio: Rebeca X. ‘Tenía 21 años cuando aborté. Tenía mucho miedo. Llorando y llena de dudas me dirigí el miércoles al lugar. Vi una señora con un niño. La ayudante del médico caminaba de un lado a otro con un balde de plástico. Yo me preguntaba: ¿arrojaran al niño abortado en él? Recibí una inyección, cuando llegó el médico lloraba sin consuelo. El médico me dijo que no hiciera tanto teatro, que si quería lo hacíamos otro día. Le contesté que no sabía lo que quería ; que me diese la inyección de una vez, y listo. En el medio pensé que no quería volver a despertarme, quería morirme. Cuando desperté, más o menos una hora mas tarde, estaba mi novio cerca mío. Una mujer poco amigable, llegó diciendo que me levantase, que me lavase la cara y me fuera, que ella tenía franco. Una vez en casa de mi novio, me confesó que cuando me había despertado me había odiado. Empecé a tener dolores y me vino una terrible depresión. Al día siguiente fui a trabajar, aunque tenía un día de reposo por prescripción medica, porque me daba miedo quedarme sola más de un día en mi casa. No podía conceder que había abortado a mi propio niño. Al mediodía fui a comer a la casa de mi madre; estaba enojada conmigo, y me dijo que tenía que estar contenta por lo que había hecho pues muchas mujeres lo hacían hoy en día. A la tarde vi una mujer embarazada, llegué a mi casa y me tire en mi cama llena de sentimiento de culpa y arrepentimiento. Era el infierno. Cada vez que me iba a dormir veía mi bebe tal como lo había visto en la pantalla del monitor. El pequeño me perseguía. Con el tiempo empecé a consumir bebidas alcohólicas por la noche hasta que podía conciliar el sueño. Con mi novio cortamos la relación, porque cada vez que lo veía me recordaba al niño abortado. Conocí a otros hombres, pero siempre me pasaba lo mismo. Medio año después del aborto estaba destruida psicológicamente. Mis amigos también estaban cansados de mí, como también mis hermanos y padres. Mi vida estaba destruida, también perdí el trabajo. Comencé a tomar tranquilizantes, seguí con el alcohol y el cambio continuo de novios. Pero no podía sacarme el sentimiento de culpa. Quiero advertir a todas las mujeres que están frente a un aborto: un aborto es fácil de llevar a cabo; pero después hay algo que se rompe en el interior de la mujer, y en eso nadie piensa. A veces pienso cómo hubiese sido mi vida si hubiese tenido mi hijo: seguramente no tan catastrófica como es ahora’.

  3) Tercer testimonio: Nancy X. ‘Estaba embarazada de cinco meses y medio, tenía ya tres hijos y mi marido me había abandonado. Decidí abortar, porque no podía con otro más. La solución era según el medico ‘sacar un poco de liquido y poner otro poco. Va a tener algunos espasmos y luego sacamos el feto’. No sonaba mal, pero no era toda la verdad. Ese día cuando me introdujo la solución salina, quería gritar con todo mi ser: ‘paren todo’. Ya no se podía hacer nada, no se puede volver atrás en la decisión. En la siguiente hora y media experimenté cómo mi hija se retorcía mientas iba muriendo envenenada y quemada. Me acuerdo cómo, mientras tanto, yo le hablaba y le decía que en realidad no quería eso, que hubiese deseado que viviese. Pero ella ya estaba muerta y me acuerdo el último sacudón que pegó en mi lado izquierdo. Luego recibí una inyección para que se produjese el parto… Durante doce horas estuve con trabajo de parto, y el 31 de octubre a las 5:30 de la mañana traje a mi hija al mundo; tenía cabello y sus ojos estaban abiertos. La pude alzar ya que las enfermeras no habían venido a tiempo. Cuando llegó la enfermera, la agarró y la tiró en un balde. Luego que se hizo todo lo necesario, me llevaron a una sala donde una mamá acababa de dar a luz un hermoso niño ; eso fue muy duro. Después del aborto se instalaron en mí la vergüenza, el arrepentimiento y la culpa’.

  Se puede comprender, por todo esto, las palabras que les dirige Juan Pablo II, en la Encíclica Evangelium vitae, a las mujeres que han abortado: ‘Una reflexión especial quisiera tener para vosotras, mujeres que habéis recurrido al aborto. La Iglesia conoce cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no perdáis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Podéis confiar con esperanza a vuestro hijo a este mismo Padre y a su misericordia. Con la ayuda del consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado posiblemente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre'[3].

P. Miguel A. Fuentes, IVE


[1] Me baso para los datos siguientes en el libro MYRIAM… warum weinst Du? Die leiden der Frauen nach der Abtreibung (Myriam, ¿por qué lloras? Los padecimientos de las mujeres después del aborto); editado por la Fundación ‘Ja zum leben.  Mütter in Not’. Este libro fue elaborado por Pius Stössel por pedido de la fundación ‘Ja zum leben, Region Ostschweiz’, 8730, Uznach, Goldach/Schweiz, 1996.

[2] Citado por Häring, Shalom: Paz, Herder, Barcelona 1975, p.213.

[3] Juan Pablo II, Evangelium vitae, nº 99.