adicción al sexo

Me siento esclavizado por la búsqueda del sexo ¡ayúdeme!

Pregunta:

Padre, tengo un gran, pero gran problema con el sexo desordenado. Yo empecé con actos impuros (masturbación) a los 13 años; a los pocos años empecé también con la pornografía porque lo anterior siempre me dejaba una gran tristeza; como cinco años más tarde ya lo hacía todos los días y a veces más de una vez por día. Ahora tengo 27 y no puedo parar. Ya intenté una y otra vez pero no puedo porque es más fuerte que yo. Rezo, pero cuando llega la tentación caigo siempre. Esto no se mejoró ni cuando me puse de novio. Al principio era fiel a mi novia; y todavía lo soy, pero cada vez me cuesta más dejar de mirar a otras mujeres y de pensar en ellas y vuelvo reiteradamente a mi vicio solitario. ¿Cree usted que cuando me case desaparecerá? Le pido que me oriente y me ayude.

Respuesta:

Ante todo debo decir que la persona que hace esta consulta está encarando el problema desde un ángulo equivocado: su problema no es sólo moral o espiritual (aunque también lo sea) sino psicológico y hasta cierto punto físico (no digo que la persona no tenga responsabilidad moral de su situación, pues al inicio sus actos –salvo en casos patológicos y otros de total ignorancia moral– probablemente han sido libres, pero ahora incluso ha quedado comprometida su misma libertad). De hecho sufre de una “adicción sexual”. Y si quiere sanar es sumamente importante que tome conciencia de que su problema supera ya el problema del vicio y del pecado pasando al campo de la enfermedad. En cuanto a la última pregunta que me hace: no sólo no creo que desaparezca con el matrimonio sino que le aseguro que el matrimonio por sí mismo no soluciona ningún problema adictivo (al contrario, este problema suele llevar a dificultades matrimoniales e incluso al fracaso).

Estamos muy acostumbrados a aceptar como adicciones algunos fenómenos como la dependencia del alcohol o de las drogas. Pero hay otras adicciones tal vez menos confesadas y menos reconocidas por nuestra sociedad, pero no menos reales, como la adicción al juego (sobre todo al juego por dinero y a las apuestas), la adicción a comprar, la adicción al trabajo, y sobre todo la adicción al sexo, que cada vez se extiende más. Los adictos al sexo han comenzado a ser denominados por los especialistas como “sexólicos” o enfermos de “borrachera sexual”.

Toda adicción es una conducta compulsiva; esto quiere decir que lleva a realizar una acción determinada más allá de la voluntad propia impidiendo detener su práctica por períodos prolongados. La adicción se hace inmanejable y el adicto pierde en cierta medida su libertad. En el caso de la adicción sexual pueden darse casos de adicción a la pornografía, a la masturbación, a la prostitución, a la homosexualidad, a la violación, y también puede ocultar una adicción sexual el caso del conquistador o donjuan, es decir, el mujeriego, y otros casos semejantes[1].

Este problema de la adicción sexual afecta a solteros y casados, niños, adultos y ancianos. Potencia los comportamientos desviados. Es muy difícil de revertir (como cualquier adicción). Tiene un altísimo potencial destructivo. Es dificilísimo de controlar y manejar. Para el sexólico, como la persona que nos consulta, la lujuria (en forma de masturbación, pornografía, deseos y pensamientos) se hace por un lado intolerable a la psicología (recuérdense los lamentos de quien consulta), pero al mismo tiempo no puede prescindir de ella. Exactamente como sucede con los alcohólicos. Y también como éstos últimos su relación con la sexualidad se vuelve progresivamente destructiva; de ahí que uno de los engaños que más prontamente quieren despejar aquellos profesionales, grupos y asociaciones que trabajan con este tipo de personas es el de pretender controlar y disfrutar su obsesión y compulsión sexual y no frenarla y curarla totalmente. Como en el caso de los alcohólicos, la curación comienza cuando reconocen que este problema se les ha ido de las manos y se ponen en las manos de Dios y de quien puede ayudarlos.

Este problema –en gran medida oculto o silenciado en nuestra sociedad– es cada vez más grave. Se calcula que sólo en Estados Unidos afecta al 6% de la población; según algún especialista uno de cada dieciséis adultos puede ser adicto al sexo, pero son muy pocos los que piden ayuda[2]. Las ocasiones de recibir o buscar sexo por Internet, han multiplicado este problema de forma geométrica[3].

La adicción sexual produce un ciclo adictivo que lleva a una cada vez más creciente dependencia y a un aumento de la desesperación de la persona adicta; por lo general hay distintos niveles (uno primero donde se comprenden distintas conductas sexuales desordenadas pero sin víctimas, como la masturbación, relaciones matrimoniales desordenadas, pornografía, prostitución, etc.; uno segundo donde hay ya cierta “victimación” como el exhibicionismo, voyeurismo, llamas telefónicas indecentes, etc.; y un tercer nivel con comportamientos que tienen graves consecuencias físicas, psicológicas y sociales como el incesto, la violación, la pedofilia y la pederastia, etc.). Estos niveles no están aislados sino que muchas veces coexisten y se van fortaleciendo unos a otros.

El origen de una adicción puede ser (y es lo más frecuente) un comportamiento vicioso (como por ejemplo, la masturbación) que termina por volverse un hábito y luego (por el modo en que actúa sobre la psicología de la persona) puede terminar (y cada vez ocurre con más frecuencia) en una verdadera y propia adicción. Hay casos en que la adicción comienza de modo totalmente involuntario; como es el caso de los enfermos mentales o personas que desde pequeños son sometidos a comportamientos desviados (violación, prostitución) y esto les lleva a problemas sobre los cuales su responsabilidad personal puede estar muy disminuida.

En este problema el plano espiritual es uno de los más afectados; pues la persona adicta se siente realmente sucia ante la presencia divina e indigna de perdón y a veces ni siquiera se atreve a orar y pedir auxilio. Pierde la confianza en la misericordia de Dios pues está ensimismado en sus pecados. Esto se traslada luego a otros campos, destruyendo la familia, el matrimonio (que no cura las adicciones sexuales) y la relación con los hijos, el trabajo y la profesión. Incluso hasta la pérdida de la esperanza con intento de suicidio.

Es sumamente importante que se tenga en cuenta que cuando se está en presencia no ya de un simple vicio sino de una auténtica adicción, la persona no puede arreglarse sola ni alcanzan los medios ordinarios con que se combaten las tentaciones de lujuria. Aquí hace falta ayuda de otras personas que pueden ser tanto un sacerdote (si es una persona católica) cuanto un médico especializado (psiquiatras y psicólogos; aunque hay que tener mucho cuidado con aquellos que no se guían en estos temas por los principios de la moral católica); también hay grupos y asociaciones que trabajan con estos problemas siguiendo el mismo método de Alcohólicos Anónimos (por ejemplo Sexólicos Anónimos[4]).

Para que tomemos conciencia de la gravedad del problema termino con un testimonio desgarrador de un adicto anónimo que escribía lo que sigue:

“Nosotros conocemos mejor que otros los límites de nuestra adicción sexual. [Sabemos]:

que es solitaria, furtiva y sólo se satisface a sí misma,

que, contrario al amor, es fugaz,

que exige hipocresía,

que debilita los fuertes sentimientos sexuales,

que es incompasiva y cruel,

que destruye todo buen sentimiento sobre nosotros mismos,

que es hueca,

que nos distancia de nuestros sentimientos,

que trabaja por separarnos de nuestra familia,

que explota nuestro dominio sobre los demás,

que nos hace abusar de nuestros cuerpos,

y que nos hace terminar quebrados y solitarios”[5].

Pero con la ayuda de Dios siempre brilla la esperanza.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

Bibliografía:

se puede leer con mucho provecho el libro de Benedict Groeschel, CFR, The Courage to be Chaste (aún no traducido al español), Paulist Press, New York 1985;

también con mucho cuidado (no es una visión católica del tema) los libros de Patrick Carnes, en particular: Out of Shadows. Understanding sexual addiction, Hazelden, 2001.

También el artículo del P. John F. Harvey, OSFS, The Pastoral Problem of Masturbation, (en: https://couragerc.org/).

 

También puede ser de utilidad el material que ofrecemos en nuestro sitio para la terapia de adicción sexual. O también los artículos publicados relacionados a esta temática.

[1] Se puede ver sobre esto el estudio de Stephen Arterburn, Adicted to “Love”, Regal, Venture, California 2003. El autor, pastor protestante, analiza la adicción a tres problemas que él considera las adicciones básicas (en el terreno sexual): la adicción al “romance” (esto significa el soñar despierto “aventuras amorosas” o romances ficticios), a las relaciones destructivas (con personas violentas y posesivas) y al sexo propiamente dicho.

[2] Cf. Clarín, 5/10/2003.

[3] Se puede ver el libro de Patrick Carnes, David Delmonico, Elizabeth Griffin, In the shadows of the Net. Breaking free of compulsive Online sexual behavior (En las sombras de la red. Liberándose de la conducta sexual compulsiva), Hazelden, Center City, Minnesota 2001. Patrick Carnes es autor de otros trabajos: Out of Shadows. Understanding sexual addiction, Hazelden, 2001; Don’t call it love. Recovery from sexual addiction, Bantam Books, NY, 1992; Contrary to love. Helping the Sexual Addict, Hazelden, Minnesota, 1994. Para que se tenga en cuenta el drama que ha creado Internet en el campo de la adicción sexual bastan algunos datos (In the shadows, p. 6): en enero de 1999 se contabilizaban 19.542.710 visitantes distintos (o sea, no se cuentan las reiteradas visitas de cada uno) por mes en las 5 principales páginas pornográficas pagas, y un total de 98.527.275 visitantes  mensuales en las 5 principales páginas gratuitas; en el mes de noviembre de 1999 la cifra se elevó un 140%; cerca del 17% de los usuarios de Internet tiene problemas con sexo en la Web; el 1% de los usuarios tiene problemas serios (casos extremos) y de este grupo el 40% son mujeres, el 60% varones; cerca del 70% de la navegación pornográfica se realiza durante los días de semana, entre las 9 de la mañana y las 5 de la tarde; hay unos 100.000 sitios Web dedicados a vender sexo en alguna manera (chat rooms, e-mail, etc.); cada día se añaden unos 200 nuevos sitios relacionados con el sexo; el sexo en Internet es el tercer sector económico en la Web (después del software y computers), moviendo mil millones de dólares anuales…, etc.

[4] Ver su página www.sa.org. Estos grupos trabajan aplicando los llamados Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos, con mucho fruto. También en estos grupos hay que tener cuidado pues no todos aceptan los principios morales católicos, ya que aspiran no a un uso casto de la sexualidad sino a un uso “controlado” (sin desbordes) pero dentro de lo que cada conciencia acepte como bueno (homosexualidad estable, masturbación pero sin adicción, pornografía en las mismas condiciones, etc.), lo que es inaceptable moralmente.

[5] “An Anonymous Addict”, citado por Patrick Carnes en: Contrary to Love, op. cit., p. VII.

impuros

¿Cuáles son los actos impuros prohibidos por el sexto mandamiento de la ley de Dios?

Pregunta:

¿Cuáles son los actos impuros prohibidos por el sexto mandamiento de la Ley de Dios?

 

Respuesta:

Hay dos actitudes erróneas hacia el sexo. Las dos bastante comunes. Una es la del moderno hedonista, de aquel cuya máxima aspiración es la vida del placer. El hedonista ve la capacidad sexual como una posesión personal, de la que no hay que rendir cuentas nadie.

Para él (o ella), el propósito de los órganos genitales es su personal satisfacción y su gratificación física, y nada más.

Esta actitud es la del soltero calavera o de la soltera de fácil ‘ligue’ que tienen amoríos, pero jamás amor. Es también una actitud que se encuentra con facilidad entre las parejas separadas o divorciadas, siempre en busca de nuevos mundos de placer que conquistar.

La otra actitud errónea es la del pacato, que piensa que todo lo sexual es bajo y feo, un mal necesario con que la raza humana está manchada.

La postura intermedia es la acertada: el sexo no es malo, pues lo ha hecho Dios; pero hay que usarlo según la ley de Dios.

En el sexto mandamiento se nos pide que seamos puros y castos en palabras y obras; y tratemos con respeto todo lo relacionado con la sexualidad. Usamos la palabra sexualidad en su sentido corriente, aunque de suyo es más extensa que ‘genitalidad’.

Las conversaciones y chistes verdes (deshonestos, inmorales, obscenos) pueden llegar a ser pecado, si se dicen con mala intención (impura, deshonesta), si contienen una aprobación del mal o una inclinación a él, o encierran un peligro de consentimiento impuro o de escándalo y daño para las almas de los otros.

Las conversaciones obscenas y prolongadas -sobre todo entre los jóvenes- fácilmente son pecado.

Cuando sea necesario hablar sobre asuntos relacionados con la sexualidad, hay que hacerlo con respeto y seriedad.

En las conversaciones deshonestas peca:

a) el que empieza;

b) el que no empieza, pero que sigue la corriente con alguna intervención;

c) el que no participa, pero está escuchando con gusto y buena gana. Pero el que oye de mala gana, el que quisiera que se hablara de otra cosa, el que procura desentenderse del asunto, éste no peca.

Cuando en un grupo se empieza una conversación indecente, si puedes buenamente, procura cambiar la conversación. Si no eres el de más categoría, o no tienes cierto influjo en los demás, el pretender cortar radicalmente puede ser contraproducente. Pero si es posible, retírate, de forma que los demás comprendan que no te gustan esas conversaciones. Si te resulta muy violento marcharte, y no es para ti ocasión próxima de pecado, puedes quedarte, con tal de que no participes y, si puedes, des a entender de alguna manera que no te gustan esas conversaciones. Pero, desde luego, que nadie pueda suponer que las apruebas. En último caso, puedes desinteresarte de lo que se dice, dirigirte a otra persona del grupo para hacerle una pregunta cualquiera, etc.

El definir claramente tu postura en este punto te evitará muchos peligros, pues los demás sabrán que para eso no se puede contar contigo.

Lo mismo te digo sobre los grabados inmorales y novelas indecentes .

Leer revistas pornográficas difícilmente dejará de ser pecado, pues no tiene justificación y puede ser un peligro de aceptación de la lujuria.

Por supuesto que es pecado leer escritos impuros y deshonestos con el fin de despertar la sexualidad. Pero aunque no tengas esta mala intención al comenzar la lectura, interrumpe ésta, si no es necesaria, al advertir que despierta la voluptuosidad y provoca tentaciones. Si el libro es de estudio o formativo, entonces no es necesario dejarlo; pero conviene levantar el corazón a Dios, purificar la intención y rechazar todo consentimiento.

Leer novelas obscenas y pornográficas, por el peligro de pecar que supone, casi nunca dejará de ser pecado. Hay también una nube de novelas que, sin ser descaradamente inmorales, fomentan la morbosidad y halagan la concupiscencia. Su lectura siempre hace daño.

Si te gusta leer, escoge algunos libros que te interesen de la numerosa colección de libros formativos. Y si no conoces, pregunta a alguna persona competente que pueda orientarte. Al final del libro te pongo, en el Apéndice, una lista de libros recomendables por su valor formativo.

Pon también mucho cuidado en no tararear las musiquillas de ciertas canciones, que pudiera hacer creer a tus compañeros que apruebas la letra escabrosa que tienen.

También debes tener cuidado con las miradas. A veces los ojos se van sin querer. Cuando caigas en la cuenta de que estás mirando lo que no debes, los retiras a otra cosa y en paz. No te preocupes.

Para que una mirada sea pecado es necesario ponerse a mirar detenida y voluntariamente cosas deshonestas; pues hay obligación de evitar todo peligro de excitación carnal, a no ser que haya razón proporcionada que lo justifique.

En general, te recomiendo que cuando veas cosas inmorales sepas hacer la vista gorda, y cuando las oigas, muestra indiferencia.

Pero si es cierto que esas miradas involuntarias no deben preocuparte, aunque te causen perturbaciones orgánicas (que debes despreciar), sin embargo, otra cosa muy distinta son las excitaciones producidas por esos abrazos …, por esos besos …

Pero, ¿es pecado abrazarse? ¿Es pecado besarse? Depende. El beso puede ser expresión de un cariño sano y limpio. Pero también puede ser un desahogo de pasión y lujuria. Los interesados son los que han de distinguir, sabiendo que no se puede buscar ni admitir la satisfacción sexual fuera del matrimonio(1).

No es lo mismo un ligero besín que un besazo lascivo que desboca la lujuria y lleva fácilmente a cosas peores.

¿En qué consiste la diferencia entre un beso que no es pecaminoso y un beso que se vuelve pecado u ocasión de pecado? Sencillamente, en la pasión. Y la pasión es un elemento muy fácil de conocer.
Uno la siente enseguida, y también se percibe claramente en la otra persona. Un beso puede ser un peligro. Un beso puede ser una ocasión de pecado. Y a veces, una ocasión inmediata.

La juventud es muy inflamable por naturaleza. Sea tu temperamento el que sea, te recomiendo que no te entregues a esos besos lascivos, pues con esto das entrada a la pasión. Y Jesucristo dice que es pecado desear lo que está prohibido hacer. Y es pecado provocar voluntariamente una excitación sexual. El beso en la boca prolongado y ardiente es especialmente excitante, pues va unido al apetito sexual.

Los labios son una zona erógena. La misma policía norteamericana informa de la facilidad con que la práctica del beso pasional puede convertirse en unión genital(2).

Una cosa muy distinta es un beso breve, suave y delicado, expresión de un cariño sano y limpio. Pero ese otro beso voluptuoso y lascivo que enciende la concupiscencia es inadmisible. Ese sensual modo de besar que ha difundido el cine, no se puede permitir nada más que entre quienes han contraído matrimonio. Esos modos de besar suponen cosas que son derecho exclusivo de casados.

Por otra parte el beso en la boca, ‘mojado’, es antihigiénico. Dice Ramón y Cajal: ‘El beso es para el científico un simple intercambio de microbios'(3).

Por lo visto en la boca de cada persona hay unas trescientas especies de microorganismos, y con el ‘beso mojado’ éstos pueden pasar de una persona a otra. ‘A través de un beso se puede infectar a la pareja de mononucleosis infecciosa, conocida como la enfermedad del beso, hepatitis A y salmonelosis'(4).

El doctor San Martín, sexólogo, dijo por Tele-5, el 21 de Enero de 1997, que la sífilis puede contagiarse a través de un beso.

Para vencer las tentaciones, ten en cuenta estos seis consejos:

1) No perder la calma: estar seguros de que todas las tentaciones pueden vencerse con la gracia de Dios.

2) Acuérdate de que sólo la voluntad puede pecar y, por lo tanto, mantenla inflexible.

3) Encomiéndate a Dios y a la Virgen Inmaculada, que jamás abandonan a los que acuden a ellos.

4) Desembarázate de la ocasión, en cuanto puedas. Si hubo victoria, da gracias a Dios. Si caída, arrepiéntete y aprovecha la lección para otra vez.

5) Después de cada caída, haz un acto de contrición, confiésate enseguida y además ofrece en reparación una mortificación que cueste.

6) No vuelvas a pensar más en la tentación; ocúpate de algo.

Para tu tranquilidad has de saber que dice San Pablo que Dios jamás permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas(5).

Y que el Concilio de Trento afirma que Dios no pide a nadie cosas imposibles, sino que hagas lo que puedas, y pidas lo que no puedas; que Él te ayudará para que puedas.

Después de una tentación pueden ocurrir tres cosas:

1) Victoria clara, porque la rechazaste totalmente en cuanto caíste en la cuenta de la tentación: dale gracias a Dios que te ha ayudado a vencer.

2) Derrota clara, porque te dejaste llevar conscientemente: arrepiéntete, humíllate ante Dios, y pídele que te ayude a vencer en otra ocasión; haz un acto de contrición y propón confesarte pronto.

3) Duda de si consentiste o no consentiste. No estás seguro si resististe completamente a la tentación. En este caso expón al confesor sencillamente tu duda, por ejemplo, diciéndole: ‘he tenido malos pensamientos y malos deseos contra la pureza, y no sé si los he rechazado suficientemente’.

No te contentes con dejar la confesión para después de la caída. La confesión también tiene un valor preventivo, porque aumenta la gracia en virtud del sacramento y fortalece la voluntad.

Cuando presientas una posible caída, confiésate aunque no tengas pecados graves. Y si, además, puedes comulgar, todavía mucho mejor.

Para dominar el cuerpo es muy conveniente la mortificación. Es una práctica común de todos los santos. Un cuerpo mortificado es mucho más dócil.

Es necesario luchar mucho para permanecer puros. A las malas inclinaciones de nuestra pasión, se une la inmoralidad que se ve en la calle y en el cine.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

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(1) – Denzinger: Magisterio de la Iglesia, nº 1140. Ed. Herder Barcelona.
(2) – Loduchowsky: La coeducación de los adolescentes, pg. 22. Ed. Herder. Barcelona.
(3) – Ramón y Cajal: Charlas de café, XI, 83, pg. 35. Imprenta Juan Pueyo. Luna, 29. Madrid
(4) – Diario ABC de Sevilla, 25-II-90, pg. 88.

(5) – 1 Cor 10,12