Dios existe

¿Qué razones tenemos para creer en la existencia de Dios?

Pregunta:

¿Por qué creer? ¿Qué razones me podría dar usted para creer en la existencia de Dios? Al experimentar un vacío ‘espiritual’. ¿No será fantasía inventarme a Dios para explicar satisfactoriamente mi imposibilidad de realizarme como realmente quiero yo? ¿Qué es la felicidad? ¿Es posible ser feliz al margen de la idea o de la realidad de Dios? ¿Estudiar, investigar, documentarse acerca de las religiones, conocer las diferentes filosofías acerca de Dios me llevarían a conocerlo y creer en Él?

Respuesta:

Estimada:

Su consulta contiene preguntas relacionadas entre sí pero muy variadas. Y cada una de ellas exige una respuesta muy precisa.

Ante todo despejemos un equívoco: la ‘existencia’ de Dios no pertenece ‘necesariamente’ a la fe. A esta verdad puede acceder el hombre mediante su razón. Esto no quita que también esta verdad esté revelada (la encontramos en la Sagrada Escritura). Por este motivo, el Concilio Vaticano I (1869-1870), definió contra el fideísmo y el agnosticismo la posibilidad universal de conocer a Dios, por medio de la sola razón natural (de aquí que esta verdad sea enumerada entre los ‘preámbulos de la fe’). De todos modos, como no todos los hombres llegan a este conocimiento por su razón (a causa de la debilidad que ha dejado en nuestra inteligencia el pecado original) hay una ‘necesidad moral’ de que esta verdad sea revelada por Dios, para que lleguen a la misma todos los hombres, prontamente y sin mezcla de error.

Las pruebas más tradicionales para demostrar la existencia de Dios son ‘las cinco vías’expuestas de modo magistral por Santo Tomás de Aquino (‘Suma Teológica’, Prima pars, cuestión 2, artículo 3). Son éstas pruebas propiamente metafísicas. Estas vías son cinco argumentos a posteriori (a partir de las cosas más conocidas por el hombre) que demuestran la existencia de Dios; así, por ejemplo:

1) La primera es la vía del movimiento: la realidad del cambio o del movimiento (en sentido aristotélico) exige necesariamente la existencia de un primer motor inmóvil, porque no es posible fundarse en una serie infinita de iniciadores del movimiento.

2) La segunda es la vía de las causas eficientes: puesto que las causas eficientes forman una sucesión y nada es causa eficiente de sí mismo, hay que afirmar la existencia de una primera causa.

3) La tercera es la vía de la contingencia y del ser necesario: como es un hecho que hay seres que existen y que podrían no existir, esto es, que son contingentes, es forzoso que exista un ser necesario, ya que, de otra forma, lo posible no sería más que posible.

4) La cuarta es la vía de los grados de perfección: puesto que todas las cosas existen según grados (de bondad, verdad, etc.), debe también existir el ser que posee toda perfección en grado sumo, respecto del cual las demás se comparan y del cual participan.

5) La quinta es la vía teleológica o del orden y la finalidad: existe un diseño o un fin en el mundo, por lo que ha de existir un ser inteligente que haya pretendido la finalidad que se observa en todo el universo.

Existen otras vías a las que mejor corresponde llamar ‘argumentos complementarios’. Estas son:

1) La demostración por el consentimiento universal del género humano: todos los pueblos, cultos o bárbaros, en todas las zonas y en todos los tiempos, han admitido la existencia de un Ser supremo. Ahora bien, como es imposible que todos se hayan equivocado acerca de una verdad tan importante y tan contraria a las pasiones, debemos exclamar con la humanidad entera: ¡Creo en Dios!

2) Por el deseo natural de la perfecta felicidad: consta con toda certeza que el corazón humano apetece la plena y perfecta felicidad con un deseo natural e innato; consta también con certeza que un deseo propiamente natural e innato no puede ser vano, o sea, no puede recaer sobre un objetivo o finalidad inexistente o de imposible adquisición; y consta, finalmente, que el corazón humano no puede encontrar su perfecta felicidad más que en la posesión de un Bien Infinito. Por tanto, existe el Bien Infinito al que llamamos Dios.

3) Por la existencia de la ley moral: existe una ley moral, absoluta, universal, inmutable, que prescribe el bien, prohíbe el mal y domina en la conciencia de todos los hombres. Ahora bien, no puede haber ley sin legislador, como no puede haber efecto sin causa. Este legislador ha de ser, al igual que esa ley, absoluto, universal, inmutable, bueno y enemigo del mal. Esto es lo que denominamos Dios.

4) Por la existencia de los milagros: el milagro es, por definición, un hecho sorprendente que es realizado a pesar de las leyes de la naturaleza, ya sea suspendiéndolas o anulándolas en un momento dado. Ahora bien, es evidente que sólo aquel que domine y tenga poder absoluto sobre estas leyes puede suspenderlas o anularlas a su arbitrio. Por tanto, existe un Ser supremo que tiene ese poder soberano.

Es evidente que no he hecho más que exponer el núcleo central de todos estos argumentos. Para entenderlos bien y ver su fuerza probativa, es necesario estudiarlos en profundidad y con los textos completos. Estos textos puede Usted encontrarlos en:

-Santo Tomás, Suma Teológica, Primera parte, cuestión 2, artículo 3 (conviene leer también algún comentario; por ejemplo, R. Garrigou-Lagrange, ‘Dios, su existencia y su naturaleza’, Ed. Palabra, Madrid).

-Santo Tomás, Suma Contra Gentiles, libro I, capítulo 13.

-De modo resumido y muy claro para quien no tiene mucha formación filosófica puede encontrarlo en el libro clásico de Hillaire, ‘La religión demostrada’ (Barcelona 1955; hay numerosas ediciones); o:Antonio Royo Marín, ‘Dios y su obra’ (Ed. BAC, Madrid 1963).

Estos argumentos, sin embargo, sólo nos llevan a conocer la existencia de Dios. Pero la naturaleza misma de Dios, su misterio íntimo, sólo es alcanzado por revelación del mismo Dios. Jesucristo es el revelador del Padre, es decir, del misterio íntimo de la Santísima Trinidad. Y esto sólo se alcanza recibiendo la fe, la cual nos viene por medio de la Iglesia fundada por Cristo.

En cuanto a las últimas preguntas que me hace, le respondo que no es posible ser feliz al margen de Dios o al margen de la noción de Dios, porque nuestro apetito de felicidad es apetito o deseo de una felicidad infinita, que sólo Dios-infinito puede colmar.

En cuanto al estudio de las otras religiones y filosofías, si se hace por aumentar la cultura general, es muy útil. Si se hace dudando de la propia fe y ‘buscando’ en las distintas religiones una respuesta a las dudas sobre la fe, sólo puede aumentar la confusión de la que se parte. De todos modos, es evidente que es diverso el caso del católico que busca en otras religiones un conocimiento más profundo de Dios (lo que puede llevarlo a pecar contra la fe) y del no católico que no tiene, de suyo, el don de la fe.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

ateo

Me interesaría que haga una distinción entre el ateo y el agnóstico

Pregunta:

Me interesaría que haga una distinción entre el ateo y el agnóstico.

Respuesta:

Estimado

Le transcribo cuanto dice al respecto la enciclopedia Hispánica.

Aun cuando pudiera parecer que la definición de ateísmo como toda postura teórica o vital que niega la existencia de Dios confiere a dicho término un significado preciso, lo cierto es que la propia diversidad de las concepciones humanas acerca de Dios otorga a su negación una necesaria ambigüedad.

A lo largo de la historia, de hecho, el calificativo ‘ateo’ se ha empleado a menudo de forma peyorativa contra personas o comunidades que en nada respondían al concepto moderno de ateísmo. Así, Sócrates, cuyas concepciones han influido decisivamente en el desarrollo de la espiritualidad occidental, fue acusado de ateo por no creer en las divinidades atenienses. Desde otra perspectiva, para el creyente de una fe monoteísta el hecho de que una persona no admita la existencia de un Dios único, libre y personal, pero sí afirme su creencia en alguna otra realidad trascendente, Dios o Ser Supremo, es muy posible que no suponga ninguna diferencia respecto a su convicción de que dicha persona es atea. Un acercamiento a la comprensión del ateísmo exige, pues, un análisis del significado histórico del término, de sus relaciones con aquellas otras posiciones, filosóficas o religiosas, a las que se ha identificado u opuesto, e, indisolublemente unido a lo anterior, de las diferentes formas de ateísmo.

Ateísmo en la filosofía occidental

Antigüedad. La dificultad de aplicar el concepto actual de ateísmo a pensadores de otras épocas resulta patente ya en el primer filósofo griego conocido, Tales de Mileto, quien identificaba el principio vital con el agua; según se ponga el énfasis en la noción de principio o en la del agua como entidad física, tal afirmación puede entenderse como trascendente o meramente materialista. Entre los sofistas, Critias denunció las religiones como invenciones de los políticos para poner freno a los pueblos, y en el siglo III a.C. Evémero apuntó una interpretación racionalista de la religión considerando a los dioses como antiguos héroes divinizados.

Para Platón, la peor forma de ateísmo es la de los malvados que creen poder propiciarse a la divinidad mediante donaciones y ofrendas para justificar sus injusticias. Entre los ateos materialistas de la antigüedad fueron particularmente radicales los griegos Demócrito y Epicuro, y el romano Lucrecio. De Epicuro es el célebre argumento: si Dios quiere suprimir el mal y no puede, es impotente; si puede y no quiere, es envidioso; si ni quiere ni puede, es envidioso e impotente; si quiere y puede, ¿por qué no lo hace? Para los estoicos, Dios, Razón, Hado y Naturaleza constituyen una misma cosa; pero su panteísmo fundamenta una cálida y profunda religiosidad.

Renacimiento y racionalismo. En la edad media se apuntaron indicios de algunas posiciones ateas, pero la organización política y social impidió su formulación explícita. Serían las nuevas concepciones del Renacimiento, con sus intereses antropocéntricos, su vuelta a calibrar todas las cosas según la medida del hombre, su paganismo cultural, su descubrimiento de la naturaleza y del método científico, las que diluyeron la concepción teológica medieval y orientaron a numerosos pensadores hacia el materialismo, el panteísmo o el deísmo, doctrinas estas dos que posteriormente se tratarán en su relación con el ateísmo.

Así, a caballo entre los siglos XV y XVI, el italiano Pietro Pomponazzi negó la inmortalidad del alma humana y, veladamente, la existencia de Dios. Su compatriota Maquiavelo independizó la política de la religión, y consideró ésta un instrumento del poder: más debe Roma a Numa, que le dio las primeras ordenanzas religiosas, que a su mismo fundador, Rómulo. Otro italiano, Giordano Bruno, fue quemado en la hoguera en el 1600, acusado de ateo por sus tesis panteístas, en las que identificaba a Dios con el uno infinito. En el siglo siguiente, el judío holandés Baruch de Spinoza fue acusado de ateísmo por asemejar Dios a la sustancia.

Ilustración. El movimiento cultural del siglo XVIII conocido como Ilustración se presentaba como continuación del Renacimiento en su racionalismo y antropocentrismo, aunque la medida humana ya no era la del sabio o el artista, sino la de todo ciudadano, al que se dirigía la Enciclopedia. Los ingleses adoptaron el deísmo -el Dios de la razón meramente humana-; David Hume, como empirista, rechazó toda metafísica y por tanto las pruebas racionales de la existencia de Dios, pero declaró aceptar como hombre la irracionalidad de la fe, nacida del miedo a lo desconocido. Los franceses siguieron dos corrientes distintas: la más radical, la del materialismo ateo, estaba representada por Denis Diderot, entre otros, y la corriente deísta fue significativamente expuesta por Voltaire, para quien Dios era el ‘Geómetra Eterno’. En Alemania, Kant negó la posibilidad de la prueba metafísica de la existencia de Dios, pero la estableció claramente en los postulados de la razón práctica. La religión de Hegel era pura intelectualidad, y ha sido interpretada como teísta, como panteísta y como atea.

Ateísmo moderno. Desde mediados del siglo XIX, el ateísmo se hizo más explícito e incluso militante. El alemán Ludwig Feuerbach dio la vuelta a la dialéctica hegeliana, concediendo la primacía a la sensación frente a la razón. Paralelamente invirtió la relación Dios-hombre. No es Dios quien ha creado al hombre a Su imagen y semejanza; es el hombre quien ha proyectado sus mejores cualidades sobre la pantalla del concepto de Dios.

Marx, en sus tesis sobre Feuerbach, criticó que la filosofía se hubiera limitado a interpretar el mundo en vez de tratar de cambiarlo. El estudio de la historia llevó a Marx a la conclusión de que las estructuras sociales se van construyendo como muros protectores para evitar el cambio de las relaciones de producción: la religión es el opio, el consuelo adormecedor del pueblo.

Nietzsche, desde una postura más existencialista, no proclamó la inexistencia de Dios, sino la muerte de Dios a manos de los hombres, provocando con ello un cambio de valores que prepara la llegada del superhombre.

Ya en el siglo XX, el ateísmo se expresaría de las más diversas formas. Para el psicoanalista austriaco Sigmund Freud, la religión es una proyección simbólica del subconsciente, en la que Dios ocupa la imagen paterna. Para el positivismo lógico del círculo de Viena, las proposiciones ‘Dios existe’ o ‘Dios no existe’ carecen de sentido, y sobre ellas no es posible emitir juicio alguno. Para Jean-Paul Sartre, el ateísmo es un presupuesto existencial, necesario a fin de salvar la libertad humana.

Concepto filosófico y religioso

Tipos de ateísmo. Muy concisamente puede decirse que el ateísmo está constituido por todas aquellas doctrinas o actitudes que niegan la existencia de Dios. Si se trata meramente de actitudes, resulta un ateísmo práctico. Si se prescinde totalmente de Dios al formar una teoría sobre el hombre y el universo, tendremos un ateísmo teórico negativo. Si se niega explícitamente su existencia, como hacen los materialistas, se tratará de un ateísmo teórico positivo. Esta última concepción, que niega no ya la existencia de Dios, sino la de cualquier realidad que no sea la meramente física, es la que generalmente se asocia al concepto de ateísmo, y por tanto constituye la mejor referencia para apuntar las diferencias entre ésta y otras doctrinas filosóficas.

Ateísmo y otras posturas filosóficas y religiosas. En primer lugar, es preciso distinguir el ateísmo de otras dos doctrinas que a menudo se solapan con él: agnosticismo y escepticismo. Algunos pensadores no niegan ni afirman la existencia de Dios, pero consideran que no es posible llegar a ninguna conclusión acerca de ello. Estos pensadores son denominados agnósticos, y entre ellos se puede contar a los positivistas, que sólo afirman lo que es objeto de la experiencia. Otros niegan la posibilidad de conocer cualquier verdad -son los escépticos- y por consiguiente niegan la posibilidad de conocer la existencia de Dios. Así pues, el ateo se diferencia del agnóstico en que no admite siquiera la mera posibilidad de la existencia de Dios, y del escéptico en que, aunque niegue a Dios, sí admite la posibilidad de conocimiento.

Por otra parte, las doctrinas que afirman la existencia de Dios han dado lugar a tres posturas básicas: el teísmo, característico de las religiones monoteístas, afirma la existencia de un Dios único, personal y trascendente; el panteísmo identifica a Dios con el todo; el deísmo cree en un Dios que ha creado el mundo y le ha dado sus leyes, pero que no interviene en el acontecer posterior a la creación y del que no es posible conocer nada. Panteístas y deístas, sin embargo, han sido frecuentemente acusados de ateísmo por los teístas.

Ateísmo y panteísmo, ciertamente, comparten la noción de la no existencia de un Dios trascendente. El panteísmo, sin embargo, en su variante más común, no tiende a definir la naturaleza del todo, ni considera que su naturaleza última haya de ser necesariamente material, sino que a menudo le atribuye un carácter espiritual. En este sentido, pues, el ateísmo y el panteísmo difieren, pero no es menos cierto que desde el punto de vista teísta resulta justificada su asimilación, pues ambos rechazan la noción de un Dios personal creador del mundo. Mucho menos lógico parece que puedan ser considerados como ateos los deístas, que admiten explícitamente la existencia de un Dios supremo conocido por la razón, aunque prescindan de cualquier elemento sobrenatural y nieguen su comunicación con los hombres.

Posibilidad de un ateísmo religioso. A raíz de la segunda guerra mundial surgió entre los protestantes un movimiento religioso denominado ‘teólogos de la muerte de Dios’ -o también, cristianos ateos- que intentó depurar la idea de Dios de lo que se consideraban adherencias culturales espurias, de los temores que enturbian la búsqueda del verdadero Dios. Para estos pensadores, como el suizo Karl Barth, el teísmo corre el riesgo de creer que ha aprehendido el infinito, que ha expresado lo inefable; es decir, apenas evita el convertir a Dios en un ídolo. Al precisar con inflexibilidad lógica su lenguaje sobre Dios, destruye su misterio, cosifica a Dios. Por el contrario, el ateísmo, al rechazar por incomprensible el concepto de infinito, le devuelve su carga de misterio. Así pues, resulta preciso destruir al Dios metafísico, para facilitar la busca del Dios vivo: las actitudes de auténtico amor -descubiertas por algunos de ellos en los campos de concentración- son mejor vehículo de comunicación que los conceptos.

El concepto de ateísmo, en suma, sólo adquiere significado cabal en cuanto opuesto a determinada doctrina y a un concepto específico de la divinidad. En último extremo, ante la imposibilidad de precisar un concepto de dios común a todas las religiones, suelen ser cuestiones no estrictamente relacionadas con la existencia o no de una realidad superior -como la no creencia en la inmortalidad personal- las que hacen que una persona sea considerada atea.

P. Miguel A. Fuentes, IVE