inhabitación trinitaria

¿Qué es la inhabitación trinitaria en el alma?

Pregunta:

Quisiera, si es posible, que me ayudara con la definición de Inhabitación referente al amor de Dios dentro de nosotros. Le agradezco mucho. G. D.

 

Respuesta:

Estimada G:

La inhabitación trinitaria es la presencia de la Santísima Trinidad en el alma del que está en gracia de Dios.

El valor teológico de esta afirmación: es una verdad de fe divina y católica.

El testimonio de la Sagrada Escritura es claro y constante. Y va desde las promesas y afirmaciones más genéricas hasta las afirmaciones más contundentes, por ejemplo:

Si alguno me ama… mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos mansión(Jn 14,23)

Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios, y Dios en él (1 Jn 4,16)

¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?… El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros (1Co 3,16-17)

¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios? (1Co 6,19)

Vosotros sois templo de Dios vivo (2Co 6,16)

Guarda el buen depósito por la virtud del Espíritu Santo, que mora en nosotros (2Tim 1,14).

Cf. también Rom 8,9-11

En el Magisterio encontramos entre otros testimonios:

El Símbolo de Epifanio, obispo de Salamina (año 374): ‘creemos en el Espíritu Santo que… habita en los santos’ (Denzinger-Hünermann -en adelante: D-H- 44).

Trento, al hablar de la atrición (= contrición imperfecta) dice que ‘es un don del Espíritu Santo, que todavía no inhabita, sino que mueve solamente’ (D-H, 1678).

Dice León XIII: ‘Dios, por medio de su gracia, está en el alma del justo en forma más íntima e inefable, como en su templo; y de ello se sigue aquel mutuo amor por el que el alma está íntimamente presente a Dios, y está en él más de lo que pueda suceder entre los amigos más queridos, y goza de él con la más regalada dulzura. Y esta admirable unión, que propiamente se llama inhabitación, y que sólo en al condición o estado, mas no en la esencia, se diferencia de la que constituye la felicidad en el cielo, aunque realmente se cumple por obra de toda la Trinidad, por la venida y morada de las tres divinas Personas en el alma amante de Dios Vendremos a él y haremos mansión en él (Jn 14,23), se atribuye al Espíritu Santo. Y es cierto que hasta entre los impíos aparecen vestigios del poder y sabiduría divinos; mas de la caridad, que es como una nota propia del Espíritu Santo, tan sólo el justo participa’ (D-H, 3330b-3341).

Pío XII, en la Mystici Corporis: ‘Adviertan que aquí se trata de un misterio oculto, el cual, mientras estemos en este destierro terrenal, de ningún modo se podrá penetrar con plena claridad ni expresarse con lengua humana. Se dice que las divinas Personas habitan en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en las almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el conocimiento y el amor, aunque completamente íntimo y singular, absolutamente sobrenatural’ (D-H, 3814).

Se puede ver, en el Índice Sistemático de Denzinger-Hunermann: F2ca.

En cuanto a la Tradición es testigo frecuentísimo de esta verdad. Así los Santos Padres griegos: Bernabé (R. 36), Ignacio de Antioquía (R. 40), Hermas (R. 89), Taciano (R. 158), Ireneo (R. 219, 251), Afraates (R. 683), Atanasio (R. 770, 780), Cirilo de Jerusalén (R. 813), Basilio (R. 944), Dídimo (R. 1071), Juan Crisóstomo (R. 1186), Cirilo de Alejandría ((R. 2107, 2114). También los Padres latinos: Novaciano (R. 607), Hilario (R. 872), Agustín (In Io. 75ss; De Trinitate, 15,17-19), etc.

Igualmente la tradición litúrgica. Por ejemplo, el himno Veni Sancte Spiritus: ‘Altissimi donum Dei… Dulcis hospes animae’.

El texto citado de Pío XII, que se apoya en Santo Tomás, señala que la inhabitación envuelve dos cosas:

1º Una presencia física de las personas divinas, que hacen y conservan en nosotros la gracia (y los demás dones sobrenaturales); se la denomina también presencia dinámica.

2º Una presencia intencional que no es otra cosa que la potestad de gozar de Dios por los actos de la inteligencia y de la voluntad en modo sobrenatural y amigable. Por esto León XIII la llama ‘cierta anticipación o incoación del gozo eterno’ y que difiere del mismo ‘sólo en condición y estado’.

La inhabitación consiste en esa presencia de Dios que se realiza por la gracia y por la operación de la creatura; es el modo que señala Dios como propio de los santos (por encima de la presencia de inmensidad por la cual Dios está presente en todas sus creaturas): ‘Dios está en las cosas de dos modos. Uno, como causa eficiente; es el modo como está en todas las cosas creadas por Él. Otro, como el objeto de la operación está en el operante… De este segundo modo Dios está especialmente en la creatura racional, que lo conoce y ama en acto o en hábito. Y como esto la creatura racional lo tiene por la gracia… se dice que está de este modo en los santos por la gracia’. Escribe Régnon: ‘Es la presencia substancial y personal del Espíritu Santo quien nos santifica formando en nosotros su impronta. Sin duda, la gracia habitual no es el Espíritu Santo, así como la impronta en la cera no el sello impresor. Pero la presencia del sello es necesaria tanto para formar la impronta como para conservarla. Pues el alma es como el agua que no guarda la figura impresa sino en tanto que el sello permanece en ella como una especie de virtud informante’. Por tanto, ‘la gracia santificante es una cualidad que afecta la substancia misma del alma. Pero… esta cualidad, que informa el alma, es el resultado inmediato de la Trinidad como el color de una flor es el resultado de la presencia de la luz’. Entonces, si la producción y la conservación de la gracia santificante es el efecto de la venida en nosotros de la Santísima Trinidad, la inhabitación de las divinas personas debe corresponder con esta venida misma y preceder, al menos lógicamente, la producción de la gracia. En nuestro lenguaje indigente e incapaz de expresar adecuadamente las realidades divinas, una sola palabra puede designar de una manera suficientemente clara esta suerte de presencia: presencia de ser mismo de la Divinidad, presencia ontológica.

Por tanto, Dios se une a los justos por la gracia de un doble modo:

1º como principio: causando y conservando en nosotros la gracia, que es la razón de nuestro ser y obrar sobrenatural;

2º como término, en cuanto se da para ser gozado por el alma, ya sea de modo actual o habitual, por el conocimiento y el amor que proceden de la gracia.

Así las Personas divinas se hacen presentes causando y conservando la gracia; esta presencia manifiesta en cierto modo al alma las divinas Personas, las cuales, de este modo se hacen objeto del conocimiento y del amor.

Por tanto, la inhabitación es un hecho ontológico y psicológico, y antes ontológico que psicológico.

Hay, pues, por parte de la Trinidad, como un abandono de sí y una invitación a gozar amigablemente de la presencial del amigo. Es lo que enseña Santo Tomás: ‘no se dice que poseemos verdaderamente sino aquello de lo cual libremente podemos usar y disfrutar‘.

Este efecto, que existe sólo en las almas de los justos, es un efecto asimilador, que imprime en el alma una imagen de la Trinidad mucho más perfecta de la que ha dejado en el alma el acto creador. Llega incluso a reproducir los rasgos más particulares de las personas divinas. Esto por la ley de la apropiación: el don de sabiduría, que nos hace conocer a Dios, es propiamente representativo del Hijo; y el amor de caridad que nos permite amar a Dios es propiamente representativo del Espíritu Santo.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

gracia

¿Qué quiere decir estar en Gracia?

Pregunta:

Estimado Padre:
Mi hijo de 8 años que está yendo al catecismo me ha preguntado hace unos días qué quiere decir estar en gracia. Yo le he respondido: “no tener ningún pecado grave”; pero él me dijo que su catequista le había enseñado otra cosa, aunque no recordaba bien qué era. Esto me ha dejado confundida. Agradeceré su aclaración.

Respuesta:

Estimada Señora:

Su respuesta es correcta. Sólo que es la mitad de la respuesta, y la mitad que falta es la más importante. Es muy probable que el catequista de su hijo se haya referido a esa otra mitad que el niño ha olvidado. Su pregunta viene bien para recordar esta doctrina de nuestra fe tan importante como consoladora.

Dice Nuestro Señor en la Última Cena: Si alguno me ama, obedecerá mi palabra, y el mi Padre lo amará, y nosotros vendremos a él y haremos una morada en él… El Consolador, el Espíritu Santo que el Padre mandará en mi nombre, os enseñará toda cosa y os recordará todo lo que yo os he dicho (Jn 14,23).

Estas palabras nos llenan de consuelo y nos recuerdan de dos verdades de nuestra fe que lamentablemente no todo cristiano conoce como debiera: la inhabitación trinitaria y la gracia santificante.

«Inhabitación trinitaria» quiere decir que la Santísima Trinidad, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, habitan, están presentes, hacen su morada, en el alma del que vive en gracia. «Gracia» es, en cambio, ese don misterioso que nos hace Dios, para que pueda venir la Santísima Trinidad a nuestra alma.

1. La inhabitación trinitaria

Es una verdad de fe que Dios está presente en el alma del justo, es decir, del que está en gracia. Lo hemos escuchado del Evangelio de hoy. Pero esto lo repite la Sagrada Escritura en muchos lugares: El que vive en caridad… Dios está en él (1Jn 4,16); ¿No sabéis… que Dios habita en vosotros? (1Co 3,16-17); El Espíritu Santo… que mora en nosotros (2Tim 1,14).

Es verdad que Dios está en todas las cosas, y que Jesucristo está presente con su cuerpo, alma, sangre y divinidad en la Eucaristía. Pero de un modo especial está en el alma del que vive en gracia.

Uno puede preguntarse ¿para qué? Responde Santo Tomás: «para que uno pueda gozar y disfrutar de Dios». Así como el avaro se goza en las riquezas que posee, así como la madre se goza y disfruta con el hijo pequeño que tiene entre sus brazos, así Dios viene a nuestra alma:

  • para que disfrutemos de Él;
  • para que podamos hablar con El: como un hijo habla con su Padre, como el amigo con su amigo, como la esposa con su esposo;
  • para que podamos escucharlo y así se convierta en nuestro maestro (os enseñará todas las cosas);
  • para que nunca estemos solos;
  • para que lo que será el Cielo después de esta vida, empiece ya en ésta.

2. La gracia santificante

Y ¿qué es la gracia? La gracia o gracia santificante es un don de Dios. Es una realidad espiritual sobrenatural que Dios infunde en nuestra alma. La Escritura habla de ella de distintas maneras: San Pedro la describe diciendo que es una participación de la naturaleza divina en nosotros (cf. 2Pe 1,4); San Pablo la llama «nueva creación», «hombre nuevo»; San Juan la llama «vida eterna en nosotros».

Como es una realidad espiritual, nos es muy difícil imaginarla. Pero es una realidad, y está presente en el alma de quien no tiene pecado. Y de aquí su nombre: gracia quiere decir al mismo tiempo «regalo» y también «brillo, belleza». Es un regalo divino por el cual el alma se embellece. La gracia, es por eso, descrita por los santos como luz, belleza, calor, fuego.

¿Para qué hace Dios esto? Precisamente para que podamos recibir en nuestras almas a la Santísima Trinidad. ¿Cómo puede venir Dios, que es totalmente espiritual, totalmente santo, infinito, a quien no pueden contener los cielos, ante quien caen de rodillas los ángeles… cómo puede venir al alma pobre, miserable, pequeña, débil, de un ser humano? Debe primero prepararla, para que sea capaz de contener a Dios.

Y para esto es la gracia. Es como el nido que Dios mismo se prepara en el corazón del hombre, para poder luego anidar en él. Es más Dios comienza a habitar en el alma en el mismo momento en que nos da la gracia: vienen juntos, desaparecen juntos: Dios deja de estar en el alma, cuando el alma pierde la gracia.

¿Cuándo nos da Dios la gracia? Ante todo en el bautismo. Esa es la primera vez. Y Dios la da para siempre, para que tengamos el alma en gracia y a Dios en el alma para siempre. Pero si la perdemos por el pecado (se pierde por cualquier pecado mortal) por su infinita misericordia, nos devuelve la gracia en el sacramento de la confesión, en el momento en que nos borra nuestros pecados.

Por eso, cuando nos preguntan ¿qué quiere decir estar en gracia? Y respondemos «no tener pecado mortal», decimos la mitad y la mitad más pobre: es infinitamente más que no tener pecado. Es como si dijéramos que un palacio es un lugar donde no hay chanchos o basura… Es más que eso, no hay chanchos ni basura, y hay, en cambio, orden, limpieza y un rey. Describimos la gracia por lo negativo, pero hay que hablar de ella por lo que tiene de positivo.

Por eso es que frente a un alma en gracia, el mismo demonio huye aterrado. No puede sostenerse en su presencia. Santa Teresita a los cuatro años tuvo un sueño que le quedó impreso para siempre en la memoria. Ella lo cuenta así: «Soñé que paseaba sola por el jardín. De pronto cerca de la glorieta, vi dos feos diablos que bailaban sobre un barril. Al verme clavaron en mí sus ojos, y en un abrir y cerrar de ojos los vi encerrarse en el barril, poseídos de terror. Escaparon y por una rendija se ocultaron en el sótano. ¿Qué les había picado? Viéndoles tan cobardes, quise saber qué temían. Me acerqué a la ventana y vi que corrían por las mesas sin saber dónde huir para esconderse de mi mirada. De vez en cuando se aproximaban a la ventana y espiaban, al verme cerca volvían a correr despavoridos como auténticos condenados. Yo creo que Dios se sirvió para mostrarme que un alma en gracia, no debe temer al demonio, tan cobarde ante la presencia de una niña».

Todos podemos deducir aquí la importancia que esto tiene. Estar en gracia, debe ser nuestro mayor anhelo, nuestro único deseo. Y nuestra única tristeza ha de venir por no poseer esa gracia. Pidamos a Dios que siempre nos conceda el vivir cumpliendo sus mandamientos, para así —al no tener pecado— podamos vivir en gracia y tener presente en nuestras almas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

gracia

¿Cómo sabemos si estamos verdaderamente en gracia?¿Hay alguna forma de averiguarlo?

Pregunta:

Tengo una duda. Se supone que la fe se compone, o requiere, de la inteligencia, la voluntad y la gracia divina, y que cada quien responde a la gracia, mi pregunta es, ¿cómo nos damos cuenta de la gracia?, no será una especie de sugestión psicológica. Le agradeceré su respuesta. Saludos. R. M.

 

Respuesta:

Estimado:

Como explica Santo Tomás, el conocimiento del estado de gracia (es decir, de que nosotros poseemos la gracia santificante) puede darse de dos maneras diversas:

– O por revelación, lo cual, evidentemente, es un privile­gio particular dado a pocos.

– O por conjetura, es decir, a través de algunos signos. Y tal es el modo ordinario para alcanzar el cono­cimien­to de la gracia.

Dice el Catecismo: ‘La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y salvados. Sin embargo, según las palabras del Señor: ‘Por sus frutos los conoceréis’ (Mt 7,20), la consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza’ (Catecismo, n. 2005)

En cuanto a los signos que nos permiten conjeturar el estado del alma, tres principales nos orientan sobre el estado de gracia:

a) El testimonio de la buena conciencia, que entra­ña: el no tener conciencia de pecado mortal; el dolor sincero de los pecados cometidos; el propósito de enmienda y el horror al pecado; el cumplimiento de los preceptos divinos; la victo­ria en las tentaciones; el amor a las virtudes y el esfuerzo por el evitar el pecado venial.

b) El deleite en las cosas divinas, es decir: el gusto por los libros santos y por la Palabra de Dios; la devoción a la Eucaristía y a la Virgen; la frecuencia de los sacramentos y la oración mental.

c) El desprecio de las cosas mundanas, que supone: no tener apego a las cosas de la tierra, el no sentir gusto en las vanidades del mundo; el huir de las ocasiones del pecado.

Sin embargo, estos signos no nos dan más que una conjetura, por eso, la Escritura nos exhorta a la vigilancia, a la perseverancia, a la oración y confianza en Dios y al esfuerzo continuo en la obra de la santificación:

Eccl 5,5Aun del pecado expiado no vivas sin temor, y no añadas pecados a pecados.

Prov 20,9¿Quién puede decir: He limpiado mi corazón, estoy limpio de pecado?

Sal 18.13¿Quién podrá conocer sus pecados? Absuélveme de los que se me oculta.

1 Cor 4,4Estoy cierto de que de nada me arguye la conciencia, mas no por eso me creo justificado; quien me juzga es el Señor.

P. Miguel A. Fuentes, IVE