Pregunta:
Quisiera saber si en algún lugar del Evangelio figura que Cristo no ha tenido mujer alguna. Muchas gracias.
Respuesta:
Estimado:
Jesucristo fue virgen. Se puede decir que esa verdad figura en los cuatro Evangelios donde, dando muchos detalles de la vida de Cristo (más de los que muchos suponen) jamás se menciona ni alude a que Jesucristo fuera casado.
De modo más explícito la tradición ha visto siempre una alusión a su estado de virginidad consagrada en Mt 19,10-12 donde Jesucristo habla de la virginidad por el Reino de los Cielos y afirma: quien sea capaz de tal doctrina, que la siga. En ningún lugar de los Evangelios Jesucristo propone algo a la libre voluntad de los hombres sin dar Él primero el ejemplo. Por eso dice San Pedro: nos ha dado ejemplo para que sigamos sus huellas (1Pe 2,21).
También está expresado en Apocalipsis 14,4, cuando dice que los que siguen al Cordero (Cristo) dondequiera que va son los que no se mancharon con mujeres, porque son vírgenes. Los que son vírgenes tienen especial mérito y pueden seguir al Cordero Virgen.
Es también enseñanza del Magisterio, no puesta en duda en ningún momento de la historia de la Iglesia. Curiosamente ninguna herejía ha afirmado hasta nuestro tiempo que Jesucristo fuera casado (hasta nuestro tiempo, donde aparece en las versiones neo-gnósticas y feministas radicales que inventan el mito de la Magdalena casada con Cristo; pero de esto hablamos en otro lugar[1]). Han negado algunos que fuera Dios (Arrio), que tuviera dos naturalezas (monofisistas), o que la Iglesia fundada por Él haya sido la Católica (reformadores), etc., pero ninguno negó su virginidad. ¡Tan evidente parece!
Por eso Juan Pablo II dice: “Cristo, aun aprobando y defendiendo la dignidad y la santidad de la vida matrimonial, asume la forma de vida virginal y revela así el valor sublime y la misteriosa fecundidad espiritual de la virginidad”[2].
Le transcribo dos textos magníficos.
El primero es de Pío XII en la Encíclica “Sacra virginitas”: “De aquellos hombres que no se mancillaron con mujeres, porque son vírgenes (Ap 14,4), afirma el apóstol San Juan: éstos siguen al Cordero dondequiera que va (Ap 14,4). Pensemos en la exhortación que a todos estos dirige San Agustín: ‘Seguid al Cordero, porque es también virginal la carne del Cordero… Con razón lo seguís dondequiera que va con la virginidad de vuestra carne. Pues ¿qué significa seguir sino imitar? Porque Cristo padeció por nosotros dándonos ejemplo, como dice el apóstol San Pedro, para que sigamos sus pisadas’. Realmente todos estos discípulos y esposas de Cristo se han abrazado con la virginidad, según San Buenaventura, ‘para identificarse con su Esposo Jesucristo, al cual hace asemejarse la virginidad’. A su encendido amor a Cristo no podía bastar la unión de afecto; era de todo punto necesario que ese amor se echase también de ver en la imitación de sus virtudes, y, de manera particular, conformándose con su vida, que toda ella se empleó en el bien y salvación del género humano. Si, pues, los sacerdotes, los religiosos, si, en una palabra, todos los que de alguna manera se han consagrado al servicio divino, guardan castidad perfecta, es en definitiva porque su Divino Maestro fue virgen hasta el fin de su vida. Por eso exclama San Fulgencio: ‘Este es el Unigénito Hijo de Dios, hijo unigénito también de la Virgen, único Esposo de todas las vírgenes consagradas, fruto, gloria y premio de la santa virginidad, a quien la santa virginidad dio un cuerpo, con quien espiritualmente se une en desposorio la santa virginidad, de quien la santa virginidad recibe su fecundidad permaneciendo intacta, quien la adorna para que sea siempre hermosa, quien la corona para que reine en la gloria eternamente’”[3].
El segundo texto es de Pablo VI en la “Sacerdotalis coelibatus”: “Cristo durante toda su vida permaneció en estado de virginidad; con lo cual se da a entender que él se consagró por entero al servicio de Dios y de los hombres… Prometió riquísimos premios a todos aquellos que por el reino de Dios dejasen casa, familia, mujer, hijos (cf. Lc 18,29-30). Más aún: sirviéndose de palabras misteriosas y que despiertan expectación, aconsejó un ideal mejor consistente en que alguien, movido por una gracia especial (cf. Mt 19,11), se consagre en virginidad al reino de los cielos. La causa de que alguien apetezca este don es el reino de los cielos (cf. Mt 19,12); igualmente este mismo reino, evangelio y nombre de Cristo (cf. Lc 19,29-30; Mc 10,29-30; Mt 19,29) hacen que Jesús invite al compromiso en los arduos trabajos apostólicos, unidos con tantas molestias, que han de ser soportadas de buena gana para participar más íntimamente en la suerte de él mismo. Así, pues, quienes han sido llamados de este modo por Jesús, se sienten impulsados a elegir la virginidad como cosa deseable y digna de ser escogida bien por el misterio de la novedad de Cristo o por el de todas aquellas cosas que manifiestan quién es él y cuál su inconmensurable valor… Y ellos hacen esto… para asumir el mismo género de vida de Jesús”[4].
P. Miguel A. Fuentes, IVE
Bigliografía:
Pablo Buysse, Jesús ante la crítica, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1930;
de Grandmaison, Jesucristo, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1941 (hay edición actualizada de Edibesa, Madrid 2000);
M. Lagrange, Vida de Jesucristo, Edibesa, Madrid 2000;
Cl. Fillion, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Edibesa, Madrid 2000;
Ricciotti, Vida de Jesucristo, Edibesa, Madrid 2000.
[1] ¿Qué piensa del “Código Da Vinci”?
[2] Exh. Vita consecrata, n. 22.
[3] Sacra virginitas, 12.
[4] Sacerdotalis coelibatus, 20.23.