relaciones

Mi novio me dice que ‘físicamente’ necesita tener relaciones conmigo: ¿existe en verdad esta ‘necesidad física’?

Pregunta:

Escribo desde Estados Unidos. Tengo 22 años. He leído en su pagina la consulta ‘¿Son ilícitas las relaciones prematrimoniales?’. Todo lo que ustedes dicen es exactamente lo que yo pienso y lo que mi mamá me enseñó durante años. Hace seis meses de estoy novia con un muchacho al cual estoy segura que amo y que me gustaría compartir toda mi vida con él. Pero él tiene diferentes maneras de ver la vida con respecto a este tema y a pesar de que durante estos meses me ha respetado, día a día me sale diciendo que se le esta haciendo muy difícil y que además físicamente necesita hacer el amor. También me dice unas veces que si sus hermanas y su mejor amigo saben que el no tiene sexo conmigo van a burlarse de él y lo van a llamar homosexual. Peor es a veces cuando no puedo contestar las preguntas que él me hace, como ‘¿por qué los católicos vemos la virginidad tan importante?’ o ‘¿por qué yo quiero esperar, por quién, debido a qué?’ Y la única respuesta que le doy, es por el amor que le tengo a Dios, pero el no entiende. A veces me surge la pregunta: ‘¿Por qué la iglesia acepta el sexo fuera del matrimonio en los hombres y no en las mujeres?’ Yo no sé qué tan cierto es eso de que mi novio físicamente está teniendo problemas por el deseo sexual que tiene; pero yo no sé qué hacer. No puedo negar que a veces me cuesta mucho decir ‘basta’. Pero en todo momento pienso en Dios, en lo que mi mamá me enseñó y sobretodo no quiero hacer nada con mi cuerpo que después me vaya a arrepentir. ¡Gracias por su pagina!

 

Respuesta

Estimada C.:

Ante todo te felicito por tus claras convicciones. Lo que piensas acerca del noviazgo y del matrimonio es muy acertado. Y lo más importante de todo: de vivir del modo que te ha enseñado tu madre depende la felicidad del matrimonio.

En el matrimonio el sexo es algo muy importante; pero no es lo más importante y sobre todo: no es lo único importante. El noviazgo se ordena, entre otras cosas, a demostrarse que pueden quererse y amarse aun cuando no puedan tener sexo durante algún tiempo. En la vida matrimonial hay muchas circunstancias en las cuales no se pueden tener relaciones sexuales porque uno de los dos no puede hacerlo: durante cierto tiempo del embarazo, después de un parte, en algunas enfermedades, etc. etc. ¿Serán capaces de amarse afectiva y espiritualmente sin faltar a la fidelidad? ¿Podrás ser la única mujer de tu esposo, aunque no puedas tener relaciones con él en algunos momentos? Esto hay que responderlo en el noviazgo. ¿Cómo? Demostrando que se aman sin exigirse algo que no pueden darse todavía (por no estar casados).

Esto no es algo que tu novio pueda ignorar. De cómo lo eduques en el noviazgo dependerá en gran medida el cómo será cuando te cases con él.

No tengas miedo en quedarte para vestir santos. Si eres virtuosa y exiges virtud en tu novio, no podrá faltarte un buen esposo.

En segundo lugar, no hay ningún hombre (y ninguna mujer) que tenga tales necesidades físicas de ejercer su sexualidad que no pueda contenerse. Sólo una persona psíquicamente enferma puede pensar en ‘impulsos irresistibles’. Tu novio debe demostrarte que es capaz de mantener la castidad durante el noviazgo, es decir de que es normal; de lo contrario, cuando estés casada con él, te engañará con otra mujer cuando vuelva a sentir esos deseos físicos y tú no puedas responderle adecuadamente por enfermedad, indisposición o por cualquier otra cosa.

El decirte que los demás pueden pensar que es homosexual si no tiene sexo contigo es una excusa. Si te ama y quiere respetarte, ¿qué le importa lo que piensen los demás? Además, son justamente algunos homosexuales los que tienen relaciones con mujeres (e incluso se casan) para que los demás no piensen que son homosexuales (hay casos famosos).

Finalmente, no es verdad que la Iglesia permita el sexo fuera del matrimonio en los hombres y no en las mujeres: fuera del matrimonio, todo acto sexual es ilícito tanto para el hombre como para la mujer. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 2348-2349): ‘Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha ‘revestido de Cristo’ (Ga 3,27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad. La castidad debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o célibes. Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia. ‘Existen tres formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras. En esto la disciplina de la Iglesia es rica’ [San Ambrosio]’.


A continuación transcribimos un mensaje que nos hizo llegar un joven después de haber leído este artículo

P. Fuentes:

Es la primera vez que yo ingreso en esta página, y lo primero que me interesó fue este apartado de problemas en el noviazgo.

Leí sobre la experiencia de la señorita que ha tenido dificultades con su pareja por el problema de las relaciones sexuales antes del matrimonio, yo me identifico con ella porque yo también pasé por allí, además este es un problema que está atacando mucho a los noviazgos; y yo no logré mejorar hasta que decidimos hablar con nuestro párroco.

Yo he visto a través de la experiencia la gran ayuda que uno recibe al consultarlos, pero no niego que el pecado de la fornicación nos engaña y nos hace sentir vergüenza para evitar consultarlos.

Aconsejo que consulten con su párroco lo más pronto posible, ya que lamentablemente mi noviazgo terminó a consecuencia de no hablar a tiempo, y cuando lo hice, la relación ya estaba muy dañada, incluso teníamos plan de casarnos y todo se acabó. No hay que darle ocasión al demonio de tentarnos, y si están es una comunidad pidan a los otros miembros que recen por ustedes para no caer en tentación, asimismo también ellos los cuidarán, para no estar solos en casa, en lugares oscuros, etc.

Bueno, me despido pidiendo bendiciones de nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen Madre Maria para que este servicio siga ayudando a los Jóvenes.

Atte.

Fernando

anticoncepción

¿Qué enseña la Iglesia acerca de la anticoncepción?

Pregunta:

Soy una alumna de un colegio católico y se me pidió hacer una investigación sobre los anticonceptivos, quiero pedirle ayuda acerca de este tema y del punto de vista de la Iglesia. Necesito saber con fundamentos claros el por qué la Iglesia se opone a este método, si es pecado usarlos, etc. Por favor agradecería su ayuda. Navegando en Internet llegue a una página en donde me aparecía que usted sabía bastante acerca de este tema, por esta razón quise escribirle. Me despido afectuosamente V. De antemano muchas gracias

 

Respuesta:

Estimada V.:

La anticoncepción es el rechazo a tener hijos ya sea por motivos sin peso o por medios ilícitos.

Muchas veces, cuando se habla en contra de la anticoncepción se mencionan los efectos secundarios que causan muchas píldoras o medios anticonceptivos como, por ejemplo:

-Efectos sobre el metabolismo lipido-glucídico: arterioesclerosis, peligros de hemiplejias.

-Efectos cardiovasculares: trombosis vascular, venosa, arterial o del mesenterio, hemorragias y embolias cerebrales o pulmonares, infartos, hipertensión, oclusión coronaria, etc. (efectos que se aumentan hasta un 250% cuando se combina la píldora anticonceptiva con el tabaco o el alcohol).

-Efectos hepáticos: hepatitis virósicas, ictericia, cálculos, lesiones vasculares y tumores.

-Efectos sobre la piel: acné, caída de cabello, hiperpilosidad, manchas.

-Efectos neuropsíquicos: desequilibrios, depresiones, tendencias suicidas, aburrimiento, tristeza, alteración de la libido, desafección sexual.

-Efectos ginecológicos: riesgos de infecciones, quistes, cáncer de útero y seno.

-Efectos genéticos en los descendientes: mongolismo, malformaciones varias.

-Efectos sobre la fecundidad: disminución de las reglas, esterilidad total; en las jovencitas pueden llegar a darse un bloqueo del crecimiento sexual (el fenómeno de las ‘mujeres-niñas’).

Por este motivo, muchas mujeres desconfían de la píldora y recurren a otros medios moralmente tanto o más malos e injustos que aquélla, como la esterilización y el aborto.

Sin embargo, el problema es más profundo y sería igualmente inmoral la anticoncepción aunque se consiguiese fabricar una píldora que no produjese ningún efecto nocivo, o la esterilización fuese totalmente reversible.

El Papa Juan Pablo II ha señalado con fuerza que el verdadero problema de la anticoncepción es la mentalidad que la anima. Es la mentalidad de la cerrazón a la vida, de la falsedad en la relación entre el hombre y la mujer y de la manipulación y cosificación del amor.

Ante todo, la anticoncepción, como su nombre lo indica, implica una oposición a la concepción de una nueva vida. Es una actitud de rechazo. El Papa ha dicho que entre el recurrir a los métodos naturales (es decir, el recurrir a los ritmos de fertilidad e infertilidad que la misma naturaleza prevé para la mujer) y el anticoncepcionismo no hay una simple diferencia de método sino dos concepciones de la persona humana y de la sexualidad humana, ‘irreconciliables entre sí’.

En la anticoncepción ‘la procreación se convierte en el ‘enemigo’ a evitar en la práctica de la sexualidad’ (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 23). Esta práctica tiene su raíz es una mentalidad hedonista, es decir, egoísta, que pone el placer por encima de todo: un hijo, una nueva vida, es un mal. Esta es la actitud contraria a la de Dios que nos ha dado a nosotros la vida.

Es por ser una oposición a la vida que tiene estrecha relación con el aborto. A veces se dice que hay que favorecer la anticoncepción para que haya menos abortos. Es falso. Aunque se trate de cosas diversas, una llama a la otra. El que no quiere una nueva vida intenta primero evitar que venga, pero si falla en evitarla, intentará luego destruirla. Por eso decía Juan Pablo II: ‘los contravalores inherentes a la ‘mentalidad anticonceptiva’… son tales que hacen precisamente más fuerte esta tentación (del aborto) ante la eventual concepción de una vida no deseada. De hecho, la cultura abortista está particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción’ (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 13).

En segundo lugar, implica una falsedad en la relación entre el hombre y la mujer. Ya hemos hecho referencia a esto: cuando deliberadamente se quita de ese acto la capacidad de dar la vida, de engendrar, de ser fecundos, ese acto se vuelve mentiroso.

En tercer lugar, implica una relación cosificada: se rebaja al otro cónyuge porque se lo ve ya sólo como un objeto de placer. Una cosa que da placer, no una persona a la que se entrega con totalidad. Cuando el acto sexual se reduce a la búsqueda del placer, entonces se convierte en la suma de dos egoísmos, pero dos egoísmos no hacen un amor.

Finalmente, en la anticoncepción los esposos se comportan como dueños y árbitros absolutos de la creación. Ellos se dictan su propia ley, usan su cuerpo, su sexo, el placer, según sus propios criterios, contra la voluntad de Dios expresada en la ley natural y en los mandamientos divinos.

Resumiendo todo esto decía el Papa Juan Pablo II: ‘Cuando los esposos, mediante el recurso al anticoncepcionismo, separan estos dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como ‘árbitros’ del designio divino y ‘manipulan’ y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge alterando su valor de donación ‘total’. Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce, no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal llamando a entregarse en plenitud personal’ (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 32).

Este es el problema más profundo y más real de la anticoncepción.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

masturbación

¿Por qué está mal la masturbación? ¿Tiene consecuencias en la persona?

Pregunta:

Consulta: Quisiera saber desde el punto de vista de la Iglesia por qué es mala la masturbación y por qué los ‘sexologos’ la defienden, yo lo hago y quisiera saber si lo que hago es un pecado y si es grave y si puede tener problemas para mí en el futuro (o en mi matrimonio cuando me case).

 

Respuesta:

Lo siguiente lo tomo del libro del Padre Jorge Loring, ‘Para salvarte’ (n. 68,23).

El vicio solitario (masturbación) consiste en abusar del propio cuerpo excitando los órganos genitales para procurarse voluntariamente el placer hasta el orgasmo. A veces, se comienza por mera curiosidad; pero si no se corrige esta inclinación se convierte en un vicio obsesivo que esclaviza a la persona y le desinteresa por todo lo demás: como le pasa al drogadicto.

La masturbación puede llegar a ser algo obsesivo en la persona. Hace del placer sexual algo egoísta, cuando Dios lo ha hecho para ser compartido dentro del matrimonio. Conozco casos de matrimonios fracasados porque uno de los dos, esclavizado por la masturbación, se negaba a las naturales expresiones de amor dentro del matrimonio.
Quien se deja esclavizar del vicio de la masturbación puede arruinar la armonía sexual de su matrimonio. Una mujer joven se quejaba en la consulta de un médico de que su marido tenía con ella muy pocas relaciones sexuales. Él reconoció, delante de ella, que prefería masturbarse .

Quien tiene la desgracia de verse esclavizado de esta mala costumbre debe poner el mayor esfuerzo en corregirse cuanto antes. Este vicio encadena fuertemente, cada vez es más difícil desligarse de él, y cuando tiene esclavizada a una persona, la envilece, la embrutece, anula su voluntad, destroza su carácter, perturba el desarrollo de su personalidad, debilita la fe, produce desequilibrio nervioso, hace egoístas e incapacita para amar a otra persona.

No se puede abusar del organismo. La naturaleza pasa después la factura. El cuerpo humano tiene sus límites. No se pueden gastar las energías destinadas al desarrollo integral de la persona humana.

Incluso para Freud ‘el masturbador incurre en riesgo de bloquear el desarrollo y maduración de su psicoafectividad’ (Dr. HONORIO SANJUÁN: Estudios sobre sexualidad, 3º, III. Toledo, 1979).

‘La práctica habitual de la masturbación conduce a graves desequilibrios nerviosos’ (Dr. JOSÉ TODOLÍ: Estudios sobre sexualidad, 4º, II. Toledo).

Todos los médicos están de acuerdo que cuando la masturbación es frecuente, conduce a la neurastenia (DUBOIS: La revolución sexual, XIII, 2. Barcelona, 1975).

Y cuando la masturbación es un vicio esclaviza como todos los vicios.

‘Cuando la masturbación se convierte en hábito, debe ser calificada como falta de madurez. (…) Cuando la masturbación presenta síntomas de psicosis y neurosis, debe buscarse la ayuda de un profesional que la someta a un tratamiento adecuado. (…) Las fuentes que dan pábulo a la fantasía -lecturas, televisión, cine- han de considerarse como la base de muchas acciones que no deberían haber tenido lugar, si no hubiesen sido estimuladas’.

Hay maníacos sexuales que buscan el placer una y otra vez por sí mismo, y caen, como los drogadictos, en el círculo de una insaciable repetición, con el fin de superar en cada nuevo intento, las incesantes frustraciones.

‘La masturbación hecha costumbre da por lo general seres psíquicamente replegados sobre sí mismos, especialmente incapaces de elevarse a un auténtico amor sexual’ (B. HÄRING: La ley de Cristo, 3º, 3ª, I. Ed. Herder. Barcelona).

El vicio de la masturbación es causa de muchos fracasos en los estudios y en el deporte. Esto lo saben muy bien los estudiantes y los deportistas.

Cuando un ser humano se habitúa a satisfacer un instinto en una forma determinada, puede llegar a perder, a través de un mecanismo psicológico, el deseo o la atracción por todas las demás formas.

El hábito de saciar el hambre sexual de una forma anormal y viciosa, puede llegar a provocar la repelencia por el acto natural, con lo cual el masturbador entra de lleno en el campo de la incapacidad sexual psicológica.

El vicio de la masturbación lleva a la eyaculación precoz en el matrimonio, que impide acomodarse al ritmo de la mujer que es más lenta, y es causa de graves problemas en la armonía sexual matrimonial.

Los médicos americanos que habían tratado a muchachas que se masturbaban, descubrieron que después de casarse resultaban esposas frígidas.

Dice el Dr. Luis Riesgo: ‘No es inteligente considerar la masturbación como algo natural, pues causa una serie de trastornos en el adolescente. No sólo en el campo religioso, sino en el afectivo, psicológico, intelectual, etc., donde se hacen sentir sus malos efectos. (…) El que en plena adolescencia el joven sienta fuertemente el impulso sexual, tiene un profundo valor educativo.

(…). Más tarde en su vida conyugal, muchas veces tendrá que dominar sus inclinaciones’ (Dr. LUIS RIESGO: Hablando en familia, III, 5. EAPSA. Madrid).

Estas partes del cuerpo deben respetarse con delicadeza, y sólo tocarlas por necesidad, limpieza, higiene, etc. Pero nunca tocar estos órganos sólo por gusto. Con eso no se juega.

Éste es un pecado degradante, repugnante, inconcebible en una persona delicada. Sin embargo, si después te da vergüenza confesarlo, entonces la desgracia es doble e irreparable. Si tuviste la desgracia de la caída, no permitas la de la vergüenza de confesarlo. Acude a un sacerdote y ábrele tu conciencia para que te perdone y te ayude a salir de tan triste estado. Ten confianza. Tienes remedio.

Muchos empezaron esta mala costumbre sin conocer su importancia. Bien porque lo descubrieron de un modo casual, bien porque fueron enseñados por otra persona que intencionadamente quitó importancia al asunto.
Pero la masturbación es un vicio que puede esclavizar fuertemente y transformar el carácter de la persona, y hasta su ideología religiosa.

La masturbación puede llevar a perder la fe. Muchas incredulidades han empezado en la masturbación. El joven siente inclinación a masturbarse, oye que la Iglesia lo prohíbe, y siente la tentación de dejar la Iglesia que le prohíbe lo que le gusta hacer, y quizás le cuesta trabajo evitar.

Dice José Antonio Sayés:’Pero, por otro lado, no podemos olvidar que la masturbación no contribuye a la superación del problema sexual o de la tensión de un momento dado. Conduce, por sí misma, a la larga, a una erotización mayor y a una obsesión creciente, de modo que a la larga el problema no se soluciona.

El sexo, no lo olvidemos, (Chauchard no se cansa de repetirlo) está sobre todo en la cabeza. Tiene una capacidad obsesionante tal, que la solución del problema sólo se logra cuando el hombre consigue entregar su pensamiento a tareas que le ilusionen. La solución al problema del sexo, y a una obsesión excesiva, sólo se encuentra de modo indirecto, cuando el hombre consigue centrar su pensamiento en algo que le ilusiona. He sido testigo de cómo muchachos que se han entregado con ilusión a una ocupación deportiva, incluso en presencia de chicas, o a otro tipo de ocupación, no tenían problema alguno sexual; mientras éste surgía siempre que se dejaban llevar por el ocio’.

Es fácil que quienes han contraído el hábito de la masturbación experimenten un fuerte sentimiento de culpabilidad capaz de destruir todo estímulo de vida y de producir un permanente complejo de inferioridad. El único tratamiento pastoralmente eficaz es el de procurar abrir horizontes hacia expresiones plenas de la afectividad y hacia tareas culturales, profesionales, sociales y religiosas, que den sentido a sus vidas .

La gravedad de cada acto masturbatorio no siempre es fácil determinarla pues depende de muchas circunstancias y pueden darse atenuantes de la responsabilidad. Sin embargo se debe poner un serio empeño en evitarlo por el peligro de caer en la esclavitud del hábito.

Dice Robinson: ‘Los trastornos afectivos y algunas situaciones neuróticas provocan frecuentemente manifestaciones de autoerotismo, que alcanza, a veces, un carácter convulsivo claramente psicopático…

Está comprobado que la masturbación ejerce siempre una mala influencia, sobre todo en la psicología juvenil. Debilita la fuerza de voluntad, la confianza en sí mismo, y perturba el desarrollo de la personalidad. Crea melancólicos e introvertidos y, en el fondo, egoístas. La masturbación es una satisfacción sexual egoísta, que marca a la persona y la incapacita para el verdadero amor.

La masturbación es, muchas veces, un recurso barato y triste; una compensación, un consuelillo de segunda clase por algún otro éxito de cualquier otro tipo que no hemos sido capaces de conseguir.

Con todo, no todos los actos masturbatorios son de la misma gravedad.

Cuando un joven tiene interés en corregirse y pone los medios que tiene a su alcance aunque tenga caídas, éstas pueden tener atenuantes a su culpabilidad. Siempre se puede acudir a Dios pidiéndole ayuda, pues Él nunca abandona a los que acuden a Él, pidiéndole ayuda para algo bueno y conveniente. Y como dice San Pablo: ‘Todo lo puedo en Aquel que me conforta’.

En la adolescencia, la masturbación puede aparecer como algo pasajero.

Como eso de los granos.

Pero si es repetitivo, puede degenerar en hábito; y esto es grave. Lo lógico es que deje un sentimiento de culpa. Sin duda es mejor dominarse que dejarse vencer. Dominarse es señal de adultez. La victoria es señal de madurez. La caída es señal de debilidad; por eso deja sentimiento de culpa.

En la edad madura, la masturbación puede ser síntoma de algo más serio, sobre todo si es persistente. Puede indicar un estado de adolescencia mental, o alguna otra deficiencia psíquica. Se encuentra, desde luego, en muchos tipos de demencia senil y en el alcoholismo. En general puede aparecer en todos los estados mentales, en los que se dé una descohesión de la personalidad que tenga por consecuencia una pérdida de control de los instintos más primitivos’.

A veces las caídas en la masturbación no son por una intención lujuriosa. Son consecuencia de una depresión, una angustia, una ansiedad que no permite conciliar el sueño, etc. Casos así pueden remediarse con algún sedante inofensivo como Huberplex, Librium, etc.

En una conferencia que le oí en 1976 al Dr. D. José M Poveda Ariño, Jefe del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid, titulada ‘Ciencia y Doctrina Moral Sexual’, dijo que la masturbación es un fenómeno evitable por cualquier persona normal. Y en los casos en que esta superación parezca difícil es perfectamente asequible con los productos que un médico puede recomendarle.

En enero de 1976 el Vaticano publicó un documento sobre Moral Sexual donde dice: ‘El uso deliberado de la facultad sexual, fuera de las relaciones conyugales normales, contradice esencialmente la finalidad de esta facultad (n 5)’. También dice este documento que ‘la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado (n 9)’.

Y en 1983 el Vaticano ha publicado otro documento sobre la educación sexual donde dice: ‘La masturbación es un grave desorden moral .Y aunque sólo Dios conoce la responsabilidad moral subjetiva de cada acto, de ningún modo se puede sostener que en el campo sexual no se cometen pecados mortales’.

Pero no has de considerar pecado todos los tocamientos en tus órganos genitales. Pueden ser pecado los tactos encaminados a excitar el placer sexual; pero otros actos que se hacen por necesidad o por higiene, no son pecado alguno. Y en las conmociones orgánicas que sientas involuntariamente, reprime el consentimiento, y en paz. No has pecado contra la pureza. Aprende a distinguir entre el sentir y el consentir. Puede ser que a veces sientas movimientos contra tu voluntad en tus órganos genitales. Acostúmbrate a prescindir de esas sensaciones.
El pecado no está en el sentir, sino en el consentir. En el noveno mandamiento te expongo el modo de luchar contra estas tentaciones molestas.

Pero si tuvieras la desgracia de haberte complacido voluntariamente en ese placer sexual, entonces manchaste tu pureza.

El orgasmo, que es la sacudida que experimenta el cuerpo con la satisfacción del placer sexual, es derecho exclusivo de casados. Una persona soltera no puede ni procurárselo voluntariamente ni aceptarlo si lo experimenta involuntariamente. A veces el orgasmo se produce imprevistamente. En ese caso tampoco es lícito saborearlo voluntariamente, aunque no se pueda evitar la sensación placentera.

Pero cuando ocurre durmiendo no es pecado alguno.

El placer venéreo completo, el orgasmo, buscado directamente, sólo está permitido dentro del matrimonio, dentro del acto conyugal.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

homosexualidad

¿Cómo debemos considerar el problema de la homosexualidad: como enfermedad sexual o como pecado?

Pregunta:

¿Cómo debemos considerar el problema de la homosexualidad: como enfermedad sexual o como pecado? Y ¿cuál es la manera correcta y cristiana de tratar a las personas homosexuales?

Respuesta:

1. Delimitación del tema.

La homosexualidad se ubica entre las llamadas ‘desviaciones sexuales’, para distinguirlas de otros ‘disturbios sexuales’, como son las perversiones y las disfunciones sexuales. De modo concreto, entre las perversiones sexuales se enumeran: la masturbación, el narcisismo, el exhibicionismo, el fetichismo, el sadismo, el masoquismo, la necrofilia, la incestuosidad, el bestialismo, la pedofilia, la efebofilia, la patofilia, la gerontofilia, etc.; entre las disfunciones: los disturbios del deseo (ausencia o de deseo e hipererotismo), o en la excitación (impotencia y coitofobia), o en el orgasmo (frigidez), etc. Finalmente, entre las desviaciones sexuales se colocan el transexualismo, el travestismo, la bisexualidad y la homosexualidad. La respuesta la debemos limitar esta última.

2. Definición y naturaleza del fenómeno.

Una definición más o menos adecuada de la homosexualidad es la que da Sgreccia: una anomalía que consiste en la desviación de la atracción afectivo-sexual, por la cual el sujeto prueba atracción, e incluso puede mantener relaciones, con personas de su mismo sexo.

Esta desviación puede responder a causas puramente morales (perversión moral) o causas morales y psicológicas. Los orígenes del fenómeno en las personas que se descubren ‘constitucionalmente’ homosexuales, no son del todo claros; hay varias hipótesis. La más plausible indica que si bien puede haber predisposiciones orgánicas y funcionales, el origen se remonta generalmente a una intrincada red de relaciones afectivas y sociales. Han sido estudiados los eventuales factores hereditarios, sociológicos, e incluso hormonales; pero de todos, parece ser el más influyente el clima educativo familiar, especialmente en el período que va de los 6 a los 12 años. El dinamismo original de la desviación homosexual parecería consistir en una fracasada identificación afectiva del niño o de la niña.

Hay que distinguir los homosexuales en:

Esenciales (también llamados primitivos, constitucionales, primarios); estos están sujetos a la compulsividad del instinto. A su vez se distinguen en: totales y exclusivos(aborrecen el sexo opuesto totalmente, y sienten impulso casi irresistible hacia el propio sexo) y los otros que pueden sentir también la atracción heterosexual (bisexuales).

Ocasionales (también llamados veleitarios, secundarios): buscan el propio sexo por motivaciones más superficiales como aventura, dinero o falta de pareja de otro sexo, pero conservan las tendencias heterosexuales.

En todos hay que distinguir la tendencia hacia el propio sexo, y el acto homosexual (ya sea el deseo o pensamiento consentidos, o el acto externo sexual).

3. Valoración moral.

Hay que hacer un juicio diverso sobre la tendencia y sobre el acto.

1) El acto homosexual. Por acto homosexual entendemos no sólo los actos sexuales externamente consumados sino también los actos de deseo y pensamiento plenamente consentidos. Estos son intrínsecamente desordenados, es decir, malos ‘ex obiecto’. Lo enseña la Sagrada Escritura, el Magisterio y la razón:

a) Sagrada Escritura. Numerosos son los textos. Basta algunos:
-Lev 18,22: «No te acostarás con varón como con mujer; es abominación».
-Lev 20,13: «Si alguien se acuesta con varón, como se hace con mujer, ambos han cometido abominación: morirán sin remedio; su sangre caerá sobre ellos».
-Rom 1,27: «Igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío».
-1 Cor 6,9-10: «¡No os engañéis! Ni los impuros… ni los afeminados, ni los homosexuales…heredarán el Reino de Dios».

b) Magisterio. Hay varios documentos que tienen especial importancia:

-La Declaración Persona humana «Según el orden moral ob­jetivo, las relaciones homosexuales son actos priva­dos de su regla esencial e indispensable. En la Sa­grada Escritura están condenados como graves de­pravaciones e incluso presentados como la triste con­secuencia de una repulsa de Dios (cf. Rom 1,24-27). Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen de esta anomalía son del todo responsa­bles, personalmente, de sus manifestaciones; pero atestigua que los actos homosexuales son intrínse­camente desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso»[1].

-Catecismo de la Iglesia Católica: ‘La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados’. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso’[2].

-Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales: repite el texto de la declaración Persona humana[3].

-Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado[4].

-También tienen mucha importancia las intervenciones del Magisterio ante los errores sobre este punto de algunos moralistas. Así, por ejemplo, ante los errores de J.J, McNeill[5], Charles Curran[6], André Guindon[7].

c) La razón. La razón, tanto filosófica, como teológica muestra la ilicitud de estos actos, en cuanto:

-Están absolutamente desposeídos de la finalidad procreativa que es propia del acto sexual humano (y la cual no puede ser excluida voluntariamente[8].

-Niegan la complementariedad entre el varón y la mujer, la cual está inscrita en la misma naturaleza: no sólo porque el varón y la mujer son complementarios genitalmente sino porque lo son también germinalmente (sus células sexuales son complementarias: óvulo y espermatozoo) y psicológicamente.

-Niega la sabiduría creadora de Dios: pues al negar lo único que está explícitamente escrito en la naturaleza del hombre (la complementariedad entre el varón y la mujer), niega el plan de Dios en la creación.

-Niegan la autodonación que la razón última que legitima el uso del sexo. Ya que el acto homosexual es más una búsqueda de autocomplacencia que una autodonación.

-Es un acto antisocial: porque no contribuye con la generación de nuevos hijos a la sociedad. El sexo se ordena a la perpetuación de la especie. Si la práctica homosexual fuera lícita y todos la practicasen equivaldría al suicido social.

2) La tendencia homosexual. Sobre la tendencia homosexual, cuando responde a factores no voluntarios, se suele verificar muchos equívocos. Fundamentalmente hay que decir que mientras no sea consentida no constituye pecado alguno, pero al mismo tiempo, también hay que afirmar que ella misma, por tender como fin a un acto desordenado, es un desorden.

a) Puede no constituir pecado: ‘Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba’[9].

b) Pero es objetivamente desordenada: ‘La particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada’[10].

c) Consecuentemente, estas personas están llamadas a vivir la castidad de modo total y unir el sufrimiento causado por su tendencia a la cruz de Cristo: ‘Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana[11].

Algunos, para sostener la inculpabilidad de estos actos en las personas homosexuales cuya tendencia no es voluntaria, han afirmado que no son libres. Como afirma la Carta a los Obispos, esto es una injuria a esas personas, porque afirmar que no son libres es despojarlos de su auténtica libertad: ‘Se debe evitar la presunción infundada y humillante de que el comportamiento homosexual de las personas homosexuales esté siempre y totalmente sujeto a coacción y por consiguiente sin culpa. En realidad también en las personas con tendencia homosexual se debe reconocer aquella libertad fundamental que caracteriza a la persona humana y le confiere su particular dignidad’[12].

4. Consecuencias sociales: las actitudes sociales con las personas homosexuales[13].

Uno de los puntos más controvertidos es el de las actitudes sociales que se pueden y que se deben tomar respecto de estas personas.

¿Discriminación sexual? Derechos y límites. Ante todo, a estas personas no se las debe discriminar pastoralmente: hay que tratar de convertir a las que practican la homosexualidad, y hay que asistir a quienes no la practican pero tienen tendencias homosexuales. Es un pecado la violencia contra unas y otras.

Estas personas, como toda persona humana, son sujetos de derechos fundamentales: derecho al trabajo, a la casa, etc. Con todo, esos derechos no son absolutos; pueden ser limitados legítimamente por la Autoridad a causa de comportamientos externos objetivamente desordenados que atenten contra el bien común o contra los más débiles (física o moralmente).

Esta reducción de los derechos no absolutos se practica en muchos casos: en determinadas enfermedades contagiosas, enfermos mentales, individuos socialmente peligrosos, etc. De este modo, existe una discriminación justa: ‘Existen ámbitos en los que no se da discriminación injusta cuando se tiene en cuenta la tendencia sexual: por ejemplo, en la adopción o custodia de niños, en la contratación de profesores o instructores de atletismo, y en el servicio militar’[14].

Además, la discriminación verdadera, es decir, la que afectaría a una persona con tendencias homosexuales que quiere vivir castamente, es casi nula, porque ‘por regla general, la mayoría de las personas con tendencia homosexual, que procura llevar una vida casta, no da a conocer públicamente su tendencia homosexual. En consecuencia el problema de la discriminación en términos de empleo, casa, etc., normalmente no se plantea’[15].

Por el contrario, ‘los homosexuales que declaran su homosexualidad son, casi siempre, personas que consideran su comportamiento o su estilo de vida homosexual como ‘indiferente o, sin más, bueno’, y por eso digno de aprobación pública[16]. Por tanto, con estas personas la pretendida ‘discriminación’ es, en realidad, una defensa social de los más débiles (los inocentes que pueden ser inducidos a tales comportamientos).

Estos normalmente usan el slogan de la ‘discriminación sexual’ como un arma política para manipular la sociedad y la misma Iglesia[17]. Y el objetivo último no apunta a encontrar un lugar en la sociedad, viviendo castamente, sino explícitamente a lograr la aprobación de sus comportamientos homosexuales como es el caso del reconocimiento jurídico-social y la equiparación de la cohabitación homosexual con el matrimonio heterosexual, e incluso la implantación de un ‘derecho’ a contraer ‘matrimonio’ entre personas del mismo sexo. A este respecto hay que decir con Juan Pablo II: ‘Lo que no es moralmente admisible es la aprobación jurídica de la práctica homosexual. Ser comprensivos con respecto a quien peca, a quien no es capaz de liberarse de esta tendencia, no equivale a disminuir las exigencias de la norma moral (VS,95). Cristo perdonó a la mujer adúltera, salvándola de la lapidación (Jn 8,1-11), pero, al mismo tiempo, le dijo: Ve y de ahora en adelante ya no peques más‘. Y refiriéndose a la resolución del Parlamento Europeo sobre este tema, añade: ‘El Parlamento ha conferido indebidamente un valor institucional a comportamientos desviados, no conformes al plan de Dios: existen las debilidades -lo sabemos-, pero el Parlamente al hacer esto ha secundado las debilidades del hombre[18].

P. Miguel A. Fuentes, IVE

 


[1] Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Persona humana, nº 8.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2357.
[3] Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº 3.
[4] Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado, Roma, 8 de diciembre de 1995, nº 104.
[5] Sobre McNeill: cf. Congregación para los religiosos y los institutos seculares, Roma, 2 gennaio 1987, Enchiridion Vaticanum, t. X, nº 1129ss.
[6] Sobre Charles Curran: cf. Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, Curran sospeso dallinsegnamento della teologia, Roma 25 lulio 1986, Enchiridion Vaticanum, t. X, nº 724ss.
[7] Sobre Guindon, L’Osservatore Romano, 7 de febrero de 1992, p. 10.
[8] Cf. Humanae vitae, 14.
[9] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2358.
[10] Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº 3.
[11] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2358-2359.
[12] Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº 11.
[13] Cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1 de octubre de 1986;Algunas consideraciones acerca de la respuesta a ciertas propuestas de ley sobre la no discriminación de las personas homosexuales, L’Osservatore Romano, 31 de julio de 1992, p. 7; Juan Pablo II, Ángelus del 20 de febrero de 1994.
[14] Algunas consideraciones acerca de la respuesta a ciertas propuestas de ley sobre la no discriminación de las personas homosexuales, L’Osservatore Romano, 31 de julio de 1992, p. 7, nº 11.
[15] Ibid., nº 14.
[16] Ibid., nº 14.
[17] Cf. Carta a los Obispos…, nº 9.
[18] Juan Pablo II, Ángelus del 20 de febrero de 1994.

leyes de tránsito

¿Obligan las leyes de tránsito?

Pregunta:

¿Obligan en conciencia las leyes de transito? ¿Qué pecado se comete? ¿Puede haber pecado grave es esta materia?

Respuesta:

1. Planteamiento y argumentos

Entendemos por este tipo de leyes, las regulaciones de velocidad, de mano de calles, semáforos, cruces peatonales. Las mismas legislan no sólo sobre los conductores, sino también sobre los peatones (cuando cruzar las calles y por dónde).

1) Argumentos a favor de una amplitud de conciencia en este tema. El argumento a favor de considerar con largueza este tipo de disposiciones, puede resumirse en uno sólo, a saber: constituyen leyes meramente penales. Se define como leyes meramente penales, aquellas que no obligan en conciencia a su cumplimiento exacto, sino tan solo a cumplir la pena si uno es sancionado. Según los defensores de esta teoría la expresión del legislador al promulgarla sería: ‘Si haces esto no pecas, pero tendrás obligación de pagar la multa’; o bien: ‘haz esto o paga la multa: elige libremente’.

2) En contra están los que dicen que no son leyes meramente penales; ergo, obligan en conciencia.

2. Solución

1) Prenotandos. La discusión en última instancia radica en qué tipo de leyes son. A decir verdad, las leyes meramente penales no existen. Toda ley, en cuanto ley (justa) obliga, por naturaleza, en conciencia. Porque la ley humana no es otra cosa que una especificación o reflejo de la ley natural (en última instancia, de la ley eterna) en aquello en lo que ésta no es totalmente particular. Es, por tanto, un reflejo de la naturaleza o esencia de las cosas; y establece, así, un vínculo moral de respeto por tales esencias. Existen, en cambio, ciertas normas directivas que no alcanzan la categoría de leyes; tales normas pueden ser meramente penales, porque no son leyes en el sentido estricto.

2) Las leyes de transito. En este caso el legislador dispone ciertas normas para evitar riesgos, accidentes, conflictos; es decir, ordena el cumplimiento de una norma encaminada a procurar el bien común de los ciudadanos. Ahora bien, el bien común de la sociedad, es la causa final de la sociedad, por ley natural. Por tanto, esta legislación es una concreción de tal ley y de ella recibe el carácter obligante. Esto significa que son verdaderas leyes y obligación en conciencia.

3) Qué tipo de obligación. La obligación está en dependencia de la necesidad de tal cumplimiento para la consecución del bien común, y de la magnitud del perjuicio al bien común que su transgresión implique. Tenemos así, desde imperfecciones mínimas a pecados graves. Cruzar a pie una calle más o menos desierta prohibiéndolo el semáforo, implica tan solo mal ejemplo, inducir a otros a hacer lo mismo, poner en peligro el orden de la circulación; esto no es más que una imperfección. Hacerlo, sin necesidad, en la autopista, arriesgando la vida y poniendo en peligro la de otros, es más grave. Con más razón, todo aquello que signifique poner en peligro la vida propia o del prójimo (exceso de velocidad, semáforos, negligencia en prestar atención, conducir hasta la extenuación bajando así la capacidad de reacción ante un imprevisto; no tener -por negligencia- los elementos mínimos de seguridad -luces, frenos…-).

Al respecto, afirma Mons. Sgreccia: ‘Por lo que respecta a la responsabilidad moral de cada ciudadano emerge evidente la obligatoriedad moral del respeto al código de tránsito y de todas las normas que tienen como finalidad la defensa de la vida propia y de la ajena, la integridad física y del patrimonio. No se trata de sacralizar las leyes civiles que, como sabemos, no siempre y no en todo coinciden con las leyes morales, pero en este caso, donde está en juego el bien común fundamental de la vida y de los grandes valores inherentes a ella (integridad física, salud, respeto por los bienes materiales) la obligatoriedad emerge por fuerza intrínseca: es deber grave per se de los ciudadanos observar las normas en su conducta propia… No es el caso de elucubrar sobre el problema de cuales artículos del código de tránsito puedan ser transgredidos sin cometer pecado grave y si las infracciones son todas suficientes para ‘pecado mortal’… (sino que) no se insiste suficientemente en la formación de una conciencia que sea consciente de la gravedad del deber de respetar las normas y el espíritu que las anima. Podemos a propósito recordar las palabras de Pío XII: ‘Las consecuencias tan a menudo dramáticas de las infracciones del Código de transito le confieren un caracter de obligatoriedad extrínseca más grave de cuanto generalmente se piensa. Los automovilistas no pueden contar solamente con su vigilancia y habilidad para evitar accidentes, sino que deben además mantener un justo margen de seguridad, si quieren estar en grado de ahorrar los actos imprudentes y hacer frente a las dificultades imprevisibles’.

El Catecismo dice, sobre dos temas que están relacionados con el nuestro:

-‘El homicidio involuntario no es moralmente imputable. Pero no se está libre de falta grave cuando, sin razones proporcionadas, se ha obrado de manera que se ha seguido la muerte, incluso sin intención de causarla’ (nº 2269).

-‘Quienes en estado de embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables’ (nº 2290).

P. Miguel A. Fuentes, IVE