humanae vitae

La norma moral de la Humanae vitae

Pregunta: 

¿En qué consiste la norma moral de la Humanae vitae?

Respuesta:

Varios años después de la publicación de la encíclica de Pablo VI, decía Juan Pablo II: “el principio de la moral con­yugal que la Iglesia enseña es el criterio de la fidelidad al plan divino”[1]. La Humanae vitae se limita, en tal sentido, a exponer el plan de Dios sobre el hombre y la conyugalidad; este plan revela en qué consiste el verdadero bien del hombre, es decir, el único itinerario posible hacia su perfección humana y de su felicidad terrena y eterna como individuo y como familia.

Ahora bien, ¿cuál es ese plan divino? Podemos resumirlo diciendo: Dios ha puesto una estructura fundamental en el acto conyugal (es decir, lo ha hecho con una determinada natura­leza) y quiere, por bien del mismo hombre, que la misma sea respetada.

Esa estructura consiste en dos aspectos (o dimensiones, o significados, o finalidades) del acto conyugal (a saber, el signifi­cado unitivo y el significado procreador) los cuales: 1° de modo natural se dan juntos, 2° se salvaguardan juntos y 3° se realizan plenamente mientras se mantengan juntos (precisamente uno a través del otro). De ahí que Pablo VI hable de una “insepara­ble conexión”: “la inseparable conexión que Dios ha querido, y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador” (HV, 12).

Éste es el principio fundamental del documento y mani­fiesta la dimensión positiva de la moral matrimonial propuesta por la Humanae vitae, y su dimensión normativa (o sea, el con­junto de normas u obligaciones morales).

  • La enseñanza positiva de la Humanae vitae

La doctrina positiva de la encíclica —es decir, su instruc­ción sobre la estructura íntima de la sexualidad conyugal— está expresada en la explicación que el papa da del texto anterior­mente trascripto, diciendo a continuación del mismo: “El acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamen­te a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad. Nos pensamos que los hombres, en particular los de nuestro tiempo, se encuentran en grado de comprender el carácter profundamente razonable y humano de este principio fundamental” (HV, 12).

Creo que este texto contiene el núcleo central de la doctri­na católica sobre la sexualidad conyugal. Detengámonos bre­vemente en él.

  • El texto supone que el acto conyugal es una realidad que tiene dos significados concurrentes (o sea, que deben ne­cesariamente acompañarse el uno al otro).

“Significar” quiere decir “hacer saber”, “declarar o mani­festar una cosa”, “expresar una idea o pensamiento a través de un signo”, etc. Esto implica que el acto conyugal expresa o revela una doble realidad: el amor mutuo de los cónyuges y su voluntad abierta a la vida. ¿Quién expresa esto (o sea, quién es el sujeto de esta expresión)? Y ¿a quién lo expresa (o sea, quién es su destinatario)? Ante todo, al tratarse de algo impreso en la naturaleza, es Dios quien expresa esta verdad al hombre: Él quiere hacer saber, al crear al ser humano con tal estructura sexual, qué finalidad y uso quiere que se dé a la actuación de la genitalidad y del amor sexual y en qué marco pretende que esto tenga lugar.

Además, al tratarse de un acto realizado entre el varón y la mujer unidos en matrimonio, este acto es, asimismo, la revelación que hace el cónyuge varón a la cónyuge mujer, y viceversa, de su voluntad profunda de amor (unión) y de apertura a la vida (procreación). Al decir “significado” se está indicando que el acto sexual no es un mero proceso biológico o instintivo; un proceso desatado por una reacción hormo­nal, que se realiza por una serie de movimientos y termina en una descarga física. Por el contrario, se observa que es una palabra, un acto de lenguaje. El lenguaje humano no se compone exclusivamente de palabras orales, sino, en una ele­vada proporción, de gestos: un apretón de manos, una cari­cia, un guiño, etc.; el baile cultural es un magnífico ejemplo de lenguaje corporal con el que, incluso, se cuentan historias y se transmiten valores. No todos los signos que usamos en nuestro lenguaje son convencionales; algunos son naturales, es decir, los impone la misma naturaleza del signo (por su proximidad con lo significado). Por eso, si bien podríamos cambiar ciertas señales que son puramente convencionales (por ejemplo, si nos ponemos de acuerdo, podríamos indicar la libertad de tránsito con el color rojo y la prohibición de la misma con el verde, al revés de como hacemos actualmente), no es posible hacerlo con otros signos; así, no podemos hacer que un beso o una tierna caricia manifiesten rechazo u odio en lugar de simpatía, cariño y benevolencia. De ahí que nos duela tanto que nos traicionen con un beso, porque no sólo nos traicionan a nosotros sino al mismo lenguaje del amor. Por eso, cuando cambiamos el contenido de estos signos, nos hacemos mentirosos.

  • Para hablar con propiedad más que atribuir dos sig­nificados al acto sexual, deberíamos decir que tiene un doble significado. Porque hablar de “dos significados” es equívoco si lo entendiéramos como dos posibles expresiones que pueden usarse separadamente, ya una o ya la otra. La palabra “mate” se usa para expresar la calabaza americana que da nombre a la tradicional infusión argentina, y también expresa algo sin brillo, amortiguado (un color mate, o un sonido mate); puedo usar esa palabra para uno de los significados sin que implique el otro: puedo decir que esa pared es mate (sin brillo) sin aludir para nada al mate-bebida. En cambio, al decir que tiene un doble significado queremos subrayar que los dos significados son si­multáneos e inseparables “por su misma naturaleza íntima”.
  • Más aún, cada uno de estos significados se expresa a través del otro, como ha dicho Juan Pablo II al comentar el texto de Pablo VI: en el acto conyugal uno de los aspectos “se realiza juntamente con el otro y, en cierto sentido, el uno a través del otro”[2]. Esto quiere decir que una persona con su acto sexual sólo puede decir “te amo” (es decir, “te doy todo lo que soy para llevarte a ti a la plenitud”) mientras su acto esté abierto a la vida; y sólo puede decir “quiero ser madre/padre junto a ti” mientras su acto sea un acto de amor (es decir, de total donación).
  • sólo manteniendo unidos los dos significados el acto conyugal conserva, dice el Papa, su “sentido íntegro”. De aquí que, al pretender independizar un aspecto del otro, ni siquiera el que se conserva se mantiene íntegro. Los esposos que piden una fecundación in vitro, en la que el acto sexual amoroso, íntimo, secreto, verdaderamente unitivo, no está presente o es una mera condición biológica para que luego se haga “lo im­portante” (que es, en realidad, el procedimiento técnico que dará origen al nuevo ser vivo), la misma procreación, deja de ser algo “acabado”, “pleno”[3]. Lo demuestra el hecho de que un hijo así concebido no es tanto un fruto del amor, sino un “lo­gro” científico, algo que se mide en intentos exitosos o fracasa­dos, y, a menudo, también un lucrativo negocio[4]. Testimonio elocuente son los bancos de embriones sobrantes, o reservados u olvidados: “el amor de sus padres” los ha destinado a estar allí, de repuesto, “por las dudas”, abandonados, destinados en el 90% de los casos a la muerte.
  • Y lo mismo ocurre con el acto sexual que pretende ser manifestación de amor pero se cierra a la procreación. No ne­gamos que en la intención de muchos pretenda ser un acto de amor, pero no puede ser un acto de amor íntegro. Amor es do­nación, es decir, entrega. El amor “total” exige la entrega “total”; si la entrega está recortada se trata de un amor recortado. De ahí que la sana doctrina insista una y otra vez con esta verdad fun­damental: el acto sexual, fuera del matrimonio, está desprovisto de su significado original y verdadero que es la donación total de la persona; y lo mismo sucede con este acto cuando, dentro del matrimonio, se lo priva de su carácter procreativo.
  • El cerrarse a la vida implica cerrarse a la donación, por eso el acto voluntariamente vuelto infecundo no sólo aten­ta contra la dimensión procreativa sino, a la postre, también termina dañando su valor unitivo y amoroso. Esto resulta di­fícil de entender para algunos; sin embargo, es llamativo que lo haya destacado un autor que escribe desde una perspectiva psicoanalista y marxista como Erich Fromm: “La culminación de la función sexual masculina radica en el acto de dar; el hombre se da a sí mismo, da su órgano sexual, a la mujer. En el momento del orgasmo, le da su semen. No puede dejar de darlo si es potente. Si no puede dar, es impotente. El proceso no es diferente en la mujer, si bien algo más complejo. Tam­bién ella se da; permite el acceso al núcleo de su feminidad; en el acto de recibir, ella da. Si es incapaz de ese dar, si sólo puede recibir, es frígida. En su caso, el acto de dar vuelve a producir­se, no en su función de amante, sino como madre. Ella se da al niño que crece en su interior, le da su leche cuando nace, le da el calor de su cuerpo. No dar le resultaría doloroso”[5]. ¡Llamativo testimonio!

  • El aspecto normativo de la Humanae vitae

La norma que se deriva de esta enseñanza es formulada por Pablo VI de dos maneras: una positiva (cómo debe ser el acto conyugal) y otra negativa (cómo no debe ser):

  • De modo positivo (HV, 11): “todo acto matrimonial debe permanecer por sí mismo destinado a procrear la vida humana” (“Quilibet matrimonii usus ad vitam humanam procreandam per se destinatus permaneat”), es decir, debe mantener su destinación natural.
  • De modo negativo (HV, 12): “No le es lícito al hombre romper por su propia iniciativa el nexo in­disoluble y establecido por Dios, entre el significa­do de la unidad y el significado de la procreación que se contienen conjuntamente en el acto conyu­gal” (“Non licet homini sua sponte infringere nexum indissolubilem et a Deo statutum, inter significationem unitatis et significationem procreationis quae ambae in actu coniugali insunt”).

¿Qué quiere decir esto? ¿Quizá que siempre que se realiza un acto sexual conyugal hay que buscar un hijo? No. significa simplemente que en cada acto sexual completo de los esposos deben (norma moral) estar presentes los dos aspectos:

  • El amor, la donación, la entrega al otro. Se atenta contra esta dimensión cuando se usa el cuerpo de la otra persona para procurarse a sí mismo el pla­cer, pero no para darse a la otra persona (es decir, para buscar principalmente hacer feliz al otro), como ocurre en el acto violento, o carente de respeto, o en lugar innatural, etc. También cuando se busca la pro­creación separadamente de la unión sexual, es decir, sin que la procreación sea buscada en el mismo acto de la unión (a través de él), aunque éste sea realizado como una condición previa (por ejemplo, para obte­ner alguno de los gametos para una posterior fecun­dación artificial).
  • El grado de procreatividad que la naturaleza huma­na posee —valga la redundancia— por naturaleza en ese momento. De hecho la naturaleza humana no posee siempre la misma capacidad procreativa. Dice Pablo VI: “Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos” (HV, 11). Hay diversos grados: (a) ante todo, existe una capaci­dad actual de procrear, como ocurre en los perío­dos fértiles de la mujer; (b) hay también una capa­cidad provisoriamente potencial, como sucede en los períodos infértiles de la mujer; (c) y hay una situación definitivamente potencial (cuando algún elemento falta definitivamente, como en la edad senil, o en las diversas situaciones de esterilidad natural, etc.). Se atenta contra esta dimensión de la sexualidad conyugal cuando, en lugar de respetar el grado de procreatividad que tiene la naturaleza en el momento del acto sexual, se lo altera artifi­cialmente sea con acciones previas (anticoncepción oral, esterilización), o durante el acto sexual (mé­todos de barrera) o con actos posteriores (píldoras postcoitales, aborto, etc.).
  • En consecuencia, no es lícito querer uno solo de estos aspectos, impidiendo de modo voluntario el otro.

[1]        Juan Pablo II, L’Osservatore Romano, 12/10/ 1984, p. 3. Se refiere explícitamente a la doctrina del Concilio Vaticano II y a Pablo VI.

[2]         Juan Pablo II, L’Osservatore Romano, 26/10/1984, p. 3, n. 6.

[3]          Hablando de las técnicas de ayuda a la fertilidad dice la Instrucción Dignitas personae: “A la luz de este criterio hay que excluir todas las técnicas de fecundación artificial heteróloga [N.A.: aquellas en las que se utiliza algún gameto de alguien ajeno al matrimonio, sea semen u óvulos] y las técnicas de fecundación artificial homóloga [N.A.: aquellas en que los gametos pertenecen a los cónyuges legítimos] que sustituyen el acto conyugal. son en cambio admisibles las técnicas que se configuran como una ayuda al acto conyugal y a su fecundidad (…) Son cierta­mente lícitas las intervenciones que tienen por finalidad remover los obstáculos que impiden la fertilidad natural, como por ejemplo el tratamiento hormonal de la infertilidad de origen gonádico, el tratamiento quirúrgico de una endometriosis, la desobstrucción de las trompas o bien la restauración microquirúrgica de su perviedad. Todas estas técnicas pueden ser consideradas como auténticas terapias, en la medida en que, una vez superada la causa de la infertilidad, los esposos pueden realizar actos conyugales con un resultado procreador, sin que el médico tenga que interferir directamente en el acto conyugal. Ninguna de estas técnicas reemplaza el acto conyugal, que es el único digno de una procreación realmente responsa­ble” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Dignitas personae, 2008, n. 12-13). Y más adelante: “La Iglesia, además, considera que es éticamente in­aceptable la disociación de la procreación del contexto integralmente personal del acto conyugal: la procreación humana es un acto personal de la pareja hombre- mujer, que no admite ningún tipo de delegación sustitutiva” (Ibidem, n. 16). Sobre la noción de “delegación sustitutiva” y la diferencia entre “ayudar” y “sustituir” puede verse: Miguel A. Fuentes, Manual de Bioética, San Rafael (2006), 97-100.

[4]          Decía mons. Caffarra advirtiendo sobre la mentalidad eficientista en que se mueven las técnicas reproductivas artificiales (y que despersonalizan la sexualidad hu­mana y el hijo concebido, haciendo del primero una mera condición para obtener los gametos y del segundo un producto técnico): “Más arriba he hablado de dos posibles modelos para realizar la fecundación in vitro. Precisamente algunos días atrás he pre­guntado a un importante científico —que ha realizado ya 30 FIV— si él sigue el prime­ro o el segundo. Me ha respondido que siempre pone en práctica el segundo, ya que el primero no es eficaz. Así sucede siempre. Por tanto, con la FIV la persona humana puede ser ‘hecha’, en el sentido estricto del término ‘hacer’” (Caffarra: La fecundación in vitro. Consideraciones antropológicas y éticas, Diálogo n. 8 [1994], 53).

[5]         Fromm, E., El arte de amar, Buenos Aires (1977), 36.

relaciones

Mi novio me dice que ‘físicamente’ necesita tener relaciones conmigo: ¿existe en verdad esta ‘necesidad física’?

Pregunta:

Escribo desde Estados Unidos. Tengo 22 años. He leído en su pagina la consulta ‘¿Son ilícitas las relaciones prematrimoniales?’. Todo lo que ustedes dicen es exactamente lo que yo pienso y lo que mi mamá me enseñó durante años. Hace seis meses de estoy novia con un muchacho al cual estoy segura que amo y que me gustaría compartir toda mi vida con él. Pero él tiene diferentes maneras de ver la vida con respecto a este tema y a pesar de que durante estos meses me ha respetado, día a día me sale diciendo que se le esta haciendo muy difícil y que además físicamente necesita hacer el amor. También me dice unas veces que si sus hermanas y su mejor amigo saben que el no tiene sexo conmigo van a burlarse de él y lo van a llamar homosexual. Peor es a veces cuando no puedo contestar las preguntas que él me hace, como ‘¿por qué los católicos vemos la virginidad tan importante?’ o ‘¿por qué yo quiero esperar, por quién, debido a qué?’ Y la única respuesta que le doy, es por el amor que le tengo a Dios, pero el no entiende. A veces me surge la pregunta: ‘¿Por qué la iglesia acepta el sexo fuera del matrimonio en los hombres y no en las mujeres?’ Yo no sé qué tan cierto es eso de que mi novio físicamente está teniendo problemas por el deseo sexual que tiene; pero yo no sé qué hacer. No puedo negar que a veces me cuesta mucho decir ‘basta’. Pero en todo momento pienso en Dios, en lo que mi mamá me enseñó y sobretodo no quiero hacer nada con mi cuerpo que después me vaya a arrepentir. ¡Gracias por su pagina!

 

Respuesta

Estimada C.:

Ante todo te felicito por tus claras convicciones. Lo que piensas acerca del noviazgo y del matrimonio es muy acertado. Y lo más importante de todo: de vivir del modo que te ha enseñado tu madre depende la felicidad del matrimonio.

En el matrimonio el sexo es algo muy importante; pero no es lo más importante y sobre todo: no es lo único importante. El noviazgo se ordena, entre otras cosas, a demostrarse que pueden quererse y amarse aun cuando no puedan tener sexo durante algún tiempo. En la vida matrimonial hay muchas circunstancias en las cuales no se pueden tener relaciones sexuales porque uno de los dos no puede hacerlo: durante cierto tiempo del embarazo, después de un parte, en algunas enfermedades, etc. etc. ¿Serán capaces de amarse afectiva y espiritualmente sin faltar a la fidelidad? ¿Podrás ser la única mujer de tu esposo, aunque no puedas tener relaciones con él en algunos momentos? Esto hay que responderlo en el noviazgo. ¿Cómo? Demostrando que se aman sin exigirse algo que no pueden darse todavía (por no estar casados).

Esto no es algo que tu novio pueda ignorar. De cómo lo eduques en el noviazgo dependerá en gran medida el cómo será cuando te cases con él.

No tengas miedo en quedarte para vestir santos. Si eres virtuosa y exiges virtud en tu novio, no podrá faltarte un buen esposo.

En segundo lugar, no hay ningún hombre (y ninguna mujer) que tenga tales necesidades físicas de ejercer su sexualidad que no pueda contenerse. Sólo una persona psíquicamente enferma puede pensar en ‘impulsos irresistibles’. Tu novio debe demostrarte que es capaz de mantener la castidad durante el noviazgo, es decir de que es normal; de lo contrario, cuando estés casada con él, te engañará con otra mujer cuando vuelva a sentir esos deseos físicos y tú no puedas responderle adecuadamente por enfermedad, indisposición o por cualquier otra cosa.

El decirte que los demás pueden pensar que es homosexual si no tiene sexo contigo es una excusa. Si te ama y quiere respetarte, ¿qué le importa lo que piensen los demás? Además, son justamente algunos homosexuales los que tienen relaciones con mujeres (e incluso se casan) para que los demás no piensen que son homosexuales (hay casos famosos).

Finalmente, no es verdad que la Iglesia permita el sexo fuera del matrimonio en los hombres y no en las mujeres: fuera del matrimonio, todo acto sexual es ilícito tanto para el hombre como para la mujer. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 2348-2349): ‘Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha ‘revestido de Cristo’ (Ga 3,27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad. La castidad debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o célibes. Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia. ‘Existen tres formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras. En esto la disciplina de la Iglesia es rica’ [San Ambrosio]’.


A continuación transcribimos un mensaje que nos hizo llegar un joven después de haber leído este artículo

P. Fuentes:

Es la primera vez que yo ingreso en esta página, y lo primero que me interesó fue este apartado de problemas en el noviazgo.

Leí sobre la experiencia de la señorita que ha tenido dificultades con su pareja por el problema de las relaciones sexuales antes del matrimonio, yo me identifico con ella porque yo también pasé por allí, además este es un problema que está atacando mucho a los noviazgos; y yo no logré mejorar hasta que decidimos hablar con nuestro párroco.

Yo he visto a través de la experiencia la gran ayuda que uno recibe al consultarlos, pero no niego que el pecado de la fornicación nos engaña y nos hace sentir vergüenza para evitar consultarlos.

Aconsejo que consulten con su párroco lo más pronto posible, ya que lamentablemente mi noviazgo terminó a consecuencia de no hablar a tiempo, y cuando lo hice, la relación ya estaba muy dañada, incluso teníamos plan de casarnos y todo se acabó. No hay que darle ocasión al demonio de tentarnos, y si están es una comunidad pidan a los otros miembros que recen por ustedes para no caer en tentación, asimismo también ellos los cuidarán, para no estar solos en casa, en lugares oscuros, etc.

Bueno, me despido pidiendo bendiciones de nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen Madre Maria para que este servicio siga ayudando a los Jóvenes.

Atte.

Fernando

castidad

¿Qué es la castidad y cómo vivirla? y ¿qué es el pudor? ¿hay alguna diferencia entre una y otra?

Pregunta:

Estimado Padre: ¿Qué es la castidad y cómo vivirla? y ¿qué es el pudor? ¿hay alguna diferencia entre una y otra?

 

Respuesta:

Estimado:

Te contesto con el siguiente artículo, tomado textualmente del P. Jorge Loring, ‘Para Salvarte’, n. 68,25-26.

1. LA CASTIDAD

La castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la persona. La castidad cristiana supone superación del propio egoísmo, capacidad de sacrificio por el bien de los demás, nobleza y lealtad en el servicio y en el amor .

La castidad es el gran éxito de los jóvenes antes del matrimonio. Es, además, la mejor forma de comprender y, sobre todo, de valorar el amor. No es una negación de la sexualidad, sino la mejor de las preparaciones para la vida conyugal. Porque es un entrenamiento en la generosidad, en el deber y en el dominio de sí mismo, cualidades tan importantes para el ejercicio de la sexualidad humana.

En los jóvenes, la castidad entrena y forma la personalidad. Supone un esfuerzo que va dotando a la persona de solidez en la voluntad y de una sensación de posesión y dominio de sí mismo, que, a su vez, es fuente de profunda paz y alegría. Los jóvenes castos, normalmente, son más constantes en el trabajo y en el estudio, tienen más ilusiones, son más idealistas.

La pureza es una virtud eminentemente positiva y constructiva que templa el carácter y lo fortalece.

Produce paz, equilibrio de espíritu, armonía interior. Purifica el amor y lo eleva; es causa de alegría, de energía física y moral; de mayor rendimiento en el deporte y en el estudio, y prepara para el amor conyugal.

El Papa Juan Pablo II dijo a los jóvenes en Lourdes el 15 de agosto de 1983: ‘Los que os hablan de un amor espontáneo y fácil os engañan. El amor según Cristo es un camino difícil y exigente.

El ser lo que Dios quiere, exige un paciente esfuerzo, una lucha contra nosotros mismos. Hay que llamar por su nombre al bien y al mal’. También Juan Pablo II dijo a los miles de jóvenes reunidos en Rímini (Italia) en agosto de 1985: ‘Quieres encerrarte en el círculo de tus instintos? En el hombre, a diferencia de los animales, el instinto no tiene derecho a tener la última palabra’.

Los jóvenes reciben de la oración fuego y entusiasmo para vivir con pureza y realizar su vocación humana y cristiana con un sereno dominio de sí y con una donación generosa a los demás .

Lo que es imposible es guardar la pureza de cuerpo sin guardarla también de corazón y de pensamiento. Si no vigilas tu imaginación y tus pensamientos, es imposible que guardes castidad.

El apetito sexual es sobre todo psíquico. Si no se arrancan las raíces de la imaginación es imposible contener las consecuencias en la carne.

Por eso es necesario saber dominar la imaginación y los deseos. El apetito sexual aumenta según la atención que se le preste. Como los perros que ladran cuando se les mira, y se callan si no se les hace caso.
Dice el gran moralista belga José Creusen: ‘La impureza, sin ser el más grave de los pecados, es el más frecuente de los pecados graves.

La castidad, sin ser la más perfecta de las virtudes, es una de las más necesarias. (…). En materia de castidad lo más fácil es el dominio completo. Andar a medias es muy peligroso'(864).

Muchos quieren liberarse de la moral católica que consideran represiva, y lo que hacen es caer en la esclavitud del pecado que degrada al hombre. El yugo de Cristo es suave y ligero, si se lleva con amor y voluntad corredentora.
La pureza no puede guardarse sin la mortificación de los sentidos.

Quien no quiere renunciar a los incentivos de la sensual vida moderna, que exaltan la concupiscencia, es natural que sea víctima de tentaciones perturbadoras, y que la caída sea inevitable. La pureza no se puede guardar a medias.

Con nuestras solas fuerzas, tampoco; pero con el auxilio de Dios, sí.

Quien -con la ayuda de Dios- se decide a luchar con todas sus fuerzas, vence seguro. No es que muera la inclinación, sino que será gobernada por las riendas de la razón.

En la vida hay que entrenarse. Entrenarse es hacer un esfuerzo cuando no hace falta, para saber esforzarse cuando haga falta. El que no sabe decir no cuando pudiera decir sí, no sabrá decir no cuando tenga que decir no. El que no sabe privarse de lo lícito por ensayo, no sabrá privarse de lo ilícito cuando sea necesario.

La explotación de la sexualidad por sí misma y sobre todo, con el único fin de conseguir la satisfacción sexual, es funesta, tanto para la vida individual como colectiva.

Aunque los pornócratas, para defender su negocio, dicen que la virginidad ha dejado de ser virtud, y nos presentan la homosexualidad y la masturbación como cosas naturales, por encima de todas las palabras de los hombres está la ley de Dios que nos señala lo que es bueno y lo que es malo.

Hoy se oyen con frecuencia palabras de menosprecio hacia la virginidad. Generalmente provienen de personas que la han perdido.

Como en el cuento de la zorra y las uvas, es natural menospreciar lo que uno no es capaz de conseguir. Pero las joyas no pierden valor porque haya personas que son incapaces de apreciarlas.

Ha escrito el P. Lebrato, dominico: ‘Si hubiéramos de responder ateniéndonos a duros hechos externos que definen masivamente nuestra sociedad, tal vez hubiéramos de concluir que, a juicio de muchos, la castidad, hoy, es todo lo contrario de un valor: es un antivalor que hay que arrumbar para siempre. Si fue un valor, hoy es un lastre.

Pero si la respuesta la damos analizando la naturaleza misma de la castidad, contrastada con el concepto filosófico del valor para el hombre, entonces hay que concluir que la castidad es un valor, un valor por sí mismo, primario y absoluto por su bondad intrínseca y por la conveniencia esencial con la naturaleza humana.

Acaso todo depende del concepto que tengamos de castidad. Si la entendemos como una represión, una mutilación, un comportamiento negativo, una actitud desnaturalizante, entonces no es ni puede ser un valor. Qué es entonces la castidad? Sencillamente, la castidad es el ordenamiento de la potencialidad sexual del hombre en consonancia con su condición específica de persona racional, inteligente y autodeterminativa…

Ser un esclavo de los instintos en el campo sexual, le convierte en animal, lo desnaturaliza de su condición de persona libre y de su condición de sujeto autodeterminativo. Usar mal de la capacidad sexual, es una traición a la sexualidad humana. Al ser la castidad la recta ordenación de las fuerzas sexuales y de la afectividad en el hombre en consonancia con los fines específicos de la sexualidad y con la condición integral de la persona como ser inteligente y dueño de sus instintos, no cabe duda que la castidad perfecciona al hombre en su misma condición de hombre. Una perfección en lo esencial siempre es un bien. El bien, en sus múltiples formas, es un valor.

Una joven de 16 años dice:

Con la castidad yo pienso que aprendemos a respetarnos a nosotros mismos y a no hacernos animales. Los animales lo hacen todo por instinto. Si nosotros no tuviéramos un principio regulador, un medio para dominar nuestros instintos nos haríamos como ellos. Es bonito que aprendamos a valorar algo que nosotros tenemos y ellos no tienen. Es una satisfacción disfrutar de algo adquirido por tu propio esfuerzo, por tu decisión, por tu voluntad. Con la castidad voluntaria yo me hago superior a los animales. Esto creo que tiene su belleza y su valor…

– Te es fácil vivir la castidad a los dieciséis años?

-En principio, me cuesta, como creo que les cuesta a los demás. Pero debo confesar que a mí me es fácil vivirla.

– Por qué te es fácil?

-En primer lugar, me doy cuenta de que no merece la pena perder la castidad por el placer sexual de un momento. Pero acaso me cueste poco por la educación que he recibido desde mi infancia…

– Encuentras valores en la castidad?

-El saber que nuestro cuerpo tiene un destino superior al de dejarlo aquí en la tierra. Los planes de Dios sobre los hombres nos hablan de una glorificación de nuestro cuerpo en la vida futura. Aparte de la glorificación corporal donada por Dios, tiene que ser también un don de este cuerpo, el haber sabido conservarlo íntegro, inmaculado, como Él nos lo dio.

Y una joven madre soltera contesta:

-En realidad, no ha sido la castidad mi fuerte. Para mí prácticamente no ha existido. No he sido casta. Pero hoy, que me he dado cuenta, la considero maravillosa. Para mí la castidad no ha entrado en mi vida por el hecho de haberme apartado de Dios. Hoy creo que la encontré y la veo fenomenal.

– Te atreverías a decirme por qué no has sido casta?

-Sí. No he sido casta por el hecho de no pensar, por vivir al margen de todo. Tal vez por comodidad, por dejadez. Te dejas llevar por cualquier impulso.

– Cuándo diste el cambio?

-Al mes de dar a luz tuve la oportunidad de estar sola, pensar mucho, y me di cuenta de que había algo más que todo aquello que había vivido. Y vi claro que aquel Dios que mis padres y mi colegio me habían enseñado, existía realmente y era algo verdadero… Si amo ahora la castidad es porque le amo a Él… Dios importa mucho para mi vida.

– Qué otros valores crees que tiene la castidad?

-Creo que hay otros valores. Antes, que no era casta, que me dejaba llevar por los impulsos, no era libre. En cambio, ahora que tiendo más a ser casta, me siento más libre, me he liberado de mis impulsos. Al dejar esos impulsos a un lado, el mismo cuerpo gana serenidad, dominio, salud, belleza. Y hasta dignidad, porque el cuerpo no debe ser sólo un instrumento del placer, sino un medio de realizarse en la vida cumpliendo una misión'(865).

Por otra parte, la castidad es fácil de guardar, si se busca el auxilio de la gracia de Dios, y se fortifica el alma con los sacramentos de la confesión y la comunión.

El mejor consejo que se puede dar al que ha empezado a rodar por la pendiente del vicio es comunión frecuente y confesión con un Director Espiritual fijo. Es un remedio seguro para corregirse y salir del pecado. No hay pecador que resista. El sacramento de la confesión, además de ser un remedio curativo, es un remedio preventivo. La Comunión y la Dirección Espiritual dan fuerza y luz para obrar con eficacia.

Dice Charboneau:’Se puede, por tanto, hablar, y hay que hacerlo, de un imperativo de la pureza que se impone a los novios, no como una coacción penosa cuya única finalidad sería crearles molestias, sino como una fuerza interior que vivifica el amor elevándolo y manteniéndolo en un plano superior. Esta pureza pretende estar libre de todo desprecio hacia el cuerpo y se basa, al contrario, sobre el respeto soberano a la carne, a la que restituye su equilibrio, eliminando los elementos de defección que son un peligro para ella. En cuanto al amor mismo, lo consolida; y prepara así la felicidad de que gozará la pareja cuando se halle ligada por la vida común’.

Manuel Viera escribe: ‘El que la castidad prematrimonial sea perjudicial a la salud es ya un mito descartado hace tiempo por la ciencia médica y la psicología, y algo en que sólo tratan de creer los que buscan una excusa para no ser castos.

Para Freud toda neurosis era de origen sexual. Hoy sus mismos discípulos no sostienen esta doctrina. Adler afirma: ‘No siendo verdad que la libido reprimida sea causa de la neurosis, el dar salida al instinto sexual no cura por sí mismo esta neurosis’. La castidad educa la voluntad por el vencimiento que supone. Una educación que no exige esfuerzos, conduce a la anarquía, no forma adultos sino desequilibrados, sin aptitud para hacer frente a las dificultades de la vida. El vencimiento propio es indispensable para la formación del ser humano. Decir que los impulsos sexuales son irresistibles no es científico. La biología moderna declara que los reflejos genitales pueden dominarse con el ejercicio de la voluntad. El poder del espíritu sobre el cuerpo, de lo psíquico sobre lo físico es muy grande. Esto lo confirma la psicología actual'(866).

Dice Robinson: ‘La castidad protege vuestro futuro amor. Los jóvenes que han sabido estar a la altura de su deber son los que sabrán después estar a la altura de su amor. El amor conyugal, les va a exigir entrega, generosidad y sacrificio, y ellos ya traen un buen entrenamiento en todo esto. Además, el mejor regalo que podréis haceros unos esposos es el de un cuerpo y un alma íntegros.

La castidad juvenil es un esfuerzo. Pero es un esfuerzo que lleva consigo una recompensa inmensa.

Un esfuerzo que va reforzando y madurando tu personalidad. Es un esfuerzo que lleva consigo una profunda alegría. Un esfuerzo que comprenden y practican los que saben qué es el amor’.

Los jóvenes reciben de la oración fuerza y entusiasmo para vivir con pureza y realizar su vocación humana y cristiana con un sereno dominio de sí y con una donación generosa a los demás.

El mundo se ríe de la pureza y de la castidad, como si se tratara de cosas trasnochadas y pasadas de moda. El mundo dice: ‘Hay que darse el máximo de satisfacciones en la vida’. Pero Cristo dice: ‘Véncete a ti mismo, toma tu cruz, procura entrar por la puerta estrecha'(867). El mundo dice: ‘Hay que liberarse de viejos tabúes!’. Pero Cristo dijo:

‘Bienaventurados los limpios de corazón'(868).

El mundo dice: ‘El amor no es pecado. Lo que se hace por amor es bueno’. Pero la Biblia limita las relaciones sexuales al matrimonio:

‘Absteneos de la fornicación'(869). ‘Dios juzgará a los fornicarios y a los adúlteros'(870).

2. EL PUDOR

El pudor es un mecanismo de defensa, propio de la castidad, que protege instintivamente la intimidad sexual con la vergüenza. Es un muro protector de la pureza.

Pudor no es miedo al cuerpo desnudo, sino respeto a él. No es casto el que trata de ignorar lo sexual, sino el que sabe mirarlo con ojos limpios.

El pudor distingue al hombre de los animales.

El pudor ayuda a evitar eficazmente excesos y peligros morales de todo tipo en materia sexual.

Además, evita aquellos aspectos de vulgaridad, chabacanería y desorden que acompañan a ciertas expresiones sexuales.

Alfonso López Quintás, en su libro ‘El amor humano’ escribe: ‘El pudor no indica gazmoñería, apego irracional a costumbres pacatas. Supone respeto a lo más personal del hombre. Protegerse de la mirada ajena, no indica ñoñería sino salvaguardar su sexo del uso posesivo de los demás. Palpar algo es, en cierta medida, un acto de posesión. Ver es como tocar a distancia. Ofrecer a la mirada ajena las partes íntimas del cuerpo supone dejarse poseer en lo que tiene uno de más íntimo.

Toda exhibición sugiere un acto de entrega. Hacerlo en público se asemeja a la prostitución'(871).

Dice el psicopedadogo Bernabé Tierno:

‘La educación del pudor sólo es posible allí donde imperan ideas nobles y sentimientos limpios.
El pudor sólo es sentido por quien todavía es sensible a las amenazas que sufre la virtud. En medio de un ambiente que apenas distingue la línea divisoria entre lo que es bueno y lo que es malo, hay que devolver a los jóvenes el sentido de dignidad personal, y a la opinión pública una mayor sensibilidad. Pero no podemos cometer el error pedagógico de atribuir a toda realidad sexual una sensación de vileza o un sentimiento de vergüenza que se identifica muchas veces con el pudor.

Los educadores hemos de poner el acento, no sobre la educación sexual, sino sobre la educación de la persona. No educamos la sexualidad del muchacho; es él el verdadero artífice de su educación como persona, que, en consecuencia, se expresa también en sus comportamientos sexuales. Lo que debe ser educado, no es la sexualidad, sino la persona.

La actitud egocéntrica de la persona hace neuróticamente compulsiva, especialmente en la adolescencia, la necesidad de autoafirmación que se manifiesta claramente en el sector de la sexualidad. La compulsión se hace tanto más fuerte cuanto más se convence el joven de su falta de valía, lo que le hace aferrarse al sexo como único medio de autoafirmación…

Está claro que una atmósfera cargada de hedonismo sexual que se nos cuela de rondón en casa a través de la ‘ventana televisiva’, envuelve al joven por doquier, y no contribuye lo más mínimo a una higiene mental que favorezca el dominio normal sobre los propios impulsos.

La trivialización de la sexualidad conduce a la desvalorización de las relaciones heterosexuales, cada vez más frecuentes y precoces. En el fondo es la desvalorización misma de la persona del ‘otro’ que queda reducida a la condición de simple instrumento al servicio del placer…

La apología que ciertos medios de comunicación hacen de aberrantes conductas sexuales contribuye a deformar el concepto y la naturaleza de los papeles sexuales con los que deben identificarse los jóvenes'(872).
Esforcémonos por ver todo lo que tiene el vicio de repugnante y abominable. Esto nos ayudará a amar la castidad. Todo lo que tiene ella de grande y de noble, de dominio propio y de respeto, lo tiene el vicio impuro de bajo y despreciable.

La persona impura es una persona sin voluntad. La razón, que debería ser la señora, se vuelve esclava de los instintos animales; el hábito vicioso se convierte en el peor de los tiranos, exige cada vez más y vuelve a la persona egoísta, con un egoísmo de la peor especie: la persona impura lo sacrifica todo para satisfacer su propia pasión. El vicio impuro quita a la persona la tranquilidad de conciencia, la alegría, la libertad, la fe, la esperanza, el verdadero amor, la honra, la fortuna, la salud y, en fin, la gloria del cielo.

No es raro que a la persona que se deja dominar del vicio impuro le sobrevenga, antes o después, la dureza de corazón, la pérdida de la fe, y al fin la condenación eterna.

Hay que tener en cuenta que los pecados contra la pureza no son los únicos, ni los más graves. No podemos olvidarnos que el buen cristiano, además de la virtud de la pureza, debe tener la de la justicia y la caridad. Hay entre nosotros demasiada ambición, avaricia, egoísmo, soberbia, odio, envidia, ruindad de corazón y falta de honradez profesional.

Los fieles tienen derecho a ser informados fielmente en la doctrina católica.

El 7 de enero de 1987 la Comisión Episcopal Española para la Doctrina de la Fe, publicó un documento donde dice: ‘A quienes elaboran materiales catequéticos, de enseñanza religiosa o de divulgación teológica, les pedimos que pongan un empeño especial en transmitir con fidelidad e integridad la enseñanza de la Iglesia sobre estos temas. A los fieles cristianos les asiste el derecho a que no sean difundidas, con ligereza y arbitrariedad, doctrinas parciales o hipótesis relacionadas con la moral, y en concreto con la moral sexual, sin que previamente hayan sido sometidas al estudio y al parecer de la comunidad teológica y, en última instancia, al discernimiento de los pastores (n 18)… El fin de las normas objetivas morales no es la represión de la sexualidad, sino proteger y favorecer que el dinamismo profundo de la sexualidad llegue a su plenitud y sentido (n 15)’.

Rafael Gómez Pérez resume la concepción cristiana de la sexualidad así:

‘a) Dios estableció la institución matrimonial como principio y fundamento de la familia y de la sociedad.

b) El sexto precepto del Decálogo -no fornicar- protege el amor humano y señala el camino moral para que el individuo coopere libremente en el plan de la creación, usando la capacidad de engendrar, que ha recibido de Dios, solamente dentro del matrimonio.

c) El sexo es un don de Dios abierto a la vida, al amor y a la fecundidad. Su ámbito natural y exclusivo es el matrimonio. Jesucristo elevó el matrimonio a la dignidad de sacramento.

d) La generación no es el resultado de una fuerza irracional, sino de una entrega libre y responsable -es decir, humana- de acuerdo con la dignidad natural de la persona creada por Dios.

e) Como los demás mandamientos, el sexto precepto del Decálogo está impreso en la naturaleza humana, es parte de la ley natural, y, por tanto, obliga a todos los hombres.

f) La virtud de la castidad consiste esencialmente en la ordenación de la función sexual al fin que Dios le ha señalado; por eso es una virtud positiva que se ha de vivir según las características de la vocación regida por Dios: virginidad o matrimonio.

g) Con frecuencia, la corrupción de las costumbres comienza por los pecados contra la castidad; se tiende a querer justificarlos, de modos diversos, a través de la deformación del juicio de la conciencia.

h) Por tratarse de una exigencia de la ley natural, todos los hombres reciben de Dios la ayuda necesaria para cumplir este precepto del Decálogo. Por otra parte se señala la necesidad de medios sobrenaturales que Dios no niega nunca a los creyentes que los imploran por medio de la oración’.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

NOTAS.

(864) – EDUARDO ARCUSA, S.I.: Eternas preguntas, IV, 2. Ed. Balmes. Barcelona
(865) – J. R. LEBRATO: Junto al erotismo, 1ª, II. Ed. Studium. Madrid, 1974. Breve pero interesantísimo libro en el que se exponen unas entrevistas sobre la castidad a gran variedad de personas.
(866) – MANUEL VIERA: Vida sexual y psicología moderna, VI, 1. Ed. Mensajero. Bilbao
(867) – Evangelio de San Mateo, 16:24
(868) – Evangelio de San Mateo, 5:8
(869) – SAN PABLO: Primera Carta a los Tesalonicenses, 4:3
(870) – Carta a los Hebreos, 13:4
(871) – ALFONSO LÓPEZ QUINTÁS: El amor humano,XII, 2, a. EDIBESA. Madrid
(872) – BERNABÉ TIERNO, Fichas 58 y 59 de Aprender a Educar. YA Domingo, 17 y 24-III- 1991

castidad

¿Se puede vencer el vicio de la masturbación?

Pregunta:

¿Cómo puede hacer un joven para dejar el vicio de la masturbación?

 

Respuesta:

Su consulta puede ser extensiva a todo tipo de vicio contra la castidad. Puedo decirle:

1. La lucha en general para conservar la castidad (o recuperarla después de haberla perdido), ha sido expuesta en muchos lugares y por numerosos autores. Los principales medios que suelen señalar son:

a) Mantenerse perfectamente tranquilo ante las tentaciones. ‘Sentir la tentación no significa consentir a ellas’. Tener la seguridad de que puede vencerse.

b) Desviar la atención inmediatamente cuando empiezan las tentaciones: alejar los malos pensamientos ‘sustituyéndolos’ por otros buenos, dirigir la atención a otro objeto bueno y absorbente (un clavo se saca con otro clavo), distenderse (pasear al aire libre, etc.).

c) Vigilar para no ponerse en ocasión de ser tentados. Las ocasiones de pecado son las que empujan normalmente al pecado.

d) Mortificación: saber privarse de cosas que gustan y son lícitas, hacer sacrificios. Esto ayuda a aprender a tener ‘dominio’ sobre las propias pasiones y tendencias.

e) El pudor o prudencia de la castidad; este adivina el peligro, impide ponerse en él y hace evitar las ocasiones de pecar.

f) La oración: la castidad es un don de Dios. Hay que pedirlo. Ayuda mucho la devoción a la Virgen María.

g) El sacramento de la Penitencia o Confesión: confesarse frecuentemente robustece el alma, borra las reliquias de los pecados pasados y ayuda a ser fuertes frente a las tentaciones futuras.

h) La Eucaristía: recibida en gracia nos da una perfecta unión con Jesucristo. ‘Quien come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él’ (Juan 6,57).

i) Desde el punto de vista puramente natural es importante, también, mantener una buena higiene física, una alimentación equilibrada, ejercicio físico y descanso.

2. Cuando se trata de un vicio fuertemente arraigado estos mismos medios son los que llevan a desarraigarlo, pero actuando enérgicamente y tras la repetición de muchos actos. Sólo la práctica virtuosa puede desarraigar un vicio.

3. Si la pulsión del vicio ya roza el comportamiento anómalo, puede ser que tenga raíces físicas o psíquicas, y en tal caso junto con los medios arriba indicados hará falta la ayuda de un médico católico, de visión clara y serena, que realice un examen clínico general (y en especial una revisión del sistema nervioso vagosimpático) y en base a los resultados indique algunos medios de orden médico.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

ocasiones

Las ocasiones de pecado en el noviazgo

Pregunta:

Acabo de leer su tema acerca de ‘¿Son pecados las caricias en el noviazgo?’. Yo tengo esa experiencia en este momento. Tengo un novio que llegamos a casi tener relaciones sexuales; aunque los dos sabemos muy bien que es malo, se nos hace muy difícil evitarlo. Ya no sabemos como dejar de hacerlo. Prometimos que ya no lo íbamos hacer y continuamos en lo mismo. Le agradecería que me ayudara a solucionar esta situación. Mi familia es bastante católica y yo me críe en esos principios, pero no se que me paso, y me arrepiento y lloro le digo que fue a iglesia y me siento muy pecadora. Ya no sé que hacer. Ayúdeme.

 

Respuesta:

Si uno tiene realmente intenciones de no volver a pecar, ante todo debe evitar las ocasiones de pecado; y si no les posible evitar las ocasiones porque son ‘necesarias’ (por ejemplo, si vienen por el ambiente en que se trabaja y no puede dejar el trabajo) entonces debe convertir las ocasiones próximas de pecado en ocasiones lo más remotas posibles. Sobre lo que Usted me pregunta:

1º debe convencerse que no es imposible evitar el pecado;

2º no lo logrará si no corta las ocasiones: no se exponga a pecar, ya que Usted sabe que débil ante la tentación;

3º nunca logrará vencer las tentaciones si no comienza; al principio parece un sacrificio más grande de cuanto lo es luego que la virtud es practicada varias veces;

4º la gracia de Dios jamás le faltará;

5º encomiéndese a la Virgen Santísima, pero Usted ponga de su parte todo lo que hay que poner. Se trata de buscar la gracia divina y -conjuntamente- educar la voluntad en la virtud.

P. Miguel A. Fuentes, IVE