Sida

¿Cómo debemos considerar el SIDA desde la moral católica?

Pregunta:

¿Cómo debemos considerar el SIDA desde la moral católica?

Respuesta:

Transcribo a continuación una conferencia que he dado en un congreso sobre el SIDA en San Rafael (27/04/95 ) .

———————————

Quisiera comenzar con una historia, entre fábula y parábola. Hace varios siglos atrás en uno de los tantos minúsculos reinos orientales, el monarca llamó a sus tres principales consejeros, y les puso este problema: «Desde que mis soldados volvieron de conquistar las comarcas vecinas la peste se ha encarnizado en mi reino y cada vez se extiende más, ¿qué debo hacer?». Los tres pensaron un poco y luego, cada uno a su turno dieron su consejo al Rey.

El primero le dijo: «Conviene que llames a los mejores médicos de los reinos vecinos; construye grandes tiendas para albergar a los enfermos y pregunta a nuestros ancianos cuáles son las hierbas y las medicinas más adecuadas para curarlos».

El segundo le dijo: «Encierra a todos los que están enfermos en la isla que tienes al norte del reino, para que no contagien a nadie más; y a todos los que hayan estado en contacto con ellos obsérvalos: si se enferman mándalos también allí, si no que se queden, pero vigilados».

El tercero le dijo: «Haz lo que dice el primero; no hagas lo que te dice el segundo; pero por sobre todo cambia las costumbres morales de tu ejército, de lo contrario te fatigarás en vano, y a la postre también tú y nosotros moriremos apestados».

El Rey nombró al tercero como su único consejero y a los otros dos los mandó a cuidar enfermos.

Dejemos por ahora esta historia…

* * * * *

Si pretendemos hablar del SIDA hemos de tener en cuenta que estamos tratando de una epidemia, o mejor -debido a las dimensiones que ha tomado y que tomará según los más razonables cálculos- de una pandemia . Y como ante cualquier enfermedad de tal envergadura, las preocupaciones de toda persona sensata, con un mínimo de solidaridad, son dos: 1º que no se enfermen los sanos; 2º ayudar cuanto se pueda a los que están enfermos. Lo primero se dice «prevención», lo segundo «asistencia». Como me han pedido que hable de los problemas morales relacionados con el SIDA, me referiré brevemente a las cuestiones morales o éticas implicadas en uno y otro aspecto.

1. La prevención .

Prevenir significa anticiparse a una situación. Cuando se trata de prevenir algo que no deseamos que suceda, será el realizar cuanto sea necesario y verdaderamente eficaz para que tal situación no se dé. Todo ser racional sabe que para prevenir algo desagradable debe buscar aquellos medios que sean eficaces (nadie busca curar el cáncer con té de tilo) y que respeten la dignidad e integridad de la persona (para prevenir que se me encarne una uña podría cortarme todos los dedos, pero eso no respeta mi integridad ni mi dignidad).

Estas dos cosas (la eficacia y el respeto por la dignidad) son esenciales para establecer la moralidad o inmoralidad de todo cuanto se haga para prevenir la enfermedad de la que estamos tratando. Y para conseguir esto, es decir, que los sanos no se enfermen [y eventualmente que los enfermos no se enfermen más] hay sólo dos medios u objetivos que deben procurarse: una correcta información y una recta educación.

a) Los dos objetivos.

-La correcta información. Lo primero debe dirigirse a la inteligencia y es enseñar la verdad. Como dice el Papa: sin miedos infundados, pero también sin falsas esperanzas. Muchas de las causas por las que el SIDA crece en proporciones alarmantes provienen de una información falsa o parcializada sobre el mismo, sobre sus causas, los medios para combatirlo, los medios de prevenirlo.

-La recta educación . Este segundo aspecto se dirige a la voluntad. Para que alguien sea consecuente con lo que se le informa, es decir, para que lleve a la práctica, a su vida, lo que se la dicho (y no quede, por tanto, en puras palabras) tiene que tener fuerza de voluntad, tiene que tener las virtudes que le capaciten para vivir según lo que sabe.

b) Tres enfoques informativo-educativos actuales.

Pues bien, hoy día no todos proponen ni realizan la misma información y educación para prevenir el SIDA. Podemos decir que sobre esto hay tres posturas, tres tipos de información y educación diversos, que responden a tres concepciones diversas de la vida, de la moral, del hombre:

a. Ante todo, tenemos y muy difundida una concepción que algunos llaman ‘medico-epidemiológica’ ; es puramente positivista (apunta a lo que aparentemente tenga más éxito inmediato); esta concepción razona así: allí donde no se pueda obtener la abstinencia de la droga o de las relaciones sexuales riesgosas, se debe insistir en el uso de la jeringa personal y descartable y del preservativo. En consecuencia, ‘informan’ sobre ‘el sexo y la droga seguros’. Reconocen que esto no tiene total seguridad, pero insisten en que reduce en algo los riesgos. El único criterio son los porcentajes. El uso de estos elementos reduce el porcentaje de contagios…. es por tanto, bueno. Ahora bien, suponiendo que esto tiene alguna efectividad, ¿se puede decir que el fin justifica los medios? Desde el punto de vista moral esto es una postura inaceptable. En otro orden de cosas sería la misma concepción que justificó hace medio siglo las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki para poner fin a la guerra con Japón. ¿Por qué esa masacre de inocentes nos parece aberrante, mientras que la aplicación del mismo principio en nuestro caso no nos choca? Si los principios que usamos con tranquilidad de conciencia, cuando son aplicados a otro tema conducen a aberraciones, es señal que son erróneos y que debemos abandonarlos cuanto antes. Entonces, el problema aquí subyacente no es la mayor o menor efectividad, o bien que los fines no sean laudables, sino que el acto mismo que se realiza es inmoral y no puede ser justificado bajo ningún criterio moral.

Por otra parte, aun desde el punto de vista de la efectividad esta posición se caracteriza por una falsedad fundamental, a saber, la de la pretendida eficacia, ya que no es tan efectiva como pretende [1]; si a esto se suma el problema cultural del que luego hablaremos cabe dudar incluso del valor material de esta campaña.

b. En segundo lugar, tenemos la concepción ‘ideológica’ . Es la de los que promulgan la liberación sexual (homo-hetero y bisexual) y la liberación de la droga. Sus portavoces sostienen las campañas de ‘sexo-droga libre’. En general, como se ha visto en algunos lugares (Europa, EEUU), minimizan el peligro del SIDA, afirmando que de trata de un montaje alarmista manipulado por grupos culturales nostálgicos de una moral represiva. Acusan especialmente a la moral católica. No hacen falta palabras para refutarla; lo hacen los hechos y las estadísticas.

c. Por último, está la posición que parte, ante todo, de la visión integral de la persona humana, que busca evitar la infección y el contagio no aisladamente, sino con actos y dentro de un modelo de vida que promuevan el bien integral de la persona humana, y respeten su dignidad y la ley moral que la salvaguarda.

-Ante todo, ésta enseña que no puede intentar salvarse un aspecto humano (la salud o la vida) produciendo el detrimento de otro (como la vida espiritual o la vida psíquica) [2].

-En segundo lugar, parte de la visión integral y completa de la enfermedad que trata de evitar. Esta visión integral nos lleva a considerar, no sólo los efectos, sino también las causas de la enfermedad. Todo efecto tiene una causa, y si no queremos los efectos, debemos prevenir ante todo que no se verifiquen las causas: las goteras no se solucionan poniendo baldes sino arreglando el techo.

Hay que reconocer que muchos casos de transmisión del SIDA no están ligados a ningún comportamiento deshonesto; de hecho, muchos enfermos han contraído la enfermedad por una transfusión con sangre infectada, o en el período de gestación en el seno materno, o contagiados por el cónyuge legítimo ignorante tal vez de la enfermedad que llevaba, o bien -algún caso hay- atendiendo a los enfermos. Sin embargo, estos casos, aún siendo muchos, no son sino un pequeño porcentaje entre las demás causas de la difusión del mal del SIDA. La causa principal ha sido, y sigue siendo (como lo demuestra elocuentemente el estudio de los ambientes en que se difunde), la promiscuidad sexual y la drogadicción y, por consecuencia, el ambiente cultural en que estos dos males de nuestro tiempo se cultivan y que el Papa Juan Pablo II ha denominado «la cultura de muerte».

• En efecto, en muchos casos esta enfermedad se enmarca por un lado en la cultura hedonista que propone como ideal supremo el placer y singularmente el placer del sexo; y que por eso alienta y alimenta la promiscuidad sexual, la sexualidad prematrimonial, extramatrimonial, la homosexualidad, la bisexualidad, la degeneración sexual, la destrucción del ideal del matrimonio monogámico y fiel, y la destrucción de la familia.

• Por otro lado, se cultiva en la cultura cerrada a la vida e incluso antivida . ¿Cuántas de las manifestaciones más características de nuestro tiempo (y por las que nuestra época será tristemente recordada en la historia) no suponen acaso el desprecio y la conculcación de la vida? La sexualidad cerrada a la transmisión de la vida, el aborto, la eutanasia, la manipulación y destrucción de embriones, la guerra, la violencia, el suicidio. Y lo que es peor y el punto más elocuente de la gravedad de nuestra situación, a saber, que muchas de estas cosas que son signo de muerte, nuestra sociedad (nuestros científicos, nuestros literatos, nuestros medios de comunicación, nuestras leyes) no sólo las toleran sino que las justifican. Por eso dice el Papa en su última encíclica: «… Se va delineando y consolidando una nueva situación cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito y -podría decirse- aún más inicuo…: amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual» [3]. Junto a esta justificación, el otro hecho gravísimo es la insensibilidad de nuestra conciencia: «… No menos grave e inquietante es el hecho de que a la conciencia misma… le cueste cada vez más percibir la distinción entre el bien y el mal en lo referente al valor fundamental mismo de la vida humana» [4]. Por eso decía el Papa que junto a la difusión del SIDA se ha ido también difundiendo una especie de inmunodeficiencia en el plano de los valores morales [5].

Desde este ángulo es fácil darse cuenta que es muy infantil pensar que la causa de la transmisión del SIDA podría ser el descuidado uso de las jeringas por parte de los drogadictos, o la práctica del sexo sin preservativo. No es eso, es, más profundamente, el fenómeno cultural de la drogadicción, el fenómeno de una falsa sexualidad, y la mentalidad que está detrás de uno y otro hecho.

De ahí que la campaña del preservativo o de la jeringa descartable no sean sino unclamoroso acto farisaico . Las campañas higiénicas contra el SIDA creen que protegen contra la epidemia repartiendo o aconsejando el uso de preservativos para que realicen ‘sin riesgo’ y libremente los actos sexuales y lo mismo se diga de la gratuita distribución de jeringas descartables. En realidad, con esto se va creando y promoviendo la mentalidad en la cual el SIDA se alimenta y expande. Como indica el actual secretario de la Pontificia Comisión para la Familia, Mons. Sgreccia, en las personas que practican la homosexualidad, la prostitución y la promiscuidad sexual, la ilusión o falsa seguridad del preservativo podría llevar a graves consecuencias en cuanto a la difusión del contagio.

Más aún. Con tales campañas se hacen dos actos más nefastos todavía: primero confunden las inteligencias de los incautos que creen que el sexo ‘seguro’ (?) es lícito sólo con la condición de que sea ‘seguro’. Segundo: con la excusa de ‘informar’ sobre este modo de prevenir el contagio despiertan la curiosidad y la malicia, haciendo perder la inocencia, la pureza, la castidad a muchísimos jóvenes y niños. ¿Cuántas veces, la ‘información’ para prevenir el SIDA no se ha convertido en un incentivo, en una incitación, en una invitación, en un estímulo para el pecado?

Por tanto, hay que atacar las causas, cambiar la mentalidad, cambiar los corazones y, sobre todo, educar en la virtud. Hoy en día, en muchos países se va tomando conciencia de que lo único verdaderamente seguro es la vida conyugal y familiar. Ella puede preservar de la tentación de recurrir a ambientes donde circule la droga y además porque la vida sexual intraconyugal es la única vía segura para evitar los peligros que vienen por el abuso de la sexualidad.

Esto está bien, pero no basta. El vivir de acuerdo con las leyes de la sana moral no es ni debe ser una especie de ‘profiláctico social’, es decir, que sólo hay que vivir moralmente bien para ‘no contagiarse’. No es así. Hay que vivir moralmente bien porque en ello está la perfección humana espiritual y sobrenatural, porque sólo así respetamos nuestra dignidad, sólo así maduramos, sólo así cumplimos la voluntad de nuestro Creador y sólo así alcanzamos el Fin para el que hemos sido creados.

La castidad (absoluta en quien no está casado y conyugal en quien lo está) es el mejor medio, el más seguro y eficaz, para evitar el SIDA, pero no sólo para eso. Se puede ser casto por miedo al SIDA, y eso no es virtud. Y cuando no hay virtud, seguirá latente el riesgo de que en algún momento se tire todo por la borda, especialmente cuando el único móvil es el temor a la infamia, a la enfermedad o a la muerte. Porque como nuestra sociedad va inyectando gérmenes de muerte en nuestro pensamiento, para aquéllos que no encuentran sentido a la vida, la muerte se convierte en un hecho que hay que afrontar tarde o temprano.

Por tanto, la única y la mejor prevención es el educar en las virtudes. La virtud de la fortaleza, de la caridad, de la esperanza, de la castidad… Mientras no trabajemos por este lado estaremos sembrando en un salitral.

2. La asistencia.

El segundo aspecto es la asistencia a los enfermos de SIDA. El enfermo de SIDA es un enfermo más, un ser que sufre. Cómo se contagió es algo que tiene que arreglar entre él y Dios. Moralmente estamos obligados a prestarle toda nuestra ayuda, espiritual, material, psicológica y moral se trate de quien se trate.

Es más, teniendo en cuenta que la gran mayoría de los enfermos provienen o viven en esa cultura que hemos señalado anteriormente, necesitan más que cualquier otro enfermo nuestra atención.

Ellos necesitan de nosotros:

-ante todo, todos nuestros esfuerzos materiales, médicos, económicos, para ayudarlo y tratar de sanarlos si fuese posible…
-que se les explique el sentido del sufrimiento, del dolor y de la muerte
-que se les enseñe que también por ellos murió Jesucristo en la Cruz
-que se les dé consuelo; no nos damos cuenta de cuántos son los que mueren abandonados, en la miseria de la soledad, rechazados y cuántos pueden morir desesperados por causa de nuestra indiferencia o de nuestro rechazo. Jesucristo no obró así; la Iglesia nunca obró así. Nosotros no podemos obrar así.

Si la caridad ha de ser nuestro distintivo, estos enfermos son nuestra oportunidad para vivirla y para que no nos limitemos a pronunciarla con los labios. A los enfermos no los ayudamos con Congresos sino con nuestra caridad operante. Moralmente ¿qué tenemos que hacer? Jesucristo lo dijo con palabras muy sencillas: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar a los enfermos y a los presos.

* * * * *

Volviendo a la parábola con la que empezamos:

-el que aconsejó al rey perfeccionar sus servicios médicos, tenía buenas intenciones, pero una estrategia insuficiente e ineficaz: tal vez podría mejorar momentáneamente la situación, pero si siguen vivas las causas que lo desencadenaron, tarde o temprano lo volverán a desencadenar una vez más;

-el que aconsejó mandarlos a la isla es la figura del hombre cómodo y discriminador, el hombre sin corazón y sin misericordia;

-el tercero es el hombre prudente: curemos a los enfermos y tratemos que los sanos cambien sus costumbres para que el mal no sea sólo ‘contenido’ sino ‘vencido’.

Empecé con una parábola, termino con otra. Un hombre baja de Jerusalén a Jericó y unos ladrones le robaron lo que tenía, lo apalearon y lo dejaron desnudo, y malherido. Pasó por allí un hombre que tenía por oficio hacer misericordia y viéndole pasó de largo porque, creyéndolo enfermo, tuvo miedo de comprometerse, de contagiarse o de arriesgarse; pasó luego otro cuyo oficio era predicar sobre la amistad entre los hombres e hizo lo mismo: no tenía tiempo porque iba ocupado pensando su próximo discurso sobre el amor a los hombres. Pasó finalmente un hombre que todos consideraban enemigo y de trato indigno, pero éste viéndolo se conmovió, limpió y curó sus heridas, y cargándolo sobre su mula lo llevó a una posada y dándole todo su dinero al posadero se lo encargó diciendo: «cuida de él y no repares en gastos; cuando yo vuelva si gastaste algo de más te lo pagaré».

Jesucristo dijo que sólo este último se comportó como prójimo del desgraciado. Jesucristo se estaba describiendo a Sí mismo, y también a nosotros, puesto que poco más tarde diría «obrad según yo os he dado ejemplo».

P. Miguel A. Fuentes, IVE


[1] El Dr. Miroli, rector del programa nacional del lucha contra el sida, afirmó a un periodista, después de su ponencia en el Congreso de bioética de Rosario que ’82 de cada 100 preservativos en circulación, no sirven ni para bombitas de agua’ (Cf. Boletín de la Liga por la Decencia, Rosario, marzo de 1993, p.3).

[2] Cf. Donum vitae, Introducción, 3.

[3] Evangelium vitae, nº 4.

[4] Ibid.

[5] Juan Pablo II, L’Osservatore Romano, 26/11/89, p. 6, nº 4.

sida

¿Cómo debemos considerar el SIDA desde la moral católica?

Pregunta:

¿Cómo debemos considerar el SIDA desde la moral católica?

Respuesta:

Transcribo a continuación una conferencia que he dado en un congreso sobre el SIDA en San Rafael (27/04/95 ) .

———————————

Quisiera comenzar con una historia, entre fábula y parábola. Hace varios siglos atrás en uno de los tantos minúsculos reinos orientales, el monarca llamó a sus tres principales consejeros, y les puso este problema: «Desde que mis soldados volvieron de conquistar las comarcas vecinas la peste se ha encarnizado en mi reino y cada vez se extiende más, ¿qué debo hacer?». Los tres pensaron un poco y luego, cada uno a su turno dieron su consejo al Rey.

El primero le dijo: «Conviene que llames a los mejores médicos de los reinos vecinos; construye grandes tiendas para albergar a los enfermos y pregunta a nuestros ancianos cuáles son las hierbas y las medicinas más adecuadas para curarlos».

El segundo le dijo: «Encierra a todos los que están enfermos en la isla que tienes al norte del reino, para que no contagien a nadie más; y a todos los que hayan estado en contacto con ellos obsérvalos: si se enferman mándalos también allí, si no que se queden, pero vigilados».

El tercero le dijo: «Haz lo que dice el primero; no hagas lo que te dice el segundo; pero por sobre todo cambia las costumbres morales de tu ejército, de lo contrario te fatigarás en vano, y a la postre también tú y nosotros moriremos apestados».

El Rey nombró al tercero como su único consejero y a los otros dos los mandó a cuidar enfermos.

Dejemos por ahora esta historia…

* * * * *

Si pretendemos hablar del SIDA hemos de tener en cuenta que estamos tratando de una epidemia, o mejor -debido a las dimensiones que ha tomado y que tomará según los más razonables cálculos- de una pandemia . Y como ante cualquier enfermedad de tal envergadura, las preocupaciones de toda persona sensata, con un mínimo de solidaridad, son dos: 1º que no se enfermen los sanos; 2º ayudar cuanto se pueda a los que están enfermos. Lo primero se dice «prevención», lo segundo «asistencia». Como me han pedido que hable de los problemas morales relacionados con el SIDA, me referiré brevemente a las cuestiones morales o éticas implicadas en uno y otro aspecto.

1. La prevención .

Prevenir significa anticiparse a una situación. Cuando se trata de prevenir algo que no deseamos que suceda, será el realizar cuanto sea necesario y verdaderamente eficaz para que tal situación no se dé. Todo ser racional sabe que para prevenir algo desagradable debe buscar aquellos medios que sean eficaces (nadie busca curar el cáncer con té de tilo) y que respeten la dignidad e integridad de la persona (para prevenir que se me encarne una uña podría cortarme todos los dedos, pero eso no respeta mi integridad ni mi dignidad).

Estas dos cosas (la eficacia y el respeto por la dignidad) son esenciales para establecer la moralidad o inmoralidad de todo cuanto se haga para prevenir la enfermedad de la que estamos tratando. Y para conseguir esto, es decir, que los sanos no se enfermen [y eventualmente que los enfermos no se enfermen más] hay sólo dos medios u objetivos que deben procurarse: una correcta información y una recta educación.

a) Los dos objetivos.

-La correcta información. Lo primero debe dirigirse a la inteligencia y es enseñar la verdad. Como dice el Papa: sin miedos infundados, pero también sin falsas esperanzas. Muchas de las causas por las que el SIDA crece en proporciones alarmantes provienen de una información falsa o parcializada sobre el mismo, sobre sus causas, los medios para combatirlo, los medios de prevenirlo.

-La recta educación . Este segundo aspecto se dirige a la voluntad. Para que alguien sea consecuente con lo que se le informa, es decir, para que lleve a la práctica, a su vida, lo que se la dicho (y no quede, por tanto, en puras palabras) tiene que tener fuerza de voluntad, tiene que tener las virtudes que le capaciten para vivir según lo que sabe.

b) Tres enfoques informativo-educativos actuales.

Pues bien, hoy día no todos proponen ni realizan la misma información y educación para prevenir el SIDA. Podemos decir que sobre esto hay tres posturas, tres tipos de información y educación diversos, que responden a tres concepciones diversas de la vida, de la moral, del hombre:

a. Ante todo, tenemos y muy difundida una concepción que algunos llaman ‘medico-epidemiológica’ ; es puramente positivista (apunta a lo que aparentemente tenga más éxito inmediato); esta concepción razona así: allí donde no se pueda obtener la abstinencia de la droga o de las relaciones sexuales riesgosas, se debe insistir en el uso de la jeringa personal y descartable y del preservativo. En consecuencia, ‘informan’ sobre ‘el sexo y la droga seguros’. Reconocen que esto no tiene total seguridad, pero insisten en que reduce en algo los riesgos. El único criterio son los porcentajes. El uso de estos elementos reduce el porcentaje de contagios…. es por tanto, bueno. Ahora bien, suponiendo que esto tiene alguna efectividad, ¿se puede decir que el fin justifica los medios? Desde el punto de vista moral esto es una postura inaceptable. En otro orden de cosas sería la misma concepción que justificó hace medio siglo las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki para poner fin a la guerra con Japón. ¿Por qué esa masacre de inocentes nos parece aberrante, mientras que la aplicación del mismo principio en nuestro caso no nos choca? Si los principios que usamos con tranquilidad de conciencia, cuando son aplicados a otro tema conducen a aberraciones, es señal que son erróneos y que debemos abandonarlos cuanto antes. Entonces, el problema aquí subyacente no es la mayor o menor efectividad, o bien que los fines no sean laudables, sino que el acto mismo que se realiza es inmoral y no puede ser justificado bajo ningún criterio moral.

Por otra parte, aun desde el punto de vista de la efectividad esta posición se caracteriza por una falsedad fundamental, a saber, la de la pretendida eficacia, ya que no es tan efectiva como pretende [1]; si a esto se suma el problema cultural del que luego hablaremos cabe dudar incluso del valor material de esta campaña.

b. En segundo lugar, tenemos la concepción ‘ideológica’ . Es la de los que promulgan la liberación sexual (homo-hetero y bisexual) y la liberación de la droga. Sus portavoces sostienen las campañas de ‘sexo-droga libre’. En general, como se ha visto en algunos lugares (Europa, EEUU), minimizan el peligro del SIDA, afirmando que de trata de un montaje alarmista manipulado por grupos culturales nostálgicos de una moral represiva. Acusan especialmente a la moral católica. No hacen falta palabras para refutarla; lo hacen los hechos y las estadísticas.

c. Por último, está la posición que parte, ante todo, de la visión integral de la persona humana, que busca evitar la infección y el contagio no aisladamente, sino con actos y dentro de un modelo de vida que promuevan el bien integral de la persona humana, y respeten su dignidad y la ley moral que la salvaguarda.

-Ante todo, ésta enseña que no puede intentar salvarse un aspecto humano (la salud o la vida) produciendo el detrimento de otro (como la vida espiritual o la vida psíquica) [2].

-En segundo lugar, parte de la visión integral y completa de la enfermedad que trata de evitar. Esta visión integral nos lleva a considerar, no sólo los efectos, sino también las causas de la enfermedad. Todo efecto tiene una causa, y si no queremos los efectos, debemos prevenir ante todo que no se verifiquen las causas: las goteras no se solucionan poniendo baldes sino arreglando el techo.

Hay que reconocer que muchos casos de transmisión del SIDA no están ligados a ningún comportamiento deshonesto; de hecho, muchos enfermos han contraído la enfermedad por una transfusión con sangre infectada, o en el período de gestación en el seno materno, o contagiados por el cónyuge legítimo ignorante tal vez de la enfermedad que llevaba, o bien -algún caso hay- atendiendo a los enfermos. Sin embargo, estos casos, aún siendo muchos, no son sino un pequeño porcentaje entre las demás causas de la difusión del mal del SIDA. La causa principal ha sido, y sigue siendo (como lo demuestra elocuentemente el estudio de los ambientes en que se difunde), la promiscuidad sexual y la drogadicción y, por consecuencia, el ambiente cultural en que estos dos males de nuestro tiempo se cultivan y que el Papa Juan Pablo II ha denominado «la cultura de muerte».

• En efecto, en muchos casos esta enfermedad se enmarca por un lado en la cultura hedonista que propone como ideal supremo el placer y singularmente el placer del sexo; y que por eso alienta y alimenta la promiscuidad sexual, la sexualidad prematrimonial, extramatrimonial, la homosexualidad, la bisexualidad, la degeneración sexual, la destrucción del ideal del matrimonio monogámico y fiel, y la destrucción de la familia.

• Por otro lado, se cultiva en la cultura cerrada a la vida e incluso antivida . ¿Cuántas de las manifestaciones más características de nuestro tiempo (y por las que nuestra época será tristemente recordada en la historia) no suponen acaso el desprecio y la conculcación de la vida? La sexualidad cerrada a la transmisión de la vida, el aborto, la eutanasia, la manipulación y destrucción de embriones, la guerra, la violencia, el suicidio. Y lo que es peor y el punto más elocuente de la gravedad de nuestra situación, a saber, que muchas de estas cosas que son signo de muerte, nuestra sociedad (nuestros científicos, nuestros literatos, nuestros medios de comunicación, nuestras leyes) no sólo las toleran sino que las justifican. Por eso dice el Papa en su última encíclica: «… Se va delineando y consolidando una nueva situación cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito y -podría decirse- aún más inicuo…: amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual» [3]. Junto a esta justificación, el otro hecho gravísimo es la insensibilidad de nuestra conciencia: «… No menos grave e inquietante es el hecho de que a la conciencia misma… le cueste cada vez más percibir la distinción entre el bien y el mal en lo referente al valor fundamental mismo de la vida humana» [4]. Por eso decía el Papa que junto a la difusión del SIDA se ha ido también difundiendo una especie de inmunodeficiencia en el plano de los valores morales [5].

Desde este ángulo es fácil darse cuenta que es muy infantil pensar que la causa de la transmisión del SIDA podría ser el descuidado uso de las jeringas por parte de los drogadictos, o la práctica del sexo sin preservativo. No es eso, es, más profundamente, el fenómeno cultural de la drogadicción, el fenómeno de una falsa sexualidad, y la mentalidad que está detrás de uno y otro hecho.

De ahí que la campaña del preservativo o de la jeringa descartable no sean sino unclamoroso acto farisaico . Las campañas higiénicas contra el SIDA creen que protegen contra la epidemia repartiendo o aconsejando el uso de preservativos para que realicen ‘sin riesgo’ y libremente los actos sexuales y lo mismo se diga de la gratuita distribución de jeringas descartables. En realidad, con esto se va creando y promoviendo la mentalidad en la cual el SIDA se alimenta y expande. Como indica el actual secretario de la Pontificia Comisión para la Familia, Mons. Sgreccia, en las personas que practican la homosexualidad, la prostitución y la promiscuidad sexual, la ilusión o falsa seguridad del preservativo podría llevar a graves consecuencias en cuanto a la difusión del contagio.

Más aún. Con tales campañas se hacen dos actos más nefastos todavía: primero confunden las inteligencias de los incautos que creen que el sexo ‘seguro’ (?) es lícito sólo con la condición de que sea ‘seguro’. Segundo: con la excusa de ‘informar’ sobre este modo de prevenir el contagio despiertan la curiosidad y la malicia, haciendo perder la inocencia, la pureza, la castidad a muchísimos jóvenes y niños. ¿Cuántas veces, la ‘información’ para prevenir el SIDA no se ha convertido en un incentivo, en una incitación, en una invitación, en un estímulo para el pecado?

Por tanto, hay que atacar las causas, cambiar la mentalidad, cambiar los corazones y, sobre todo, educar en la virtud. Hoy en día, en muchos países se va tomando conciencia de que lo único verdaderamente seguro es la vida conyugal y familiar. Ella puede preservar de la tentación de recurrir a ambientes donde circule la droga y además porque la vida sexual intraconyugal es la única vía segura para evitar los peligros que vienen por el abuso de la sexualidad.

Esto está bien, pero no basta. El vivir de acuerdo con las leyes de la sana moral no es ni debe ser una especie de ‘profiláctico social’, es decir, que sólo hay que vivir moralmente bien para ‘no contagiarse’. No es así. Hay que vivir moralmente bien porque en ello está la perfección humana espiritual y sobrenatural, porque sólo así respetamos nuestra dignidad, sólo así maduramos, sólo así cumplimos la voluntad de nuestro Creador y sólo así alcanzamos el Fin para el que hemos sido creados.

La castidad (absoluta en quien no está casado y conyugal en quien lo está) es el mejor medio, el más seguro y eficaz, para evitar el SIDA, pero no sólo para eso. Se puede ser casto por miedo al SIDA, y eso no es virtud. Y cuando no hay virtud, seguirá latente el riesgo de que en algún momento se tire todo por la borda, especialmente cuando el único móvil es el temor a la infamia, a la enfermedad o a la muerte. Porque como nuestra sociedad va inyectando gérmenes de muerte en nuestro pensamiento, para aquéllos que no encuentran sentido a la vida, la muerte se convierte en un hecho que hay que afrontar tarde o temprano.

Por tanto, la única y la mejor prevención es el educar en las virtudes. La virtud de la fortaleza, de la caridad, de la esperanza, de la castidad… Mientras no trabajemos por este lado estaremos sembrando en un salitral.

2. La asistencia.

El segundo aspecto es la asistencia a los enfermos de SIDA. El enfermo de SIDA es un enfermo más, un ser que sufre. Cómo se contagió es algo que tiene que arreglar entre él y Dios. Moralmente estamos obligados a prestarle toda nuestra ayuda, espiritual, material, psicológica y moral se trate de quien se trate.

Es más, teniendo en cuenta que la gran mayoría de los enfermos provienen o viven en esa cultura que hemos señalado anteriormente, necesitan más que cualquier otro enfermo nuestra atención.

Ellos necesitan de nosotros:

-ante todo, todos nuestros esfuerzos materiales, médicos, económicos, para ayudarlo y tratar de sanarlos si fuese posible…
-que se les explique el sentido del sufrimiento, del dolor y de la muerte
-que se les enseñe que también por ellos murió Jesucristo en la Cruz
-que se les dé consuelo; no nos damos cuenta de cuántos son los que mueren abandonados, en la miseria de la soledad, rechazados y cuántos pueden morir desesperados por causa de nuestra indiferencia o de nuestro rechazo. Jesucristo no obró así; la Iglesia nunca obró así. Nosotros no podemos obrar así.

Si la caridad ha de ser nuestro distintivo, estos enfermos son nuestra oportunidad para vivirla y para que no nos limitemos a pronunciarla con los labios. A los enfermos no los ayudamos con Congresos sino con nuestra caridad operante. Moralmente ¿qué tenemos que hacer? Jesucristo lo dijo con palabras muy sencillas: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar a los enfermos y a los presos.

* * * * *

Volviendo a la parábola con la que empezamos:

-el que aconsejó al rey perfeccionar sus servicios médicos, tenía buenas intenciones, pero una estrategia insuficiente e ineficaz: tal vez podría mejorar momentáneamente la situación, pero si siguen vivas las causas que lo desencadenaron, tarde o temprano lo volverán a desencadenar una vez más;

-el que aconsejó mandarlos a la isla es la figura del hombre cómodo y discriminador, el hombre sin corazón y sin misericordia;

-el tercero es el hombre prudente: curemos a los enfermos y tratemos que los sanos cambien sus costumbres para que el mal no sea sólo ‘contenido’ sino ‘vencido’.

Empecé con una parábola, termino con otra. Un hombre baja de Jerusalén a Jericó y unos ladrones le robaron lo que tenía, lo apalearon y lo dejaron desnudo, y malherido. Pasó por allí un hombre que tenía por oficio hacer misericordia y viéndole pasó de largo porque, creyéndolo enfermo, tuvo miedo de comprometerse, de contagiarse o de arriesgarse; pasó luego otro cuyo oficio era predicar sobre la amistad entre los hombres e hizo lo mismo: no tenía tiempo porque iba ocupado pensando su próximo discurso sobre el amor a los hombres. Pasó finalmente un hombre que todos consideraban enemigo y de trato indigno, pero éste viéndolo se conmovió, limpió y curó sus heridas, y cargándolo sobre su mula lo llevó a una posada y dándole todo su dinero al posadero se lo encargó diciendo: «cuida de él y no repares en gastos; cuando yo vuelva si gastaste algo de más te lo pagaré».

Jesucristo dijo que sólo este último se comportó como prójimo del desgraciado. Jesucristo se estaba describiendo a Sí mismo, y también a nosotros, puesto que poco más tarde diría «obrad según yo os he dado ejemplo».

P. Miguel A. Fuentes, IVE


[1] El Dr. Miroli, rector del programa nacional del lucha contra el sida, afirmó a un periodista, después de su ponencia en el Congreso de bioética de Rosario que ’82 de cada 100 preservativos en circulación, no sirven ni para bombitas de agua’ (Cf. Boletín de la Liga por la Decencia, Rosario, marzo de 1993, p.3).

[2] Cf. Donum vitae, Introducción, 3.

[3] Evangelium vitae, nº 4.

[4] Ibid.

[5] Juan Pablo II, L’Osservatore Romano, 26/11/89, p. 6, nº 4.

sida

¿Cuál es la mejor prevención para el SIDA?

Pregunta:

Estimado Teólogo: Soy una persona que me manejo en un ambiente donde el riesgo de contraer la enfermedad del Sida es una posibilidad real; no quisiera enfermarme (soy joven); ¿pueden ustedes informarme cuál es la mejor forma de evitar el contagio de esta mortal enfermedad? Desde ya muchas gracias.

Respuesta:

Estimado amigo:

Por honor a la verdad, debo decirle que el único medio seguro y efectivo (y moralmente lícito) para evitar la enfermedad del Sida es la abstención de aquello que puede ser ocasión del contagio; ya se trate del contagio proveniente de relaciones sexuales con personas enfermas, o se trate del contagio en el ambiente de la drogadicción (por compartir jeringas infectadas).

Puede ser útil hacer referencia a un reciente estudio realizado por el Medical Institute for Sexual Health (cf. Aciprensa del 4 de abril de 2000); éste documento presentó pruebas contundentes de que el actual modelo público designado para el embarazo en adolescentes está fallando, y que la abstinencia es el método más efectivo para evitar la transmisión de enfermedades sexuales. Este informe, que se titula ‘Construyendo futuros saludables: herramientas para ayudar a los adolescentes a evitar el inicio de su actividad sexual’, presenta también la primera revisión intensa de los estudios que evalúan el modelo educativo de la abstinencia, rescatando ‘programas que enseñan exclusivamente que la abstinencia afecta positivamente la conducta sexual’.

Según el Presidente y fundador del Instituto Médico, Joe S. Mcllhaney, ‘cada día en Estados Unidos, 8 mil adolescentes contraen infecciones transmitidas sexualmente’; y aseguró que ‘el paradigma sexual dominante de los últimos 20 años ha fallado en ofrecer una adecuada protección. El informe analiza el actual estado sexual de los adolescentes en Estados Unidos, e informa que uno de cada cuatro de los 15 millones de individuos que contraen enfermedades sexuales cada año son menores de 20 años. El estudio muestra también que el 60 por ciento de las mujeres con actividad sexual son infectadas con el virus papilloma (HPV), que causa casi el 90 por ciento del cáncer a la cerviz, y que cada año, cerca de 900 mil adolescentes quedan embarazadas en Estados Unidos. Asimismo, se informa que un buen porcentaje de las madres adolescentes no se llegan a graduar, y que los hijos de madres adolescentes son 2.7 veces más propensos a pasar algún tiempo de prisión.

En otro contexto distinto, como es la masiva difusión del Sida en África, para lo cual algún político ha propuesto una campaña más intensa propagando el preservativo, Mons Elio Sgreccia, del Instituto Sacro Cuore, de Roma, ha recordado una vez más que este medio utilizado como panacea es una solución destinada al fracaso, independientemente de las buenas intenciones que pueden tener quienes lo promocionan. ‘Puede ser un auténtico engaño y un motivo de difusión del contagio, pues el preservativo no preserva: tiene un amplio margen de fracaso. Además, constatamos que, cuando se da la ilusión de que constituye un remedio seguro, se acaba aumentando los comportamientos sometidos a riesgo, droga o sexo’ (cf. Zenit, 29 de febrero de 2000).

Los auténticos preservativos son la ‘fidelidad’ y la ‘educación’. Según monseñor Sgreccia, el único preservativo científicamente comprobado ante el sida es ‘la castidad antes del matrimonio y la fidelidad durante el matrimonio en lo que se refiere a comportamientos sexuales’. Por lo que se refiere al contagio por droga, la fórmula más segura es la abstinencia de la misma, ‘pues ésta debilita también la salud de quien se expone al sida’. esto sirve para África y para todos los continentes.

Igualmente Mons. Jacques Suaudeau, un médico al servicio del PCF, en declaraciones publicadas hace poco por el diario L’Osservatore Romano, advirtió que la distribución indiscriminada de preservativos no es suficiente para detener la difusión de la enfermedad. Mons. Suaudeau ha observado que la Iglesia es criticada por no aprobar la distribución de preservativos, pero nadie señala que los mismos son ineficaces como medios para detener la epidemia. ‘No podemos esperar detener la epidemia del SIDA sólo con preservativos’, explicó Mons. Suaudeau, ‘así como no se puede pretender detener una inundación con sacos de arena cuando los diques principales se han roto’.

Según el funcionario, la única solución real para el SIDA, radica en ‘convencer a la gente a cambiar su conducta sexual, que la causa principal de la difusión de la enfermedad’. También añadió que ‘la alarmante difusión de la enfermedad en el África sub-Sahariana crece con la pobreza, la falta de instalaciones sanitarias, las condiciones de vida en los campos de refugiados y la difusión de la prostitución’.

Mons. Suaudeau concluyó que el mejor método para evitar el SIDA es la abstinencia sexual. La distribución de preservativos entre los jóvenes va en contra de esta posibilidad, y en efecto ‘continúa el círculo sexual vicioso que es el que causa la pandemia’ (cf. Aciprensa, 7 de abril de 2000).

Creo que estos elementos pueden ayudar a responder su inquietud. Sobre la falacia científica y moral del preservativo, puede consultar la respuesta sobre ese mismo tema que se encuentra en nuestra página web¿Es lícito el uso del PRESERVATIVO para prevenir el SIDA dentro del MATRIMONIO?’

P. Miguel A. Fuentes, IVE

sida

¿Es lícito el uso del preservativo para prevenir el SIDA dentro del matrimonio?

Pregunta:

¿Qué dice la Iglesia del uso de los preservativos como anti-Sida en un matrimonio católico con la única intención de evitar el contagio del Sida cuando uno de los cónyuges está ciertamente infectado por el virus?

Respuesta:

Sobre esta pregunta me veo obligado a contestar en dos niveles:

1. Desde el punto de vista científico

Desde el punto de vista médico intentar combatir el Sida por medio del uso de preservativos es una necedad. Ha dicho en Sidney el Doctor John Billings, especialista en los métodos de regulación de la natalidad: ‘El profiláctico no es garantía suficiente para prevenir el contagio del Sida y los expertos se dan cuenta una vez más de que a este respecto, la verdad ya está dicha’. Es absolutamente cierto que los espermatozoides pueden pasar por los agujeros microscópicos de los preservativos (que miden 5 micras), razón por la cual los preservativos tienen un margen de ineficacia para evitar el embarazo: fallan en prevenir los embarazos por lo menos en un 17,7% del tiempo durante un año de uso y puede llegar a fallar el 36,3% del tiempo en el caso de las jóvenes solteras de grupos minoritarios[1]. Si esto es así en el embarazo, téngase en cuenta que:

…las fallas para evitar el embarazo (del 15,7 al 36,3% del tiempo) se producen a pesar de que la mujer ovula una sola vez durante su ciclo y que, por tanto, el tiempo de fertilidad durante cada ciclo es muy limitado, mientras que la persona puede contagiarse del Sida en cualquier momento de su vida…

…los espermatozoides pueden ser dañados por las altas o bajas temperaturas en que se almacenan o transportan los preservativos…

…los poros de latex de los preservativos de mejor calidad están diseñados para, a duras penas, impedir el paso de los espermatozoides, pero el virus que transmite el Sida es, según algunos datos científicos, 3 veces más pequeño que el virus que transmite el herpes, 6 veces más pequeño que la espiroqueta que causa la sífilis, y 450 veces más pequeño que el espermatozoide… Otros, sin llegar a tanto afirman que ‘está bien establecido que el latex contiene defectos inherentes que son al menos 50 veces más grande que el virus del Sida'[2].

…los preservativos vienen a veces con fallas, que se rompen durante el uso, etc…[3]

…aún cuando un preservativo de buena calidad pudiese impedir el paso del virus, sin embargo, cuando el hombre de lo coloca, lo toca con sus manos humedecidas de secreciones uretrales y bulbo uretrales pre-eyaculatorias que aparecen mucho antes de la erección, por lo que la pared externa del preservativo se contamina con estos fluidos, y que todas las secreciones pre-eyaculatorias (del orden de 0,2 a 0,5 ml.) de un infectado contienen el virtud del Sida, idéntico al que se encuentra en el esperma, por lo que todo sujeto seropositivo podría contagiar a su pareja, aún cuando el preservativo no dejase pasar nada…[4]

…el boletín de ONUSIDA (principal difusor de los preservativos para combatir el Sida) ha declarado, en su análisis de 1998 que a los ‘preservativos distribuidos o vendidos por número de personas que reciben material educativo’… ‘no se le imputan variaciones en la seroprevalencia del VIH en la población'[5], lo que quiere decir que: el reparto de preservativos no disminuye la cantidad de infectados por más que se regalen preservativos a la población sexualmente activa…

Así se comprende que en 1998 la cantidad de personas infectadas haya aumentado un 10% (casi 6 millones de personas más en 1998; un promedio de 11 personas por minuto)[6]; por esto mismo el Dr. Peter Piot, Director de ONUSIDA, informó recientemente que la epidemia del Sida está fuera de control. De acuerdo con las evidencias científicas actuales, no cabe duda que las recomendaciones del ‘sexo seguro’ o ‘de menor riesgo’ ha contribuido a su expansión.

Por tal razón ninguno de los 800 sexólogos que asistían a una conferencia (la National Conference on HIV, Washington DC, 15-18 de Noviembre de 1991) levantó la mano cuando se les preguntó quiénes de ellos le confiarían su vida a un preservativo durante las relaciones sexuales con alguien que ellos supieran que tuviera Sida[7].

2. Desde el punto de vista moral

Desde el punto de vista moral le transcribo esta noticia de ANFA, Servicio Internacional Informativo de Vida Humana Internacional, reproducido en el Boletín ‘Liga por la Decencia’, 134, mayo de 1988: ‘Dando término a una enconada controversia en el episcopado norteamericano, el Diario L’Osservatore Romano dijo que el uso de preservativos como medio para combatir el Sida, ‘es moralmente inaceptable’.

‘La Iglesia Católica, en un comentario titulado ‘Prevención del Sida, aspectos de la ética cristiana’, señaló que ‘buscar la solución al problema del contagio promoviendo el uso de preservativos, significa tomar un rumbo que no sólo no es muy eficaz desde el punto de vista técnico, sino también y por sobre todo, es inaceptable desde el punto de vista moral’.

‘Y agrega: ‘La proposición de que una sexualidad de esta manera es segura, ignora las causas reales del problema, cual es la permisividad que, en la esfera corroe la fibra moral de la gente. La única manera efectiva de prevención es en un 95% de los casos, abstenerse de la práctica sexual fuera del matrimonio y del consumo de drogas’ concluye’.

Veamos los principios que se usan para justificar el uso del preservativo dentro del matrimonio.

1) Principio de intencionalidad: ‘es lícito cuando la intención no es recurrir a su aptitud anticonceptiva sino sólo para evitar el contagio’. Hay que responder que las fuentes de la moralidad son tres, objeto, fin y circunstancias. Por rigor científico la primera que se analiza es el objeto (o sea, la moralidad del acto mismo elegido por la voluntad), y no la intención (es la segunda en el análisis, aunque tal vez no sea la más importante todos y cada uno de los actos). La duda recae precisamente sobre el objeto del acto y no sobre la intención del agente.

2) Principio terapéutico. Se pretende aplicar lo que dice Humanae vitae, 15: ‘La Iglesia, en cambio, no retiene de ningún modo ilícito el uso de los medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del organismo, a pesar de que se siguiese un impedimento, aún previsto, para la procreación, con tal de que ese impedimento no sea, por cualquier motivo, directamente querido’. Este principio no puede aplicarse al caso porque:

a) El uso del preservativo no constituye terapia alguna.

b) Tampoco previene auténticamente.

c) Aun cuando fuese terapéutico no se aplicaría al caso porque el principio terapéutico exige que el medio empleado sea ‘verdaderamente necesario’ (HV,15), y esto en moral se entiende: cuando no hay ninguna otra alternativa más segura para evitar el mal; aquí precisamente hay otra alternativa más segura: la abstinencia sexual[8].

3) Principio de doble efecto: ‘del uso del preservativo se seguirían dos efectos, uno malo (la contracepción) y uno bueno (el amor conyugal sin poner en riesgo la vida del cónyuge)’. No se aplica tampoco porque no cumple la primera de las condiciones para la licita aplicación del principio, a saber: que el acto puesto sea bueno o indiferente; ahora bien, el uso del preservativo no es indiferente, puesto que separa de suyo las dos dimensiones del acto conyugal[9].

4) Principio del mal menor. Algunos dicen que se ‘puede permitir e incluso aconsejar cuando los cónyuges están dispuestos a hacer algo peor (como separarse, recurrir a relaciones extramatrimoniales)’. El principio no se aplica a este caso porque sobre esto hay que tener en cuenta:

a) El principio del mal menor es un principio restringido a un campo particular del obrar humano: el que versa sobre los actos indiferentes y sobre los males puramente físicos (por ejemplo, el obrero que queda con una mano atrapada en un derrumbe y debe elegir entre cortarse la mano o perder la mano y la vida).

b) No vale nunca cuando una de las alternativas es un acto intrínsecamente malo, es decir, un pecado formal. No se aplica, pues, al caso en que haya que elegir entre dos pecados (tomar anticonceptivos o abortar) ya que no se puede elegir ninguno de los dos; o entre un pecado y un mal puramente físico (usar preservativas o tolerar que el marido abandone a su mujer). Porque ante el mal moral rige un principio anterior y superior: ‘hay que hacer el bien y evitar el mal’, y sobre los primeros principios no caben excepciones. Jamás se puede elegir el mal moral, por más que sea el menor de dos males morales: aquello que es inmoral por su objeto, no se hace bueno porque exista la posibilidad de que sucedan males peores, y mientras siga siendo malo jamás podrá ser objeto de elección de un acto bueno y lícito[10].

c) Cuando se trata de actos intrínsecamente malos, el principio del mal menor autoriza a ‘tolerar’ a veces el mal que otros hacen o nos hacen, es decir, no obliga siempre a impedir que otros hagan el mal. Esto no es otra cosa que ‘consentir actué la voluntad del prójimo en una forma determinada, cayendo sobre él toda la responsabilidad de la acción, si es mala'[11]. Esto vale también para la cooperación formal objetiva y material inmediata.

d) Tampoco está bien planteado el caso pues no es cierto que la anticoncepción sea el mal menor de los dos ejemplos dados; en realidad: entre alterar voluntariamente el plan de Dios sobre el acto matrimonial y tolerar el mal de los demás (por ejemplo, que el marido abandone a la familia), el mal mayor siempre es el pecado personal del que plantea el problema (en este caso, el de la esposa que consulta si debe cooperar con el marido).

En cuanto a aconsejar el mal menor:

a) Nunca se puede aconsejar positivamente hacer un mal menor porque además de que se da una mala inteligencia del principio, se incurre en escándalo teológico. ‘Tratándose de un mal, aunque menor, el consejo o la persuasión nunca pueden ser buenos, pues, siendo esencialmente causa motiva de la acción, se cualifica, por necesidad, por el fin objetivo al que se ordena, y éste es malo'[12].

b) A quien está decidido a hacer el mal moral se puede intentar ‘disuadirlo’ de hacer sólo parte del mal ya decidido. Por ejemplo, a quien está decidido a robar y matar a una persona, se lo puede disuadir de matarlo diciéndole: ‘si ya te estás llevando el dinero, al menos perdónale la vida’; en este caso no se aconseja robar sino que, ante el hecho ya consumado o ya decidido, se sugiere que no se haga más mal todavía.

 P. Miguel A. Fuentes, IVE

 


[1] Cf. Family Planning Perspectives, 21, May/June 1989, 103, 105.

[2] C.M. Roland, del United States naval research laboratory, Rubber World, citado por John Kelly, Obstetra consultor y Ginecologista del Birmingham Maternity Hospital (Inglaterra), en The Tablet, 16 de diciembre de 1995, p. 1620.

[3] Cf. todos estos datos en: Nature 335, 1 de Septiembre de 1988; American Journal of Nursing, Octubre de 1987; social Science and Medicine, Vol. 36, nº 113, junio de 1993.

[4] Cf. Dra. María Isabel Pérez de Pío, El preservativo masculino no es seguro para la mujer, en: Boletín de Noticias de la ONU, nº 99, 16/99; Bs. As. 22 de marzo de 1999. Se basa en datos del Prof. Henri Lestradet, miembro de la Academia de Medicina de Francia, cf. Le Figaro, 22, de junio de 1994.

[5] Cf. ONUSIDA, Análisis de la eficacia del costo y VIH/SIDA: Actualización técnica del ONUSIDA, Agosto de 1998, p. 5.

[6] Son datos de ONUSIDA.

[7] Citado por Theresa Crenshaw, In Defense of a Little Virginity, USA Today, April 14, 1992.

[8] Cf. Sgreccia, Manuale di Bioetica, Vita e Pensiero, Milano 1991, Tomo II, p. 265.

[9] Ibid.

[10] Cf. HV,14.

[11] Peinador, Moral Profesional, nº 385.

[12] Ibid., nº 258.

 


Reproducimos a continuación un artículo publicado por la agencia de noticias ACI el 10 de Diciembre de 2002.

SIDA arrasa Sudáfrica pese a masivo consumo de preservativos

ROMA, 10 Dic. 02 (ACI).- Un nuevo estudio reveló que en los últimos cuatro años, Sudáfrica ha atravesado una revolución en el uso masivo de preservativos. Sin embargo, la popularidad de los profilácticos no ha detenido el SIDA y la difusión de la enfermedad ha aumentado hasta convertirse en una epidemia.

La médica Olive Shisana, investigadora principal del estudio, destacó la creciente incidencia del uso de preservativos entre las mujeres. ‘Por ejemplo, para las mujeres entre los 15 y 49 años, el uso de preservativos se ha triplicado de 8 por ciento en 1998 a 28.6 por ciento en este estudio, y entre las mujeres de 20 a 24, su uso subió de 14.4 por ciento a 47 por ciento’, indicó.

A pesar de la difusión de los profilácticos, el estudio estima que ahora el 11.6 por ciento de la población sudafricana está infectada con el VIH. Entre los que tienen de 15 a 49 años, esta cifra sube a 15.6 por ciento. La investigación también encontró que el 5.6 por ciento de los niños entre 2 y 14 por ciento son seropositivos y el 13 por ciento de los menores en este rango ha perdió al menos a uno de sus padres por la enfermedad.

Uganda, en cambio, ha tenido un éxito sin precedentes en la lucha contra el SIDA sin promover los preservativos. Un estudio de Harvard encontró que entre fines de los ’80s y el año 2001, el número de mujeres embarazadas infectadas con el VIH en Uganda cayó de 21.2 por ciento al 6.2 por ciento debido a la promoción de la abstinencia antes del matrimonio y la fidelidad en él.