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¿La biblia dice que María no siempre fue virgen?

Pregunta:

Andrea en Mateo 1:25 dice que José no conoció a María hasta que nació Jesús, aun el ángel le dijo que no temiera de tomarla como su esposa, en síntesis la biblia te explica que María no siempre fue virgen. Saludos

Respuesta:

Estimado Juan:

No entiendo por qué usted atribuye a “Andrea” las palabras del mismo evangelista Mateo. Pero ciertamente desconoce usted el sentido del adverbio griego ἕως, que vierte la expresión hebrea “‘ad-ki”.

Respecto de la misma explica Severiano del Páramo: “El texto griego… ‘heos hou’, y su traducción (latina) ‘donec’, dieron ocasión a los antiguos herejes Joviniano, Elvidio y otros, y la dan hoy día a muchos autores acatólicos, para negar la virginidad de María después del parto.

Se ha probado hasta la saciedad que semejante partícula en la Escritura sólo dice referencia al pasado, sin que incluya afirmación o negación alguna sobre el porvenir”. Por esta razón este exegeta traduce el versículo 25 según su verdadero sentido: “sin que tuviera con ella trato conyugal, dio a luz…” [Padres de la Compañía de Jesús, La Sagrada Escritura. Texto y Comentarios, BAC, Madrid 1964, tomo I, pp. 24-25].

Añade Manuel de Tuya: “Es de sobra conocido el hebraísmo ‘hasta que’ (‘ad-ki), traducido materialmente en este pasaje: ‘hasta que’. Con esta forma sólo se significa la relación que se establece en un momento determinado, pero prescindiéndose de lo que después de él suceda. Es el modo ordinario de decir en hebreo. Así Micol, mujer de David, ‘no tuvo más hijos (‘ad-ki) hasta el día de su muerte’ (2 Sam 6,23)” [Biblia Comentada, BAC, Madrid, 1964, tomo II, p. 31].

Por tanto, si bien esta expresión puede indicar un momento a partir del cual la situación cambie (por ejemplo, que después de comenzar a vivir juntos, un matrimonio tenga trato carnal), no puede esto deducirse de este término sino que debe ser indicado por medio de otra expresión, pues esta dicción sirve para indicar tanto un momento a partir del cual la situación cambia como uno a partir del cual la situación no cambia.

Volviendo al ejemplo dado por Tuya, si la traducción del giro semita traducido literalmente al griego y al latín (y luego a nuestras lenguas modernas) fuera el que le damos hoy en día, deberíamos decir, con lógica consecuencia que Micol, mujer de David, tuvo más hijos después de morir.

La misma expresión “hasta que” es usada en otros lugares de la Escritura sin que admita el sentido de que una vez llegado o pasado el momento la situación posterior cambie; por ejemplo, Gn 3,19 (versión de los LXX): comerás el pan con el sudor de tu frente “hasta que” vuelvas al polvo de la tierra… (indica el término final, pero ningún cambio posterior; no es que después Adán cambie en cuanto a su vida terrena sino que luego ya no tendrá vida en este mundo). Lo mismo el Salmo 110,1: Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que (heos ‘an) yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies (¿significará esto que una vez que Dios haya puesto a todos los enemigos a los pies del Mesías –es éste un Salmo mesiánico por excelencia– ya éste no seguirá sentándose a la derecha de Dios?). Lo mismo vale para Mt 22,44, donde se citan estas mismas palabras del Salmo, aplicándoselas Jesús a sí mismo (Díceles [Jesús]: Pues ¿cómo David, movido por el Espíritu, le llama Señor, cuando dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies?); y lo mismo Mc 12,36; Lc 20,43; Hech 2,34-35. San Pablo en 1Co 15,25, usa el mismo Salmo cambiando el término “sentarse a la derecha” por “reinar”: Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies; el último enemigo en ser destruido será la Muerte; no se usa allí “heos” sino el sinónimo “ajri” que también se traduce por “hasta que”, y nuevamente vemos que no tiene sentido exclusivo, o sea, que después del momento indicado la situación cambie, sino que sigue igualmente; ¿o tal vez se piense que Cristo dejará de reinar cuando haya vencido a todos sus enemigos? Lo mismo se diga de Hb 1,13.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

virgen

María, ¿fue siempre virgen o tuvo más hijos?

Pregunta:

Hola soy católica, pero tengo algunas dudas sobre: El porque se dice que la Virgen María no tuvo mas hijos? Por su atención y respuesta muchísimas gracias. Nota: son preguntas que muy seguido le hacen a uno los hermanos de otras iglesias y quisiera poder defenderme.

Respuesta:

Estimada:

Decimos que María no tuvo más hijos porque fue siempre virgen. La Escritura nos testimonia de una sola concepción virginal, el de Jesús. Por tanto, no habiendo más concepciones milagrosas, y no habiendo dejado de ser virgen, no tuvo más hijos.

La virginidad de Nuestra Señora está íntimamente relacionada con su sublime prerrogativa de Madre de Dios.

Decía San Bernardo que la maternidad de María es tan maravillosamente singular e incomparable precisamente porque es virginal[1].

Lejos de ser una prerrogativa pasajera, la virginidad de María es permanente.

Abarca todas las etapas de su vida, y en particular los momentos sagrados en que fue hecha Madre de Dios.

El dogma de la virginidad perpetua de María significa:

1º que concibió al Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad, virginalmente;

2º le dio a luz virginalmente;

3º permaneció virgen a lo largo de toda su vida terrena, y por consiguiente, ahora reina gloriosa como Virgen de las vírgenes.

La Iglesia expresa esto con una fórmula muy hermosa según la cual dice que María fue virgen ante partum, in partu et post partum.

Esta afirmación no es simplemente un cumplimiento piadoso; expresa la creencia universal y unánime de la Iglesia de Cristo; es una verdad revelada; está solemnemente definida como dogma.

El tercer concilio de Letrán, celebrado bajo el papa San Martín I, en el año 649, definió: ‘Si alguno no reconoce, siguiendo a los Santos Padres, que la Santa Madre de Dios y siempre virgen e inmaculada María, en la plenitud del tiempo y sin cooperación viril, concibió del Espíritu Santo al Verbo de Dios, que antes de todos los tiempos fue engendrado por Dios Padre, y que, sin pérdida de su integridad, le dio a luz, conservando indisoluble su virginidad después del parto, sea anatema’.

El testimonio de esta verdad lo encontramos en la misma Escritura.

Concretamente en el testimonio de San Mateo y San Lucas.

1) San Mateo (1,18-25): La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo… El Ángel del Señor se apareció [a José] en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.’ Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros.’ Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.

San Mateo se presenta: 1) como testigo de la virginidad de María antes del nacimiento de Cristo; 2) su cita de Is 7,14, implica, por lo menos, el parto virginal; 3) si bien no dice nada sobre la virginidad de María posterior al parto, tampoco dice nada que lo niegue o lo ponga en duda.

2) San Lucas (1,26-38): Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.’ Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.’ María respondió al ángel: ‘¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?’ El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.’ Dijo María: ‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.’ Y el ángel dejándola se fue.

San Lucas es testigo de:

-la virginidad de María antes de la anunciación (a una virgen…);

-la concepción virginal (la virtud del Altísimo te cubrirá);

-la intención de virginidad futura de María: pues no conozco varón… La expresión no se refiere al pasado, pues hubiera usado el aoristo (no he conocido varón); usa el presente absoluto (no conozco; en el sentido de no tengo intención de conocer varón). Es una referencia implícita al voto de virginidad.

Escribió Lebretón: ‘En este versículo la tradición católica ha reconocido el propósito firme de María de permanecer virgen, y esta interpretación es necesaria, porque, si hubiera tenido intención de consumar su matrimonio con José, no hubiera nunca hecho esta pregunta'[2].

Dice también Lagrange: ‘María quiso decir que, siendo virgen, como el ángel ya sabía, deseaba ella permanecer siéndolo, o, como traducen los teólogos su pregunta, que ella había hecho un voto de virginidad y pensaba guardarlo'[3].

San Ireneo defiende, por eso, el valor profético de Is 7,14 referido a la virginidad de María. Su argumento es el siguiente: Isaías señala claramente que ocurrirá ‘algo inesperado’ con respecto a la generación de Cristo; está aludiendo claramente a una señal. Pero ‘¿dónde está lo inesperado o qué señal se os daría en el hecho de que una mujer joven concibiera un hijo por obra de un varón? Esto es lo que ocurre normalmente a todas las madres. Lo cierto es que, con el poder de Dios, se iba a empezar una salvación excepcional para los hombres y, por tanto, se consumó también de una manera excepcional un nacimiento de una virgen. La señal fue dada por Dios; el efecto no fue humano'[4].

La creencia firme de Occidente en la virginidad corporal de María se resume en la expresión ‘Virgen María’ y se recoge en esta forma ya en el siglo II, en la forma romana del credo, como vemos, por ejemplo, en Hipólito: ‘Creo en Dios Padre todopoderoso y en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació de María virgen por obra del Espíritu Santo'[5].

Ireneo tiene una frase hermosa para referirse al parto virginal: Purus pure puram aperiens vulvam: el Puro [Verbo Puro] con pureza abrió el seno puro [de su madre][6].

Y él mismo compara el nacimiento de Cristo de María con la formación de Adán del suelo virgen y sin surcos[7].

San León dice que es la limpieza de Cristo la que mantuvo intacta la integridad de María[8].

Y San Zeón lo proclama: ‘¡Oh misterio maravilloso! María concibió siendo una virgen incorrupta; después de la concepción dio a luz como virgen, y así permaneció siempre después del parto'[9].

San Jerónimo resume la fe de la Iglesia escribiendo contra Joviniano: ‘Cristo es virgen, y la madre del virgen es virgen también para siempre; es virgen y madre. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró en el interior; en el sepulcro que fue María, nuevo, tallado en la más dura roca, donde no se había depositado a nadie ni antes ni después… Ella es la puerta oriental de la que habla Ezequiel, siempre cerrada y llena de luz, que, cerrada, hace salir de sí al Santo de los santos; por la cual el Sol de justicia entra y sale. Que ellos me digan cómo entró Jesús (en el cenáculo) estando las puertas cerradas… y yo les diré cómo María es, al mismo tiempo, virgen y madre: virgen después del parto y madre antes del matrimonio'[10].

Bajo su protección amorosa y eficaz pongamos, pues, nuestra castidad.

 P. Miguel A. Fuentes, IVE


[1] Sermo. 4, de Assumptione n.5.

[2] Lebreton, La vie et l’enseignement de Jésus Christ, vol. 1, Paris 1938, p. 35.

[3] Lagrange, L’Evangile de Jésus Christ, Paris, 1928, p. 18.

[4] Adversus haereses, 3, 26,2.

[5] Hipólito, Traditio apostolica, n. 73.

[6] Adversus haereses, 4, 55,2.

[7] Ibid., 3,30.

[8] León, Serm 24,1; ML 54,204.

[9] Zenon, Tractatus, 2, 8,2; ML 11,414-415.

[10] Jerónimo, Ep. 49 (48), 21.CSEL 54,386.