fecundación artificial

La fecundación artificial, ¿deja consecuencias psicológicas en los esposos?

Pregunta:

Estoy felizmente casada, pero lamentablemente no hemos podido tener hijos. Algunos médicos nos han hablando de recurrir a la fecundación artificial, y estamos indecisos ante la situación. En estos momentos estamos estudiando el tema con mi esposo y por eso recurro a usted para consultar puntualmente una cosa: ¿es posible que el recurso a la fecundación artificial puede tener alguna consecuencia en el orden psicológico (de hecho una psicóloga nos advirtió de esto, pero no fue muy explícita)?

Respuesta:

Estimada:

Sobre este tema el Doctor Gianfrancesco Zuanazzi ha hecho un importante estudio que le recomiendo leer (1). Este médico psiquiatra analiza los problemas psicológicos de cada una de las técnicas y de cada una de las personas implicadas (me refiero aquí a las técnicas que caen de modo pleno bajo el concepto de “fecundación artificial” y no a los métodos que se limitan a ayudar a la fecundación de los esposos(2)). El trabajo, si bien se maneja en gran parte –como señala el mismo Zuanazzi– en el campo de las hipótesis, es muy valioso. Sólo resalto algunas observaciones:

1º Se mezclan también otros motivos: el hijo que se busca de modos extraños a la fecundación natural significa muchas veces, para la mujer, la búsqueda de la coronación de la propia feminidad, la satisfacción de ambiciones egocéntricas o el intento de colmar un vacío. El hijo, de este modo, es un objeto: un objeto que viene a reparar un luto, una dificultad conyugal o una ambición frustrada. En este sentido, la fecundación artificial responde las más de las veces a la confusión entre “ser padres” y “tener un hijo”, identificándose con la segunda, la cual conlleva una mentalidad posesiva: el hijo se convierte en “un objeto de posesión”, como indica E. Fromm, y no ya un inmerecido don de Dios.

2º En la inseminación artificial, la disociación entre sexualidad unitiva y procreativa coloca la psicología de la paternidad en el plano de la “producción” o “fabricación” de un hijo, desplazando el auténtico plano de la “aceptación” del hijo como “don” y “misterio”. En este ámbito de la fecundación como “fabricación” los roles de los cónyuges cambian:

a) el hombre, cuando es fecundo, pasa a ser considerado como “el macho reproductor” del cual se solicita el semen para “hacer fabricar” a la “partner” un niño por medio de otra persona (el médico); se señalan reacciones neuróticas y depresivas en algunos hombres que, ya dudosos de su propia virilidad, se ven obligados a masturbarse dos veces al mes por un tiempo más o menos largo en condiciones no muy confortables; en cuanto a la obtención del semen con técnicas postcoitales coloca a menudo a la pareja en una situación vergonzosa;

b) la mujer pasa a no ser otra cosa que un vientre ordenado a la producción de óvulos y su máximo empeño consiste en vigilar su propio ciclo menstrual en la espera de eventuales signos de embarazo;

Todo esto implica una despersonalización de la sexualidad.

3º Otra consecuencia psicológica (de la que no se habla mucho) viene por el lado de los fracasos. Estas técnicas tienen un alto índice de fracasos. Cuando esto adviene tiene lugar, en la pareja, una gran desilusión, tristeza, sentimiento de pérdida y de luto (sin el sostén por parte del ambiente como ocurre en un luto real). Algunas personas insisten de modo casi maníaco con la fecundación in vitro y posterior implantación embrional, corriendo el riesgo de comprometer el equilibrio psíquico y dañar su salud física.

4º Más importantes son las consecuencias en la fecundación artificial heteróloga (es decir, cuando se usa algún gameto de una persona que no es ninguno de los dos cónyuges, ya sea óvulos donados o esperma donado), pues a la disociación entre sexualidad y reproducción se añade la disociación entre reproducción y filiación: el hijo que se produce no es de uno. Se dan aquí fantasmas y miedos numerosos: miedo a cómo será el hijo, a futuros males o taras heredados del padre/madre desconocido. En la mente de la mujer el donador es muchas veces magnificado, imaginándolo superior al propio marido, estéril. Aparecen también los fantasmas del adulterio; miedos a que el marido termine rechazando al hijo que no es suyo. Miedos en el marido que se siente inferior a la mujer e inferior al padre biológico de su hijo. A veces hay rechazo al ejercicio de la sexualidad después de obtener un hijo por estos medios.

5º Graves son también las consecuencias psicológicas en el caso del útero alquilado (es decir, cuando se recurre a una mujer que por dinero o por otras razones “alquila” su útero para llevar adelante la gestación, sea porque la madre verdadera no quiere llevar el trabajo del embarazo o porque no puede físicamente): durante todo el tiempo del embarazo se establecen lazos importantes entre el niño y su gestante, a la que reconoce como madre en la voz, en el modo de ser, en sus gestos; el nacimiento y la entrega a la madre “auténtica” implica para la creatura un “desarraigo” de quien lo ha gestado. Debe empezar a conocer nuevamente a quien lo llevará como madre; desconoce su voz, sus gestos, su psicología… Algo equivalente ocurre en la misma madre sustituta.

6º Notables reacciones psicológicas recaen en el mismo niño concebido por fecundación artificial por medio de donador/a a quien muchas leyes imponen el derecho de conocer su origen “adoptivo”, lo que se limita, en general a conocer el “modo” en que fue concebido, pero no la identidad de su padre o madre donadores anónimos.

Estos son algunos de los problemas analizados más profundamente y en detalle por Zuanazzi; creo que son suficientes para que las cuestiones psicológicas también influyan en el juicio moralmente negativo de la fecundación artificial.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

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(1) Cf. Gianfrancesco Zuanazzi, Relazioni personali e procreazione artificiale, Anthropotes 1[1998], 81-96.

(2) Se considera simplemente una “ayuda” y no una “sustitución” del acto conyugal cuando se realiza lo que se denomina “inseminación artificial impropiamente dicha”. Dice la Instrucción Donum vitae: “La inseminación artificial homóloga dentro del matrimonio no se puede admitir, salvo en el caso en que el medio técnico no sustituya al acto conyugal, sino que sea una facilitación y una ayuda para que aquél alcance su finalidad natural” (Instrucción Donum vitae, II,6). Y más adelante expresa la razón de este juicio: “La conciencia moral ‘no prohíbe necesariamente el uso de algunos medios artificiales destinados exclusivamente sea a facilitar el acto natural, sea a procurar que el acto natural realizado de modo normal alcance el propio fin’ (Pío XII). Si el medio técnico facilita el acto conyugal o le ayuda a alcanzar sus objetivos naturales puede ser moralmente aceptado. Cuando, por el contrario, la intervención técnica sustituya al acto conyugal, será moralmente ilícita” (ibid). Sobre este tema puede consultar más ampliamente el artículo que ya he publicado en: Miguel Ángel Fuentes, El Teólogo Responde, vol. 1 (caso 16), ed. del Verbo Encarnado, San Rafael 2001, pp. 63-68.