jugador compulsivo

¿Cómo ayudar a un jugador compulsivo?

Pregunta:

Conozco un hombre profesional, casado y con hijos, muy inteligente, con un problema muy serio desde hace más de 15 años: es un jugador empedernido. Está muy afligido por su problema. El ir a jugar lo ve como un deseo compulsivo irresistible. Se lo ve con buena disposición para salir de esa situación. El reconoce que es un vicio y pide ayuda para salir de él, porque si sigue así se va a destruir a sí mismo y a su familia. ¿Qué se le puede decir para ayudarlo?

Respuesta:

Estimado:

Le doy una respuesta rápida que no pretende ser de ninguna manera exhaustiva.  Inicialmente lo que hay que ver es si se trata de un jugador “compulsivo” y si esto tiene ya raíces psicológicas. De ser así toda terapia espiritual deberá ser acompañada de un apoyo psiquiátrico.  Desde el punto de vista espiritual y moral hay que tratar de formar en él la virtud de la templanza a través de todos sus resortes:

1º Ante todo, tratando de que se convenza de la malicia del juego, del peligro en que pone a su familia, de las consecuencias funestas para su alma y para el bienestar de su familia. Tiene que meditar y darle peso a esto, pues debe hacerse una verdad evidente para él no sólo desde el punto de vista intelectual sino práctico.

2º Junto a esto debe evitar como la peste las ocasiones de juego, que pueden ser: lugares, amigos, circunstancias.

3º Es muy útil que añada a lo anterior el imponerse penitencias puntuales no sólo en caso de caer sino también en caso de haberse expuesto al peligro (aunque no haya caído).

4º De modo positivo hay que enseñarle a hacer examen de conciencia particular. Éste es el gran secreto de todo adelanto espiritual. Deberá examinar todas las noches su conciencia sobre los puntos anteriores.

5º Será muy útil para él aprender a ejercitar el dominio de la voluntad (virtud de la templanza) en todo el campo de la sensualidad (aunque no se trate del terreno del juego) pues esto robustece su voluntad para todo tipo de tentaciones.

6º Finalmente habrá de trabajar en la confianza en Dios y en amor a la pobreza, pues a menudo el jugador es una persona que desconfía de la Providencia y pone su esperanza en el azar.

Como ya dije, si su problema tiene raíces psicológicas, no bastará el trabajo espiritual sin una buena terapia. Pero tampoco le será suficiente una buena terapia sin el trabajo espiritual que acabo de indicar.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

azar

¿Son inmorales los juegos de azar?

Pregunta:

¿Son inmorales los juegos de azar?

Respuesta:

Le respondo con lo que escribe el P. Jorge Loring

Autor: P. Jorge Loring, S.I.

Desde que se ha permitido el juego en algunos países, éste se ha convertido en un vicio nacional. La ludopatía es una enfermedad social. Lo que se gasta en juegos de azar en un año es una atrocidad. España es el país del mundo que más gasta en juegos de azar, por persona, después de Filipinas.

De acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadística de los trastornos mentales de la American Psychiatric Association: ‘La sintomatología esencial de este trastorno consiste en un fracaso crónico y progresivo en resistir los impulsos a jugar y en la aparición de una conducta de juego que compromete, rompe o lesiona los objetivos personales, familiares o vocacionales’ (…) ‘Los problemas característicos suponen un aumento extraordinario de las deudas personales e incapacidad consiguiente para pagarlas y hacer frente a otras responsabilidades financieras, con lo que se alteran las relaciones familiares y la atención al trabajo, recurriendo a actividades financieras ilegales para poder pagar’.

Estamos, pues, ante una enfermedad mental de carácter social. El juego patológico, al igual que el resto de conductas adictivas o dependientes, genera una situación problema con importantes implicaciones sociales.

La capacidad del jugador para el desenvolvimiento normal de su vida diaria se ve gravemente afectada, de tal manera, que se presentan alteraciones en las relaciones familiares, irregularidades en el trabajo y actividades financieras ilegales.

En mayor o menor grado, la desestructuración familiar está presente en el entorno de los jugadores patológicos, que se traducen en un deterioro progresivo de la convivencia, no sólo conyugal, sino también paterno-filial.
Esto puede verse agravado por problemas de índole económica que aparecen en no pocos casos. Sin olvidar que un entorno conflictivo no es el lugar más adecuado para la formación en los valores humanos y cristianos de los miembros más jóvenes de la generación.

El ámbito laboral es otro espacio social a considerar. Cuando el nivel de adicción al juego es considerable, resulta fácil encontrar excusas para distraer parte del tiempo que debería dedicarse al trabajo, o simplemente, el estado anímico del sujeto le impide desarrollar su labor de manera satisfactoria y algo puede empezar a fallar. La situación puede complicarse si se delinque, accediendo de manera ilegal a bienes económicos de la empresa, o de clientes. Aparecen los problemas legales e incluso el despido laboral.

No podemos olvidar al ama de casa. La mujer jugadora que se dedica a las tareas domésticas también tiene su ámbito laboral: el hogar. Normalmente, el ama de casa está sola, los niños en el colegio, el marido en el trabajo… ¿quién le impide entonces dar una escapadita al bingo o a las máquinas de azar? ¿o la ciberadicción a jugar en la red?

Puede que no emplee grandes sumas de dinero, pero tendrá que hacer verdaderas maravillas para tener el trabajo a punto. El deterioro de la economía doméstica, las tensiones en el seno de la familia, discusiones, etc., terminan por desestabilizar la convivencia.

Respecto al ámbito grupal-relacional, es factible que sea afectado en un sentido u otro. No es raro que el jugador pida prestado dinero. Así es que los amigos pasan a ocupar el status de acreedores, por lo que se procura evitarlos, sobre todo, si las posibilidades de devolver el préstamo son escasas o nulas.

El jugador patológico no es un jugador social. Generalmente juega siempre solo. Por otra parte, cada vez emplea más tiempo en el juego, y consecuencia de ello es un aislamiento social cada vez mayor.

En definitiva, la vida del jugador patológico pierde calidad, abarcando un amplio espectro: desde el grave deterioro de la convivencia familiar, hasta el desarraigo familiar, laboral y social, que ya supone una verdadera marginación.

El juego en sí, no es nocivo. Resulta evidente que la actividad lúdica es importante para el equilibrio emocional del ser humano: el juego infantil, en su concepción evolutiva, los juegos de pasatiempos que favorecen la interacción social.

En virtud de la justicia social, gastar el dinero irresponsablemente es moralmente inaceptable. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2413) que:

Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre peligro de convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer trampas en los juegos constituye una materia grave, a no ser que el daño infligido sea tan leve que quien lo padece no pueda razonablemente considerarlo significativo.

La utilización de los juegos de azar o de apuestas en sí misma, no es inmoral. Sí lo es, el uso inadecuado de los mismos. Son actividades que necesitan de un riesgo, normalmente económico y es en ellas donde las personas que presentan conducta dependiente o adictiva, no tóxica, encuentran su infierno particular.

Hay personas que se gastan en el bingo lo que necesitan en su casa. Esto es una inmoralidad. Y si lo que gastan es lo que les sobra, que lo den de limosna a personas que lo necesiten. Pero el dinero no es para jugárselo a no ser que sea en pequeñas cantidades, aunque el juego es un vicio en el que se empieza por cantidades pequeñas y a veces se termina jugándose lo inconcebible.

La ludopatía (adicción al juego) es un problema tan grave como las drogas. Los ludópatas experimentan una necesidad de jugar como la que tiene un heroinómano de pincharse. Es una enfermedad que esclaviza.

P. Miguel A. Fuentes, IVE