Pregunta:
Estimado padre:
Mi consulta versa sobre la infabilidad de la Iglesia, específicamente a los dogmas de fe. Resulta ser que los dogmas de fe son palabra de Dios, o tienen inspiración divina del Espíritu Santo.
Ahora bien estoy hoy en día estudiando filosofía y tengo un compañero que esta estudiando ciencias sagradas y compartimos muchas materias. A este compañero en el instituto católico (donde yo también estudio)le dijeron que los dogmas pueden ser modificados, ¿es esto verdad?… Yo sin embargo, no estoy a favor de lo que dice y se lo hago notar, pero el me pone el ejemplo del dogma «que fuera de la Iglesia nadie se salva»… y dice que ahora no toman mas a la Iglesia en el sentido ortodoxo sino que Iglesia son todos los que creen en Cristo… lo cual no me parece correcto, porque si así es no habría problema en que fuera evangelista… ¿me entiende a lo que voy?.
Es decir, mi consulta va a:
1. ¿Los dogmas de fe pueden cambiarse? Y si lo hicieran ¿dónde estaría la infabilidad?
2. La Iglesia desde la proclamación de este dogma, dijo lo que dice en el catecismo?
3. La Iglesia esta a favor o en contra de este liberal concepto de Iglesia, donde ya hasta los protestantes forman parte de la Iglesia?… ¿Es sólo herejía de algún teólogo en todo caso?
Muy agradecido, desde Argentina.
Respuesta:
Estimado:
Los dogmas no pueden ser modificados, en esto tiene Usted toda la razón. Y la Iglesia siempre ha dicho lo mismo en lo que a dogmas se refiere. Otra cosa es la reformulación de un dogma o el expresarlo de una manera que se compadezca mejor con los tiempos, pero esto no modifica en absoluto la verdad de fe que se propone para ser creída por todo católico. Hay también una sana “evolución” del dogma, de acuerdo a las reglas de San Vicente de Lerins, en el Conmonitorium:
“Quizá alguno se pregunte: ¿entonces no es posible ningún progreso en la Iglesia de Cristo? ¡Claro que debe haberlo, y grandísimo! ¿Quién hay tan enemigo de los hombres y tan contrario a Dios, que trate de impedirlo? Ha de ser, sin embargo, con la condición de que se trate verdaderamente de progreso para la fe, y no de cambio. Es característico del progreso que una cosa crezca, permaneciendo siempre idéntica a sí misma; propio del cambio es, por el contrario, que una cosa se transforme en otra. Crezca, por tanto, y progrese de todas las maneras posibles, el conocimiento, la inteligencia, la sabiduría tanto de cada uno como de la colectividad, tanto de un solo individuo como de toda la Iglesia, de acuerdo con la edad y con los tiempos; pero de modo que esto ocurra exactamente según su peculiar naturaleza, es decir, en el mismo dogma, en el mismo sentido, según la misma interpretación. Que la religión imite así en las almas el modo de desarrollarse de los cuerpos. Sus órganos, aunque con el paso de los años se desarrollan y crecen, permanecen siempre los mismos. Qué diferencia tan grande hay entra la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad! Y, sin embargo, aquellos que son ahora viejos, son los mismos que antes fueron adolescentes. Cambiará el aspecto y la apariencia de un individuo, pero se tratará siempre de la misma naturaleza y de la misma persona. Pequeños son los miembros del niño, y más grandes los de los jóvenes; y sin embargo son idénticos. Tantos miembros poseen los adultos cuantos tienen los niños; y si algo nuevo aparece en edad más madura, es porque ya preexistía en embrión, de manera que nada nuevo se manifiesta en la persona adulta si no se encontraba al menos latente en el muchacho. Éste es, sin lugar a dudas, el proceso regular y normal de todo desarrollo, según las leyes precisas y armoniosas del crecimiento. Y así, el aumento de la edad revela en los mayores las mismas partes y proporciones que la sabiduría del Creador había delineado en los pequeños. Si la figura humana adquiriese más tarde un aspecto extraño a su especie, si se le añadiese o quitase algún miembro, todo el cuerpo perecería, o se haría monstruoso, o al menos se debilitaría. Las mismas leyes del crecimiento ha de seguir el dogma cristiano, de manera que se consolide en el curso de los años, se desarrolle en el tiempo, se haga más majestuoso con la edad; de modo tal, sin embargo, que permanezca incorrupto e incontaminado, íntegro y perfecto en todas sus partes y, por decirlo de alguna manera, en todos sus miembros y sentidos, sin admitir ninguna alteración, ninguna pérdida de sus propiedades, ninguna variación de lo que ha sido definido” (n. 22).
En cuanto al dogma “Extra Ecclesia nulla salus”, le recomiendo leer la Declaración Dominus Iesus, y también lo que dicen la Unitatis Redintegratio, del Concilio Vaticano II, y la Encíclica de Juan Pablo II, Ut unum sint. Esto no es otra cosa que lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 811-822), por otra parte.
En Cristo y María,
P. Jon M. de Arza, IVE
Puede consultar también la respuesta ya dada a este punto por el P. Fuentes, « La gracia del ecumenismo »