vender anticonceptivos

¿Un farmacéutico católico pude vender anticonceptivos?

Pregunta:

Ejerzo la profesión de farmacéutico y el objeto de mi consulta es la licitud moral de la venta de productos anticonceptivos; en algunas circunstancias me he opuesto a la misma, lo cual ha causado malestar y sorpresa entre mis clientes, especialmente en mujeres casadas y con varios hijos. Por esta razón pediría una iluminación clara y precisa sobre el problema que enfrento.

 

Respuesta:

Estimado:

1. Los principios morales de los que debemos partir (y aplicar en nuestro caso concreto) son fundamentalmente dos:

  1º Ante todo, jamás es lícito realizar un acto intrínsecamente malo ni cooperar directa y formalmente con el acto intrínsecamente malo de un tercero. Se entiende por ‘cooperación formal al mal’ todo acto que: a) ya sea por la misma intención del colaborador -llamémoslo cooperación formal subjetiva- (por ejemplo, quien presta dinero sabiendo con certeza que será usado para el mal, y está de acuerdo con el pecado que cometerá quien se lo pide), b) ya sea por la intrínseca finalidad de la obra que se hace -lo que podríamos denominar cooperación formal objetiva- contribuye al pecado de otro (por ejemplo, quien fabrica amuletos que se usan únicamente con fines supersticiosos, teniendo por intención el lucrar con tal negocio y no el ayudar a la superstición); en este último caso, no podría afirmarse que su prestación al pecado del otro es tan solo accidental, puesto que la acción que realiza no puede terminar sino en el pecado de otro.

  2º En segundo lugar, por regla general tampoco sería lícito realizar un acto en sí mismo bueno o indiferente que de hecho colabora con el pecado de otro. Esto se conoce como cooperación material al mal. En este tipo de cooperación el acto que realiza el cooperador puede encontrarse tanto en el contexto de una buena acción cuanto en el marco de la mala acción de otro; y en este último caso, el que peca de algún modo ‘abusa’ del acto realizado por el llamado ‘cooperador’. Hemos dicho ‘por regla general’, porque pueden darse situaciones en las cuales medien razones suficientemente graves que justifiquen la realización de tales actos, que en sí no son malos pero que en estas circunstancias se prestan para el mal de otros (por ejemplo, el vendedor de vino que sospecha que le compran para emborracharse; el ‘vender vino’ no entraña en sí malicia alguna); en otras circunstancias, en cambio, tal cooperación, aun siendo material, no puede ser prestada de ningún modo. Para que la cooperación material sea lícita se requieren determinadas condiciones, a saber:

  a) La acción del cooperante debe ser en sí misma buena o al menos indiferente. Cuando se habla de ‘bondad’ o ‘indiferencia’ de la acción no debemos olvidar que desde el punto de vista moral una acción se dice buena ante todo cuando su objeto moral es bueno, es decir, aquello sobre lo que versa o a lo que se ordena de suyo, independientemente de las intenciones del que la realiza (como es el ayudar al necesitado). Por tanto, esta primera condición nos obliga a observar fundamentalmente la cualidad moral del objeto al que tiende de suyo la acción para ver si éste es bueno, indiferente o malo, es decir, si de suyo contiene alguna particular conformidad con las reglas de la razón y de la fe (como amar a Dios), o disconformidad con ella (como sustraer lo ajeno) o simplemente ni una ni otra (como ir al campo). Insisto sobre esto porque es de particular importancia (y objeto de numerosas confusiones). Vaya un ejemplo: en el caso del comerciante que vende una revista pornográfica, la acción que realiza, si la consideramos moralmente no es ‘vender’ (como confusamente se lee en algunas publicaciones), porque en esta aún no se ha considerado su objeto moral; propiamente el objeto moral es ‘vender pornografía’, es decir, ‘un producto que sólo puede tener un uso pecaminoso’, lo cual es de suyo intrínsecamente malo, y cae bajo el primer principio que expusimos más arriba, o sea, cooperación formal (será objetiva o subjetiva según el vendedor esté o no de acuerdo con el pecado que comete el que compra).

  b) El que obra debe tener un fin honesto, es decir, querer únicamente el efecto bueno que se sigue de su acción y rechazar el malo (de lo contrario caería en cooperación formal subjetiva).

  c) El efecto bueno que pretende quien la realiza no debe ser consecuencia del malo, porque no hay que hacer el mal para que sobrevengan bienes (cf. Rom 2,8). Muchas veces la conexión entre la cooperación material y el efecto malo es tan próxima, necesaria y condicionante del acto pecaminoso que se hace imposible escindirla del mismo, siendo, por tanto, siempre pecado (tal es el caso, por ejemplo, de la cooperación que una enfermera instrumentista presta durante un aborto con el solo fin de no perder su trabajo: si bien sus actos son los mismos que prestaría en una intervención quirúrgica buena, en este caso están tan íntimamente conexos con el aborto que son pecado y en este caso penados por la Iglesia con excomunión).

  d) Debe existir una causa proporcionalmente grave y de peso al daño que se seguirá de la cooperación material al mal. En términos generales, la causa debe ser más grave mientras más próxima sea la colaboración material prestada, mientras más obligada a evitarla esté el sujeto en cuestión en razón de su misma profesión, y mientras más grave sea el valor violado, y el daño consecuente. Al punto tal que no existen causas proporcionadas a ciertos daños o al escándalo teológico que pueden acarrear ciertas cooperaciones por más materiales que sean.

  Cuando estas condiciones se cumplen en el modo debido (acto bueno o indiferente, fin honesto, efecto más o menos remoto y causa grave), la cooperación prestada es tan sólo material. Podría uno ayudarse a determinar la materialidad o formalidad objetiva de la cooperación observando si el agente principal, para realizar su pecado, ‘abusa’ de la obra buena o indiferente del cooperador o si le da el ‘uso’ propio e intrínseco al que ésta se ordena de suyo. En el primer caso, la cooperación es material; en el segundo es formal. El ladrón que toma un taxi para ir al lugar del robo, abusa del acto del taxista aunque éste tenga cierta sospecha de las cualidades de su pasajero. Pero, el toxicodependiente que compra una dósis de droga a un traficante, ¿abusa de la acción de ‘vender’ de este último?

2. Teniendo todo esto en cuenta podemos aplicarlo al caso que se nos consulta. Distingamos en él dos situaciones:

  1º El farmacéutico propietario, el que tiene derecho de decisión sobre la administración de la farmacia, o aquél cuya acción es específicamente la venta conciente de los medicamentos requeridos por los clientes:

  1.1. La venta de objetos que, por su naturaleza, sólo sirven para el pecado es cooperación formal con el pecado del comprador, aunque no comparta las intenciones pecaminosas del comprador. Tal es el caso de la venta de instrumentos anticonceptivos (profilacticos, espermecidas…) y medicamentos abortivos; la intención del que los compra no puede dejar lugar a dudas, y los objetos vendidos no pueden tener ningún uso laudable.

  1.2. Diverso es el caso de aquellos productos que no son abortivos y que de suyo admiten tanto un uso anticonceptivo cuanto un empleo terapéutico (indicados, por ejemplo, en casos de hipogonadismo, hemorragias funcionales, etc.). En este caso podrían venderse mientras no conste la intención de su uso exclusivamente contraceptivo. De todos modos, el farmacéutico debe pedir siempre la receta médica, con lo cual pone un medio para evitar la cooperación al mal; además porque, según el grado de su pericia, a través de la receta puede advertir el uso que se le dará. Cuando no tiene certeza de su mal uso, su cooperación (en caso de que efectivamente sea  le dé una finalidad anticonceptiva) no es más que material.

  2º El caso de aquellos cuyo trabajo no tiene relación directa con la especificidad de lo que se vende, como es el caso del cajero, que se limita a cobrar, el que hace los paquetes, el que los lleva a domicilio. La acción de los mismos tiene en realidad una relación remota con la esencia del producto vendido, y por tanto, su cooperación no es mas que material.

En fin, para todos valen las lúcidas palabras de Pío XII: ‘A menudo tenéis que luchar contra la importunidad, la presión, las exigencias de clientes que recurren a vosotros pretendiendo haceros cómplices de sus designios criminales. Ahora bien, vosotros sabéis: desde el momento en que un producto, por su naturaleza y por la intención del cliente, está indudablemente destinado a un fin culpable, bajo no importa qué pretexto, bajo no importa qué solicitaciones, vosotros no podéis aceptar el tomar parte en esos atentados contra la vida o la integridad de los individuos, contra la natalidad o la salud corporal y mental de la humanidad

(Pío XII, A los participantes del Primer Congreso Internacional de Farmacéuticos Católicos, 2 de setiembre de 1950).

P. Miguel A. Fuentes, IVE

ectópicos

¿Qué es lícito hacer ante los embarazos ectópicos?

Pregunta:

Querido Padre: Tenemos el siguiente caso: una señora tiene un embarazo de pocas semanas fuera del útero. Esto mismo le ha sucedido hace unos meses atrás, por lo cual se le produjo un aborto natural. Ahora, según los médicos, ocurrirá lo mismo, por lo tanto le sugieren interrumpir el embarazo, para evitar al menos el riesgo para su salud por la fuerte hemorragia. La mujer está perpleja, y pide consejo. La cuestión es: ¿es ilícito lo que proponen? ¿o la mujer debería dejar que se produzca el aborto natural aun con grave riesgo para su salida?

 

Respuesta:

Estimados:

  Al problema de los embarazos ectópicos (fuera de lugar natural), le contesto con cuanto dice A, Peinador (Moral Profesional, nº 652): ‘En cuanto a los fetos ectópicos… nunca es lícito extraer el óvulo vivo ni realizar ninguna incisión que vaya directamente contra el feto… Dice Scremin sobre este tema: En cuanto a la moralidad de los tratamientos comunes de la gravidez ectópica cuando el feto no es vital, se puede decir que, si la ruptura ha tenido ya lugar y la hemorragia, aunque pequeña, está en marcha, es lícito intervenir para contener la hemorragia, aunque el feto esté vivo y conserve su unión con la placenta. La muerte del feto por una intervención cuyo fin terapéutico es poner fin a la hemorragia es consecuencia indirecta, y no ha sido intentada ni como fin ni como medio. Lo mismo se ha de decir de la gravidez ovárica o en el extremo del útero rudimentario, atrésico. En cualquier caso se impone una conducta expectante, que dé la posibilidad de una actuación inmediata, cuando lo indiquen el decurso del embarazo y las posibles complicaciones’.

  También se explide de modo similar A. Royo Marín (Teología moral para seglares, T.I, nº 565): ‘En caso de gestación ectópica o extrauterina, el feto humano posee los mismos derechos naturales que si estuviera colocado en su sitio natural. Por lo tanto, no es lícito jamás, bajo ningún pretexto, matarle directamente. Lo único que puede hacerse es la llamada operación Wallace (consiste esta operación en trasladar el feto ectópico del sitio anormal en que se encuentra anidado a su sitio normal en el útero o matriz para que alcance allí su normal desarrollo. Modernamente ha comenzado a hacerse con éxito, y con ella se atiende muy bien a la vida de la madre y del hijo), si la pericia del médico permite esperar buenos resultados para la vida del hijo y de la madre; o la llamada expectación armada (preferentemente en una clínica o sanatorio quirúrgico donde puedan utilizarse en seguida los medios apropiados), consistente en la intervención inmediata del médico al producirse la rotura del saco fetal (que pone en grave peligro la vida de la madre), porque el feto se separa entonces de sus conexiones vitales (extráigasele y bautícesele inmediatamente); o la laparoptomía, si el feto es ya viable y hay grave peligro para la madre si prosigue la gestación hasta el fin, porque se trata, en este caso, de una simple aceleración del parto, que es lícita con causa justificada. Únicamente sería lícita la extirpación del feto ectópico cuando se tuviera plena certeza de su muerte (cosa bastante difícil en la práctica), porque entonces es claro que no se le mata’.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

embriones

¿Es lícito reducir el número de embriones cuando son muchos los que han sido fecundados?

Pregunta:

¿Es lícito eliminar algunos embriones cuando se ha producido una fecundación múltiple? ¿No puede considerarse que, estando condenados a morir porque no pueden continuar todos el proceso de gestación, reducir el número sería un intento de salvar algunos?

Respuesta:

Contesto con una declaración del Consejo Pontificio para la Familia, elaborada tras haber consultado a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

  Actualmente son menos comunes los casos de embarazo múltiple, es decir, las situaciones en las que el seno materno alberga muchos embriones. Estos casos tienen lugar normalmente ya sea a causa de la estimulación de los ovarios en caso de infertilidad, ya sea a causa del recurso a la fecundación artificial, sobre la que el Magisterio ya se ha pronunciado (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción ‘Donum vitae’, II).

  Ante todo es un deber tomar conciencia de las situaciones difíciles e incluso dramáticas que pueden originar estas técnicas. Por eso, es necesario hacer un llamamiento a la responsabilidad de los médicos que, al practicar la hiperestimulación sin una debida pericia y precaución o aplicando las técnicas de fecundación artificial, provocan situaciones en las que se pone en peligro la vida de la madre y de los hijos concebidos.

  Por lo que se refiere a los embarazos múltiples, algunos afirman que no pueden llegar a su fin, ya sea por la muerte espontánea de los embriones en el útero, ya sea por el nacimiento prematuro de los fetos sin esperanza de vida. Además, añaden que, en caso de que todos los nascituros lleguen al parto, las dificultad obstétrica (y el consiguiente peligro para la madre) es mayor. Basándose en estos argumentos, se llega a concluir que se podría justificar la selección y eliminación de algunos embriones para salvar a los demás o, al menos, a uno de ellos. Por este motivo, se ha introducido la técnica llamada ‘reducción de embriones’.

  En este sentido, es necesario afirmar lo siguiente: dado que todo embrión tiene que ser considerado y tratado como persona humana en el respeto de su dignidad eminente (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción ‘Donum vitae’, I, 1), deben reconocerse al nascituro desde el primer momento de su concepción todos los derechos humanos fundamentales y, en primer lugar, el derecho a la vida, que no puede ser violado de ningún modo. Más allá de toda confusión y ambigüedad, se debe afirmar, por tanto, que la ‘reducción de embriones’ constituye un aborto selectivo: de hecho, consiste en la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente (Juan Pablo II, encíclica ‘Evangelium vitae’, 57). De modo que, querida como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave (Juan Pablo II, encíclica ‘Evangelium vitae’, 62).

  Dado que se trata de una verdad a la que se puede llegar con la simple razón, el carácter ilícito de este comportamiento constituye una norma válida para todos, incluso para los no creyentes (Juan Pablo II, encíclica ‘Evangelium vitae’, 101). La prohibición moral sigue en pie incluso cuando seguir con el embarazo implique un riesgo para la vida o la salud de la madre y de los demás hermanos gemelos. No es lícito hacer el mal ni siquiera para alcanzar un bien (Juan Pablo II, encíclica, ‘Evangelium vitae’, 58).

  La vida del hombre proviene de Dios, siempre es un don de él, participación en su aliento vital  (Juan Pablo II, encíclica ‘Evangelium vitae’, 39). La selección de embriones, al comportar la eliminación voluntaria de una vida humana, no puede justificarse ni en virtud del principio del llamado mal menor ni en virtud del principio conocido con el nombre de ‘doble efecto’: ninguno de estos dos principios se aplican en este caso.

  No hay que minusvalorar tampoco la posibilidad de que la adopción de la técnica de la reducción de embriones lleve a una mentalidad eugenésica, en virtud de la cual, a través de técnicas de diagnosis prenatal, se llegue a medir el valor de una vida humana únicamente según parámetros de normalidad y de ‘bienestar físico’ (Juan Pablo II, encíclica ‘Evangelium vitae’, 63), a la luz de un concepto reductivo de ‘calidad de la vida’.

  Que el Señor de la vida acompañe a los padres a cumplir su elevada tarea y les sostenga en el compromiso de respetar el derecho a la existencia del nascituro. Que guíe, al mismo tiempo, a quienes están al servicio de la vida a hacer todo lo posible para salvar a la madre y a los niños. Gracias a los importantes progresos científicos que se han dado en estos años, muchos casos de embarazos múltiples han podido llegar a buen término.

  Es cierto, de todos modos, que si bien forma parte de los límites humanos el tener que asistir en ocasiones de manera impotente a la muerte prematura de criaturas inocentes, nunca podrá ser moralmente lícito provocar la muerte de manera voluntaria.

  Desde el Vaticano, 12 de julio de 2000

  Cardenal Alfonso López Trujillo, presidente

  S.E. Monseñor Francisco Gil Hellín, secretario.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

post aborto

¿Cuáles son las consecuencias psicológicas en las mujeres que han realizado un aborto?

Pregunta:

Escribo para preguntar si realmente existe un síndrome post aborto. Y en tal caso, ¿en qué consiste y a quién afecta?

Respuesta:

Entre los médicos, psicólogos, psiquiatras e incluso sacerdotes, es bien conocido el llamado ‘Síndrome post aborto’ (‘P.A.S’: ‘Post-Abortion-Syndrom’). Designa el cuadro patológico que comprende un complejo de síntomas fisiológicos, psicológicos y espirituales, desencadenados tras la realización de un aborto procurado (voluntario). Afecta fundamentalmente a las mujeres que han abortado, pero también se verifica (en distintos grados) en todos los demás que han intervenido en el hecho: el padre de la criatura, los médicos y el personal abortista[1].

  Los síntomas que se manifiestan están en relación directa con las razones por las cuales se abortó, el tiempo del embarazo, la relación entre los padres de la criatura, los pasos que se dieron en la decisión y las influencias que se padecieron durante el período traumático de la decisión.

1. El proceso psicológico de la decisión abortista

  En una mujer con convicciones normales (con fe o sin ella) la decisión de abortar es un proceso complicado y doloroso. Algunos de los pasos regulares por los que suele pasar a partir del momento de su embarazo son los siguientes:

  1º Desde el momento en que queda embarazada, el organismo suscita en la mujer madre un sentimiento maternal instintivo. Éste es observable incluso en los animales y es debido por un lado a los procesos fisiológicos que acompañan los cambios propios de la maternidad (la naturaleza prepara a la mujer para relación maternidad-filiación) y además por otros factores de orden sociológico, psicológico y espiritual como las costumbres de la sociedad en que vive, su madurez personal, su fe, etc.

  2º La tendencia natural a continuar la maternidad comenzada con la concepción del nuevo ser puede entrar en crisis por diversos factores externos o internos que bombardean la psicología de la mujer, como por ejemplo (para indicar algunos de los más frecuentes):

  a) La opinión adversa de los padres de la mujer embarazada (especialmente si se trata de una adolescente) ya sea por el miedo a difamación si es soltera o por muchos otros factores diversamente clasificables.

  b) El peso que la mujer ve en la crianza del hijo (especialmente si ya tiene otros).

  c) Conflictos psicológicos no solucionados: en el caso de mujeres que han tenido una mala experiencia de filiación con sus propias madres surge el miedo a enfrentar su propia experiencia de maternidad.

  d) Condicionamientos puestos por el padre de la criatura: por lo general, son amenazas de abandono en caso de continuar la gestación.

  e) La presión de la retórica social contra la natalidad: la propaganda de la superpoblación, la elección del aborto como derecho de la mujer, la afirmación de que el feto es sólo un conjunto de células, etc.

  f) La ideología del materialismo : cuando el nuevo hijo es visto como un obstáculo para el progreso económico, el confort.

  g) El egoísmo: cuando el hijo es visto como una cadena a la libertad (‘primero terminar la carrera, luego conseguir trabajo y recién entonces pensar en los hijos’).

  h) La presión legal: hay sociedades que presionan para imponer la regulación de la natalidad; ya se da un cierto tipo de presión en la misma ‘legalización’ y ‘subvención estatal’ de determinados abortos.

  3º Estas presiones pueden desembocar en un auténtico conflicto interior enfrentando a la mujer con la necesidad de tomar una decisión. Si necesita consejo el que le darán, en gran parte de los casos, la empujará al aborto, especialmente si en su caso la ley civil lo ampara, la medicina lo garantiza y para la sociedad es indiferente.

  4º Una vez tomada la decisión suele sentirse cierto alivio (natural al terminar temporalmente el estado conflictivo), lo cual a veces es tomado como signo de que la decisión ha sido correcta. Cuando deciden abortar por lo general se cierran a todo otro tipo de consejo contrario, ya que volver a replantear la cuestión significa abrir nuevamente la situación traumática del proceso deliberativo.

  5º Sigue el sometimiento, es decir una especie de resignación por la cual se ponen en manos de un médico con un cierto sentimiento de fatalidad.

  6º El shock de los últimos momentos: para abortar una mujer tiene que eliminar sus propios instintos maternales que son de orden natural ; para esto tiene que autoconcientizarse de que el ser que va a abortar no es un ser humano ; con este intento de autoconvencimiento comienza el proceso de racionalización en contra de la propia conciencia moral y contra el mismo instinto natural. La mujer se enfrenta con un caos de conciencia ; muchas veces, detrás de su aparente resignación, hay un angustioso pedido de que alguien pare todo el proceso que se presenta como superior a sus fuerzas.

  7º El endurecimiento interior. Luego del aborto hay un tiempo en que la mujer quiere ser dejada sola, se vuelve apática, desinteresada de las cosas; hay una interior negación a asumir lo que se ha hecho. Debe también luchar contra los sentimientos de agresión, desesperación y miedo que emergen con el aborto. Por un lado querrían desahogarse con alguien, pero por otro lado temen volver a vivenciar el proceso por el que han pasado.

  8º Comienza el trabajo de reconstrucción patológica : se quiere volver a la normalidad cuanto antes, por lo que busca llenarse de actividades para no pensar en nada.

  9º Pero normalmente en algún momento tiene lugar la ruptura del sistema de defensa que la persona implicada en el aborto construye en torno a sí. Una reconstrucción tal de la vida fracasa por lo general cuando tienen lugar alguna de estas situaciones :

  -La persona que ha abortado queda demasiado sola.

  -Cuando recuerda el aborto o recuerda la fecha del aborto o la que correspondería al nacimiento del niño abortado o alguno de sus aniversarios (cumpleaños).

  -En estados de cansancio o enfermedad.

  -Cuando ven a otros niños (especialmente bebes) en la edad de que deberían tener su o sus hijos abortados.

  -Cuando quedan nuevamente embarazadas.

  En este caso tiene lugar propiamente el llamado ‘síndrome post aborto’.

2. Síntomas del síndrome post aborto

  A pesar de que muchos médicos y psicólogos (pro abortistas) señalan que los trastornos que presentan las mujeres después del aborto son algo meramente ‘emocional y psicológico’, una sana psiquiatría demuestra que se trata de algo mucho más serio, de orden patológico y que puede agruparse en tres tipos de problemas : ante todo, de depresión y sentimiento de culpa ; en segundo lugar, de agresión contra el padre del niño y contra la sociedad en general ; finalmente, alteraciones en la personalidad en forma crónica, parecidas a las enfermedades cerebrales.

  Especificando más detenidamente podemos enumerar los siguientes síntomas:

  1) Síntomas de pesar y dolor. Toda pérdida genera un estado de duelo ; y es mucho más difícil superar el dolor de un aborto provocado que el de un aborto espontáneo producido por la misma naturaleza, y esto por varias razones : la persona se sabe culpable de la pérdida, no tiene posibilidades de visitar el cuerpo del niño, ha habido un trabajo de autoconvencimiento de que no se trataba de un ser humano (curiosamente este trabajo de autoconvencerse deja en la persona un mayor sentimiento de culpa porque sabe que ha tenido que buscar argumentos para justificar un acto al que no la inclinaba espontáneamente su conciencia). Cuando los dolores no se superan conducen a la depresión. La depresión puede alterar el sistema inmunológico y con esto se aumenta el riesgo de contraer infecciones e incluso en casos extremos se ha constatado el inicio de procesos cancerígenos. También ha ocurrido que personas que han caído en estados depresivos agudos, se han transformado luego en personalidades psicóticas.

  2) Sentimiento de culpabilidad. En muchos estudios se ha observado que cuando no hay sentimiento de culpa se suele dar una tendencia al alcohol o a la drogadicción ; en cambio cuando hay sentimiento de culpabilidad se suele caer en estados depresivos, que se manifiestan en grandes tristezas, llantos, visión negativa y pesimista del mundo circundante. Cuando el sentimiento de culpa es muy grande lleva a sentimientos de pánico y autodestrucción.

  3) La agresividad. Un efecto del conflicto desatado por el aborto es la agresividad de la mujer hacia los que han intervenido en el aborto: el médico, el novio o esposo, los parientes o amigos que la empujaron al acto e incluso contra sí misma. De alguna manera descarga así el sentimiento de culpabilidad contra sí misma y el sentimiento de victimación respecto de los demás.

  4) Incertidumbre afectiva. Parte de las dubitaciones en la decisión abortista gira en torno al amor o deseo natural del niño del que está embarazada la mujer. Sabe intuitivamente, aunque no lo quiera hacer reflejo, que su acto abortivo contradice su amor natural: su hijo exige ser amado principalmente por su madre y la naturaleza la predispone para amarlo y protegerlo incluso a riesgo de su propia vida, pero para abortarlo debe rechazarlo. El mismo sentimiento de desamor y desamparo que la mujer supone que ha padecido su hijo por parte de ella, comienza a atormentarla a ella misma: se siente no querida, rechazada y abandonada afectivamente por los demás. Es uno de los efectos ‘boomerang’ del aborto.

  5) La interrupción abrupta del ciclo hormonal. En las mujeres hay ciclos y ritmos naturales relacionados con el embarazo y caracterizados por modificaciones en los procesos hormonales que terminan de modo natural al culminar todo el proceso de la maternidad ; es decir, que van desde el momento de la ovulación hasta la finalización del tiempo de amamantamiento del bebe. Los cambios hormonales dictaminan alteraciones de orden físico, psicológico y emotivo. Cuando se interrumpe el proceso de modo abrupto, como ocurre en el aborto, tiene lugar en la mujer un trastorno notable con efectos en todos esos órdenes: físico, afectivo, psicológico y relacional; estas perturbaciones pueden ir desde las depresiones en el orden emotivo, hasta la constatación médica de mayores tendencias a adquirir cáncer de mama, pasando por problemas de integración social y familiar.

  6) La ‘conciencia biológica’. Es una constatación de muchos psiquiatras. Cito el testimonio del psiquiatra Karl Stern: ‘No pocas veces vemos que en los casos en que una mujer comete un aborto artificial, digamos en el tercer mes de la gestación, este acto parece no tener consecuencias psicológicas. Sin embargo, seis meses después, precisamente cuando el bebé habría debido venir al mundo, el sujeto cae víctima de grave depresión o incluso de psicosis. Ahora bien, acerca de esto se observan dos circunstancias curiosas. La depresión se produce aun sin que la mujer se dé cuenta conscientemente de que ‘ahora es el momento en que habría debido nacer mi bebé’. Además, la filosofía de la paciente no es necesariamente tal que ella desapruebe el acto de interrupción del embarazo. Sin embargo, su profunda reacción de pérdida (que no va necesariamente unida con una preocupación consciente por el parto fallido) coincide con el tiempo en que éste hubiera tenido lugar… La mujer, en su íntimo ser, está profundamente vinculada al bios, a la naturaleza misma‘[2].

  7) El sentimiento de fracaso como madre y problemas relacionados. A veces, para llenar el vacío, tiene lugar un deseo vehemente de querer reemplazar al niño perdido; pero este deseo se mezcla con la sospecha y el temor de no saber desempeñarse como madre, o de no poder relacionarse con el bebé de manera correcta o de no saber criarlo. También ocasiona miedo respecto de los hijos futuros, por ejemplo: miedo a maltratarlos; a veces esto ocasiona la decisión de no tener más hijos. Algunos estudios muestran también que algunas mujeres que han abortado tienen problemas reales para llevar adelante posteriores maternidades: tienen problemas para amamantar a sus hijos, reaccionan con miedo o agresividad ante el llanto de sus bebés e incluso una especie de rechazo (ocasionada por el miedo), y como éste es percibido instintivamente por el bebé, le genera sentimientos de abandono. A veces como no quieren dañar al niño y tienen conciencia de no saber tratarlo, terminan mandándolo desde muy pequeño, y sin ninguna necesidad, a guarderías infantiles.

  8) Otros problemas. Los estudios a los que hacemos referencia indican también otros síntomas propios de este ‘síndrome’, como por ejemplo : alteraciones de diversa índole en el sueño (pesadillas persistentes), crisis de identidad, desconfianza,  sentimiento de cinismo (conciencia de la inocencia perdida), e incluso enfermedades psicosomáticas como anorexia y bulimia.

  Por todo esto, hay que decir que los problemas ocasionados por el aborto no son de ninguna manera puramente emotivos y pasajeros sino que tienen un fundamento real en la pérdida voluntaria y culpable de un ser humano indefenso sobre el que se tenía la responsabilidad de la maternidad/paternidad.

3. Tres testimonios

  Los tres testimonios siguientes, de mujeres que han abortado (sin una clara cultura religiosa o moral, ni convicciones propiamente católicas), nos muestran un aspecto de esta realidad silenciada intencionalmente por las campañas abortistas.

  1) Primer testimonio: Judit X. ‘La presión del entorno para que abortara, era cada vez más grande, y yo me dejé convencer. Mi amigo me acompañó hasta el médico y después de algunos días, decidí hacer el aborto en una clínica privada. El día que se llevó a cabo es como una quemadura : no se perdió la cicatriz. Los médicos eran simpáticos, pero yo me sentía tan espantosa, sin ayuda y sola. Cuando me desperté de la anestesia, mi amigo estaba sentado a mi lado, pero yo no era más la misma ; era otra y me sentía sola. Y esa soledad la tengo hasta hoy en día. Dejé que me quitaran al niño. Y así como ha muerto ese niño, algo ha muerto en mí. Hoy en día no lo volvería a hacer más, sin importarme cómo vaya a reaccionar mi entorno, pues vivo con miedo continuo, que parece nunca acabar. En mis pesadillas veo como una pequeña niña con los brazos extendidos se dirige hacia mí y me pregunta : ¿Por qué, mami, por qué? Me despierto bañada en sudor. Y ese sueño me persigue desde que me dejé hacer esa intervención. Mientras tanto en mi trabajo me va muy bien, pero mi vida privada esta destruida. Mi bebe tendría que tener un año. Estoy de luto por mi niño, porque además fue por error mío y ese error no puede ser reversible. Por esto es que yo sola soy la que tiene que ser penada y no mi amigo, aunque también él fue responsable. Lo único que espero es que mi bebe me perdone este error, y que entienda porqué lo hice. Hoy en día yo estoy totalmente sola, ya que el padre de la criatura me dejó plantada para recuperar su libertad. Escribo esto para todas las jóvenes y mujeres que se encuentran en la misma situación en que yo estaba : Piensen muy bien lo que van a hacer. Las va a torturar los traumas. Estarán solas frente a ustedes mismas, y se aumentará el dolor cuando vean una mamá con su bebe. Ustedes tendrán que llevar adelante las consecuencias de tal intervención, no vuestro compañero. Él no podrá ayudar, solamente estar, pero son ustedes las que tendrá que padecerlo. ¡Vuestra vida será destruida!’.

  2) Segundo testimonio: Rebeca X. ‘Tenía 21 años cuando aborté. Tenía mucho miedo. Llorando y llena de dudas me dirigí el miércoles al lugar. Vi una señora con un niño. La ayudante del médico caminaba de un lado a otro con un balde de plástico. Yo me preguntaba: ¿arrojaran al niño abortado en él? Recibí una inyección, cuando llegó el médico lloraba sin consuelo. El médico me dijo que no hiciera tanto teatro, que si quería lo hacíamos otro día. Le contesté que no sabía lo que quería ; que me diese la inyección de una vez, y listo. En el medio pensé que no quería volver a despertarme, quería morirme. Cuando desperté, más o menos una hora mas tarde, estaba mi novio cerca mío. Una mujer poco amigable, llegó diciendo que me levantase, que me lavase la cara y me fuera, que ella tenía franco. Una vez en casa de mi novio, me confesó que cuando me había despertado me había odiado. Empecé a tener dolores y me vino una terrible depresión. Al día siguiente fui a trabajar, aunque tenía un día de reposo por prescripción medica, porque me daba miedo quedarme sola más de un día en mi casa. No podía conceder que había abortado a mi propio niño. Al mediodía fui a comer a la casa de mi madre; estaba enojada conmigo, y me dijo que tenía que estar contenta por lo que había hecho pues muchas mujeres lo hacían hoy en día. A la tarde vi una mujer embarazada, llegué a mi casa y me tire en mi cama llena de sentimiento de culpa y arrepentimiento. Era el infierno. Cada vez que me iba a dormir veía mi bebe tal como lo había visto en la pantalla del monitor. El pequeño me perseguía. Con el tiempo empecé a consumir bebidas alcohólicas por la noche hasta que podía conciliar el sueño. Con mi novio cortamos la relación, porque cada vez que lo veía me recordaba al niño abortado. Conocí a otros hombres, pero siempre me pasaba lo mismo. Medio año después del aborto estaba destruida psicológicamente. Mis amigos también estaban cansados de mí, como también mis hermanos y padres. Mi vida estaba destruida, también perdí el trabajo. Comencé a tomar tranquilizantes, seguí con el alcohol y el cambio continuo de novios. Pero no podía sacarme el sentimiento de culpa. Quiero advertir a todas las mujeres que están frente a un aborto: un aborto es fácil de llevar a cabo; pero después hay algo que se rompe en el interior de la mujer, y en eso nadie piensa. A veces pienso cómo hubiese sido mi vida si hubiese tenido mi hijo: seguramente no tan catastrófica como es ahora’.

  3) Tercer testimonio: Nancy X. ‘Estaba embarazada de cinco meses y medio, tenía ya tres hijos y mi marido me había abandonado. Decidí abortar, porque no podía con otro más. La solución era según el medico ‘sacar un poco de liquido y poner otro poco. Va a tener algunos espasmos y luego sacamos el feto’. No sonaba mal, pero no era toda la verdad. Ese día cuando me introdujo la solución salina, quería gritar con todo mi ser: ‘paren todo’. Ya no se podía hacer nada, no se puede volver atrás en la decisión. En la siguiente hora y media experimenté cómo mi hija se retorcía mientas iba muriendo envenenada y quemada. Me acuerdo cómo, mientras tanto, yo le hablaba y le decía que en realidad no quería eso, que hubiese deseado que viviese. Pero ella ya estaba muerta y me acuerdo el último sacudón que pegó en mi lado izquierdo. Luego recibí una inyección para que se produjese el parto… Durante doce horas estuve con trabajo de parto, y el 31 de octubre a las 5:30 de la mañana traje a mi hija al mundo; tenía cabello y sus ojos estaban abiertos. La pude alzar ya que las enfermeras no habían venido a tiempo. Cuando llegó la enfermera, la agarró y la tiró en un balde. Luego que se hizo todo lo necesario, me llevaron a una sala donde una mamá acababa de dar a luz un hermoso niño ; eso fue muy duro. Después del aborto se instalaron en mí la vergüenza, el arrepentimiento y la culpa’.

  Se puede comprender, por todo esto, las palabras que les dirige Juan Pablo II, en la Encíclica Evangelium vitae, a las mujeres que han abortado: ‘Una reflexión especial quisiera tener para vosotras, mujeres que habéis recurrido al aborto. La Iglesia conoce cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no perdáis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Podéis confiar con esperanza a vuestro hijo a este mismo Padre y a su misericordia. Con la ayuda del consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado posiblemente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre'[3].

P. Miguel A. Fuentes, IVE


[1] Me baso para los datos siguientes en el libro MYRIAM… warum weinst Du? Die leiden der Frauen nach der Abtreibung (Myriam, ¿por qué lloras? Los padecimientos de las mujeres después del aborto); editado por la Fundación ‘Ja zum leben.  Mütter in Not’. Este libro fue elaborado por Pius Stössel por pedido de la fundación ‘Ja zum leben, Region Ostschweiz’, 8730, Uznach, Goldach/Schweiz, 1996.

[2] Citado por Häring, Shalom: Paz, Herder, Barcelona 1975, p.213.

[3] Juan Pablo II, Evangelium vitae, nº 99.

diu

¿El diu es abortivo?

Pregunta:

Soy un padre de familia católico y en este momento estoy pasando por un conflicto espiritual. Mi mujer está usando como método anticonceptivo, la ‘T’ de cobre (DIU), la cual le fue puesta, luego de una pérdida natural, sin el consentimiento nuestro. El asunto es que yo quiero que se la quite, pero para ello necesito los argumentos necesarios para convencerla que es un método abortivo.

Respuesta:

Los llamados ‘dispositivos intrauterinos’ (DIU) son dispositivos de diversa forma que se colocan en el interno del útero con fin anticonceptivo y abortivo. Tienen un soporte material adaptado con filamento de cobre enroscado en forma de espiral alrededor del soporte, o que contiene una cierta cantidad de progestínico. Se usan como materiales el acero, cobre, plástico, polietileno, o combinaciones. El mecanismo de acción se basa sobre la inhibición de la implantación del óvulo fecundado, variando el modo según el tipo de DIU. Los DIU con progesterona o cobre, en teoría también obran sobre los espermatozoides, sobre el mucus cervical y sobre las tubas.

  La implantación del embrión es impedida por tres mecanismos diversos:

  1) Efecto mecánico: la introducción del DIU causa en la mucosa de la cavidad uterina la reacción frente a un cuerpo extraño. Es decir, produce una inflamación en el tejido y esto determina la liberación de glóbulos blancos o de células endometriales que cumplen una acción lesiva sobre los espermatozoides o sobre el embrión de modo que es impedido ya se su instalación o el prosecución de un embarazo ya comenzado. También determina la liberación de substancias que aumentan la actividad contractíl del músculo uterino. Esto retarda la subida de los espermatozoides o bien obstaculiza la implantación del embrión.

  2) Efecto biológico del cobre: el ión cobre se sustituye al ión zinc, que es constitutivo esencial de diversos sistemas enzimáticos, principalmente presentes en los mecanismos de respiración celular y necesarios para las reacciones fisiológicas que conducen a la fecundación y sucesivamente a la implantación del óvulo fecundado. El cobre produce así una inhibición en relación con diversas enzimas endometriales por lo cual es alterado o bloqueado totalmente el pasaje de la fase proliferativa (primera mitad del ciclo menstrual) a la fase secretiva del endometrio, indispensable para garantizar una correcta implantación del embrión. El cobre también aumenta la fluidez del mucus endometrial, lo que obstaculiza también la implantación del blastocito, en cuanto éste tiende a resbalar por las paredes uterinas sin alcanzar a tomar contacto estable con ellas. Según algunos autores también actuaría sobre los espermatozoides alterando el nivel de acidez endouterino.

  3) Efecto hormonal de la progesterona: este produce una atrofia glandular que impide la implantación del blastocito. Esto no es otra cosa que un potenciación de la acción abortiva. La progesterona también volvería denso el mucus cervical, haciendo difícilmente penetrable por los espermatozoides.

  Entre los efectos colaterales se señalan: menstruaciones dolorosas, menorrágia, calambres durante o después de la inserción del DIU, aumento de las pérdidas vaginales y, en algunos casos, expulsión con consecuente embarazo. Entre las complicaciones algunas son particularmente severas: riesgos de graves infecciones pélvicas, de embarazos ectópicos, de infertilidad, de perforaciones del útero durante la inserción o después de ella, abortos espontáneos cuando el embrión se implanta a pesar de la presencia del DIU, infecciones uterinas.

  Por tanto, podemos decir que se discute mucho sobre cuál efecto prima en los dispositivos intrauterinos: si la acción espermicida o la acción abortiva. Recientemente, el Dr. Joseph A. Spinato II, de la Cátedra de Obstetricia y Ginecología de la Universidad de Louisville, ha escrito un artículo en la Revista ‘American Journal of Obstetrics and Ginecology’ (Marzo de 1997, pp. 503-506) titulado ‘Mechanism of action of intrauterine contraceptive devices an its relation to informed consent’, el cual -tomando en base la bibliografía más actualizada sobre el tema- concluye: ‘la inhibición de la implantación del óvulo fecundado es el principal mecanismo (sino el exclusivo) de acción del DIU. No existe ninguna evidencia satisfactoria que lleve a concluir que la prevención de la fertilización por vía espermicida sea el método exclusivo o casi exclusivo del DIU. El rango de confiabilidad de estas conclusiones es razonablemente alto…’. El referido catedrático da tal importancia a esta conclusión que señala que el colocarlo a una paciente sin advertirle previamente el mecanismo abortivo del DIU es una injusticia legal que viola el ‘consentimiento informado’ obligatorio en todas las legislaciones, incluso en las que aprueban estos medios y el mismo aborto[1].

  Por otro lado, la Enciclica ‘Evangelium vitae’ de Juan Pablo II, dice al respecto: ‘…dispositivos intrauterinos… que… actúan en realidad como abortivos en las primerísimas fases del desarrollo de la vida del nuevo ser humano’ (nº 13).

P. Miguel A. Fuentes, IVE


[1] Cf. ‘Mechanism of action of intrauterine contraceptive devices an its relation to informed consent’, en:  ‘American Journal of Obstetrics and Ginecology’ (Marzo de 1997, pp. 503-506).