Juicio Final

¿Existirá el día del Juicio Final?

Pregunta:

Tengo una pregunta: Que es el día del juicio y como va ser el día del juicio? Me podría explicar sobre el día del juicio.

Respuesta:

¿Existirá el día del Juicio Final?

Dios ha puesto en nosotros el deseo de vivir eternamente y por eso oímos hablar del Fin del mundo y lo vemos como el peor de todos los males del hombre. Nuestra naturaleza se rebela al pensar que el mundo tendrá un final, que nuestra vida misma tendrá un final, pues lo relacionamos con la separación de todo lo que amamos en esta tierra.

Sin embargo, sabemos por la fe, que la muerte no es el final de todo, sino el principio de una nueva vida, en la cual viviremos eternamente felices o eternamente desgraciados de acuerdo con lo que hayamos hecho en nuestra vida temporal.

El juicio particular 

Al morir tendremos un juicio particular. Nos encontraremos ese día ante Jesucristo y ante nuestra vida: todos nuestros actos, palabras, pensamientos y omisiones estarán al descubierto. Suena dramático pero es real. Si te encuentras en gracia, tu eternidad feliz empezará en ese momento. Si mueres en una actitud de rechazo total y voluntario a Dios, en pecado mortal, entonces empezará para ti el castigo eterno, el infierno.

El juicio final 

El juicio particular es diferente al Juicio final, que también existirá y que está descrito con exactitud por Jesucristo en Mt 23, 31-46. El Juicio Final se realizará al final de los tiempos, cuando venga Jesús por segunda vez a la Tierra, pero ahora de manera gloriosa, como Rey del mundo. Ese día, todos los hombres resucitaremos y seremos juzgados de acuerdo con nuestras obras. Hay muchos otros textos en la Biblia que nos hablan de esto: Dn 7, 10; Mt 3, 7-12;

Lo que sucederá ese día, de acuerdo con la narración de Jesucristo, será como un examen de aquello que nos caracteriza como personas humanas: nuestra capacidad de amar.

En ese día saldrán a la luz todas nuestras acciones y se verá el amor hacia los demás que pusimos en cada una de ellas.

Este amor será el que nos juzgará:

‘Venid benditos de mi Padre. porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber.’

‘Id malditos al fuego eterno. porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber.’

Pensar en el fin del mundo y en el juicio final es algo que a simple vista no nos gusta, pues… eso de que se vayan a descubrir nuestros secretos enfrente de toda la humanidad, como que más bien nos asusta. Sin embargo, si reflexionamos un poco, descubriremos que no es tan terrible como parece:

En primer lugar, hay que darnos cuenta de que, en el Juicio Final, no sólo se sabrá lo malo, sino que también todos nuestros méritos que sólo Dios y nosotros mismos conocemos, serán mostrados a todos.

En segundo lugar, debemos pensar en la cantidad e veces que nos hemos quejado con razón, de que hay muchas injusticias en el mundo: personas que se enriquecen a costa del trabajo de otros, personas que mienten para destruir la vida de otros, culpables que permanecen sin castigo alguno. ¿Cómo pueden existir estas situaciones si Dios es justo? Dios conoce estas injusticias, pero las permite porque respeta la libertad del hombre.

Pero, cuando se cumpla el tiempo, llegará el momento del Juicio y Dios nos dará a cada uno lo que justamente merecemos. Ese día se acabarán todas las injusticias.

El juicio final es la prueba de que Dios es infinitamente justo y ha dispuesto todo con sabiduría para que la verdad se conozca y se aplique la justicia en cada hombre con el destino eterno que él mismo se haya merecido.

¿Cuándo será el juicio final? 

El mismo Jesucristo nos aclaró que ni siquiera Él conoce el día ni la hora en que se llevará a cabo este acontecimiento, sino sólo Dios Padre. Así que no debemos dejarnos engañar por personas que pretenden conocer la fecha del fin del mundo. No debemos preocuparnos por intentar conocer esa fecha, sino sólo por estar siempre bien preparados, pues no sabemos en qué momento sucederá.

Para profundizar, puedes leer el Catecismo de la Iglesia Católica núm. 668 – 682, 1021-1023, 1038-1042, 2831

Carlos Espinosa

(Tomado de www.es.catholic.net)

¿Por qué sufren los niños y los inocentes?

Pregunta:

Estimado Padre:
Algo que nunca he podido entender es el tema del dolor de los niños y de las personas inocentes. ¿Por qué Dios lo permite? ¿Acaso no es Dios? ¿Acaso no puede impedirlo? Estas preguntas a veces me quitan el sueño… y a veces parece que me pueden quitar incluso la fe. Ayúdeme.

Respuesta:

En nuestra página El Teólogo Responde encontrará un par de respuestas relacionadas con el tema del ‘la existencia del mal y del dolor’ y del misterio que encierra. Pero creo que para su pregunta puntual este artículo de Sebastián Sánchez puede representar la respuesta más precisa y magnífica. Resume el autor el pensamiento del Venerable Don Carlo Gnocchi y de una pequeña joya de la teología católica, su obrita: ‘Pedagogía del dolor inocente’. Léalo; no tiene desperdicio.

P. Miguel Ángel Fuentes

El título original de este artículo es: ‘Breve semblanza de la figura y pensamiento del padre de los niños mutilados‘, pero supera la pura semblanza y responde al tema del dolor del niño y del inocente.

Tomado de la Revista Arbil nº 87 

por Sebastián Sánchez

Según la acertada expresión de S.S. Juan Pablo II, Don Carlo Gnocchi, un desconocido para las generaciones hodiernas, fue uno de los más eminentes apóstoles de la Caridad del siglo XX dedicado especialmente al auxilio, espiritual primero y físico después, de los niños sufrientes. Su figura debe ser justipreciada en estás épocas de diabólica inquina contra la niñez

Vida y obra

Nació Don Carlo Gnocchi en San Colombano al Lambro el 25 de Octubre de 1902. Siendo muy pequeño, apenas cinco años, Carlo perdió a su padre y se trasladó a Milán con su madre y sus dos hermanos, Andrea y Mario, quienes poco después murieron víctimas de la tuberculosis. Apenas unos años más tarde ingresó al seminario del Cardenal Andrea Ferrari y en 1925 fue ordenado sacerdote del Arzobispo de Milán, Eugenio Tosi. El 6 de junio de ese año celebró su primera misa en Montesiro.

En 1936 el Cardenal Ildefonso Schuster lo nombró director espiritual de la escuela del prestigioso Instituto Gonzaga de los Fratelli delle Scuole Crist iane. Allí, Don Carlo se dedicó profundamente a estudiar y escribir sobre pedagogía, una de sus más grandes preocupaciones. Hacia fines de esa década, el Cardenal Schuster le encomendó la asistencia espiritual de los estudiantes de la Universidad Católica de Milán y en ese puesto lo encontró el inicio de la II Guerra Mundial, hacia la que partieron muchos de sus jóvenes universitarios. Por ello, sin dubitaciones, el P. Gnocchi se enroló como capellán voluntario del batallón alpino Val Tagliamento con el que fue destinado al frente greco albanés. Una vez terminada la Campaña de los Balcanes, y luego de un breve interregno en Milán, Don Carlo partió nuevamente al frente, esta vez a la Rusia desangrada por los rojos, junto a los alpinos de la División Tridentina . Allí comenzó su peregrinar por el dolor y el horror y, al mismo tiempo, su más grande aventura evangélica.

Una oscura y helada noche de enero de 1943 encontró a Don Carlo marchando junto a sus soldados en la dramática retirada del contingente italiano, poco después de ser derrotados por los comunistas. Mientras marchaba daba ánimo a los heridos y ateridos milites hasta que, extenuado por el dolor y vencido por el frío, se dejó caer junto a un grupo de agotados soldados a la vera del helado camino ruso. Poco después, un médico amigo pretendió recogerlo pero él, casi agonizante, se negó a dejar a sus soldados. Mas éstos le dijeron una y otra vez: ‘Id, Capellán, ayudad a nuestros hijos, amparad a nuestros huérfanos’. Estremecido por el pedido, Don Carlo aceptó ser trasladado a un hospital de campaña en el que se recuperó de las heridas del cuerpo. Allí terminó la guerra para él.

Una vez retornado a Italia, el P. Gnocchi comenzó su peregrinación por el Valle Alpino buscando a los huérfanos, en cumplimiento de la palabra empeñada a sus alpinos en Rusia.

En 1945 fue nombrado director del Istituto Grandi Invalidi de Arosio donde acogió a los primeros huérfanos de guerra y niños mutilados. De ahí en más una maravillosa obra coronaría los esfuerzos de nuestro sacerdote. En 1949 obtuvo su primer reconocimiento: el permiso para la fundación de la Federazione Pro Infanzia Mutilata. A partir de ese momento comenzó a fundar colegios para los niños mutilados y para los acuciados por una terrible enfermedad: la poliomielitis. Así nacieron los colegios de Parma (1949), Pessano (1949), Turín (1950), Inverigo (1950), Roma (1950), Salerno (1950) y Pozzolatico (1951).

Víctima de un tumor maligno incurable, Don Carlo Gnocchi partió a la Casa del Padre el 28 de febrero de 1956 en Milán. Italia entera se dispuso entonces a darle el último adiós al ‘padre dei mutilatini’.

Treinta años después de su muerte, el Cardenal Carlo María Martini instituyó el Proceso de Beatificación, cuya fase diocesana concluyó en 1991. El 20 de diciembre de 2002 el Papa Juan Pablo II lo declaró Venerable.

La Teología del dolor

Sin duda la obra del P. Gnocchi ha sido impresionante pero de poco habría de estimarse si no se comprende el sentido último que le impuso desde un primer momento. No fue filantropía la que lo movió a ocuparse de los niños sufrientes pues para ello hubiese bastado con la acción de las muchas logias masónicas que asolaban, y asolan, a Italia. Nuestro sacerdote no padeció la tara ideológica del progresismo eclesial que considera a la Iglesia una ‘agencia social’ y, justamente por ello, pudo dar testimonio del valor del dolor de los niños. Testimonio indeleble unido a la Tradición de la Iglesia para ejemplo del mundo.

Para que no hubiese confusiones respecto de su obra el P. Gnocchi escribió un libro precioso en el que magistralmente conjuga sus dos amores primeros: la enseñanza y la atención de los niños dolientes. De ese modo, el breve ‘Pedagogía del dolor inocente’ resulta ser su obra magna, en la que retoma la Tradición inefable y el Magisterio Auténtico para presentar las razones que deben mover a respetar y, en cierta medida, venerar el carácter salvífico del dolor de los niños. En ese sentido, esta pequeña gran obra es un antecedente de la magnífica Carta Apostólica Salvifici Doloris de Juan Pablo II, en tanto magnífica exposición de la ‘teología del dolor’.

Don Gnocchi señala que la comprensión del dolor de los pequeños es la clave para comprender cualquier dolor y, puesto en esa tarea aprehensiva, concibe el sufrimiento humano en general como parte de una arcana solidaridad que ‘actúa en sentido vertical y en sentido horizontal, vincula a los miembros con la Cabeza y a todos los miembros entre sí’. Del mismo modo, el Santo Padre, en la Carta citada dice que ‘aunque el mundo del sufrimiento exista en la dispersión (en forma individual), contiene en sí un singular desafío a la comunión y a la solidaridad'(Salvifici Doloris, N°8).

Dos fuentes tiene entonces el dolor de niño: sufre en primer término por su condición de hombre, responsable en esencia del pecado original y ‘por consiguiente implicado en su secular expiación’. He allí su solidaridad vertical.

Pero el niño sufre también, y esta es la base de la solidaridad horizontal, por los pecados y abominaciones cometidas por todos los hombres. Razón ésta, dice Don Carlo, que ‘debería servir de freno al hombre cada vez que se siente tentado a pecar’.

Para el primer caso, el ‘remedio’ es el óleo y el crisma del Santísimo Sacramento del Bautismo. Para el segundo, vale la reiteración, que los hombres se guarden de pecar convirtiéndose al Bien, la Verdad y la Belleza en tanto aceptación del llamado de Cristo.

Sin embargo, y pese a esta explicación, el hombre se pregunta: ‘¿Por qué sufre este inocente? ¿Por qué se abaten sobre él las iniquidades de los esbirros del Mal?’ ¿Por qué, Señor, no he de ser yo, pecador miserable, quien sufra en vez de esta criatura pura? En la base de estos interrogantes se encuentra el argumento que, como dijera en su día Gilson, más conquistas ha propiciado al ateísmo: ‘Si Dios existe, ¿por qué el mal?’.

La respuesta a esta cuestión nos la ha dado el Apóstol de los Gentiles cuando dice: ‘Cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo’ (Col 1, 24). La comprensión del dolor inocente se completa y plenifica al advertir que el Cordero de Dios es el arquetipo del sufriente puro e inocentísimo. Alzando nuestra mirada al Varón de Dolores, como proféticamente lo llamara Isaías, nos acercamos al misterio inefable que permite aprehender el porqué del dolor de los niños.

En efecto, para la remisión total de los pecados del mundo era necesaria tal pureza en la víctima que sólo Dios podía poseerla y por ello envió a su propio Hijo sobre la tierra a morir en la Cruz. Pero para completar el sufrir del Ungido, como enseña San Pablo, es necesaria la más alta contribución que el hombre puede brindar: el ofrecimiento de las almas que sufren sin el peso de las propias culpas personales, al modo de Nuestro Señor.

‘El niño doliente – dice el P. Gnocchi – es un pequeño cordero que purifica y redime’. Es por ello, como dijera Pío XII en su hora, ‘un sacrificio viviente de la humanidad inocente por la humanidad pecadora’. Cada niño mancillado es, en virtud del Misterio, un precioso intercesor y mediador de gracias.

La Pedagogía del dolor inocente

El P. Gnocchi llega al núcleo de su obra cuando advierte que los educadores cristianos, es decir los padres, los sacerdotes y los maestros, deben conocer y aplicar los principios de la ‘pedagogía sobrenatural del dolor’. Tienen el deber de procurar, en cada niño sufriente, la conciencia y el sentido del valor de su dolor. El pequeño ha de reconocer así que el fin último de su pesar es Cristo crucificado que sufre con él y por él por la remisión de los pecados del mundo.

Sin esta conciencia debidamente inspirada por los educadores cristianos se produce un ‘enloquecedor derroche’ pues el niño no sabe porqué sufre (una razón más, vale agregar, para resistir el avance destructivo del laicismo anticristiano en nuestras escuelas). Si los pequeños no alcanzan esta conciencia, nos dice Don Carlo, ‘se priva a Cristo y a la Iglesia del tesoro insustituible y precioso del dolor infantil’.

En efecto, la casi siempre impertérrita desatención hacia las ‘cosas del Cielo’ suele impedir a los hombres advertir el enorme valor de tesoros espirituales como éste, escondido en las almas de los inocentes.

Es cierto que Don Gnocchi, testigo inmediato de la orfandad, enfermedad y mutilación de los niños, dedica poca atención al sufrimiento moral de los mismos. Pero es verdad también que vivió en una época signada por la guerra y en la que todavía no se vislumbraban los oscuros contornos de la Cultura de la Muerte. Hoy, el ‘dolor del alma’ de los pequeños es cosa cotidiana, asediados como están por quienes con escarnio e irrisión los hacen objeto de las más terribles atrocidades. Don Gnocchi no llegó a conocer la prostitución infantil institucionalizada, el aborto considerado como derecho humano, la ideología de género embebiendo toda perversa educación sexual. No alcanzó a ver, ¡feliz de él!, la retorcida pretensión destructiva de la niñez de los ‘defensores de los derechos de los niños’ que ocupan sitiales de honor en los organismos internacionales ni escuchó los argumentos a favor de la eutanasia de los niños enfermos, bajo pretexto de ‘no hacerlos sufrir’. Valga esto de excusa suficiente para algunas omisiones, que hoy en día resultarían del todo inadmisibles.

El Buen Combate por los niños dolientes

Grande yerro se comete si se cree que de lo antedicho se colige la pasividad ante el sufrimiento de los niños. La necesidad de adquirir el sentido de la sublime teología del dolor y su consecuente pedagogía, no invalida en absoluto el hecho de combatir la iniquidad del ‘mundo’ hacia los que sufren, especialmente contra los débiles e inocentes.

Lo sostiene con vigor el Santo Padre al advertir que ‘el Evangelio es la negación de la pasividad ante el sufrimiento’ (S.D., N° 29) Nada puede, ni debe, abolir nuestra pena cuando asistimos a la visión de un niño mancillado en su pureza, vulnerado en su inocencia.

Lo ha dicho el Señor a los justos que piadosamente acunaron a los párvulos: ‘Todo lo que hiciereis a uno de mis pequeños, a Mi me lo hacéis’ (Mt 10,42). Pero también sentenció a los impíos que los avasallaron: ‘En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo’ (Mt 25,45)

Apremia el derecho y la obligación del combate contra los que propalan el dolor físico y moral a niños. Son sus enemigos y por ello lo son de la Iglesia y de Cristo mismo.

El Buen Combate que ha de librarse es ante todo interior, para evitar que los párvulos sufran por la remisión de nuestras miserias. Pero es también exterior pues se trata, como dice Juan Pablo II, de ‘la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal que nos presenta el mundo contemporáneo’ (S.D, N° 31)

Por ello, y se nos disculpará lo atrevido de la afirmación, restaurar los verdaderos derechos (naturales y sobrenaturales) de los niños es restaurar de los derechos de Cristo Rey. Es, en definitiva, iniciar el tránsito por el largo y providencial camino hacia la Restauración de Cristo en todas las cosas.

¿Cómo comenzar? Hagamos lo que nos ordena el P. Gnocchi: todas las mañanas besemos el corazón de nuestros pequeños para reconocer allí la Santísima Trinidad presente y operante.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

¿Cómo pueden pecar los ángeles teniendo una inteligencia superior a la del hombre? ¿Fue Dios injusto con los demonios?

Pregunta:

Hay algo que no entiendo en lo que se refiere a la rebelión de Satanás y los demonios.
Se dice que Satanás y sus demonios fueron creados ángeles. Y por lo mismo, provistos de una inteligencia superior y de todas las cualidades angélicas.
Si verdaderamente esto es cierto, su inteligencia indudablemente tuvo que llevarlo a concluir todas las consecuencias de su proceder, es decir su ruina y su fracaso.
¿Por qué entonces emprendió una guerra que -si es cierto que él está superiormente dotado- está en condiciones más que suficientes para prever su final?
Es como si estos ángeles, seguramente capaces de elaborar las 5 vías de Santo Tomás y 220 como esas (o tal vez una sola pura y simple que las reúna a todas) hubieran deliberado de una forma que en palabras humanas podría ser así:
‘El recto razonamiento nos lleva a concluir que Dios es nuestro Creador y nuestro Señor y que su razón debe ser la norma de nuestros actos y aún así no serviremos.
Sabemos que somos simples criaturas que debemos a Dios el existir y todo lo bueno que tenemos, y aún así no serviremos.
Sabemos que al obrar así vamos en contra de nuestra propia naturaleza, y aún así no serviremos.
Sabemos que esta negativa es necia y sin sentido, y aún así no serviremos.
Sabemos que la consecuencia de nuestra decisión será un castigo tremendo, eterno, incancelable, inevitable, y aún así no serviremos.
Sabemos que el anteponernos a Dios es una ilusión y un espejismo, y aún así no serviremos.
Sabemos que es absolutamente imposible que ganemos la guerra, y aún así, la emprenderemos.
Sabemos que el tentar a los humanos y arrastrarlos hacia nuestro destino no disminuirá nuestro sufrimiento y aún así lo haremos.
Sabemos que nuestra empresa está condenada de antemano al fracaso total y rotundo y aún así lo intentaremos.
Etc, etc.’
¿qué clase de decisión ha sido ésta, que cualquier tonto se daría cuenta de su necedad?
Un amigo mío sintetizó mi duda en un “Parecería…” de esos de santo Tomás: ‘Parecería que siendo los ángeles seres inteligentes y siendo que su inteligencia les permite conocer la verdad de la omnipotencia divina, es imposible la rebelión ya que es contraria a la misma razón.’ También la caracterizó de esta forma, que me pareció exacta: “Me parece que tu pregunta apunta más no a la posibilidad metafísica y moral de la apostasía angélica (causa formal), que desde el punto de vista de la razón es absolutamente posible, como estuvimos viendo; sino a la causa psicológica (eficiente), si vale el término, que determinó la rebelión”.
Bueno Padre, simplemente quería precisar un poco más mi inquietud para cuando se pueda ocupar de ella. Faltaría añadir algo, que si he de ser honesto conmigo mismo, con usted, y con Dios, no puedo omitir: es el temor que subyace en esta duda de que Dios haya sido injusto con Satanás y los diablos…

Respuesta:

Estimado:

1. Lo primero que hay que tener en cuenta, desde el punto de vista teológico-especulativo, es el principio de la analogia fidei , la ‘analogía de la fe’, por la cual se ve que, además y junto a la armonía, hay un orden y una jerarquía de verdades de fe. Por eso mismo, unadificultad que se nos pueda plantear de orden o nivel menor no puede nunca convertirse en algo que ponga en duda una verdad de orden mayor; antes bien, es a la luz de la verdad de orden mayor que se tienen que resolver las dificultades de orden menor. Dios es la suma bondad, benignidad y justicia: no puede hacer más que el bien y hacer justicia; de tal manera que la culpa de la condenación eterna es toda y exclusivamente del condenado, ‘Dios no crea el mal, no causa el mal, no quiere el mal’. Es decir, que una dificultad en un ‘Tratado’ secundario y acerca de un tema de libre discusión como el modo de la elección del mal por parte de los ángeles caídos, no puede ser objeción seria a una verdad de fe definida, como lo es la infinita bondad de Dios.

2. Por otra parte, es necesario tener en cuenta que, en el orden ontológico y metafísico, uno es el plano del verum (lo verdadero) y otro el del bonum (lo bueno), uno el plano de la inteligencia y otro el de la voluntad. Ciertamente, para que la voluntad se arroje a un objeto, hace falta que le sea presentado bajo algún aspecto de bondad, y esto corresponde a la inteligencia. Pero la voluntad no es una simple ‘prolongación’ o ‘rémora’ o ‘función segunda’ de la inteligencia, sino que tiene un propio círculo de acción, con una manera propia y específica de actuarse: la activación de la voluntad no es una simple consecuencia de la presentación de la bondad del objeto.

Santo Tomás toca esto muy bien en la Cuestión VI De Malo, donde llega a decir que lo que mueve a la voluntad no es la simple bondad del objeto, el bonum , sino el bonum ut conveniens (lo bueno como conveniente). En consecuencia, por más que el espíritu caído esté intelectualmente convencido de que Dios es el sumo bien, y de que le debemos todo, etc., sin embargo, no llega a evaluar existencialmente esta situación como conveniens , como buena para él en concreto, ya que le exige una sumisión. Esto toca ya el aspecto moral-existencial.

3. La posibilidad de rechazar así al Sumo Bien en una inteligencia y en una voluntad como la angélica, implica ante todo la distinción real de ambas facultades: por eso es que el actuarse de la una no es reductible al actuarse de la otra. De ahí que también la voluntad pueda tener un dominio de ejercicio sobre la inteligencia, en virtud del cual aplica y dirige la inteligencia a ejecutar su acto: ‘intelligo enim quia volo’ (entiendo porque quiero), dice santo Tomás en la cuestión que recién citamos. En razón de este dominio de ejercicio la voluntad tiene el poder de volcar el acto intelectual sobre un objeto u otro, sobre un aspecto u otro, etc. Esto en cuanto al aspecto psicológico.

En cuanto a la ‘mecánica’ -el término es inexacto, habría que decir ‘proceso’, ‘dinamismo’- psicológica de la producción del acto, la actuación de dicha posibilidad es expresada por santo Tomás en términos de ‘no consideración’: la voluntad angélica ‘tuerce’ y ‘pliega’ a la inteligencia para que no le muestre toda la bondad del objeto, y para que le muestre la conveniencia en concreto, para ella, de no someterse a Dios como norma superior, y guiarse solamente bajo la luz de su inteligencia natural excluyendo la regulación por una norma superior. Por eso es que el pecado angélico, como cualquier pecado, no tiene una explicación racional, en el sentido de que no tiene una razón : antes bien, consiste en la decisión lúcida de obrar al margen de la norma de una razón (superior), es decir, de no aceptar someter su inteligencia natural (y su voluntad) a una luz superior. No es que el ángel caído caiga a pesar de ver las razones para no caer , sino que cae porque no quiere ver razones . Es, en el orden del espíritu puro, algo análogo a lo que ocurre con la persona apasionada. La causa psicológica ‘eficiente’ (deficiente) es, por lo tanto, la voluntad misma del ángel que se curva sobre sí y arrastra consigo a la inteligencia misma:‘Esta manera de pecar no implica ignorancia, sino sólo la ausencia de consideración de lo que hay que considerar. Y es de esta manera que el ángel pecó, convirtiéndose por su libre albedrío al propio bien, sin ordenación a la norma de la voluntad divina’ (S. Tomás, S. Th., I, 63, 1 ad 3). Más preciso aún en la Q. XVI De Malo, a. 1: ‘En los ángeles hay un conocimiento, el intelectual, que debe ser dirigido según la norma de la sabiduría divina. Por eso en su voluntad puede haber pecado, por el hecho de no querer seguir el orden de una norma superior, la sabiduría divina. Y es de esta manera que los demonios se han hecho malos por su voluntad’. 

4. La posibilidad teológico-existencial, entonces, está en que el ángel conoce sólo vagamente ( indeterminate ) y no detalladamente ( determinate ) el fin últimosobrenatural . Y como este fin excede la capacidad natural de comprensión de su inteligencia, hay un margen para la decisión, para aceptarlo o rechazarlo ( S. Th., I, 62, 1 y 2).

P. Miguel A. Fuentes, IVE

mujeres apóstoles

¿Por qué Cristo no eligió Mujeres Apóstoles?

Pregunta:

Hola! Soy Trinidad M., desde Argentina. Le pregunto … ¿por qué Cristo eligió 12 apóstoles varones Y POR QUÉ NO ELIGIÓ MUJERES? Desde ya muchas Gracias!
Trini

Respuesta:

Estimada Trini:

Jesucristo era totalmente libre de elegir a quien quisiera, y no tenemos forma de comprender los últimos motivos de sus decisiones, salvo las razones de conveniencia, la cuales en este caso vienen porque los apóstoles, siendo varones, eran signo más próximo de Cristo-varón.

De todos modos, hay que tener cuidado de presentar las cosas así, porque parece que Dios hubiese elegido sólo hombres para sus más importantes misiones, y no es así. La persona más importante en la historia de la redención, después de Jesús, es la Virgen María, que es reina de los apóstoles; y además junto a los apóstoles seguían a Jesús un grupo de mujeres muy valientes que fueron quienes lo acompañaron en la cruz y quienes fueron a su sepulcro la mañana del domingo. Las mujeres, sin haber sido elegidas por Dios para el sacerdocio (porque el sacerdocio es participación del sacerdocio de Jesús y Jesús fue varón) han tenido una misión muy importante, y la siguen teniendo.

Puedes ampliar este tema en los artículos que he escrito en El Teólogo Responde sobre ‘el sacerdocio femenino‘.

En Cristo y María.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

títulos

¿Por qué la Virgen María tiene tantos títulos?

Pregunta:

Por favor gostaria de saber mais porque Maria santissima tem tantos titulos e nao so um como por exemplo nossa senhora de medjgore, nossa senhora de aparecida por favor aguardo resposta. Fiquem com Deus e o amor de Maria.

Respuesta:

Estimado:

Los títulos vienen dados por los fieles o por la Iglesia para recordar los lugares donde la Virgen ha derramado sus gracias o los acontecimientos en los que ha intervenido.

Nos ayudan a tener presente su constante actuación a lo largo de la historia y de los diversos lugares del mundo.

De todos modos el título central es uno: Madre de Dios; ésta es la razón por la que recibió todos los demás privilegios.

En Cristo y María.

P. Miguel A. Fuentes, IVE