humanae vitae

La Humanae Vitae ¿una encíclica profética?

Pregunta:

La encíclica Humanae vitae del Papa Pablo VI ¿predijo lo que hoy sufre la sociedad actual?

Respuesta:

La Humanae vitae es una encíclica profética por muchos motivos[1]. Es profética en sentido amplio, es decir, es un tes­timonio del Magisterio, de su compromiso con la verdad que no se casa con ninguna conveniencia política ni económica, ni aun cuando esto pueda acarrearle la oposición y la persecución del mundo. Los profetas, en su tiempo, fueron considerados aguafiestas.

Pero además es profética porque contiene profecías. O, si se prefiere, preanuncios. No son profecías por la oscuridad de las verdades anunciadas; al contrario, cualquier persona de mi­rada perspicaz habría sabido leer, como Pablo VI, los efectos en sus causas. Pero, de hecho, en tiempos de su publicación, estas afirmaciones fueron consideradas exageraciones y afirmacio­nes negativas, incluso por destacados teólogos.

Y sin embargo, se han cumplido como decía Pablo VI, en contra de sus detractores.

Las principales profecías están en el n. 17 de la encíclica: “Los hombres rectos podrán convencerse todavía más de la consistencia de la doctrina de la Iglesia en este campo si re­flexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regula­ción artificial de la natalidad. Consideren, antes que nada, el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto, tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también te­merse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, lle­gase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada. Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de autoridades públicas despreocupa­das de las exigencias morales. ¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? En tal modo, los hombres, queriendo evitar las dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad con­yugal (…)”.

Se trata, como puede verse, de cuatro consecuencias preanunciadas por Pablo VI como fruto de la difusión de la mentalidad anticonceptiva. Las cuatro se han verificado ampliamente.

  • El camino de la infidelidad

“[Se abriría un] camino fácil y amplio… para la infideli­dad conyugal”. Para esta altura de los tiempos, la infidelidad matrimonial (es decir, el adulterio) hace rato que es uno de los dramas conyugales más alarmantes… que, lamentablemente ha dejado de inquietar a los hombres de bien como debería. El diario La Nación, en su edición del 19 de marzo de 1997, bajo el título “Adulterio: nuevo furor sobre un viejo pecado”, cita el estudio realizado por Shere Hite utilizando un cuestionario im­preso en “Penthouse y otras revistas para adultos” (téngase en cuenta que se trata de una encuesta realizada entre un público libertino y adúltero); según ese estudio el 66% de los hombres y el 54% de las mujeres consultadas en Estados Unidos afir­maban haber tenido al menos una aventura adulterina. Se cita también el sondeo —hecho con técnicas de muestreo más con­fiables— de NORC (año 1994, también en Estados Unidos); éste señalaba una praxis del adulterio en el 21,2% de los hom­bres y en el 11% de las mujeres[2].

Si bien todos los datos que nos llegan por los medios de difusión deben tomarse no ya con pinzas sino con tijeras de podar, de todos modos, no nos debería sorprender que estos números se aproximaran a la realidad, pues esto no es más que la lógica consecuencia del brete cultural en que nos encontra­mos. Entre muchas causas quiero destacar dos.

La primera es la mentalidad divorcista que ha sumergido la institución matrimonial en una crisis agudísima que amenaza con sofocarla. La experiencia del divorcio en la Argentina es elocuente: éste ha engendrado más divorcios y separaciones, menos matrimonios, más concubinatos, menos hijos por ma­trimonio, más hijos fuera del matrimonio (un estudio estable­cía que en 1995 el 45% de los argentinos nacieron fuera del matrimonio) y envejecimiento poblacional[3]. La situación de los divorciados vueltos a casar, aunque sea dolorosa y pasto­ralmente merezcan un cuidado singular por parte de la Igle­sia[4], es, sin embargo, una situación de adulterio; el hecho de que el fenómeno se extienda cada vez más debe preocuparnos seriamente.

La segunda causa es, precisamente, la incomprensión de la enseñanza de la Humanae vitae (cf. HV, 12) sobre la indisolubilidad de los dos significados o dimensiones del acto conyugal (unión sexual y apertura a la vida), que trataremos más adelante. Mantener la unidad de ambos aspectos es condición esencial para respetar la “totalidad” de la entrega matrimonial. El matrimonio es “uno con una para siempre”, para “dar en cada relación sexual la totalidad de sí mismo, es decir, incluso la capacidad procreativa”. Cuando este segun­do elemento se torna superfluo o se deja librado a la arbi­trariedad, a la postre deja de entenderse el valor del primero (la fidelidad). La anticoncepción (que voluntariamente des­poja al acto sexual de su valor procreador) lleva a entender la donación conyugal de forma mezquina, como un amor a medias, un regalo truncado. Quien se acostumbra a este modo (parcial) de darse, puede terminar preguntándose qué mal hay en reservarse también parte de sus sentimientos para compartirlos con alguien distinto de su legítimo cónyuge, al menos en alguna aventura pasajera sin afán de llegar a una separación definitiva.

  • La degradación moral

“(…) La degradación general de la moralidad”.

No hace falta ser muy sagaces para percibir el nivel de degradación que la moralidad ha alcanzado en nuestro tiempo. Ni tampoco el nexo de causalidad que esta situa­ción guarda con la anticoncepción. La revolución cultural que viene rondando desde 1968, y que se caracteriza, entre otras cosas, por una devaluación del sexo, no hubiera sido posible ni sostenible sin un fácil acceso a una anticoncepción eficaz.

El deseo sexual está hoy en día descontrolado, y ha lle­gado a un destape total sin pudor[5]. Más aún, vivimos ya bajo lo que se ha dado en llamar “Inquisición gay” que impone la ideología homosexualista hasta en la educación escolar pri­maria[6]. Ya no existe área cultural, ni edades que estén prote­gidas contra el desenfreno sexual. A punto tal que un diario liberal como “II Corriere della Sera”, llega a denunciar en su edición del 10 de diciembre de 2007, que “las adolescen­tes están cada vez más sometidas al hedonismo”. El artículo presenta el libro de la feminista Carol Platt Liebau que lleva por título Mojigatas. Cómo la cultura obsesionada por el sexo daña a las chicas. Ésa es la situación: obsesión y sometimiento por la tiranía sexual.

La plaga de la pornografía y el creciente fenómeno de la adicción al sexo y de los actos en que el sexo se relaciona con la violencia son testimonio elocuente de este drama. También el boom de las enfermedades sexuales que afecta, en EEUU, a una de cada cuatro chicas[7].

A su vez la anticoncepción ha abierto la puerta del aborto, llevando a la sexualidad desenfrenada a su último escalón de oprobio: el asesinato del fruto inocente del desorden de sus padres[8].

Es incontrovertible que la anticoncepción facilita las re­laciones sexuales y aun la clase de actitudes y de moral indivi­dual que más fácilmente conducen al aborto.

  • La pérdida de la dignidad de la mujer

“Podría también temerse que el hombre… acabase por perder el respeto a la mujer”. El Papa advirtió que la prácti­ca de la anticoncepción llevaría al varón a perder su respeto por la mujer y “ya [no se preocuparía] de su equilibrio físico y psicológico”, al punto tal que la consideraría “como simple instrumento de goce egoísta y no como su respetada y amada compañera”.

La anticoncepción, como vio con acierto Pablo VI, no ha liberado a la mujer sino que la ha convertido en instrumento del placer. En un aparejo al servicio del consumidor lujurioso a quien llega por innumerables canales. El dinero que se mueve con las imágenes sexualizadas de mujeres (que es la mayor parte de la industria pornográfica) oscila en la actualidad en los sesenta mil millones de dólares anuales. En Estados Unidos, el 40% de to­dos los usuarios de Internet al menos una vez al mes incursionan en este campo. En el resto del mundo no es muy diferente.

El exagerado feminismo también ha conspirado ac­tivamente hacia la deshumanización de la mujer. Helen Alvare, profesora de la “Universidad Católica de América” en Washington que ha sido portavoz de la Conferencia Epis­copal de Estados Unidos sobre cuestiones relativas a la vida humana, ha dicho durante el congreso vaticano sobre “Mujer y varón, la totalidad del humanum” (febrero de 2008) que “las mujeres han contribuido a fomentar el consumismo que las cosifica”; señalando como uno de los aspectos más pre­ocupantes de la actual situación “el grado en el que las mu­jeres, individualmente y a través de grupos organizados, han asumido su propia cosificación como artículos de consumo… Las mujeres se rebajan a sí mismas persiguiendo la creencia de que esto les llevará a la unión con un hombre”. No sólo se cumple plenamente la profecía divina del Génesis (“Tu deseo se dirigirá hacia tu marido y él te dominará”: Gn 3, 16), sino que se ha sobrepasado ampliamente desde que la mujer está hoy esclavizada no por su esposo sino por los anónimos con­sumidores de lujuria.

  • Política y demografía

“Se llegaría a poner un arma peligrosa en las manos de las autoridades públicas despreocupadas de las exigencias mo­rales”. Desde que estas palabras fueron escritas hasta nuestros días, las políticas del control de población se han convertido en pan cotidiano. Hay numerosos países del primer mundo que condicionan cualquier discusión sobre ayuda económica o téc­nica a la aceptación de sus políticas de control demográfico, a la exportación masiva de anticonceptivos y a la introducción del aborto y de la esterilización en las legislaciones locales (es­pecialmente en los países en desarrollo).

Se habla de “reingeniería social”, es decir, de la implan­tación forzosa (a través de leyes) de una cultura anticristiana especialmente en materia sexual. Pruebas de esto son las pre­siones para imponer la ideología de género[9], la cultura gay (o sea, pro-homosexual)[10], una educación sexual que excluye a los padres[11], la aceptación de una “Carta de la Tierra” que reemplazaría los Diez Mandamientos[12], etc.

Indudablemente, Pablo VI tenía razón.

Muy pocos son, en nuestros días, los que se animarían a recordar que esta doctrina de sentido común no sólo ha sido defendida por la Iglesia católica sino por infinidad de perso­nas, muchas de ellas ajenas al pensamiento católico, y algunas incluso opuestas en otros temas. Para muestra basten algunos botones de lujo[13]:

Theodore Roosevelt (1858-1919), presidente de los Estados Unidos (1901-1909), premio Nobel de la Paz en 1906, escribió: “El control de la natalidad es el único pecado que tiene como pena la muerte de la nación, la muerte de la raza; un pecado para el cual no hay reparación”.

Sigmund Freud —enemigo de toda religión, por conside­rarla una neurosis obsesiva— señaló en su conferencia La vida sexual de los seres humanos: “El abandono de la función de la reproducción es la característica común de todas las perversio­nes. Actualmente describimos una actividad sexual como per­versa si ésta ha renunciado al propósito de reproducir y si persi­gue la obtención del placer como un fin independiente de éste. Así pues, como se verá, la brecha y punto de inflexión en el de­sarrollo de la vida sexual yace en que ésta se subordine al propó­sito de reproducción. Todo lo que ocurra con anterioridad a este viraje de los eventos e igualmente todo lo que no lo considere y que apunte exclusivamente a la obtención del placer recibe el nombre poco halagüeño de ‘perverso’ y como tal es proscrito”[14].

Mahatma Ghandi, a pesar de haber sido enérgicamente presionado por Margaret Sanger[15], la fundadora de Paternidad Planificada, resumió las consecuencias perjudiciales de la an­ticoncepción artificial diciendo: “Los métodos artificiales (de anticoncepción) son como la coronación del vicio. Hacen a los hombres y mujeres imprudentes… La naturaleza es despiadada y tendrá su gran venganza por cada violación que se le infrinja a sus leyes. Los resultados morales pueden ser solamente pro­ducidos por la restricción moral. Todas las demás restricciones hacen fracasar los mismos propósitos para los cuales fueron planeadas. Si los métodos artificiales se convierten en el orden del día, el resultado no será otro más que la degradación moral. Una sociedad que ya se ha debilitado a través de una variedad de causas estará aún más debilitada a causa de la adopción de métodos (de control de nacimientos) artificiales… En este estado de cosas, el hombre ha degradado bastante a la mujer a causa de su lujuria, y los métodos artificiales, sin importar la buena intención de sus defensores, la degradarán aún más”.

 

P. Miguel A. Fuentes, IVE, MATRIMONIO CRISTIANO, NATALIDAD Y ANTICONCEPCIÓN. A 40 años de la Humanae vitae. Un homenaje al amor conyugal, EDVE, San Rafael 2009, pp. 55-65.

 

[1] Al cumplirse los 30 años de la Humanae vitae, decía el Card. Alfonso López Trujillo, Presidente del Consejo Pontificio para la Familia: “Hace ya tres décadas que el Santo Padre Pablo VI hizo pública esta encíclica que, con sobrada razón, es hoy cada vez más reconocida como profética. Así lo hizo el Sínodo de la familia (1980); así lo testimonian episcopados, movimientos apostólicos y estudiosos en diferentes partes del mundo” (A los treinta años de la «Humanae vitae» de S.S. Pablo VI). Y al cumplirse el 40° aniversario, los obispos canadienses han publicado un men­saje donde por tres veces se hace referencia al carácter profético del documen­to de Pablo VI (Message de la Conférence des évêques catholique du Canada á l’occasion du 40e anniversaire de l’encyclique Humanae vitae, 26/09 2008).

[2] Cf. La Nación, 19/03/1997; p. 17.

[3]  Véase el estudio de Jorge Scala, Sociología de diez años de divorcio en Argentina, en: Jorge Scala y otros, Doce años de divorcio en Argentina, Bs. As. (1999); 119 ss.

[4]  Cf. Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 84.

[5]  Cf. Miguel A. Fuentes, Pornografía y sexualidad, Diálogo 12 (1995), 131-158.

[6]  Los casos de intolerancia contra quienes están en desacuerdo con la edu­cación pro-homosexual, cada vez se multiplican con mayor velocidad. Sólo para citar algunos ejemplos de los primeros años del siglo XXI, David Parker, un padre de familia que vive en Lexington, Massachusetts (USA), fue arrestado y pasó un día en la cárcel por “pretender” impedir que su hijo de 5 años fuera pervertido en las sesiones de “orientación sexual” que se impartían en la escuela; su “cri­men” consistió en que, después de agotar todas las instancias legales, pretendió asistir a una de esas sesiones, enterarse de los contenidos y exponer al director del colegio sus objeciones sobre esos contenidos pro-homosexuales. El material estaba compuesto fundamentalmente por “gráficos y fotos”. Fue detenido por la policía y pasó la noche en la cárcel con delincuentes comunes. Esposado fue llevado al día siguiente ante el juez que le impuso 1.000 dólares de fianza y la prohibición de acercarse al colegio de su hijo. En la última nota que Parker y su esposa hicieron llegar a las autoridades del colegio y del sistema educativo de la ciudad afirmaban: “Queremos dejar claro lo dicho anteriormente: No damos permiso al sistema de escuelas públicas de Lexinton a tratar con nuestro hijo temas sobre homosexualidad (trans-gender/bisexuales/parejas gays). Esta es una decisión paterna, que no queda sujeta a interpretaciones o políticas administra­tivas”. Su reclamo fue rechazado. En Canadá algunos funcionarios han perdido su trabajo por no estar dispuestos a “celebrar matrimonios entre personas del mismo sexo”. En Quensel, Columbia Británica, Estado en que se han legalizado las uniones entre personas del mismo sexo, el Dr. Chris Kempling fue suspendido en su cargo, sin goce de sueldo, por haber escrito una carta de lectores en la que criticaba el proyecto de ley que pretende instituir el llamado “matrimonio entre homosexuales”. En la carta exponía la doctrina cristiana sobre la homo­sexualidad. En London, Ontario, la Asociación homosexual para la eliminación del odio, llevó a los tribunales a los concejales Ab Chahbar y Rob Alder, cuyo crimen fue participar en una marcha en contra del proyecto de ley de redefi­nición del matrimonio. El llamado “crimen de odio” es un recurso habitual de los activistas gays. En Rancho Cucamonga (California-USA), el Pacific Justice Institute, denunció que un estudiante había sido suspendido en su escuela por llevar una camiseta que decía “La verdad es la verdad. La homosexualidad está mal”. Seis ministros episcopalianos fueron cesados en sus cargos, “por romper la comunión con la iglesia, declarando que la homosexualidad repugna a la doctrina cristiana”. Los seis pastores se opusieron abiertamente a la “ordenación episcopal” del homosexual declarado Gene Robinson, como obispo episcopaliano de New Hampshire (Connecticut, USA). Los seis perdieron sus parroquias y por lo tanto sus medios de vida (cf. Juan Bacigaluppi, “La inquisición gay”, en: Noticias Globales, Año VIII. Número 589, 25/05. Gacetilla n. 712. Buenos Aires, 7/05/2005).

[7]  Forum Libertas (www.forumlibertas.com) del 14/03/2008, titulaba un artículo: “Sigue el ‘boom’ de las enfermedades sexuales: en EEUU, una de cada cuatro chicas”. Y afirmaba: “Esterilidad y cáncer, dos posibles secuelas de las venéreas que ya afectan a más de tres millones de jóvenes de entre 14 y 19 años. El boom de las enfermedades de transmisión sexual (ETS) sigue su marcha ascendente en Occidente: Un estudio realizado en los Estados Unidos constata que una de cada cuatro chicas de entre 14 y 19 años está infectada por alguna de las enfermedades venéreas más comunes. Según el informe ela­borado por los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), esta lacra afecta ya a unas 3,2 millones de adolescentes estadounidenses.

[8]  La realidad del aborto es cada vez más escalofriante. Según el Instituto de Política Familiar de España, en ese país, en 2006 se ha llegado a cerca de 100.000 abortos, lo que supondría que “cada día en España han dejado de nacer 270 niños por causa del aborto. Esto supone que se produce un aborto cada 5.3 minutos” y que “se ha superado el millón cien mil abortos (1.119.000 abortos), desde que se legalizó en el año 1985”. (Aciprensa 3/01/2007).

[9]     La ideología de género, reconociendo la diferencia de sexos, afirma, sin embargo, que las diferencias entre varón y mujer no corresponden a una naturaleza dada, sino que son meras construcciones culturales según los estereotipos en cada sociedad. Pretende instaurar una cultura en la que cada individuo pueda escoger libremente la orientación sexual por la que sienta inclinación, independientemente de sus características biológicas. Al respecto ha dicho Benedicto XVI: “Lo que con frecuencia se expresa y entiende con el término ‘gender’, se sintetiza en definitiva en la autoemancipación del hombre de la creación y del Creador. El hombre quiere hacerse por su cuenta, y decidir siempre y exclusivamente sólo sobre lo que le afecta. Pero de este modo vive contra la verdad, vive contra el Espíritu creador” (Benedicto XVI, Discorso alla Curia Romana in occasione della presentazione degli auguri natalizi, 22/12/2008).

[10] Muchos distinguen entre “gay” y “homosexual”; por ejemplo, Richard Cohén: “El gay, hombre o mujer, es alguien que ha aceptado los deseos homosexuales y declara sentirse a gusto con esos sentimientos. La persona homosexual no gay es aquélla que no acepta esos deseos y busca cambiar. Un bisexual es alguien que experimenta atracción hacia los dos géneros. Puede aceptar estos deseos o puede intentar cambiarlos”. Consecuentemente, Lobby gay son los grupos de poder, compuestos por personas gays que intentan imponer la ideología de género (es decir: que se nace gay, y que hay que aceptarse como tal, que la orientación sexual es una opción libre, etc.) Estos grupos cuentan con potentes medios e importantes colaboradores entre los que se incluyen políticos, profesionales, empresas multinacionales, universidades, estudios cinematográficos, etc. En la actualidad el Lobby gay es, según algunos, el segundo poder económico en EEUU. De ahí su influencia social, política y cultural.

[11] “La Conferencia Episcopal Argentina, a través de su Comisión Episcopal de Educación Católica, rechazó en 2008 los Lineamientos Curriculares para la Educación Sexual Integral en las escuelas, aprobados por el Consejo Federal de Educación, por considerar que su carácter obligatorio ‘no deja mayor margen de acción a los padres para objetar aquellos contenidos que pudiesen atentar contra sus convicciones religiosas y morales’” (Cf. Noticias Globales, Año XI, n. 778, 26/08. Gacetilla n. 901. Buenos Aires, 19 junio 2008: “Argentina: educación sexual totalitaria. Se excluye a los padres; se impone la ideología de género”; cf. AICA, 18-06-08; Noticias Globales nn. 591, 745, 773, 898).

[12] “La Carta es un instrumento de la ‘nueva ética planetaria’ o ‘nueva ética universal de vida sostenible’. Procura imponer el relativismo moral y al menos el igualitarismo cuando no el indiferentismo religioso; niega la trascendencia de los seres humanos, a los que no les reconoce su dignidad, sino que los equipara al resto de las criaturas: animales, plantas…Es uno de los instrumentos más dañinos de la reingeniería social anticristiana, sobre todo por parecer inocuo y hasta positivo a los poco alertados. Adopta la perversa interpretación de los ‘nuevos’ derechos humanos. La defensa de ‘toda vida’ que dice sostener no le impide justificar el aborto, la esterilización forzosa, la eutanasia, etc. Su indigenismo es cristofóbico y promueve la vuelta al paganismo, incluso rescribiendo la Biblia en clave panteísta” (Juan C. Sanahuja, Noticias Globales, Año X, n. 725, 37/07, Informe n. 848. Buenos Aires, 31/07/2007: “La Carta de la Tierra I”).

[13]  Citados por Fagan, Patrick, La cultura de la sexualidad invertida, Diálogo 23 (1999), 105-106.

[14] Freud, Obras completas (1916-17), “Conferencias de introducción al psi­coanálisis, Parte III, Doctrina general de las neurosis”, “20a Conferencia: La vida sexual de los seres humanos”.

[15]   Margaret Sanger, feminista norteamericana, fue quien, en 1921, acuñó el slogan “Control de la natalidad para crear una raza pura”.

extraterrestres

¿Qué debemos pensar de los seres extraterrestres?

Pregunta:

¿Hay seres extraterrestres o no los hay? ¿Qué hay de verdad en esto? ¿Cambiaría nuestra fe?

Respuesta:

Estimado:

Sobre este tema Dios nada nos ha dicho. Por tanto, nada podemos saber; al menos, por el momento. ¿Puede haber otros seres en este universo? Sí, puede. ¿Los hay? No lo sabemos.

Como dice el Padre Jorge Loring, gran apologista, “la existencia de la vida inteligente extraterrestre es algo probable que no ofrece ninguna dificultad, ni a la Ciencia ni a la Religión. Pero, a pesar de todos los esfuerzos realizados, los científicos no han logrado captar ninguna señal clara de seres inteligentes extraterrestres”.

De todos modos, no hay que creer, como algunos medios informativos difunden equívocamente, que el mundo científico se inclina por la existencia de tales seres. Por ejemplo, el profesor Heinrich K. Erben de la Universidad de Bonn, reduce drásticamente la posibilidad de vida inteligente en algún otro lugar del Universo[1]. El profesor Manuel Carreira declaraba hace años: “No tenemos datos sobre la existencia de vida inteligente fuera del sistema solar. Pero es verdad que la opinión científica ha evolucionado en los últimos veinte años en el sentido de considerar cada vez más difícil el que se haya dado en otros lugares el conjunto de condiciones que se dieron en nuestro planeta, y que influyeron decisivamente en la habitabilidad y en el desarrollo de la vida hasta el hombre”[2]. Y también: “La opinión científica sobre la vida extraterrestre ha cambiado en los últimos diez o veinte años. De un optimismo que esperaba encontrar planetas habitados en todo el Universo, casi alrededor de cada estrella, a un realismo más bien pesimista. Parece difícil esperar que se hayan dado en otro sitio todas las condiciones, en el momento preciso y en la forma precisa, para que aparezca la vida y tenga la posibilidad de desarrollarse hasta donde se desarrolló aquí en la Tierra”[3].

“El paleontólogo Peter Ward y el astrónomo Donald Brownlee –dice también el P. Loring– han examinado los procesos químicos por los que se pudo originar la vida en la Tierra, y los factores ambientales que protegieron este planeta y que crearon las condiciones para que esa vida evolucione a formas complejas, algo raro en el universo. (…) . La Tierra es un planeta tan raro que no se parece a ningún otro cuerpo espacial. Condiciones para que la vida se haga más compleja: distancia adecuada al Sol para que el agua se mantenga líquida; masa adecuada del planeta para retener la atmósfera y los océanos, un vecino masivo como el planeta Júpiter que nos salva de los asteroides más peligrosos, la justa cantidad de carbono que permita el desarrollo de la vida, etc. Demasiadas casualidades para ser optimista”[4].

Según el astrónomo chileno Patricio Díaz Pazos, la probabilidad de vida extraterrestre es de: 0, 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 1 “como requisito para la existencia de algún tipo de ser viviente, en las circunstancias que conocemos”[5].

A estos datos me remito.

Bibliografía, Jorge Loring SJ, Para salvarte, 56ª edición, n.1,3 (ver la bibliografía que cita allí el autor).

[1] Diario YA de Madrid, 6-I-86, pg. 6. Citado por Loring.

[2] Manuel Carreira, S.I., Profesor de Física y Astronomía en la Universidad de Cleveland (EE.UU.), Metafísica de la materia, IX. Universidad de Comillas. Madrid. 1993. Citado por Loring.

[3] Ibid, Antropocentrismo científico y religioso. Ed. A.D.U.E., Madrid, 1983. Siempre citado por Loring.

[4] Diario LA RAZÓN, 20-I-2000, pg.36.

[5] Patricio Díaz Pazos: en Internet, www.astrocosmo.cl/astrofis/astrofis-01_11.htm.

bautismo

¿Se puede bautizar a los niños recién fallecidos?

Pregunta:

Estimado Padre, vivo en Monterrey y pertenezco a un grupo que lucha contra el aborto. Nos habíamos propuesto ir a los hospitales para bautizar a los niños no nacidos (abortados), pero el sacerdote de nuestra Parroquia me dijo que no pueden bautizarse a los niños abortados. ¿Está bien esto? En caso de que se puedan bautizar, ¿debemos hacerlo con agua bendita?

Respuesta:

 Estimada Señora:

El bautismo sólo produce su efecto sobre una persona viva. En el caso de las personas que han sido abortadas o han nacido muertas sólo se las puede bautizar (y hay obligación de hacerlo) si hay algún motivo para dudar de que de hecho esté muerta. En la práctica pastoral (o sea, en orden a administrar un sacramento) puede uno guiarse por el principio según el cual “el síntoma indiscutible de la muerte es la putrefacción del cuerpo; “cuando no se da esta señal ni, por otra parte, aparecen síntomas de vida, debe administrarse el bautismo bajo condición”[1]. Por tanto, a quien nace muerto, pero todavía no presenta signos de putrefacción se le debe bautizar bajo condición. Evidentemente esto descarta la posibilidad de bautizar a quienes son abortados con métodos que descuartizan su cuerpo (porque es absolutamente cierto que están muertos), pero no a los que son abortados por otros métodos que los hagan salir del seno materno enteramente (y, por tanto, pueda dudarse de que aún estén con vida).

            Si está vivo se bautiza de modo absoluto (es decir, con la fórmula simple: “yo te bautizo… etc.”); si está dudosamente vivo, hay que decir: “si estas vivo, yo te bautizo… etc.” (esto es lo que se llama bautismo bajo condición). No hace falta que se utilice agua bendita para esto: mientras sea verdaderamente agua, sirve.

            Como desconocemos el destino de estas almas no nos queda otra cosa por hacer que rezar por ellos y encomendarlos a Dios. Dios tiene caminos misteriosos; y de hecho el Papa Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium vitae, dice a las mujeres que abortaron “podéis confiar con esperanza a vuestro hijo a este mismo Padre y a su misericordia.’”[2]. No podemos ir más allá en nuestras conjeturas.

[1] Antonio Peinador, Moral Profesional, BAC, Madrid, 1952, n. 674. Este es un criterio muy amplio, por supuesto, y de orden pastoral (o sea, ordenado a la administración al menos “bajo condición” de los sacramentos); no va contra el criterio de muerte encefálica, que es una discusión estrictamente científica y que ya hemos tocado en otro lugar (véase al respecto: Miguel Á. Fuentes, El Teólogo Responde, vol. 1, caso 35, EVE, San Rafael 2001, pp. 147 ss; Id, El Teólogo Responde, vol. 2, caso 27, EVE, San Rafael 2002, pp. 129 ss).

[2] Evangelium vitae, n. 99.

pecados

¿Puede el confesor absolver al que se confiesa reiteradamente de los mismos pecados?

Pregunta:

Estimado Padre:

         Soy sacerdote ordenado hace pocos años. Con cierta frecuencia en la confesión me encuentro con personas que caen una y otra vez en los mismos pecados que ya han confesado. A veces me ha surgido la duda de si puedo o no darles la absolución teniendo en cuenta que es muy probable que vuelvan a cometer en poco tiempo los mismos pecados. ¿Cuál es el justo medio que debo guardar?

 

Respuesta:

Estimado Padre:

         El gran maestro en este tema fue, sin duda, San José Cafasso, quien tuvo que enfrentar no pocos prejuicios de su tiempo provenientes de las doctrinas rigoristas del jansenismo.

         Pues bien, decía él: «Es cierto que la multiplicidad de las caídas y por tanto el hábito de la culpa, especialmente en aquellos que se han confesado muchas veces y unen al hábito el ser reincidentes, deben dar origen a una prudente sospecha sobre la sinceridad de las disposiciones. Pero de la sospecha, aunque prudente, hasta la afirmación absoluta de la no existencia de disposición, hay una gran diferencia, un abismo».

         «La mala costumbre, decía también, no es señal por sí de indisposición: no es prueba y demostración, por sí misma y siempre, de falta de buena voluntad en el momento de la confesión. Puede haber en el habituado, en el momento en que se confiesa, buenas disposiciones de ánimo.

         En cuanto al penitente seriamente, aquí y ahora pronto a hacer la promesa de la enmienda, el confesor nada puede oponer a la sinceridad de su propósito, y por tanto lo puede y lo debe absolver. El confesor puede estar tranquilo.

         «Si acaso se engañase, la culpa no es suya, sino del penitente que ha fingido sentir lo que no sentía».

         Al juzgar a estos habituados se uniformaba siempre al pensamiento de San Alfonso: «Requisito para la penitencia es el propósito (acto de la voluntad) presente y no la enmienda futura».

         Él pensaba que la simple recaída no era siempre y por sí misma una señal cierta de indisposición del penitente en el momento de la confesión.

         La frecuencia de la recaída después de la confesión puede depender y depende de hecho, frecuentemente, de la negligencia sucesiva en el uso de los medios que deben impedirla.

         Para tener la certeza moral de las disposiciones en los consuetudinarios y en los recidivos, Don Cafasso, siguiendo la doctrina de San Alfonso, buscaba en ellos aquellos signos llamados extraordinarios, no porque sean estrictamente excepcionales, sino porque con ellos se consigue superar la desconfianza del confesor en la seriedad de los propósitos del penitente. Estos se dan:

      1º Cuando el penitente demuestra haber hecho un esfuerzo para evitar los pecados y las ocasiones.

      2º Cuando el penitente se acerca espontáneamente a la confesión o por cualquier motivo particular, por ejemplo: en ocasión de la muerte de algún ser querido.

      3º Cuando el penitente ha satisfecho o comenzado a satisfacer a una obligación difícil para hacer su confesión o ha tenido que soportar y vencer dificultades no pequeñas de tiempo, de lugar, etc.

         Estas señales más que extraordinarias, se deberían llamar verdaderas, es decir, tales que excluyen toda sospecha prudente de recaídas.

         En realidad, repetimos, nada tienen en sí de extraordinario. El dolor, por ejemplo, del consuetudinario y del que recae, no es necesario que tenga un carácter especial, ni que sea algo que supere al orden ordinario exigido a los demás penitentes.

         El dolor del consuetudinario y del que recae debe ser simplemente tal que por él el confesor pueda juzgar prudentemente sobre las buenas disposiciones existentes en el penitente[1].

         En esta misma línea dice el Vademecum para los confesores: «A quien, después de haber pecado gravemente contra la castidad conyugal, se arrepiente y, no obstante las recaídas, manifiesta su voluntad de luchar para abstenerse de nuevos pecados, no se le ha de negar la absolución sacramental. El confesor deberá evitar toda manifestación de desconfianza en la gracia de Dios, o en las disposiciones del penitente, exigiendo garantías absolutas, que humanamente son imposibles, de una futura conducta irreprensible, y esto según la doctrina aprobada y la praxis seguida por los Santos Doctores y confesores acerca de los penitentes habituales»[2].

P. Miguel A. Fuentes, IVE

 

Bibliografía para profundizar:

            Pontificio consejo para la familia, Vademecum para los confesores sobre algunos temas de moral conyugal, 1997.

            Chapelle, A., Vete y no peques más. Dolor y contrición en los penitentes reincidentes, en: Pontificio Consejo para la Familia, Moral conyugal y Sacramento de la Penitencia, Palabra, Madrid 1999, 81-94.

[1] Cf., Grazioli, La pratica dei confessori nello spirito si S. G. Cafasso, LDC, Torino 1960, pp. 231-233.

[2] Pontificio consejo para la Familia, Vademecum…, n. 11.

alma

¿Son aniquiladas las almas de los impíos?

Pregunta:

Pregunto ¿por qué los católicos no hacen mención de ningún versículo bíblico cuando se habla de inmortalidad del alma? Conozco bien el pensamiento de Sócrates, Platón, etc., pero quiero saber qué dice un teólogo a los pies de la Escritura.

La duda que tengo es en qué lugar de la Biblia sale que el alma es inmortal; a mí unos amigos me dicen que eso es un invento de los católicos para hablar del infierno, pero que en la Biblia no está. Que todos vamos a morir, y los malos van a ser destruidos totalmente. ¿Es así?

Respuesta:

La posibilidad de la aniquilación del alma (es decir, su destrucción total), no es una enseñanza ni cristiana, ni aceptable en cualquier filosofía realista que acepte el verdadero concepto de “espíritu”. De ahí que la enseñanza de lo que algunos han dado en llamar “aniquilacionismo”, sea una enseñanza no-cristiana. En el mundo de las sectas, probablemente fue introducida por los Adventistas del Séptimo Día, de ellos los tomó Rusell, fundador de los Testigos de Jehová, quien perteneció inicialmente al adventismo, y en la actualidad es profesada también por miembros particulares de otras sectas y denominaciones cristianas (y en general por los que no aceptan la idea de un “castigo eterno”, es decir, del Infierno, pues las dos doctrinas están muy relacionadas).

Los adventistas sostienen, de hecho, que el alma no es de por sí inmortal, y en el sepulcro queda en un estado de inconsciencia. En la resurrección se premiará a los justos con la inmortalidad, mientras que a los malos les será negada, siendo sus almas, en consecuencia, aniquiladas[1]. La existencia del infierno es, para los adventistas, una creencia popular inventada por la Iglesia Católica a la que se relaciona la de la inmortalidad del alma. Hellen Gould White, la auténtica fundadora (o re-fundadora) del Adventismo del Séptimo Día, escribe al respecto: “Cuán repugnante a toda emoción de amor y misericordia, y aun a nuestro sentido de justicia, es la doctrina de que los muertos inicuos son atormentados con fuego y azufre en un infierno eternamente incendiado; que por los pecados de una breve vida terrenal vayan a ser torturados mientras Dios viva”[2]. Considera, así una herejía de males incalculables la enseñanza de un tormento eterno: “Está más allá del poder de la mente humana el calcular el mal que ha traído la herejía del tormento eterno”[3]. Y también: “La teoría del tormento eterno es una de las falsas doctrinas que constituyen el vino de la abominación de Babilonia, del cual ella hace que todas las naciones beban… Lo recibieron de Roma… Si nos alejamos del testimonio de la Palabra de Dios, y aceptamos falsas doctrinas porque nuestros padres las enseñaron, caemos bajo la condenación pronunciada sobre Babilonia; estamos bebiendo el vino de su abominación”[4].

Los Testigos de Jehová sostienen algo similar al decir, bajo el título “Enseñanzas inspiradas por el Diablo”: “El infierno no podría ser un lugar de tormento porque una idea así nunca vino a la mente ni al corazón de Dios. Además, porque atormentar a una persona eternamente porque hizo mal en la tierra por unos pocos años es contrario a la justicia”[5]. E igualmente respecto del alma: “Fue el diablo quien dijo a Eva: ‘Positivamente no morirán’ (Génesis 3,4; Revelación 12,9). Pero ella murió; ninguna parte de ella siguió viviendo. El que el alma siga viviendo después de la muerte es una mentira cuyo originador fue el Diablo”[6].

Lo mismo se lee en el libro “De Paraíso perdido a Paraíso recobrado”: “Las personas que recibirán la ‘resurrección de vida’ serán las que ‘hicieron cosas buenas’”[7]. ¿Y los malos? “A dichas personas inicuas no se les hará volver para ser juzgadas, porque ya han sido juzgadas dignas de ser destruidas”[8]. “Puesto que el ‘infierno’ de la Biblia es el sepulcro común, dejará de existir el infierno cuando salga el último del sepulcro común. Por eso el ‘infierno’ así como también la muerte procedente de Adán serán arrojados en la muerte segunda, de la cual no hay cosa alguna que pueda volver”[9].

Se podría seguir abundando en textos y testimonios de sus muchos libros de divulgación, pero son de tenor semejante. Puede verse la síntesis que proponen ellos mismos en su sitio web oficial, al enumerar sus creencias y el fundamento bíblico que presumen tener[10]:

  • “Los malvados serán aniquilados para siempre” (fundamentos bíblicos: Mateo 25,41-46; y 2 Tes 1, 6-9).

  • “El alma humana deja de existir en el momento de la muerte” (fundamentos: Eze. 18,4; Ecl. 9,10; Sal. 6,5; 146,4; Juan 11,11-14)

  • “El infierno es la sepultura común de la humanidad” (fundamentos: Job 14,13, Scío; Rev. [Apoc.] 20,13, 14, RV, 1909).

Enseñanzas semejantes, pueden verse en autores aniquilacionistas como Clark Pinnock, quien afirma: “Nuestro Señor habló claramente del juicio de Dios como la aniquilación de los inicuos, cuando advirtió de la capacidad de Dios para destruir al cuerpo y el alma en el infierno (Mt. 10,28)”[11]. Esta doctrina, ha ido extendiéndose cada vez más en los últimos años dentro del campo evangélico (por ejemplo, la defienden F. F. Bruce, Philip Edgecumbre Huges, el anglicano John R. W. Stott). Un escritor evangélico contrario a ella, reconocía preocupado que “nunca la había visto tan diseminada como en estos últimos tiempos, en New York y en Boston”.

Entre los teólogos protestantes más serios, se ha ido también introduciendo la negación de la inmortalidad del alma (aunque aceptando una pervivencia posterior a la resurrección, al menos para los justos). Se conoce como punto de partida de esta doctrina, entre los teólogos reformados, las tesis de C. Stange –expresada en la década del ’20 en siglo XX– de la muerte total (todo el ser del hombre perece en la muerte); la resurrección es, pues, como nueva creación (re-creación) total del hombre[12]. De ahí que un teólogo protestante de gran resonancia como Oscar Cullman, publicara en 1956 una obra titulada: ¿Inmortalidad del alma o resurrección de los muertos? La teoría de Cullman es que sólo la resurrección de los muertos es una enseñanza del Nuevo Testamento; la inmortalidad, en cambio, sería una doctrina filosófica griega e incompatible con la enseñanza neotestamentaria.

Volviendo especialmente a las afirmaciones de los Adventistas y Testigos de Jehová, como hemos notado, hay dos negaciones unidas estrechamente (en lo que a nosotros nos interesa en este libro), que son la negación de la inmortalidad y la negación de la pena eterna del infierno. Las dos son tachadas como contrarias a la revelación bíblica. No voy a entrar en la discusión de fondo de estos dos problemas, pues lo he abordado en otros lugares[13], sino que pretendo solamente hacer notar su base bíblica (que es lo que niegan las sectas antedichas).

Sobre la inmortalidad del alma en la Sagrada Escritura, podemos plantearnos el problema de la siguiente manera (la única científica): ¿existe en la Escritura la idea de una pervivencia, después de la muerte, de un elemento antropológico distinto del cadáver? La pregunta encierra la respuesta indirecta, pero implicada, a la concepción bíblica del hombre; pues si la concepción es monista (una sola y única realidad), es lógico que todo perece al morir el hombre; si se trata en cambio de una antropología dualista (uso aquí la expresión sólo en el sentido de aceptación de dos elementos distintos, no en el sentido que tendrá entre los gnósticos), se puede pasar a preguntarse si uno de los dos elementos pervive tras la muerte y tras la resurrección de los muertos (recuérdese que algunas sectas dicen que queda el alma dormida o en un estado de sueño y son resucitadas sólo las almas de los buenos, mientras que son definitivamente destruidas las de los malos al fin de los tiempos).

Desde el punto de vista exegético, el argumento más fuerte a favor de una visión bíblica unitaria del hombre, es la utilización de los términos basar y nefes, los cuales –ciertamente– no hacen referencia a dos principios diferentes en el hombre (equivalentes a nuestras categorías alma-cuerpo), sino al hombre entero en cuanto que es débil (basar) y al hombre entero en cuanto viviente (nefes)[14]. No se duda de esto; pero sería falso pensar que la Sagrada Escritura sólo utiliza este lenguaje al hablar de los hombres. Por el contrario, hay que hacer dos observaciones importantes: la primera es que, si bien en los textos más antiguos, nefes significa la persona entera en cuanto viviente (no su alma –psiché en griego[15]– como la entendemos hoy), sin embargo poco a poco, en la misma Escritura, su uso va pasando a significar el alma espiritual como distinta del cuerpo; esto puede verse ya en los llamados Salmos místicos y, de modo plenamente desarrollado, en el libro de la Sabiduría. Así, por ejemplo, el Salmo 49,16 dice así: Pero Dios rescatará mi alma del sheol, puesto que me recogerá (el término que se utiliza aquí es el de nefes, pero ahora nefes cobra un sentido de mayor sustantividad e individualidad; se habla de mi alma, acentuando la relación de intimidad con Dios, de ahí que un autor de peso en cuestiones bíblicas como Coppens, sostenga que el autor bíblico afirma claramente la subsistencia del alma separada más allá de la muerte). En el Salmo 16,10 se dice: Pues no abandonarás mi alma en el sheol, ni dejarás que tu siervo contemple la corrupción, subrayando a continuación la felicidad del alma con Dios; el justo es liberado ya del sheol y llevado junto a Dios, de modo que el sheol queda reservado ya para los impíos (cuando, en un primer momento, en el sheol habitaban unos y otros aunque a diferente nivel); por tanto, en el sheol hay una pervivencia no sometida a la corrupción; de nuevo la esperanza en la resurrección del sepulcro implica que en el sheol hay un alma (identificable ahora con la psiché) con una mayor sustancialidad e individualidad. El libro de la Sabiduría se hace testigo de la inmortalidad del alma, con toda claridad (el que no lo acepten los protestantes es otro problema que se tratará al hablar del canon). Escrito para consolar a los judíos piadosos, y sobre todo, para los perseguidos a causa de la fe, se les recuerda que el justo, enseguida después de la muerte, no queda destruido, pues entra en posesión de la inmortalidad. El sujeto de esta inmortalidad es la psiché-alma: Pues las almas de los justos están en manos de Dios y no les tocará tormento alguno (Sab 3,1; se puede ver también 2,22; y todo el resto del libro). Las de los impíos, en cambio, sí conocerán el tormento (“tendrán la pena que sus pensamientos merecen”: 3,10; véase también el capítulo 5). Cuando se habla de su “suerte aventada”, de su “esperanza defraudada”, de “desvanecerse como humo”, etc., siempre se refiere a la suerte de los impíos “en este mundo”; nunca se habla de una aniquilación post-mortem.

Lo segundo que debemos decir, es que existe también otra terminología en la misma Biblia, que se usa cuando se habla del hombre muerto y que es muy antigua, y que implica la afirmación de un núcleo personal que pervive tras la muerte, distinto del cadáver. En efecto, se habla repetidamente en la Escritura de los refaim (se refiere a un núcelo vital que permanece, aunque con una existencia disminuida) que van al sheol, mientras que los cadáveres (nebeletan) sólo descienden al sepulcro. De ahí que se hable de la resurrección como una vuelta de los refaim a la vida, e incluso como asunción del cadáver del sepulcro. Hay textos que hacen referencia a la vuelta a la vida de los refaim como Dan 12,1; y otros que en esa vuelta incluyen el cadáver, como Is 26,19: Todos los muertos vivirán, los cadáveres (nebeletan) se levantarán; despertarán y exultarán los habitantes del polvo, porque tu rocío es rocío de luces y la tierra echará fuera las sombras (refaim)[16].

El texto del Nuevo Testamento más importante al respecto es Mateo 10,28, donde Cristo dice: No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma (psiché); temed más bien a los que pueden echar cuerpo y alma a la gehenna. G. Dautzenberg ha demostrado que aquí el término de psiché hay que tomarlo como alma y no como vida[17]. El cuerpo puede ser matado, pero el alma, no; lo cual corresponde a la dualidad cuerpo-alma. Decir por ello que aquí alma significa la persona entera (o la vida) es inaceptable, toda vez que va unida al cuerpo como partes que se distinguen y contraponen. Para eludir este claro testimonio, los aniquilacionistas suelen traducir el texto como “destruir el alma y el cuerpo en el infierno”, a la vez que entienden “destruir” como “dejar de existir, desaparecer”. Pero el verbo griego usado en el texto de Mateo 10,28 es “apolésai” (de “apóllumi” y “apolluô”) que tiene sentido de “quitar del medio, perder, destinar a ruina”. Se trata de arruinar no la existencia, sino la situación de bienestar (así se usa también para indicar la oveja perdida para el pastor –Lc 15,4–, el hijo pródigo perdido para el padre –Lc 15,24–, etc.). El sentido de aniquilación total (pérdida del ser, volver a la nada), no está indicado ni por los términos empleados, ni por el contexto. Es, pues, una afirmación gratuita.

En cuanto a la cuestión del infierno eterno, negado por los Adventistas y Testigos de Jehová, hay que decir que está explícitamente afirmado como eterno (además de los textos que se encontrarán en la bibliografía indicada al final del artículo) por Nuestro Señor, en particular en el texto de Mt 25,41.46: Apartáos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles… E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna. El texto de la Neo Vulgata traduce los tres términos por la misma palabra: aeternum (ignem), aeternum (supplicium), aeternam (vitam). Y el texto griego de Mateo “tó pûr tó aiônion”, “eis kólasin aiônion”, “eis zoên aiônion”. También se puede ver el texto de 2Tes 1,9: Éstos sufrirán la pena de una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel Día a ser glorificado en sus santos. Nuevamente tenemos una expresión equivalente: “ólethron aiônion” (“ólethros” significa destrucción, perdición; y aparece en varios lugares como 1Tes 5,3; 1Tim 6,9; 1Co 5,5). El término griego “aiônios” aparece en otros lugares del Nuevo Testamento como 2Tes 2,16 (hablando de la consolación eterna) o Hb 9,12 (sobre la redención eterna), significa –como puede verse en el Lexicon Graecum de Zorell–: lo que es desde la eternidad (como se usa en 2Tes 1,9; Tito 1,2), o lo que dura para siempre (como 2Pe 1,11; Mt 19,16; 25,46); y en sentido más estricto es lo que no tiene ni inicio ni fin (como se usa en Ro 16,26, Hb 9,14; 1Pe 5,10). Sólo puede entenderse la expresión en uno de estos tres sentidos; el último es exclusivo atributo de Dios; el primero implicaría la existencia del infierno desde toda la eternidad, lo cual no hace sentido aquí; queda pues que se debe referir a la perduración del mismo por toda la eternidad, es decir, sin fin.

Ésta puede no gustar, como todas las verdades amargas, pero no deja de ser verdad porque choque nuestra sensibilidad.

P. Miguel A. Fuentes, IVE.

 

Bibliografía:

Miguel A. Fuentes, El Teólogo Responde, vol. 1, Ediciones Verbo Encarnado, San Rafael 2001, pp. 183-188.

Carlos Buela, Un infierno “light”, en “Diálogo” 15 (1996), 119-156.

Miguel A. Fuentes, Las Verdades Robadas, capítulo III, San Rafael 2005.

C. Pozo, Teología del más allá, BAC, Madrid 1980; Id., Problemática de la teología católica en: AA.VV., Resurrexit. Actes du sympósium international sur la resurrection de Jésus -Roma 1970-, Vaticano 1974.

[1] Pueden verse estas doctrinas explicadas en el libro de Mariano Aboín Pintó, El Adventismo del Séptimo Día, Fe Católica Ediciones, Madrid 1974.

[2] Hellen G. White, The Great Controversy Between Christ and Satan, Pacific Press Publishing Association, 1950, p. 535.

[3] Hellen G. White, The Great Controversy…, p. 536.

[4] Hellen G. White, The Great Controversy…, pp. 536 y 537.

[5] Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra, Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania, 1989, p. 89

[6] Ibid.

[7] De Paraíso perdido a Paraíso recobrado, Watch Tower Bible and Tract Society of New York, 1959, cap. 28, 6, p. 228.

[8] Ibid., 28, 11, p. 229.

[9] Ibid., 28, 29, p. 234.

[10] www.watchtower.org/languages/espanol/library/jt/article_03.htm.

[11] Stange, C., Die Unsterblichkeit der Seele, Gutersloh 1925

[12] Clark Pinnock, Four Views on Hell, Zondervan Publishing House, Grand Rapids, MI 1992, p. 146.

[13] Puede verse, si se quiere, para el tema de la existencia del infierno: El infierno, ¿cuál es el concepto católico?, en: Miguel A. Fuentes, El Teólogo Responde, vol. 1, Ediciones Verbo Encarnado, San Rafael 2001, pp. 183-188. También se puede sacar mucho provecho del artículo de Carlos Buela, Un infierno “light”, Rev. “Diálogo” 15 (1996), 119-156. Respecto del alma y su inmortalidad, he tocado el tema en: La verdad robada sobre el alma. Tenemos un alma espiritual e inmortal, en: Miguel A. Fuentes, Las Verdades Robadas, capítulo III, San Rafael 2005.

[14] Sigo en todo esto a C. Pozo, Teología del más allá, BAC, Madrid 1980, 214 ss.

[15] En consonancia con las reglas de trascripción que hemos dado al comienzo del libro, deberíamos decir “psujé” y no “psiché”, pero en este caso me acomodo al uso más extendido de este término.

[16] Cf. C. Pozo, Problemática de la teología católica en: AA.VV., Resurrexit. Actes du sympósium international sur la resurrection de Jésus -Roma 1970-, Vaticano 1974.

[17] Cf. G. Dautzenberg, Sein Leben bewahren. Psiché in den Herrenworten der Evangelien, München 1966, p. 153.