cuerpo de cristo

¿Recibieron los apóstoles el cuerpo glorioso de Cristo en la última cena?

Pregunta:

Nos han hecho una pregunta y desearíamos saber vuestra respuesta: ¿Cómo podemos explicar el cuerpo glorioso del Señor en la Eucaristía, en el mismo momento en que realizaba la consagración del vino y el pan en su Última Cena, poco antes de la pascua judía? ¿Es explicable con (o por) la Ubicuidad?»

Respuesta:

Estimado:

La pregunta que Usted formula, se puede reducir a una anterior, que se hace el mismo Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica, III Parte, cuestión 81, artículo 3: «¿Asumió y dio a sus discípulos Cristo su cuerpo en estado impasible?». En “estado impasible” es lo mismo que glorioso e inmortal. ¿El Cuerpo de Cristo que recibieron los discípulos era glorioso? Antes de explicar el cómo, pues, deberemos afrontar la cuestión de si realmente esto fue así.

Como argumento de autoridad, el Angélico Doctor cita al Papa Inocencio III: «les entregó a los discípulos su cuerpo tal y como entonces le tenía. (De sacro altaris mysterio, 1, 4, c. 12: PL 217, 864). Ahora bien, entonces poseía un cuerpo pasible y mortal. Luego les dio a los discípulos un cuerpo pasible y mortal». Aquí ya tenemos la respuesta, pero vayamos al desarrollo de la cuestión. Dejo la palabra al mismo Santo Tomás, de una claridad incomparable:

(Hubo quienes sostuvieron lo siguiente)

«Hugo de San Víctor mantuvo la opinión de que Cristo, en ocasiones diversas, antes de la pasión, asumió las cuatro dotes del cuerpo resucitado, a saber: la sutileza en el nacimiento, al salir del claustro materno de la Virgen; la agilidad, cuando caminó a pie enjuto por el mar; la claridad, en la transfiguración; la impasibilidad, en la cena, cuando dio a comer su cuerpo a los discípulos. Y, según esto, habría dado a los discípulos su propio cuerpo en estado impasible e inmortal.

(Adviértase, ahora, el perfecto silogismo)

Pero, sea lo que fuere de las demás dotes, de las que ya hemos hablado anteriormente, es imposible lo que dice de la impasibilidad. Porque [1º] es claro que era el mismo cuerpo el que entonces veían los discípulos en su estado natural (in propria specie) y el que asumían en estado sacramental (in specie sacramenti). [2º] Ahora bien, no era impasible en el estado natural en que ellos le veían. Más aún, estaba ya dispuesto para sufrir la pasión. [3º] Por tanto, tampoco era impasible el cuerpo que a ellos se les daba en estado sacramental.

(Nótese que ha distinguido entre el Cuerpo «in propria specie» e «in specie sacramenti». Ahora aplica dicha distinción para aclarar)

Sin embargo, ese cuerpo, que en sí mismo era pasible, se encontraba de modo impasible bajo las especies sacramentales, de la misma manera que ya se les daba de modo invisible, aunque en sí mismo era visible.

(Y lo prueba con otro silogismo)

De hecho, [1º] como la visión requiere el contacto del cuerpo que se ve con el medio circunstante, así la pasión requiere el contacto del cuerpo que sufre con las cosas que actúan sobre él. [2º] Ahora bien, el cuerpo de Cristo, según el modo en que está presente en el sacramento, como se ha dicho ya (a.l ad 2; q.76 a.5), no se relaciona con el medio circunstante a través de sus propias dimensiones, con las que los cuerpos se tocan entre sí, sino a través de las dimensiones de las especies del pan y del vino. [3º] Por tanto, son estas especies las que se ven y padecen, y no el cuerpo de Cristo».

Es importante tener no confundir la impasibilidad de Cristo en la presencia sacramental, puesto que sus accidentes propios no se relacionan con el medio circundante y la impasibilidad de Cristo a partir de la resurrección gloriosa (es decir, el estado glorioso o de impasibilidad).

En el caso que se plantea, el Cuerpo de Cristo, ya dispuesto a la Pasión, era, precisamente, pasible, mortal y no glorioso; por lo tanto en ese estado dio su Cuerpo a sus discípulos, aunque por ser en especie sacramental, ajena, esto es, bajo las especies del pan y del vino, que son las que tienen contacto por sus propias dimensiones), no podía padecer (como tampoco ahora), lo que “sufrieron” dichas especies. Así, los discípulos lo masticaban al comerlo, pero no le hacían ningún daño (Cf. ad 2), así como el sacerdote que “fracciona” la Hostia, no “parte” a Cristo, sino la especie (los accidentes) del pan.

Otra cosa sucede en la Santa Misa, porque Jesús murió «una vez para siempre» (Heb 7, 27; 9, 12; 10, 10), y ya no muere más (Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere -Rom 6, 9-.), y el Cuerpo de Cristo se halla en la Eucaristía tal y como le tiene ahora, es decir, en el momento que lo encuentra la consagración de las especies. Ahora reina glorioso en el Cielo y ya no puede padecer, luego, estará también en la Hostia el Cuerpo de Cristo en estado impasible y con toda su gloria. No se explica esto por la “ubicuidad”, sino por el modo sacramental por el que Cristo puede estar presente en todos los altares: en especie ajena o estado sacramental, y en el Cielo en especie propia o estado natural.

El principio que el Santo Doctor toma de Inocencio III, es sencillamente una genialidad. El P. Carlos Buela lo enuncia de este modo: “Propio de este sacramento es tomar el Cuerpo y la Sangre de Cristo tal como los encuentra, en cualquier estado en que se hallen” (C. M. BUELA, Pan de vida eterna y Cáliz de eterna salvación, Edivi, Segni 2006, 98). Si Cristo era pasible, pasible estará en la Eucaristía; si muerto, muerto; si resucitado, resucitado y glorioso.

A este punto podríamos invertir la pregunta, y cuestionarnos ¿cómo es que actualmente está presente el sacrificio de Cristo, es decir, su muerte, si Cristo ya no puede padecer y está en la gloria? Precisamente por el mismo principio: independientemente del estado de la existencia de Cristo (ahora glorioso), “la virtud de las palabras sacramentales se extiende a hacer presente el Cuerpo (y la Sangre) de Cristo, cualesquiera sean los accidentes que realmente inhieran en él” (III, 81, 3 ad 3). Y comenta el P. Buela: “En virtud de las palabras (y de los signos sacramentales) están significados separadamente por un lado la Sangre de Cristo, y, por otro, el Cuerpo de Cristo. Pues bien, no es necesario nada más. Con la doble consagración por la que queda, por un lado, la sustancia de la Sangre de Cristo bajo la especie de vino y, por otro, la sustancia del Cuerpo de Cristo bajo la apariencia de pan, no es necesario nada más para que tengamos sacrificio sacramental. Ahí está la mactatio mystica, la inmolación incruenta” (C. BUELA, Pan de vida eterna…, 97).

En la Última Cena, nuestro Señor anticipó místicamente (sacramentalmente) su Pasión, de manera que no estando aún muerto ni habiéndose aún sacrificado en la Cruz, en virtud de las palabras sacramentales, el Cristo que iba a padecer, se hizo presente “padecido”, “victimado”; lo mismo sucede ahora con el Cristo que ya no puede padecer, cada vez que se celebra el Santo Sacrificio de la Misa!

Así lo enseñaba Pío XII: «sobre el Altar, en cambio, a causa del estado glorioso de su humana Naturaleza, la muerte no tiene ya dominio sobre El (Rom. 6, 9) y, por tanto, no es posible la efusión de la sangre; pero la divina Sabiduría ha encontrado el medio admirable de hacer manifiesto el Sacrificio de Nuestro Redentor con signos exteriores, que son símbolos de muerte. Ya que por medio de la Transubstanciación del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre de Cristo, como se tiene realmente presente su Cuerpo, así se tiene su Sangre; así, pues, las especies eucarísticas, bajo las cuales está presente, simbolizan la cruenta separación del Cuerpo y de la Sangre. De este modo, la conmemoración de su muerte, que realmente sucedió en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, ya que por medio de señales diversas se significa y se muestra Jesucristo en estado de víctima» (Mediator Dei, 86-89)

P. Jon M. de Arza, IVE

Demonio

¿Conoce el demonio lo que pensamos y oye lo que decimos?

Pregunta:

Consulta: Estimado Padre, escribo desde Brasil. Creo en la Biblia Sagrada como la Palabra de Dios; pero acerca de Satanás, me gustaría que me hiciera algunas aclaraciones: ¿sabe el demonio lo que pensamos?, ¿oye lo que decimos?, ¿hay peligro de rezar en voz alta, en el sentido de que, sabiendo lo que pedimos a Dios, él perjudique nuestros planes?

 

Respuesta:

Estimado:

El pensamiento del hombre, considerado en sí mismo, no puede ser conocido sino por Dios y por la persona de quien tal pensamiento procede, como explica Santo Tomás(1). Esto mismo dice la Sagrada Escritura: El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce? Yo, Yahveh, exploro el corazón, pruebo los riñones, para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus obras (Jer 17, 9-10). También San Pablo lo atestigua: ¿Qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? (1Co 2, 11).

Pero el demonio puede conjeturar cuáles son nuestros pensamientos por otra vía indirecta, a saber, nuestros estados anímicos y físicos, del mismo modo que un médico reconoce una afección psíquica por ciertos síntomas externos. Nuestros pensamientos, en efecto, se traducen en alteraciones físicas, como el abatimiento corporal, la mirada opaca y la lentitud de movimientos manifiestan pensamientos de preocupación. Si esto ayuda a que los hombres entrevean con cierta probabilidad cuáles son los pensamientos ocultos de algunas personas, mucho más puede hacerlo tanto el ángel bueno como el malo, pues tienen más experiencia que nosotros sobre el modo de proceder de los hombres en general y de muchos de ellos en particular (por ejemplo, nuestros ángeles guardianes conocen muy bien nuestro modo habitual de pensar y obrar, sobre todo cuando tenemos mucha confianza con ellos y acostumbramos a comunicarnos en la oración; y del mismo modo, los demonios conocen a los pecadores, especialmente aquellos habituados a seguir sus inspiraciones). De aquí que San Agustín diga que “los demonios a veces descubren con toda facilidad las disposiciones de los hombres, y no sólo las que manifiestan de palabra, sino también las concebidas en el pensamiento”(2), porque en el cuerpo se refleja el estado del alma; pero el mismo santo, en su obra “Retractaciones” afirma que no puede asegurar cómo sucede esto(3). Este conocimiento es, sin embargo, no sólo indirecto sino también puramente conjetural, es decir, aproximado. Porque una misma persona puede tener movimientos físicos parecidos a pesar de que sus pensamientos o deseos de la voluntad sean distintos (por ejemplo, puede palidecer y quedarse helado ante un pensamiento nefasto que lo asusta, como, por ejemplo, pensar en la muerte de un ser amado, o ante un pensamiento que considera demasiado bueno, como la posibilidad de que le propongan matrimonio); más diferencia hay entre personas distintas que pueden reaccionar con parecidas manifestaciones orgánicas ante fenómenos psíquicos diversos. Ni el ángel bueno ni el malo pueden ir más allá de estos hechos externos y tratar de atar cabos para deducir cuáles podrán ser nuestros pensamientos. Dice al respecto Lépicier: “Si bien en el presente estado de vida no podemos ejercitar nuestras facultades mentales sin el concurso de los sentidos, ya internos, ya externos, no obstante, sí puede una sola y misma modificación orgánica dirigirse a varios objetos; o en otros términos, puede servir para expresar diversos conceptos formales. Con nuestra voluntad libre podemos imprimir a nuestras operaciones mentales una infinidad de aspectos, y dirigirlas a finalidades diversísimas, de forma que no sea posible, ni siquiera a la aguda inteligencia angélica, conocer, contra nuestra voluntad, cuál sea nuestro propósito actual o la finalidad de nuestras operaciones mentales”(4). Y esto siempre y cuando Dios no quiera, por su parte, entorpecer las observaciones de los demonios respecto de alguna persona en particular. De aquí, por ejemplo, las grandes dudas que asaltaban a los demonios respecto de Jesús, como se pone en evidencia en las tentaciones en el desierto donde el diablo pone a prueba a Nuestro Señor para saber si realmente Él es el Mesías.

En cambio, de modo directo, es decir, los pensamientos tal cual están en nuestra mente o los deseos e intenciones en nuestra voluntad, no los pueden conocer, a menos que nosotros le abramos voluntariamente el alma. Así explica Santo Tomás hablando no sólo de los demonios sino de los ángeles en general(5). En las “Colaciones de los Padres del Desierto” Juan Casiano escribía: “Los espíritus inmundos no pueden conocer la naturaleza de nuestros pensamientos. Únicamente les es dado columbrarlos (rastrear, divisar) merced a indicios sensibles o bien examinando nuestras disposiciones, nuestras palabras o las cosas hacia las cuales advierten una propensión por nuestra parte. En cambio, lo que no hemos exteriorizado y permanece oculto en nuestras almas les es totalmente inaccesible. Inclusive los mismos pensamientos que ellos nos sugieren, la acogida que les damos, la reacción que causan en nosotros, todo esto no lo conocen por la misma esencia del alma, antes bien, por los movimientos y manifestaciones del hombre exterior”(6).

Respondiendo, pues, a sus preguntas, debo decirle: el demonio no sabe lo que pensamos ni lo que queremos a menos que nosotros voluntariamente le permitamos que lo conozca; puede sospechar lo que pensamos, pero no puede estar seguro. No hay ningún peligro en rezar en voz alta, pues aunque sepa cuáles son nuestros planes nada puede contra ellos sin la permisión de Dios. Por otra parte, en nuestras oraciones no hay nada que debamos ocultar ya que, como explican San Agustín y Santo Tomás, todo cuanto podamos rezar correctamente, se puede resumir, en última instancia en el “Padrenuestro” (“la oración dominical es perfectísima, porque, como escribe San Agustín,  si oramos digna y convenientemente, no podemos decir otra cosa que lo que en la oración dominical se nos propuso”(7), y esta oración el demonio la conoce y nada puede hacer contra ella; podrá poner obstáculos, pero chocará siempre contra la eficacia que Jesús ha dado a las oraciones que hagamos en su nombre: Todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis (Mt 21, 22; cf. Mc 11, 24); Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré (Jn 14, 13-14).

P. Miguel A. Fuentes, IVE

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1) Cf. Santo Tomás, De malo, 16, 8.
2) San Agustín, Sobre la adivinación de los demonios, c. 5.
3) San Agustín, Retractaciones, L. 2, c. 30.
4) Lépicier, A. M., Il mondo invisibile, Vincenza (1922), 43, n. 4.
5) Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, I, 57, 4.
6) Juan Casiano, Colaciones, 7.
7) Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 83, 9.

predestinación

¿Me puede explicar algunas dudas sobre la predestinación?

Pregunta:

Padre, quisiera que por favor me explicara, en forma sencilla el tema de la predestinación.
Siempre pensé que una de las principales diferencias con los protestantes es justamente este tema; para ellos sólo algunos elegidos alcanzarán la gloria eterna.
Nosotros como Católicos, creía yo, pensaban que a través de los méritos de la Pasión de Cristo teníamos todos la oportunidad de salvarnos; si bien en gran medida era un Don de Dios por que El nos daba los medios, había también un componente personal de aceptar y decidir ese fin a través de nuestros propios méritos sin embargo, leyendo a Royo Marín ‘Dios y su obra’ me he confundido ya que a tratar este tema hay partes que coinciden con lo que yo pensaba pero por ej. he leo: la predestinación ha sido hecha por Dios antes de la previsión de cualquier mérito futuro del predestinado o …..cuando habían nacido ni habían hecho ni el bien ni el mal para que el propósito de Dios conforme a la elección no por las obras si no por El que llama, permaneciese, de ahí infiero una postura de que nuestro destino ya viene signado sin tener en cuenta nuestros méritos.
Desde ya muchas gracias
Saludos cordiales

Respuesta:

 Estimado José:

En primer lugar, el p. Antonio Royo Marín en su obra, Teología de la salvación, afirma dos cosas importantes respecto al misterio de la predestinación (la presentación en puntos es mía):

1° “Es preciso confesar que el problema de la divina predestinación no ha logrado aclararlo del todo ninguna escuela teológica hasta hoy, y creemos firmemente que no se aclarará jamás acá en la tierra…”.

2° “Los que vivimos todavía acá en la tierra tenemos que contentarnos con adorar el misterio sin tratar de descifrarlo, lo que sería vano empeño y loca temeridad”.

Y ofrece inmediatamente “los siguientes puntos, que pertenecen expresamente a la fe católica o son doctrina cierta y común en teología, y son más que suficientes para que cada uno trabaje con seriedad en la salvación de su alma, sin preocuparse demasiado de cómo haya de resolverse el problema de la predestinación”.

Estos puntos son:

1. Dios quiere sinceramente que todos los hombres se salven. Consta expresamente en la Sagrada Escritura (1 Tm 2,3-4).

2. En su consecuencia, Cristo murió por todos los hombre sin excepción. Consta también en la Sagrada Escritura (2 Co 5,15) y ha sido expresamente definido por la Iglesia (Dz 1906).

3. En virtud de su voluntad salvífica y en atención a los méritos de Cristo Redentor, Dios ofrece siempre a todos los hombres las gracias necesarias y suficientes para que de hecho puedan salvarse si quieren.

4. Es un error gravísimo creer que Dios predestina al mal: “Que algunos hayan sido predestinados al mal por el divino poder, no sólo no lo creemos, sino que, si hubiere algunos que quieran creer tanta maldad, con toda repulsión les anatematizamos” (Dz 200).

5. La salvación es don de Dios: “Que algunos se salven, es don del que salva; pero que algunos se pierdan, es merecimiento de los que se pierden” (Dz 318).

6. Los condenados se autoexcluyen de la salvación: “Ni los malos se perdieron porque no pudieron ser buenos, sino porque no quisieron ser buenos y por su culpa permanecieron en la masa de condenación” (Dz 321).

7. La salvación, con el auxilio divino, es posible: “Porque Dios no manda cosas imposibles a nadie, sino que, al mandar alguna cosa, nos avisa que hagamos lo que podamos y pidamos lo que no podamos y nos ayuda para que podamos” (Dz 804).

En síntesis. El ojo de nuestra atención debe estar por sobre todo en la perseverancia de la vida cristiana y pedir la gracia de morir como tal, pues como dice San Jerónimo, en la vida cristiana no se mira tanto los comienzos sino el final (cf. Mt 10,22).

Y al respecto R. Marín, en la misma obra citada y hablando de la perseverancia, afirma: “Sin embargo, podemos conjeturar en cierto modo nuestra futura perseverancia a base de las llamadas señales de predestinación”. Estas son:

1º Vivir habitualmente en gracia de Dios.
2º Espíritu de oración.
3º Una verdadera humildad.
4º Paciencia cristiana en la adversidad.
5º El ejercicio de la caridad para con el prójimo y de las obras de misericordia.
6º Un amor sincero y entrañable hacia Cristo, Redentor de la humanidad.
7º La devoción a María.
8º Un gran amor a la Iglesia, dispensadora de la gracia y de la verdad.

Y añade: “Estas son las principales señales de predestinación que suelen citar los teólogos (…) Nada deberíamos procurar con tanto empeño como llegar a adquirirlas todas”. 
(Cf. Antonio Royo Marín, Teología de la salvación, B.A.C., Madrid 1965, p. 103-117)

En segundo lugar, respecto a lo que Ud. ha leído (y cita) en el libro Dios y su obra de R. Marín, para una sana comprensión del tema y evitar deducciones poco exactas, hay que tener presente:

1° El contexto. El autor viene tratando un tema de discusión entre los teólogos.

2° Hay conformidad y disconformidad de los teólogos católicos en tal discusión. Dice R. Marín: “(…) todos están conformes en decir que la predestinación a la gloria, tomada adecuadamente, es completamente gratuita y nadie la merece ni la puede merecer (…) Pero la disconformidad de pareceres es muy grande cuando se trata de determinar si la predestinación de los buenos a la gloria la hace Dios antes o después de prever los méritos de esos predestinados” (p. 201). Lo subrayado con rojo es el meollo de la discusión.

3° El autor, después de presentar y examinar las diferentes opiniones o soluciones que los teólogos católicos dan al tema expone “las razones por las cuales preferimos la opinión que nos parece más probable” (p. 201).

Y la opinión más probable es la del sistema agustiniano-tomista (cf. p. 212) y que el autor resume en la conclusión siguiente:

“Dios, antes de la previsión de cualquier mérito, eligió a algunos y los predestinó a la gloria; y, en virtud de esta elección, decretó darles la gracia y los méritos sobrenaturales que con ella contraerán. De suerte que, en el orden de la intención, la predestinación precede con prioridad de orden a los méritos del predestinado y es, por tanto, completamente gratuita” (p. 213).

Dicho de otro modo (y en cuanto lo permite nuestro limitado modo humano de explicar los misterios divinos):

– En el orden de la intención divina: la predestinación es anterior y absolutamentegratuita a cualquier mérito del predestinado.

– En el orden de la ejecución: Dios confiere al predestinado, en primer lugar, la gracia de la justificación; luego le da las gracias eficaces para la realización de la buenas obras con las cuales merecerá el cielo; finalmente, le concede gratuitamente el gran don de la perseverancia final (que nadie absolutamente puede merecer) y, a causa de ella, le da la vida eterna (cf. p.212-213).

No hay otro modo de hablar más claro y más explícitamente que lo expresado por San Pablo:
Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él  el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó (Rm 8,28-30).

(Cf. R. Marín, Dios y su obra, B.A.C., Madrid 1963, p. 201-219).

Bien, estimado amigo: espero que nuestra respuesta le sea útil y, por sobre todo, para vivir de la misericordia en la confianza en Dios. “Todo lo puedo en Aquél que me fortalece” (San Pablo).

En Cristo y María.
Con mi bendición,

P. José Guerra, IVE

domingo

¿Tiene el hombre poder para cambiar el sábado por el domingo?

Pregunta:

La verdad del sabado es de origen divino, y nunca cambiara, la biblia dice que no hay hombre que puda cambiarla.con respecto a la pascua que era importante, eran una seria de fiestas que eran simbolo de la muerte de jesus en la cruz, asi como los sacrificios tubieron su fin cuando el velo del templo de rasgo. a si la pascua termina, el cuarto mandamiento es y siempre sera simbolo de obediencia y adoracion a Dios.con respecto al domingo, la biblia no hace mencion de el, no aparece como apartado para la adoracion en el catecismo catolico dice que el para con la autoridad de la iglesia combio la adoracion del sabado al domingo.la pregunta es. ¿tiene un hombre el poder de cambiar la ley divina?la respuesta es censilla solo Dios tiene ese poder, porque son leyes hechas por Dios. no solo para su adoracion, sino para nuestro bien.

Respuesta:

Estimado amigo:

I. La palabra “domingo” viene del latín “dominicus”, “dominica dies” (“día dominical”, “señorial”, “del Señor”). Este nombre, en griego “kyriake hemera” (cf. Ap 1,10), designa aquél día que, en los evangelios y en el Nuevo Testamento, era llamado “el primer día después del sábado”, es decir, el día en el cual Cristo Jesús resucitó.

En los primeros siglos se usaron otros nombres: “día del sol”, siguiendo la terminología romana como lo hace, por ejemplo, San Justino en aquella apología que describe las celebraciones cristianas (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1345), de igual modo San Jerónimo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1166). También se usó “día octavo”, para señalar que, pasado los siete días de la semana, nuevamente el domingo es el primer día pero proyectado en el futuro; el domingo tiene también un sentido escatológico (cf. Juan Pablo II, Dies Domini, n. 26).

II. ¿Por qué el Domingo es el día festivo por excelencia y ya no el día sábado del Antiguo Testamento?
Por varios motivos (que aquí resumo y se pueden leer en la Carta apostólica del Papa Juan Pablo II, Dies Domini – Sobre la santificación del Domingo – nn. 19-30) el Domingo es para el mundo católico, el día por excelencia:

  1. La resurrección de Jesús fue “el primer día de la semana” = Domingo. Cf. Mt 28,1; Mc 16,2.9; Lc 24,1; Jn 20,1.
  2. Jesús, resucitando el Domingo, dio plenitud y cumplimiento al descanso sabático, como él mismo lo había afirmado: No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento (Mt 5,17). Así, el Domingo:
    1. Es el Día de la nueva creación y de la salvación ofrecida por el bautismo.
    2. Es figura de la Eternidad, “el Octavo Día”, “El Día de los días”, el Día del descanso eterno.
    3. Es el Día del nuevo Sol que nace de lo alto para iluminar a los pueblos (cf. Lc 1,78-79).
    4. Es el Día del don del Espíritu Santo (Cf. Hch 2).
    5. Como subraya San Gregorio Magno: “Nosotros consideramos como verdadero sábado la persona de nuestro Redentor, Nuestro Señor Jesucristo”. E Ignacio de Antioquía dice: “Los que vivían según el orden de cosas antiguo han pasado a la nueva esperanza, no observando ya el sábado, sino el día del Señor, en el que nuestra vida es bendecida por El y por su muerte”.
  3. Así fue recibido, vivido y transmitido por la tradición apostólica (cf. Hch 20,7-12; 1 Co 16,2; Ap 1,10).
  4. Y desde la base apostólica, así lo ha vivido la Iglesia a lo largo de los siglos (una hermosa síntesis histórica se puede leer en la Carta ya citada de Juan Pablo II, en los nn. 20-23).

En síntesis: “Celebramos el domingo por la venerable resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, no sólo en Pascua, sino cada semana” (Papa Inocencio I, s. V).

III. Tiene Ud. razón cuando dice que sólo Dios tiene poder para cambiar sus propias leyes. Por ésta misma razón Cristo no hizo una simple sustitución del sábado por el domingo, pero era consciente que el nuevo día daba plenitud al sábado. Además, ¿no es CristoSeñor del sábado? (Mc 2,24-28).

IV. La Iglesia no ha hecho otra cosa que confirmar la tradición apostólica que hunde su raíz en el mismo Jesús que voluntariamente resucitó el Domingo y no el sábado:

“La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón » día del Señor » o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los » hizo renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos » ( I Pe., 1,3 ). Por esto el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de veras de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico” (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum concilium, n. 106).

La verdad del Domingo también es de origen divino dando plenitud a la verdad del sábado.

Finalmente, puede Ud. también leer en el Catecismo de la Iglesia Católica:
– nn. 2168-2167: Sobre el significado del sábado y del Domingo;
– nn. 1166-1167: Sobre el Domingo, Día del Señor.

Espero que la respuesta le sea útil, me despido de Ud. rogando al Señor aumente nuestra fe.

En Cristo y María.

P. José Guerra, IVE

abandono

¿Por qué se alejan de la Iglesia algunos cristianos?

Pregunta:

Que sucede cuando un católico deja la iglesia y se va a un grupo separado. Cuales son las causas, siendo que mostraba un amor por la iglesia y de pronto la deja, inmadurez y o falta de compromiso? Gracias por su reflexion. 

Respuesta:

Respecto a su consulta, puedo decirle:

1. Hay tres formas de apartarse de la fe católica: herejía, apostasía y cisma. “La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento. ‘Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma;apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos’ (cf. CIC, can. 751)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2089).

2. Un caso de apostasía es el de las personas que siendo católicas, se pasan a alguna secta (por ejemplo, Testigos de Jehová, Mormones) o a grupos evangélicos o a alguno de los llamados “nuevos movimientos religiosos” (como los pertenecientes a la New Age).

En efecto, “la palabra apostasía significa, en general, apartamiento o abandono. De suyo puede referirse a cualquier otra cosa, pero desde el punto de vista eclesiástico se restringe su sentido al apartamiento o abandono de Dios” (A. R. Marín, Teología Moral para Seglares, t. I, B.A.C. Madrid 1996, p. 295).

3. La apostasía de la fe es el abandono total de la fe cristiana recibida en el Bautismo. Cuando se trata de apostasía formal manifestada externamente, es pecado gravísimo y sancionado por la Iglesia con pena de excomunión (cf. Código de Derecho Canónico, canon 1364 § 1).

Algunos, sólo se acercan a las sectas y grupos por la curiosidad; pero también pueden llegar a un verdadero acto de apostasía, es decir, de abandono formal de la fe católica.

4. ¿Cuáles son las causas de abandono de la fe católica? Luis de Moya establece las causas siguientes (cf. www.unav.es):

a) La búsqueda religiosa: el hombre tiene “necesidad” de lo religioso, de Dios, que le es connatural. Cuando las religiones tradicionales no satisfacen, con causa razonable o sin ella, las sectas, el placer, el poder, etc., suplen la ausencia de Dios.

b) El secularismo o el laicismo: -clima dominante-, por reacción, provoca la huida hacia el “aire libre”, que, para algunos, es la secta.

c) Las deficiencias en las respuestas pastorales de las iglesias tradicionales: Los documentos del Magisterio de la Iglesia invitan a ver en las sectas retos o incitaciones que deben lanzarnos a nuestra verdadera conversión individual y a la renovación pastoral: la caída en la masificación, en la rutina, en la burocratización, en el apagamiento del dinamismo apostólico, en la obsesión por lo material, en la opción preferencial centrada más en los pobres de recursos económicos que en los pecadores, como si Jesucristo no se hubiera encarnado y muerto en cruz para que tengan vida (sobrenatural) y la tengan abundante (Jn 10, 10).

d) Las carencias familiares y sociales: el activismo moderno, la fascinación de los medios de comunicación social, etc.: la persona se aísla, pero el individuo necesita “saberse querido”. Es una necesidad psicológica y también teologal. Eso son las sectas para todos o casi todos sus adeptos, al menos en sus inicios.

e) El afán de novedad y la fascinación de lo novedoso, de la moda: los cristianos hemos desprestigiado el viejo cristianismo. En cambio, las sectas son la novedad, que el historicismo pone más de actualidad, y, además, carecen de antecedentes negativos.

f) Otras causas: hoy estamos en la época del irracionalismo, del afán por sentir algo, también en lo religioso, actitud no muy compatible con la fe, con la cruz. Y las sectas satisfacen esa “necesidad”, como las sectas satánicas y luciféricas, especialmente para personas hartas ya de lo sexual, del alcohol, de las drogas, y ansiosas de experiencias fuertes. La mayoría de las sectas vienen desde EE.UU., o a través de EE.UU. (las originarias del Oriente). A veces, son un medio de mantener el imperialismo de algunos grupos ideológicos, económicos, etc., sobre todo en Iberoamérica.

P. Héctor Guerra, IVE